viernes, 23 de septiembre de 2011

El último soldado del Ebro

Estamos excavando una trinchera que fue testigo de duros combates a mediados de noviembre de 1938.

Son los últimos días de la Batalla del Ebro. Un grupo de hombres valientes permanece en las fortificaciones de La Fatarella, las cuales constituyen la última barrera republicana en la margen derecha del Ebro. Su misión es vital: si no logran retener el tiempo suficiente a las tropas de Yagüe, decenas de miles de soldados leales serán aniquilados. Ningún defensor sobrevivirá al ataque franquista, pero la bolsa del Ejército Popular se salva.

Las fortificaciones en las que trabajamos en el lugar de Reïmats han sido muy alteradas por los trabajos agrícolas. De la trinchera superior del cerro donde excavamos apenas se conservan los vértices de los zigzags, porque un canal de irrigación la ha destruido en su mayor parte. Nos concentramos en el escasísimo espacio que nos queda y no albergamos muchas esperanzas.

Pero nada más comenzar a limpiar el corte del canal, nos llevamos una enorme sorpresa.

En uno de los vértices del zigzag, salvado milagrosamente de la pala excavadora, encontramos in situ e intacto el cadáver de un defensor republicano. La exhumación va revelando poco a poco detalles de este soldado y de su muerte.

Sabemos que cayó bajo la metralla: un fragmento seccionó en dos su fémur derecho y se incrustó profundamente en el hueso; nueve trozos de metralla están alojados en el interior de su caja torácica, igualmente en el lado derecho. La explosión debió arrancarle la mano del mismo lado: el cúbito aparece roto a la altura de la muñeca y no hemos encontrado restos de los dedos. El pie izquierdo se encuentra retorcido en una posición imposible bajo la pierna derecha.

El soldado se derrumbó de espaldas, sobre su mochila, en la misma posición donde había estado disparando frenéticamente. El suelo apareció cubierto de casquillos de Mosin Nagant. Es fácil imaginarse a las tropas de Yagüe avanzar inexorablemente ladera arriba, mientras el suelo de las trincheras republicanas se colmata de vainas expulsadas por los fusiles de los defensores. En otro de los zigzags que excavamos aparece medio centenar de casquillos, mezclados con cartuchos de Mosin y de Máuser español.

El soldado que exhumamos se derrumbó con todo su equipo y nadie se molestó en recogerlo: trinchas de lona (cuya huella ha quedado marcada en el óxido de los pasadores y hebillas), cinturón, chaqueta, botas, macuto, bolsa de costado, tres cargadores sin usar de Mosin, dos granadas de fragmentación polacas, escudilla para el rancho, una taza metálica, una botellita de vidrio verde tapada con un corcho (de licor o de medicina) que se hizo añicos al desplomarse el cuerpo. Otros objetos corroídos que aún no hemos podido identificar.

El soldado de Reïmats es una persona que sacrificó su vida para que miles de sus compañeros pudieran salvarla. Excavar su cuerpo es recordar su muerte y honrar su memoria.

2 comentarios:

albertus dijo...

Impresionante. Gracias por vuestro trabajo.
Honor y recuerdo.

AMarti dijo...

Tendremos que leernos este libro, a ver si nos da alguna pista sobre quién era Charlie... http://clubdelectura.uned.es/clubdelectura/xowiki/brigadista ;)
Buen viaje de vuelta a casa! Un abrazo!
Alberto.