martes, 11 de diciembre de 2018

Fascismos

 Unos señores enseñan el sobaco en la Rumanía de los años 30. 

La reciente entrada en el parlamento de Andalucía de un partido político de extrema derecha, apoyado por 400.000 votantes, ha provocado un alud de comentarios por parte de políticos y comentaristas de toda índole. Una de las grandes cuestiones tiene que ver sobre si dicho partido se puede denominar fascista o no y si la etiqueta es útil para movilizar al electorado de izquierdas, al de derechas o a nadie.

Parece que se va imponiendo la idea de que usar el término fascista para calificar o descalificar no es acertado desde un punto de vista político y los argumentos propuestos resultan convincentes: para empezar, muchos votantes que no son en principio "fascistas" pueden sentirse tentados a abrazar el concepto simplemente porque si los "rojos" lo consideran un insulto, entonces es que tiene que ser bueno. Conviene recordar que algo parecido ya sucedió en Francia e Italia durante y después de la Segunda Guerra Mundial: los régimenes fascistas atribuían cualquier acto de la resistencia al comunismo. Lejos de restarle popularidad a los partidos comunistas, considerablemente minoritarios, los proyectó por los nubes: en la posguerra obtuvieron excelentes resultados electorales, paradójicamente gracias a la propaganda del Eje. Lo mismo puede suceder ahora, pero a la inversa.

No obstante, una cuestión es que sea útil y correcto utilizar una determinada etiqueta desde un punto de vista de estrategia política y otro muy distinta que sea correcto y heurísticamente útil (es decir, que ayude a resolver una cuestión histórica) desde un punto de vista científico, que es el que le compete a quien esto escribe. 
Más gente enseñando el sobaco. En este caso en Austria.

Cuando pensamos en fascismo nos imaginamos a gente uniformada desfilando ante la mirada de un caudillo totalitario y dispuesta a exterminar a quien se le ponga por delante. Este es el modelo típicamente nazi (y de nazismo de guerra, más concretamente), que es el que acabó ocupando todo el imaginario político del fascismo. Desde nuestra perspectiva resulta totalmente extraño y ajeno a la realidad actual. Pero el fascismo es una ideología heterogénea que fue mutando a lo largo de los años 20, 30 y 40. Algunos elementos básicos permanecieron inalterables y se encuentran presentes en distintos países, mientras que otros son muy característicos de determinados contextos o épocas: el antisemitismo biológico, por ejemplo, es muy alemán y muy poco italiano. En la Marcha sobre Roma de 1922 participaron numerosos judíos y las políticas raciales nazis solo se impusieron en Italia seriamente durante la Segunda Guerra Mundial. Hubo fascismo y movimientos fascistas en  casi todos los países europeos: España, Portugal, Rumanía, Bulgaria, Letonia, Lituania, Austria, Reino Unido, Noruega, Dinamarca, etc. etc. En varios de ellos triunfó: España, Portugal, Rumanía, Lituania y Austria fueron gobernados, al menos durante unos años, por régimenes que adoptaron una ideología fascista. 

Portugueses amantes de las banderas.

Entre los elementos que caracterizaron al fascismo de entreguerras se encuentran los siguientes:

-Militarismo y glorificación de las fuerzas armadas.
-Nacionalismo exacerbado.
-Imperialismo.
-Centralismo.
-Defensa de la homogeneización étnica y cultural del territorio estatal.
-Machismo, defensa de la virilidad.
-Rechazo de la homosexualidad.
-Desconfianza de los políticos.
-Idealización de un pasado supuestamente glorioso.
-Idealización de los valores supuestamente tradicionales de una nación (los cuales incluyen con frencuencia la religión católica: caso de España, Rumanía, Bélgica y Austria).
-Corporativismo (negación de la división de clases: lo que importa es la identidad nacional).
-Anticomunismo.
Banderas típicamente danesas.

Dos elementos que no se encuentran en el discurso político ultraderechista actual y que fueron importantes en el período de entreguerras son la defensa de la dictadura y el caudillismo. Es comprensible: en el momento presente, sería muy díficil que pudiera triunfar políticamente un régimen que abogase directamente por la destrucción de la democracia. No obstante, también conviene recordar que los partidos fascistas que llegaron al poder en los años 20 y 30 tampoco lo hicieron diciendo que iban a acabar con la democracia y a imponer una dictadura caudillista ¡Ni siquiera en España! El golpe a la República de julio del 36 se hizo en nombre de la República. Todos los partidos y movimientos fascistas se fueron radicalizando y desmontando la democracia una vez que llegaron al poder.

Gente de centro saludando en la España de los años 40.
Si dejamos aparte esos dos elementos, el resto de los pilares ideológicos del fascismo señalados arriba son reconocibles hoy en día, Y en buena medida el elemento vertebrador de todos ellos es el mismo: el antimodernismo.

El fascismo, como ya reconoció el historiador de derechas Ernest Nolte, es ante todo un movimiento antimoderno. De ahí que las propuestas del fascismo parezcan siempre más destructivas que propositivas: anti-semitismo, anti-comunismo, anti-liberalismo, anti-parlamentarismo.

 Votantes enfadados en la Inglaterra de entreguerras.

¿Por qué el fascismo es antimoderno? Porque la modernidad representa cambios que buena parte de la población no está dispuesta a digerir. El fascismo surge en momentos en que una parte de la ciudadanía se siente amenazada y frágil por motivos reales (crisis económica, nacionalismos centrífugos) o ficticios (invasión de otros pueblos, pérdida de prestigio de la nación). Frente a ello, el fascismo ofrece orgullos y certezas eternos. Estos orgullos tienen la ventaja de ser intangibles y no requerir de mayor esfuerzo (ser alemán, católico, blanco, europeo, etc.). Como tienen que ver con la identidad, el pasado desempeña un papel prepoderante. Pero no un pasado cualquiera: un pasado de expansión territorial y de violencia. Los nazis podrían haber puesto el énfasis en Gutenberg, Kant o Lucas Cranach y los portugueses en Gil Vicente. Pero no es la historia de los triunfos culturales la que interesa al fascista, sino la historia de la imposición sobre otros: la dominación. Por dos motivos: por pura ignorancia (todos los portugueses conocen el Imperio portugés pero muy pocos han leído a Gil Vicente) y por que es típico de quien se siente inseguro admirar la dominación. 

