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jueves, 16 de octubre de 2014

La Lengua del Segundo Imperio


Los miembros de este proyecto recibimos regularmente comentarios que ponen en tela de juicio nuestra integridad científica debido, supuestamente, a nuestra falta de neutralidad. En otra entrada hemos tratado de explicar la diferencia entre neutralidad (imposible) y objetividad (necesaria). En relación con este tipo de comentarios se encuentra el malestar que produce en determinados sectores que nos refiramos al ejército sublevado como "franquista" en vez de "nacional".

Habría que recordar que según el diccionario de la Real Academia Española "franquista" significa "perteneciente o relativo al franquismo". Dado que el ejército sublevado fue, desde el 21 de septiembre de 1936, básicamente el ejército de Franco, caudillo y generalísimo, no parece descabellado referirse a sus tropas como "franquistas". Con ello no queremos decir que la ideología de los integrantes de dicho ejército fuera necesariamente afín a la de Franco, del mismo modo que no todos los soldados republicanos eran, desde luego, republicanos. 

El ejército franquista y toda la España bajo su control eran oficialmente franquistas además desde un punto de vista político. Según los estatutos de la Falange unificada, promulgados en agosto de 1937, "El Jefe Nacional de Falange Española y de las JONS, Supremo Caudillo del Movimiento, personifica todos los Valores y todos los honores del mismo. Como autor de la Era histórica donde España adquiere las posibilidades de realizar su destino, y con él los anhelos del Movimiento, el Jefe asume en su entera plenitud la más absoluta autoridad. El Jefe responde ante Dios y ante la Historia".

Creemos, por lo tanto, que está justificado referirse a las tropas sublevadas como "ejército franquista" desde septiembre de 1936 y sin lugar a dudas desde agosto de 1937. Llamar a un ejército sublevado "nacional", en cambio, es claramente erróneo. Estrictamente hablando, si había algún ejército nacional durante la Guerra Civil, ese era el que permaneció fiel al gobierno legal de la nación.

El problema del lenguaje que empleamos para referirnos a los contendientes no tiene que ver solo con la corrección historiográfica. Tiene que ver también con la forma en que pensamos: lenguaje y pensamiento son indisociables. 

El filólogo Victor Klemperer lo expresó de forma magistral en su libro La Lengua del Tercer Imperio. Klemperer fue un profesor de lengua judío que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en Alemania gracias a estar casado con una esposa aria. Durante la guerra se dedicó a analizar la lengua que utilizaba el poder totalitario para comunicarse y al mismo tiempo para modificar la mentalidad de la gente. Una de las conclusiones más desesperanzadoras del libro es que el lenguaje fascista no se limitó a los partidarios acérrimos del régimen nazi ni murió con este. Una vez que se normalizó, se extiendió a todos los sectores sociales (incluso aquellos reacios al nazismo) y continuó influyendo en la forma en que la gente percibe el mundo durante años. 

Algo semejante ha ocurrido con la Lengua del Segundo Imperio, el idioma del franquismo. La Lengua del Segundo Imperio (LSI) no es en realidad la que se ha popularizado y caricaturizado hasta la saciedad. Pasado el fervor fascista de los primeros años del régimen con sus cruzadas, razaespañola, reservaespiritualdeoccidente, porelimperiohaciadiós, unidadedestinoenlouniversal y expresiones similares, el lenguaje de la dictadura se convirtió cada vez en una defensa de valores ultramontanos presentados como puramente apolíticos.

La LSI no murió en 1975. La LSI piensa por nosotros y habla por nuestra boca cada día. Cada vez que decimos "nacionales" en vez de "franquistas", cuando hablamos de la guerra como "una locura", cuando decimos que "todos luchaban por sus ideas y todos estaban equivocados", o que "todos eran (son) iguales", o que "luchaban engañados", o "manipulados por unos pocos", o "si hubieran ganado los otros habría sido igual o peor", o cuando se acusa a alguien de estar "politizado" cuando expresa sus opiniones políticas o simplemente defiende que cualquier golpe de Estado contra un régimen parlamentario es execrable.

No es casual que Franco afirmara "haga como yo, no se meta en política". La política fue el principal enemigo de Franco y lo que puso más empeño en destruir: primero con el golpe contra la República, después con su astuta neutralización de la diversidad política dentro de su bando.

Casi 80 años después del inicio de la guerra, seguimos haciendo caso a su consejo. Continuamos hablando su lengua cuartelera y creyendo, cuando lo hacemos, que nos situamos en un plano moral incontestable.

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