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lunes, 17 de septiembre de 2018

De Massachussets a Rivas: historia del mundo en un cartucho


La arqueología de la Guerra Civil Española, como casi todas las arqueologías contemporáneas, es también una arqueología de la globalización. En cada objeto que encontramos confluyen historias que ponen en contacto lo local con redes de comercio internacionales, geopolítica, movimientos sociales que afectaron al mundo entero, grandes procesos económicos. Y ahí está uno de los aspectos apasionantes de este campo. Que un cartucho que nos encontramos en una chabola republicana de Rivas, por ejemplo, pueda estar relacionado con la Primera Guerra Mundial, la Revolución Industrial y el movimiento Beat de los años 50. 

Esta mañana, a la entrada de un refugio semiexcavado en la roca aparecieron dos cartuchos de calibre 0,303, empleado por el fusil británico Enfield, con marcajes de Lowell, Massachussets. Están fechados en 1916. Veinte años antes de que la Guerra Civil fuera siquiera imaginable. Pero la historia comienza hace doscientos años. 

En la década de 1820 se funda en la localidad de Lowell un centro de fabricación textil. La industria del tejido fue, entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, el motor de la revolución industrial a ambos lados del Atlántico. De hecho, la máquina de vapor (cuyo invento en 1775 lo consideran algunos el inicio del Antropoceno), se puso inmediatamente al servicio de las fábricas de tejidos, que acabarían en pocas décadas destruyendo economías enteras basadas en la manufactura artesanal -principalmente la india. Massachussets se beneficiaba de la producción algodonera del sur de los Estados Unidos, que empleaba trabajo esclavo. Y parte de sus productos volvían allí: Lowell fabricaba entre otras cosas tejidos bastos y simples que compraban los dueños de plantaciones sureños para vestir (o más bien tapar) a sus esclavos.
 Fábricas textiles de Lowell hacia 1850.

Para mediados del siglo XIX, Lowell era el principal polo industrial de Estados Unidos. Como en otras ciudades fabriles, las condiciones de trabajo eran horrorosas -no muy distintas de la esclavitud. Entre 1830 y 1840 un obrero (o más bien una obrera, porque eran más las mujeres empleadas en esta industria)  trabajaba una media de 73 horas. Este horario inhumano se redujo a "solo" 54 horas semanales en los años 10. Lowell, comprensiblemente, no fue solo un centro pionero en el desarrollo industrial de Norteamérica. También en el desarrollo de la conciencia de clase y la lucha contra la explotación. Gracias a grandes movilizaciones que tuvieron lugar a partir de 1912, los trabajadores consiguieron importantes mejoras en sus condiciones laborales. 

Trabajadora en una fábrica de tejido de Lowell.


Mientras la industria textil crecía lo hacían también otro tipo de fábricas. Poco después de la Guerra de Secesión, en 1869, se instala en Lowell una factoría de armamento, la United States Cartridge Company, fundada por el general unionista Benjamin Butler y que alcanza su apogeo durante la Primera Guerra Mundial: la compañía fabrica el 65% de toda la munición de pequeño calibre de Estados Unidos. 

Publicidad de la fábrica de municiones de Lowell. 

La mayor parte de la munición va a parar al ejército británico (recordemos que los estadounidenses no entran en la Gran Guerra hasta 1917), que había enviado agentes a adquirir armamento ya en septiembre de 1914, solo un mes después de comenzado el conflicto -un buen indicio de que el gobierno no confiaba en que la guerra fuera a acabar antes de las Navidades. Algunas de las industrias textiles se ponen al servicio de la producción bélica y pasan de fabricar alfombras a producir balas. En total salieron de las factorías más de dos millones de cartuchos para el Reino Unido, Rusia, Holanda, Italia, Francia y Estados Unidos. 
 Enfield M1917, del tipo empleado en la Guerra Civil Española.

La fábrica de Lowell echa el cierre en 1926 y se traslada a Connecticut, donde seguirá fabricando bajo el sello de Winchester. 