Un señor de ideología conservadora en Bélgica, concretamente el fundador del Rexismo.

Los años 20, que es cuando comienza a crecer el fascismo, son también los años en que avanzan los derechos de las mujeres, crece la secularización de la sociedad y el laicismo, el pacifismo, los derechos sociales. Muchos de los valores que hoy rigen en nuestras sociedades se desarrollaron en esos años. Y muchas personas, claro está, se sintieron amenazadas. Que las mujeres pudieran votar o los judíos ir a la universidad solo podían llevar a la destrucción del país. Hoy en día asustan los gays y los inmigrantes. También ponen en riesgo la esencia de la nación.
Que levanten la mano los de centro-derecha (Países Bajos).

¿Es la ultraderecha actual fascista? Desde un punto de vista histórico, las coincidencias entre la ideología antimoderna del presente y la de entreguerras son muy llamativas. Para un historiador que estudie los siglos XX y XXI en perspectiva, le resultará bastante complicado diferenciarlas ¿Debemos pues utilizar el término fascista o neofascista, desde un punto de vista histórico, para referirnos a la ultraderecha actual? Posiblemente no, por una cuestión puramente práctica. El término se ha manoseado tanto, especialmente por parte de una izquierda para la cual fascista incluía a cualquiera que se desviara ligeramente del dogma, que probablemente haya perdido su capacidad explicativa. El término, en cualquier caso, es lo de menos. Lo importante es que el contenido ideológico y las razones detrás del surgimiento de la ideología no difieren sustancialmente.
 
Otro señor de ideología conservadora (Suecia).

Se repite mucho estos días que en Andalucía no hay 400.000 fascistas. Si con ello se pretende decir que no hay 400.000 personas dispuestas a construir campos de concentración con sus propias manos y a fusilar gente por las calles, es muy posible que tengan razón. Pero desde este punto de vista, tampoco había 17 millones de fascistas en la Alemania de 1933, que es el número de personas que votaron a Hitler, ni 4,6 millones en Italia, que fueron los votantes de Mussolini en 1924. Lo que pasa es que los fascistas no son solo los psicópatas dispuestos a masacrar al chivo expiatorio de turno (una minoría ínfima incluso en la Alemania nazi). Fascistas son los que odian, los inseguros, los que se sienten amenazados y todos aquellos que dejarán hacer cuando los fascistas de uniforme y brazo en alto comiencen a actuar en serio.    

jueves, 8 de noviembre de 2018

La ruta más larga. Un traslado de significado.


Algún día de estos esperamos amanecer con la noticia de que han sacado a Francisco Franco del Valle de los Caídos. La operación es sencilla, de costes modestos y sin complicaciones técnicas, pero está generando un gran revuelto. Hasta tal punto es así, que para evitar el encuentro frente a frente, cuerpo a cuerpo, entre los medios, los curiosos, las víctimas del dictador celebrando el traslado y franquistas protestando en contra, la exhumación se intentará hacer con la máxima discreción. Nos enteraremos cuando ya haya pasado y Franco esté enterrado de nuevo en algún otro destino, esperemos que más acorde con una aspiración democrática; donde la familia pueda recordar al dictador en privado, pero sin que ocupe un lugar público honorífico.

Aún sin esta ceremonia pública de exhumación y reinhumación, la importancia de la acción material reside en algo inmaterial: su valor simbólico. Y como tal, para hacer su lectura, es útil armarnos de claves que pertenecen al ámbito de la performatividad y la representación. La decisión de trasladar los restos pasaría desapercibida si no tuviésemos en cuenta a quién pertenecen, la carga del memorial fascista dónde están ubicados o la actual jerarquía que se establece formalmente con el resto de los inhumados, por ejemplo. Poco pueden decir ya los muertos sobre su enterramiento y desenterramiento. Sin embargo, para los vivos este traslado es una forma de restablecer y actualizar el lugar simbólico que queremos que estos ocupen. En definitiva, el traslado físico es también un traslado conceptual.

Primer acto: Kilómetro 0 

Restos de la excavación en Abánades, Guadalajara
Restos de la excavación en Abánades, Guadalajara


En octubre del 2017, emprendimos un viaje en colaboración con el arqueólogo Alfredo González-Ruibal. El viaje comenzaba en la sede del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit-CSIC) en Santiago de Compostela y acababa en Abánades, Guadalajara. Llevábamos con nosotros los restos de 13 soldados que habían estado guardados en los almacenes del Incipit durante casi cinco años. El equipo del arqueólogo los había encontrado casualmente cuando excavaba en terrenos de Abánades. Habían muerto en batalla, la mayor parte luchando con el ejército sublevado, aunque también había un caído republicano y otros con adscripción desconocida.

Una vez acabada la investigación arqueológica, los restos habían quedado atascados en el almacén del Incipit-CSIC. Siguiendo el protocolo arqueológico, se deberían depositar en el Museo de Arqueología de la provincia donde se encontraron, sin embargo esta solución provocaba un conflicto ético al equiparar restos humanos con objetos arqueológicos. Por otra parte, ante la imposibilidad de identificarlos, tampoco podían entregarse a familiares que pudiesen hacerse cargo. Así que, antes de llevarlos a alguna parte, había que afrontar una cuestión: ¿Quién tenía la autoridad legítima para decidir sobre su destino? ¿El equipo de arqueólogos que los encontró? ¿Los colectivos o asociaciones ideológicamente afines? ¿El Estado? ¿El Ejército? ¿La Iglesia?... En definitiva: ¿De quién eran estos muertos?

Es en este momento cuando González-Ruibal nos invitó a involucrarnos para buscar una solución y visibilizar el caso de los 13 soldados: ¿Podíamos desde el arte encontrar la forma de que los restos entraran en un debate público más amplio sobre el legado de la historia reciente y traumática de la Guerra Civil y la dictadura?

