El 1 de abril de 1939 acabó oficialmente la Guerra Civil Española con el famoso parte de guerra de Franco ("En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo..."). Pero con el final de la guerra no acabó la violencia: continuaron los asesinatos y las ejecuciones, los encarcelamientos masivos, la represión política y las operaciones militares (contra el maquis).
Aunque la guerra finalizó el 1 de abril, las tropas franquistas habían entrado en Madrid varios días antes, el 28 de marzo. Los soldados republicanos que aún defendían la Ciudad Universitaria dejaron las armas después de resistir dos años y medio de asedio. Muchos acabarían en campos de concentración o ante el pelotón de fusilamiento. El fascismo no perdona, aunque sea un fascismo católico.
El mes de abril de 1939, mientras en España se sucedían los fusilamientos y los presos morían de enfermedades, hambre y torturas en las prisiones, los aliados italianos de Franco se afanaban en aniquilar a sus propios enemigos. Fue en estas mismas fechas cuando el valeroso ejército fascista asesinó a más de 800 personas (hombres y mujeres, ancianos y niños), en la cueva de Zeret, en Etiopía. Otro millar de campesinos y guerrilleros cayeron bajo el gas, las bombas o el fuego de las ametralladoras en diversas operaciones punitivas en la misma zona. Zeret, como tantos sitios en España, ha sido un no-lugar, un espacio condenado al olvido hasta su descubrimiento por el historiador Matteo Dominioni y el arqueólogo Yonatan Sahle en 2006.
Durante nuestra reciente investigación en Etiopía tuvimos ocasión de visitar la cueva, todavía repleta de restos humanos, ropas, graneros, cestas y cerámicas rotas. Son vestigios arqueológicos que nos hablan de la supervivencia diaria de unos campesinos que prefirieron ocultarse bajo tierra y llevar una vida fugitiva antes que aceptar el yugo colonial. Nos hablan también de la barbarie del invasor, dispuesto a cometer las peores atrocidades con tal de imponer sus sueños imperiales.
Sobre la tierra ha quedado el testigo material de la masacre: cráneos infantiles, piel humana, telas quemadas. Se trata de la mejor evidencia para callar a quienes ponen en duda las hazañas del totalitarismo fascista.
Porque si el fascismo no perdona, la arqueología no olvida.
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