¿Cómo llegó el cartucho desde Lowell a Rivas? Pues dando mucha vuelta. El destinatario original era seguramente el Reino Unido. Su ejército necesitaba la munición de calibre 0,303 para los fusiles Enfiled y ametralladoras ligeras Lewis, que lo estaban dando todo en el Frente Occidental. No todos los cartuchos se gastaron al acabar la guerra, claro, pero como nunca estaremos faltos de violencia institucionalizada, los británicos tuvieron la oportunidad de darles uso en la Guerra Civil Rusa, que comenzó en 1917 y arrasó el país hasta 1921 (y en algunas zonas hasta dos años más tarde). El conflicto, que enfrentó al Ejército Rojo contra varios ejércitos blancos (contrarrevolucionarios) y una variedad de milicias, dejó tras de sí un par de millones de muertos. Y muchos excedentes bélicos.

Los británicos apoyaron, como se puede imaginar, a las fuerzas contrarrevolucionarias, y en concreto a Anton Denikin, un personaje bastante siniestro, cuyos soldados asesinaban con la misma alegría a comunistas y a judíos -adelantándose al genocidio cometido por los nazis y sus aliados ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial.  El apoyo vino sobre todo en forma de armas y en concreto de 200.000 rifles, la mayor parte Enfield P-14, y sus respectivos cartuchos de 0,303. 


Un avance de la Guerra Fría: la lucha británica contra los soviéticos durante la Guerra Civil Rusa.

Cuando los bolcheviques ganaron la guerra, se encontraron con un gran número de armas de los calibres más diversos. La Guerra Civil Española les vino de perlas para deshacerse de estos excedentes: la munición de 0,303 fue de la primera que llegó a España procedente de la Unión Soviética. Sabemos que un gran cargamento de este proyectil se desembarcó en España el 1 de noviembre de 1936. Lo hizo con otros materiales bélicos obsoletos (como los fusiles Vetterli Vitali de la década de 1870) que fueron entrando en España a partir del 4 de octubre. 

Brigadistas con Enfield en la Casa de Campo en noviembre de 1936. Foto de Robert Capa. 


Los Enfield eran mucho mejores que los Vetterli o los Gras, pero el ejército soviético estaba armado con fusiles y ametralladoras que empleaban el cartucho 7,62 x 54 mm, así que lo primero que hizo la URSS, además de desprenderse de todo tipo de antiguallas, fue vender cualquier cartucho que no se pudiera disparar con sus propias armas (así como los fusiles que los disparaban). De esta manera, los Enfield y su munición llegaron a Madrid justo a tiempo para la defensa de la capital, que tuvo lugar a partir del 7 de noviembre de 1936. En las fotografías de la Batalla de Madrid, de hecho, se puede observar a muchos  brigadistas armados con Enfield. 

Cuando los republicanos recibieron decenas de miles de Mosin Nagant a partir de febrero de 1937, los Lee Enfield fueron o parar (o se quedaron) en frentes secundarios, como la Ciudad Universitaria de Madrid, donde ya no habría ataques masivos desde diciembre de 1936 (y donde nos encontramos muchos de sus casquillos) o el frente estabilizado del Jarama después de la ofensiva franquista. Los cartuchos de 0,303 que encontramos son un testimonio más de la escasa acción que vio este sector a partir de marzo de 1937.

Nos queda por vincular el cartucho de Enfield con el movimiento Beat: la explicación es sencilla. En Lowell pasó su infancia y adolescencia Jack Kerouac, el escritor maldito por antonomasia de mediados del siglo XX, defensor de las drogas, el amor libre, el hedonismo y la libertad individual y precursor del movimiento hippie. Su primer libro importante The Town and the City, está parcialmente basado en sus experiencias en Lowell. Haber crecido en una ciudad industrial, gris y opresiva como la mayor parte de las ciudades industriales, seguramente algo tiene que ver con su  actitud vital y con su obra.  

Jack Kerouac afirmó que las guerras no hacen avanzar a la humanidad, excepto materialmente. Las cuevas en las que vivían los soldados en Rivas y el cartucho  de Enfield que ya era viejo cuando llegó a España nos hacen pensar que a veces ni siquiera materialmente.

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Howson, G. (2000). Armas para España: la historia no contada de la Guerra Civil española. Península, Madrid.

Lowell. The story of an industrial city. US Department of Interior, Washington, 1992.
Mrozowski, S. A., Ziesing, G. H., & Beaudry, M. C. (1996). Living on the Boott: Historical Archaeology at the Boott Mills Boardinghouses, Lowell, Massachusetts. University of Massachusetts Press.



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