Cajas en Incipit - CSIC, Santiago de Compostela
Cajas en Incipit - CSIC, Santiago de Compostela

El asunto hubiera sido menos complicado si los restos perteneciesen a republicanos; al menos la identificación con ellos como antecesores y defensores de un sistema democrático hubiese sido más fácil. Pero el conjunto se conformaba con soldados de ambos bandos. Teníamos que repensar las herramientas artísticas a las que estábamos recurriendo para no caer en el lenguaje de la conmemoración, y al mismo tiempo, evitar suavizar o camuflar las aristas más afiladas del caso. Alfredo González-Ruibal envió una carta al Ejército preguntando sobre los protocolos y la responsabilidad de la institución al encontrarnos ante soldados caídos en combate. La respuesta del que entonces era director del Gabinete Técnico del Ministerio de Defensa fue escueta y evasiva. Como solución indicaba que, al tratarse de restos no identificados, se debían inhumar en el cementerio de la población donde se hallaron. Añadía que, si fuese necesario, se podría disponer del osario del panteón militar del cementerio de Guadalajara. No había ninguna mención sobre cómo había que hacerlo o quién se ocuparía de sufragar los gastos

Entrada al cementerio de Guadalajara
Entrada al cementerio de Guadalajara

Visitamos primero el cementerio de Guadalajara. Presidiendo el recinto nos topamos con una gran cruz sobre una lápida, brillante y cuidada con flores frescas, dedicada a los "Caídos por Dios y por España". En contraste, en una zona apartada, estaban los vestigios de la fosa con las casi 1000 víctimas de la represión franquista en la ciudad, donde unos meses más tarde comenzarían las exhumaciones para identificar a Timoteo Mendieta. En definitiva, el camposanto repetía espacialmente la narrativa del Valle de los Caídos. No parecía el lugar adecuado para los restos de los 13 soldados

Detalle de la fosa de las víctimas del franquismo en el cementerio de Guadalajara
Detalle de la fosa de las víctimas del franquismo en el cementerio de Guadalajara

Así que decidimos llevarlos hasta Abánades y dar una dimensión pública al viaje. Con este objetivo, en el camino, hicimos una parada en Madrid. Allí, en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid, a través de la Oficina de Derechos Humanos y Memoria, organizamos un seminario para debatir sobre posibles destinos para los restos y los problemas prácticos con los que se encuentra un arqueólogo como consecuencia de un pasado con un marco legal sin resolver. Invitamos a un grupo de gente que desde su bagaje profesional y político reflexionó sobre los diferentes posibles escenarios. Participaron Juan Pablo Calero (historiador), Pedro Corral (periodista, escritor y concejal del PP del Ayuntamiento), Francisco Ferrándiz (antropólogo), Alfredo González-Ruibal (arqueólogo), Jimi Jiménez (investigador y arqueólogo), Queralt Solé (historiadora), Guillermo Zapata (concejal de Ahora Madrid en el Ayuntamiento) y Jesús Carrillo (historiador del arte) como moderador.

Lo que viene a continuación es un resumen del debate, junto con el vídeo completo del evento.

Segundo acto: Kilómetro 598


"La ruta más larga", Centro Conde Duque, Madrid, 14 de octubre del 2017
"La ruta más larga", Centro Conde Duque, Madrid, 14 de octubre del 2017

Alfredo González-Ruibal introduce las cuestiones principales en torno al caso de los 13 soldados. "No pueden ir a la vitrina de un museo, pero tampoco tienen que ser enterrados como enterraríamos a nuestros seres queridos ahora en el presente", establece. Por otro lado, una vez encontrado un lugar para darles sepultura, resalta el problema con el epitafio y la denominación de los contendientes, sobre todo para los que lucharon en las filas del ejército franquista, "¿Ejército sublevado? ¿Ejército nacional? ¿Qué ponemos?", se pregunta.

Encontrar restos de soldados franquistas todavía sin exhumar no es lo habitual. La inmensa mayoría de fosas comunes que quedan están llenas de víctimas republicanas, y son las familias, de forma no oficial, las que se han encargado de ellas en los casos en los que ha sido posible. Aún así, se calcula que todavía quedan sin localizar cerca de 114.000 víctimas de la Guerra Civil y la dictadura. Como indica Juan Pablo Calero, la Memoria Histórica ha existido siempre, pero ha sido una historia familiar: "Las familias recuerdan a sus muertos. Lo han hecho en el franquismo, en la Transición y después. Por ejemplo, cuando empieza la Transición, se abren muchas fosas y se sacan muchos cadáveres. Pero lo hacen las familias. La gente sabe dónde están sus muertos. Iba, abría y sacaba. Curiosamente esas exhumaciones solo salían en el Interview. (…) ¿Qué es lo que ocurre? Que llega un momento en que la magnitud del problema hace que deje de ser un asunto puramente familiar". En el momento en que hacemos de la memoria una cuestión de Estado es cuando se complica.

Queralt Solé y Jimi Jiménez hablan sobre las soluciones encontradas en el País Vasco y Cataluña. Se comenta que tal vez sea más fácil afrontar este tema en contextos donde hay un "nosotros" más claro.

A nivel estatal, Guillermo Zapata recuerda las dificultades para construir una política de memoria en un contexto político en el que no hay, ni habrá, consenso en cuanto a un relato sobre el pasado de la Guerra Civil y la dictadura. Advierte sobre la sobre-institucionalización de las políticas de memoria, y propone distinguir entre la lectura de Estado de un determinado problema y las políticas públicas. La función del Estado sería crear "recursos y protocolos, normas y regulaciones, que permiten intervenir en un determinado problema", sin tratar de construir un relato histórico común.

Pedro Corral, en cambio, opina que sí se debería buscar el consenso. "Pongámonos de acuerdo en ponernos de acuerdo", dice. Cree que para esto "debemos seguir un proceso desmitificador" y romper con las etiquetas que se establecen con la victoria del franquismo para identificar a unos y a otros en una Guerra Civil. "El franquismo hizo una cosa muy inteligente. Cogió a todos los que había asesinado el terror frentepopulista y se los metió en su saco. Eso es falso. Había liberales, había republicanos, había gente que, de llegar a sobrevivir a esa tragedia, seguramente no habría estado conforme con el franquismo. En eso la izquierda también ha caído en el engaño y deja esa etiqueta, porque bueno, 'esos eran franquistas fusilados'". Considera que esto es una forma de distinguir entre víctimas de primera y de segunda, y que a partir de esta distinción es cuando se origina conflicto. "Las leyes en Andalucía y Aragón están reduciendo a condición de víctima a los de un solo bando: los que lucharon por la libertad y la democracia (…). Estamos creando nuestro propio martirologio, como hizo la dictadura. Negando los excesos del otro bando".

Francisco Ferrándiz también se inclina por una solución global y "crear nuevos lenguajes para entender el pasado", pero considera que no podemos aislar la Guerra Civil de los 40 años de dictadura posterior, "la sombra de la guerra es alargadísima", dice Queralt Solé. El franquismo se encargó de honrar la memoria de sus muertos durante la guerra civil a través de los cuales construyó los rituales que conocemos como mecanismos de significación. Jesús Carrillo añade que "el problema con el Estado Español es que inició su fundación sobre un mausoleo, el Escorial, que luego el franquismo recupera en el Valle de los Caídos. Pero hay una muy débil tradición de monumentos liberales". Por eso, Ferrándiz advierte sobre los riesgos de adaptar los protocolos y funerales oficiales que ya conocemos. Cuestiona también si los protocolos de los caídos en la II Guerra Mundial serían extrapolables al caso español: "cero jerarquía entre rangos, ajardinado al milímetro... Hay una neutralización de los aspectos más políticos".

Se debate sobre la sobre-interpretación de la subjetividad de los soldados y sobre posibles denominadores comunes para abordar la representatividad desde la actualidad. Pedro Corral considera que el denominador común es que son españoles: "Salvo que se demuestre lo contrario son españoles caídos en un momento de nuestra historia. Forman parte de nuestras huellas, cicatrices y hay que ir volviendo con ellas". No todos los participantes están de acuerdo con esta denominación y se cuestionan si sería aplicable a otros casos como el de los gudaris o los anarquistas. Alfredo González Ruibal propone el conflicto como posible seña de identidad: "Quizás el reconocer que llevamos 500 años desde las guerras civiles castellanas matándonos unos a otros no deja de ser un elemento identificador y podría formar parte también de la forma en que recordemos a nuestros muertos". Guillermo Zapata añade: "¿Cuál es la condición básica común? A mí me sale que están muertos. Si estuvieran vivos estarían peleando en una contienda".

Desde el público, alguien propone una solución poética, mencionando la enigmática frase encontrada en el bolsillo del poeta Antonio Machado al morir: "Estos cielos azules y este sol de la infancia". Se pregunta si esta cita no sería adecuada como epitafio.

Damos por terminado el seminario y seguimos nuestro viaje. Estamos ya más cerca de nuestro destino: Abánades, Guadalajara, donde el Ayuntamiento se ha comprometido a ocuparse del enterramiento de los 13 soldados en el cementerio municipal.

Tercer acto: Kilómetro 735

Museo de la Guerra Civil, Abánades, Guadalajara
Museo de la Guerra Civil, Abánades, Guadalajara

Abánades es un pequeño y pintoresco pueblo agrícola donde viven, según sea invierno o verano, 30 o 300 personas. Uno de los pocos episodios memorables con los que cuenta históricamente es que, durante la Guerra Civil, fue el escenario de una violenta batalla. El suceso no cambió el devenir de la guerra, sin embargo, se habla de que dejó unas 7.000 bajas de ambos lados, entre ellas las de los 13 soldados que tenemos en nuestras manos. Aún hoy, los restos bélicos forman parte del paisaje local. Cada año se celebra una festiva recreación de la batalla y se ha creado un pequeño centro para la memoria con objetos que han ido juntando los vecinos, el Museo de la Guerra Civil de Abánades.

Es en este espacio donde depositamos los restos. Nos reciben el alcalde del pueblo, sus dos concejales y los responsables del espacio, y entre todos, trasladamos las cajas hasta el local. Mientras tanto, se comentan los costes de la inhumación y sobre cómo se podrían afrontar. Tienen su propia agenda sobre lo que se podría hacer, y las consideraciones prácticas son un factor determinante. Madrid queda muy lejos.

Dejamos cuidadosamente las cajas con los restos sobre una mesa. Los encargados del Museo las custodiarán a partir de ahora hasta que llegue el día en que pueda hacerse la inhumación. Hoy los soldados siguen atrapados en su larga ruta. Tal y como dijo Guillermo Zapata en el seminario, "En el momento en que estos restos encuentren su descanso, su papel en términos políticos desaparece".

Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum, 2018
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El vídeo completo de la tertulia en el Centro Conde Duque:



Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum trabajan juntos como artistas visuales desde 2001. Mirando más allá del horizonte de su propia disciplina, colaboran habitualmente con gente de otros ámbitos. Su práctica está motivada por un interés por repensar el papel del artista en la sociedad, abordando nociones comunes sobre autoría, identidad cultural y relaciones de producción. Más información en www.parallelports.org

La ruta más larga se enmarcó en el contexto del proyecto europeo NEARCH - Nuevos escenarios para una arqueología en comunidad, en colaboración con Incipit - CSIC (Santiago de Compostela) y la academia Van Eyck (Maastricht, Holanda). El seminario se organizó con el Ayuntamiento de Madrid, a través de la Oficina de Derechos Humanos y Memoria.

miércoles, 24 de octubre de 2018

La guerra es esperar


En su libro El tiempo regalado, Andrea Köhler nos recuerda que la vida es esperar y el esperar  -terrible o gozoso, largo o breve-está entretejido no solo de tedio, sino de emociones (miedo, angustia, amor, deseo). Los arqueólogos sabemos bastante del tema, porque nuestro trabajo consiste, en buena medida, en eso: esperar -a que las cosas vayan emergiendo lentamente de la tierra, a que tomen forma y tengan sentido- pero también en documentar la espera, los tiempos muertos de la vida.

Es interesante que en castellano, catalán y galaico-portugués existe una sola palabra "esperar" para referirse a dos cosas distintas: "Tener esperanza de conseguir lo que se desea" (desear, ansiar, anhelar) y "esperar a que llegue alguien o algo, o a que suceda algo". La emoción forma parte de la espera. En cambio, en alemán, inglés, francés, italiano y otras muchas lenguas se separa la experiencia espacio-temporal de la emocional (warten/hoffen, wait/hope, attendre/espérer, aspettare/sperare).



La guerra es una larga espera. Y el verbo en las lenguas romances ibéricas sirve mejor para expresar lo que ello significa. Lo que descubrimos con nuestro trabajo arqueológico son las ruinas de la espera y de la esperanza: ¿qué es un refugio de tropa si no un sitio donde se espera (se aguarda y se anhela)? O un paredón o el borde de una fosa: el lugar donde esperar ya solo significa aguardar el fin.

En ningún sitio se espera tanto como en la guerra y toda la historia de una guerra se puede contar en sus esperas.

Esperar el rancho.
Espera un ascenso.
Esperar agazapado al enemigo en la trinchera.
Esperar una orden.
Esperar una carta (no cualquier carta, una carta).

Esperar noticias del frente.
Esperar noticias de casa.
Esperar el cambio de guardia.
Esperar la hora del descanso.
Esperar la hora del combate.

Esperar que termine un bombardeo con los nervios hechos trizas.
Esperar el relevo en primera línea con los nervios hechos trizas.
Esperar que tu camarada acabe de morirse.
Esperar que el herido en tierra de nadie acabe de desangrarse.
Esperar que no te tengan que amputar una pierna. 
Esperar el turno para que te amputen una pierna.


Esperar tu turno en un prostíbulo.
Esperar que hoy no te violen.
Esperar el momento de huir.
Esperar que hubiera un error, que no fuera tu marido.

Esperar que acabe la guerra.
Esperar que no acabe la guerra.

Esperar que vuelva tu hijo, tu novio, tu hermano.
Esperar que vuelva entero.
Esperar el momento de vengarse.
Esperar el último barco.
Esperar que acaben de pegarte.
Esperar la próxima paliza.
Esperar que pase la noche.

Esperar que vuelvan a pasar de largo.
Esperar que te lleven a otra cárcel, a otro campo, a cualquier lado, con tal de seguir vivo.
Esperar que llegue una contraorden en el último minuto.
Esperar las balas del pelotón de ejecución.
Esperar el tiro de gracia.
Esperar cuarenta años a que acabe la dictadura.
Esperar ochenta años para que te exhumen tus bisnietos.
Esperar justicia.
Esperar reparación.
Esperar.

sábado, 13 de octubre de 2018

Un imperio de mentira


Uno de los pilares de la ideología franquista fue el Imperio. Para el nacional-catolicismo, el Imperio de los siglos XVI al XVIII había sido la época más gloriosa de la historia de España, no solo por el hecho de que nuestro país se hubiera convertido en la primera potencia mundial, dueña de medio orbe, sino por el espíritu que lo había hecho posible. Dado que recuperar el imperio a mediados del siglo XX era una cosa un pelín complicada, se podía al menos recuperar el espíritu imperial. Y para eso se creó una cultura material en la que dominaban los símbolos del imperio (con el águila ominpresente), se crearon novelas y películas y se adoctrinaba a los niños en las escuelas. 

Uno pensaría que en la democracia esta ideología chovinista y agresiva habría desaparecido. Pero como tantas otras cosas que sucedieron en la Transición, realmente no pasó a mejor vida, sino que entró en hibernación o se transformó en otras cosas. Así, en la ley 18/1987 en los que se establece el 12 de octubre como fiesta nacional, se dice que dicha fecha conmemora el inicio de "un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos". Una forma muy delicada de referirse a un proceso de explotación colonial como cualquier otro. Al igual que Francia, España nunca ha revisado en serio y de forma crítica su historia colonial y esto explica que cada cierto tiempo resurja con sus mitos y sus victimismos ("los otros países nos odian porque nos tienen envidia"). 

Desmontar dichos mitos requerirían mucha letra y este blog no es el sitio para hacerlo. Me gustaría sin embargo señalar dos leyendas tremendamente recurrentes, cuyo origen se encuentra en el franquismo y que se han vuelto a poner de moda con el resurgir del nacionalismo español y más recientemente con motivo del 12 de octubre.

Mito 1. Los españoles eran colonizadores "buenos" porque no eran racistas y se mezclaban con la población local, al contrario que los colonizadores "malos" del norte de Europa.

Se podría criticar el significado real de dicho mestizaje (violaciones, servidumbre con obligaciones sexuales, matrimonios forzados, etc.), pero quizá sea más interesante desmontar la segunda parte del mito. Los españoles no se acostaban con indígenas ni más ni menos que el resto de los colonizadores conocidos. Los holandeses dieron lugar a los basters en el sudeste de África (una mezcla de boers y khoikhoi), los franceses se mezclaron tan a fondo con los aborígenes de Canadá (wabanaki,algonquinos, cree, ojibwe, etc.), que dieron lugar a un nuevo grupo étnico, los métis ("mestizos"), hoy reconocido como una nacionalidad más del país. 

Basters en Nambiia a mediados del siglo XX.

Y en el sur de Estados Unidos, los creoles de la Luisiana son un popurrí de franceses, españoles, indios y africanos. Los británicos de la Compañía de las Indias Orientales tuvieron sistemáticamente concubinas locales e hijos mestizos hasta la época del Raj (1858-1947), en la cual decayó la práctica. En Norteamérica, los ingleses, alemanes y otros pueblos del norte de Europa mantuvieron sistemáticamente relaciones sexuales (y familiares) con los indígenas, lo que explica que existan muy pocos nativos "puros" en el país: el 75% de los cheroquis solo tienen un cuarto de parentesco aborigen. Los holandeses, nuevamente, se arrejuntaron muy a gusto con los indonesios y dieron lugar a los denominados indo, que actualmente son unos tres millones en el país y cerca de 700.000 en los Países Bajos.

Mito 2. Los españoles eran buenos colonizadores porque no exterminaron a la gente, no como los colonizadores malos del norte de Europa que arrasaron a todo el mundo. Prueba de ello es que en territorio colonizado por españoles hay muchos indígenas y en territorio colonizado por otros europeos, pocos.

Los españoles eran igual de cabrones que cualquier hijo de vecino en el siglo XVI. La desaparición o no de poblaciones indígenas tiene poco que ver con su ética y mucho con diversas circunstancias culturales, políticas y económicas. Las sociedades americanas centralizadas con millones de habitantes, como los aztecas o los incas, que es en las que piensa la gente normalmente, sobrevivieron sin mayor problema el embate colonial. Murieron millones a causa de epidemias y de violencia, pero eran muchos, así que salieron adelante. 
 Indígenas muriendo de una epidemia de viruela en el México colonial.
 
Las sociedades tribales descentralizadas con pequeños contingentes de población desaparecieron en masa: esto es lo que pasó en las Antillas. Por eso Haiti o Cuba están llenas de negros, pero es más difícil encontrar un indígena taíno que un demócrata en un mitin de Vox. Con los ingleses sucede lo mismo: en Norteamérica desaparecieron las sociedades de carácter tribal, que eran las que ocupaban la mayor parte del territorio (en Norteamericana, al contrario que en Mesoamérica y América del Sur no se desarrollaron estados centralizados). Allí donde había formaciones sociales más complejas (aunque no estatales) y con mayor demografía, pudieron contarlo: caso de los denominados indios pueblo (keres, tiwa, hopi, etc.) del suroeste de los Estados Unidos. Los cuales por cierto, nos querían tanto que en 1680, durante la época de control español, se cargaron a 400 españoles, echaron al resto y mantuvieron la independencia durante doce años.

Conviene tener en cuenta un segundo punto. Se compara de forma errónea el colonialismo español del siglo XVI y XVII con el colonialismo europeo del siglo XIX. Son fenómenos distintos. El mestizaje y la convivencia fueron habituales hasta finales del siglo XVIII independientemente del pueblo colonizador. Durante el siglo XIX, sin embargo, surge el racismo biológico, lo que explica que la segunda oleada colonizadora que se desarrolla desde mediados de esa centuria sea mucho menos mestiza y bastante más excluyente y exterminadora. Para entonces España era una potencia colonial en declive, así que es difícil comparar. Los únicos territorios que ocupa nuestro país entonces son minúsculos, caso de Guinea Ecuatorial. La colonización a principios del siglo XX en esta región, sin embargo, tuvo tintes auténticamente genocidas y fue considerablemente más brutal que la británica de Nigeria (por ejemplo), aunque no tanto como la del Congo belga.

En conclusión: si agitáramos menos banderas y leyéramos más libros nos iría mucho mejor a todos.

jueves, 11 de octubre de 2018

El gran espectáculo del fascismo

Solo falta King Kong. Foto sin fecha del Valle de los Caídos. Patrimonio Nacional

El fascismo no se puede comprender sin su materialidad. Si los distintos regímenes fascistas no hubieran desarrollado estrategias materiales tan espectaculares y convincentes, quizá no hubieran tenido el éxito que llegaron a tener. Se ha hablado con frecuencia de lo bien coreografiadas y escenografiadas que estaban las grandes celebraciones nazis. Y es verdad. Los estetas del régimen claramente sabían lo que hacían: sin necesidad de djs ni de pastillas lograban poner a cien a las masas, las hacían entrar en un éxtasis colectivo tras el cual se les podía pedir cualquier cosa -que aceptaran una dictadura, una guerra mundial o un genocidio. 

En esta cultura del espectáculo fascista tienen mucho que ver dos cosas estrechamente relacionadas: el desarrollo masivo de la cultura popular desde finales del siglo XIX y las tecnologías de la Segunda Revolución Industrial (como el cine, la radio y la electricidad). Existe un tercer elemento que resulta bastante paradójico: la expansión de la democracia. Hasta mediados del siglo XIX la gente de a pie contaba bastante poco, porque su capacidad de influir en la vida política era muy limitada (salvo en los excepcionales momentos revolucionarios). Sin embargo, a partir del último cuarto del siglo XIX el sufragio universal masculino se vuelve cada vez más común, surgen los partidos políticos modernos y con ellos la propaganda: es necesario convencer a la gente de que es mejor que les gobierne fulanito y no menganito. Y en esta labor de seducción no valen solo buenas ideas. Los colores, la música, los esloganes, los logos resultan esenciales: entre otras cosas porque la población iletrada era todavía muy numerosa.

El desarrollo de la cultura de masas, las tecnologías audiovisuales y la democracia representativa vienen de la mano de un cuarto fenómeno: el consumo capitalista. Las industrias producen mucho y a bajo precio. Los ciudadanos de occidente pueden acceder a productos nunca antes soñados. La competición entre empresas es feroz. Surge la publicidad.

Sin esta combinación de factores no se entiende el espectáculo del fascismo. Pero tampoco se entiende a Trump ni a Bolsonaro, herederos del populismo reaccionario de los años 30.

El fascismo italiano y el nazismo alemán desarrollaron sofisticados espectáculos de luz y de sonido que poco tenían que envidiar a las películas de Hollywood de la época. Y de hecho, ambos regímenes invirtieron grandes sumas de dinero en la industria cinematográfica. No es casual que la compañía pública de cine en época de Mussolini se llamara "luz" -LUCE (L'Unione Cinematografica Educativa). Los juegos de claroscuro ofrecían dramatismo y sensación de gravedad a las ceremonias políticas (que contrarrestaban la banalidad de las ideas). Por ese motivo fueron explotadas hasta la saciedad por los totalitarismos.


No se ha avanzado tanto en el estudio de la estética política del franquismo como en las de la Alemania y la Italia de la época. Pero las influencias fascistas son evidentes. Quizá en ningún sitio son tan claras como el Valle de los Caídos, una compleja escenografía que bebe del paisajismo nazi -el cual, por cierto, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y se acabó utilizando para construir memoriales... ¡en los campos de exterminio nazis!

Aunque la estética fascista se puede percibir en el valle un día cualquiera, en la imagen que ilustra esta entrada queda si cabe mucho más de relieve. El juego de luces y sombras recuerda enormemente a la entradilla de las producciones de LUCE que reproducimos más arriba. Como todo en el franquismo, la experiencia catártica político-religiosa fascista toma aquí un carácter fuertemente católico. Parece que estamos a punto de contemplar una epifanía divina. Lo cual encaja perfectamente con la idea de que Franco era caudillo por la gracia de Dios. Si la leyenda en las monedas no lo convencían a uno del todo, ahí estaba el espectáculo del Valle para completar el trabajo. 

He aquí pues uno de los problemas del fascismo. Y es que mola. Escenarios monumentales, muchas banderas, gritos al unísono, música a todo volumen, colorines, ideas simples, chivos expiatorios ¿Qué más se le puede pedir a la política?

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Falasca-Zamponi, S. (1997). Fascist spectacle: the aesthetics of power in Mussolini's Italy. Berkeley: University of California Press.

Van der Laarse, R. (2015). Fatal Attraction. Nazi Landscapes, Modernity and the Holocaust. En Landscape biographies: geographical, historical and archaeological perspectives on the production and transmission of landscapes, 345-375. Amsterdam: Amsterdam University Press

Gracias a Luis Antonio Ruiz Casero por poner en mi conocimiento la existencia de la foto del Valle iluminado.

lunes, 8 de octubre de 2018

Arqueología pública: manual de instrucciones

Día de puertas abiertas, Abánades, septiembre de 2010.

La Guerra Civil Española es un campo que apasiona. Nos apasiona a quienes escribimos en este blog, a una multitud de académicos (historiadores, historiadores del arte, antropólogos) y a una parte considerable de la sociedad española. Es comprensible, porque es quizá el episodio histórico más importante de los últimos quinientos años en nuestro país, un episodio traumático que sigue teniendo una gran relevancia en el presente.

Precisamente por ello, desde que iniciamos nuestra andadura como arqueólogos del conflicto decidimos que nuestro proyecto debía ser público. Y desde el año 2008 hemos tratado de dar a conocer nuestra investigación al tiempo que la íbamos realizando: a través de este blog, de Facebook, de Twitter, en conferencias públicas, en jornadas de puertas abiertas, divulgando los informes técnicos online... La satisfacción que nos produce realizar este trabajo solo es comparable al placer de compartirlo. Vuestro apoyo y vuestro entusiasmo a lo largo de los años han sido un acicate fundamental para seguir adelante, a veces en condiciones francamente adversas.

Visita guiada. Santiago de Compostela, noviembre de 2012.


Divulgar a tiempo real tiene sus problemas, por supuesto. Y algunas personas no son conscientes de ello. De ahí las aclaraciones que siguen.

El primer problema de la divulgación en tiempos de Internet es la fauna de trolls a los que debe uno enfrentarse. Da igual que se hable de la Guerra Civil o de calceta. La gente tiene ideas firmes y las expresa con la misma soltura y la misma agresividad en las redes y en la barra del bar. Con la diferencia de que en el segundo caso se enteran cuatro y en el primero nos enteramos todos. Uno podría pensar que la rivalidad es sobre todo política. Y efectivamente, existen trolls políticos que discrepan de forma ofensiva de los diversos puntos de vista de quienes participamos en este proyecto. 

 Día de puertas abiertas, Madrid, julio de 2016.

Pero los trolls políticos son solo un grupo y no siempre el más activo. Contamos también con un nutrido grupo de eruditos agresivos que se dedican a despreciar cuanto hacemos partiendo de una doble convicción: de que solo nos mueve el dinero y la fama y de que somos unos ignorantes. 

Respecto al primer punto, todo el mundo sabe que los arqueólogos estamos aquí para forrarnos. Como se mueve tanta pasta, todo arqueólogo que se precie va a trabajar en un Mercedes desde su chalé con piscina de un millón de euros. Quien esto escribe gana más dinero quedándose en su despacho a investigar que organizando trabajo de campo. Básicamente porque no ha habido una sola campaña en la que no haya tenido que poner dinero de mi bolsillo. En cuanto al equipo, sus salarios son los que estipula el CSIC para personal técnico. Y si contamos la cantidad de horas extras, sábados y domingos que han trabajado, la hora laboral les debe salir a 6 o 7 euros.

Niños en una de nuestras excavaciones, Abánades, septiembre de 2011.

Respecto a la ignorancia. Los trolls eruditos parecen desconocer cómo se genera conocimiento científico. No pasa nada. No tienen porque saberlo. Pero podrían ser un poco más prudentes y un poco menos ofensivos. Si siguieramos el modelo de trabajo científico convencional, haríamos nuestras excavaciones en silencio sin que nadie viera nuestros fallos, procesaríamos nuestros datos durante cuatro o cinco años fuera de la mirada pública y finalmente sacaríamos una memoria técnica y varios artículos en lugares inaccesibles para el común de los mortales. Quizá también una noticia en un periódico. 

A nosotros esto nos parece insatisfactorio e injustificable con los medios de que disponemos actualmente. Tenemos la firme convicción de que debemos compartir con la sociedad todo el proceso investigador, nuestros hallazgos y nuestro errores, nuestras dudas y nuestras certezas. Esto es lo que tradicionalmente ha quedado oculto en lo que el sociólogo de la ciencia Bruno Latour llama "cajas negras", un espacio de producción de conocimiento sellado a cal y canto, invisible salvo para los iniciados. 

Lo que nos hemos encontrado al abrir la caja negra es a un montón de gente maravillosa, gente que nos ha ayudado muchísimo, que ha disfrutado con nosotros y que nos ha agradecido nuestra labor más de lo que merecemos. Pero también nos hemos encontrado con hordas de trolls que consideran que confundir un topónimo, una fecha o el calibre de un cartucho en una entrada del blog o de Facebook es muestra de intrusismo y de ignorancia supina. Podríamos ahorrarnos sus comentarios dando a conocer el producto final, refinado y contrastado. Pero preferimos correr el riesgo de equivocarnos que ocultar un proceso investigador que apasiona a tanta gente. Ojo: nos encantan las críticas. Es la base del trabajo académico y lo que nos hace aprender y mejorar. Aquí me refiero exclusivamente a las agresiones verbales.

Por resumir: lo que se recoge en este blog es un trabajo en proceso. Escribimos las entradas al ritmo de la pala y el pico. Las interpretaciones cambian según avanza la excavación, según descubrimos nuevas fuentes, según las personas que siguen nuestros andanzas nos señalan errores o imprecisiones. Tratamos de hacer nuestra investigación interesante, contar historias sobre los objetos que descubrimos, los lugares en los que excavamos. Trabajamos en toda España, así que a veces confundimos el nombre de un cerro o un río. Intentamos que estos errores no aparezcan en las publicaciones finales. Las conclusiones definitivas de nuestros proyectos, en todo caso, se encuentran en las memorias técnicas, disponibles en digital.csic.es y en numerosos libros y artículos. Son géneros distintos -la web y las publicaciones científicas- y no se les pueden plantear las mismas exigencias de prueba y retórica.


Queridos trolls (vosotros sabéis quiénes sois, no hace falta dar nombres ni siglas), nosotros vamos a seguir trabajando y escribiendo para aquella mayoría que entiende lo que nos motiva y que disfruta siguiendo nuestros hallazgos en las trincheras. Os agradeceríamos un poco más de cortesía cuando os refiráis a nosotros, claro. Sea como sea, nosotros seguiremos a lo nuestro, que es descubrir el pasado, maravillarnos, aprender y compartir nuestro trabajo con todos vosotros.

miércoles, 3 de octubre de 2018

800 balas

Casquillos del campo de tiro de El Campillo (Fot. de J. Marquerie).
 
Montañas de basura. Agujeros de kilómetros cuadrados para la extracción de áridos. Un campo de tiro. En El Campillo lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. El estruendo cadencioso procedente de la fábrica anexa, con cierto aire sonoro a La Guerra de los Mundos, da paso a fiestas de cumpleaños infantiles en el pinar. Los niños, carne de piñata, aparecen de vez en cuando con una bala en las manos, con un casquillo de Cetme. Para los padres, que no han hecho la mili, todo el monte es orégano. Al menos en las trincheras los infantes están controlados. Este paraje se integra en un parque natural en el que hay una laguna artificial, una megafinca privada, una vía de ferrocarril y una fábrica enorme de piezas metálicas. Podríamos definir El Campillo echando mano de conceptos como el de no-lugar, pero quizás la clave esté en su naturaleza brutalista. Brutal fue la batalla del Jarama y todo lo que vino después.
 
 
Este paisaje brutalista es codiciado desde hace tiempo como decorado para películas, spots publicitarios, series de televisión e influencers varios. Ahí tenemos a David Bisbal y el vídeoclip de su tema Duele demasiado (el título no se refiere a su propia música).  Estos parajes quedan estupendos para recrear el paisaje bélico de Siria, por ejemplo, o para un sketch de José Mota para Nochevieja. La crueldad no tiene límites. Muy manido también es usar la vía del ferrocarril para ambientar situaciones de zozobra. Durante nuestra excavación, un amplio equipo de televisión estuvo dos días allí grabando el intento de suicidio de un protagonista de la serie Cuéntame. Los cantiles, los cortados del macizo del Piul llaman también a jóvenes emprendedores. Como las chicas de una tienda de zapatos de moda, que pasaron una tarde tirando fotografías con una modelo para el book del negocio. En la última visita guiada ya, directamente, nuestras excavaciones se convirtieron en platós de grabación.
 
 
Este proceso de apropiación audiovisual de El Campillo es un paso más en la despolitización y deshistorización del paisaje bélico de la batalla del Jarama. Como diría Pierre Bourdieu, prevalece hoy en día la amnesia de la génesis. Por eso tiene valor el proyecto patrocinado por el ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, aunque sea solo para volver a historiar este espacio y recuperar su sentido de lugar. En todo caso, también nos parece interesante rastrear arqueológicamente este proceso de conversión de El Campillo en un recurso icónico para la ficción. Y aquí es donde necesitamos de vuestra ayuda. En la prospección hemos encontrado material de fogueo empleado en producciones cinematográficas. Según nos cuentan desde el ayuntamiento, se grabaron algunos cortos hace décadas, pero nadie acierta a localizar el título de las obras ni la fecha de grabación.
 
 
Tal como están las cosas en nuestro país, es más factible que aquí triunfe un centro de interpretación del spaguetti western, antes que un aula didáctica sobre la batalla del Jarama, con su espacio musealizado y todo. El Campillo podría ser, o ya lo es, el Texas Hollywood de 800 balas, la película (año 2002)  de Álex de la Iglesia ambientada en los shows para turistas en los poblados del Oeste de Tabernas, Almería. Algo parecido ocurre con otros escenarios de la guerra civil española, como el Belchite Viejo, en donde se han grabado desde pelis porno a anuncios de videojuegos de guerra, de la mano de Arnold Schwarzenegger.
 
 

martes, 2 de octubre de 2018

Hallazgo del aire

La primera edición se publicó en 1935.

Antonio Machado y Gerardo Diego, poetas brillantes de la Generación del 98, caminaron por senderos opuestos en la guerra civil española. El primero, concretamente, por una carretera nevada, batida por el fuego fascista, camino del exilio, de la muerte. El segundo deambuló por la vía segura de los vencedores. Entre su producción de aquellos años destaca su Soneto a José Antonio y su Elegía heroica del Alcázar. Por supuesto, en nuestra época en B.U.P. no se incluía nada de esto en los manuales de historia de la literatura española. En 1942 Gerardo Diego publicó otro poema en esta línea, esta vez dedicado al as de la aviación franquista, el falangista Joaquín García Morato. Aquí van un par de estrofas de este Hallazgo del aire:

Qué curvas, laberintos,
coordenadas, alardes,
rúbricas, arabescos
mágicos del combate.
Entre el cielo y la tierra,
el fuego inventa el aire.
¡Victoria! Ocho, diez, veinte,
treinta llamas fatales,
se derrumban estruendo
de tinieblas nictálopes.
Huyen las alas torpes.
Las felices, audaces.
tejen coronas, signos,
sublimes espirales,
se pierden en los senos,
ya evidentes, del aire.


García Morato se formó como piloto en la guerra de Marruecos y su figura se relaciona con el mismo nacimiento de la aviación militar española. Para conocer ese mundo siempre aconsejamos la lectura de las memorias del vitoriano Ignacio Hidalgo de Cisneros, Cambio de rumbo. En este libro se describe el ambiente en el que se movían estos pilotos, latin lovers reclamados por aristócratas y toreros para sus fiestas privadas en cortijos andaluces. Siempre coronados por una aureola de valentía y heroísmo. Hidalgo de Cisneros sería en la guerra jefe de la aviación republicana y acabó como militante comunista lanzando arengas desde los estudios de la Radio Pirenaica en Bucarest. García Morato, en cambio, se hizo falangista y acróbata aéreo. Durante una exhibición en Inglaterra se entera del golpe de estado, enseguida se pone a las órdenes de los sublevados y se convierte, como le gusta decir a los historiadores militares, en el as de la aviación franquista. Eso sí, tras bombardear Antequera y localidades del frente en Andalucía.


Parafraseando a Gerardo Diego, en nuestras excavaciones en el Campillo no hemos hecho hallazgos de cosas procedentes del aire. Así y todo, toda esta arquitectura defensiva, de segunda línea, está condicionada por la amenaza que suponía la aviación enemiga (observatorio, refugios excavados en el vallejo). La batalla del Jarama comenzó con una clara superioridad aérea de la aviación leal, que contaba con aparatos soviéticos de mejores prestaciones y que constituían una pesadilla para los bombarderos Ju-52. Y aquí, en la batalla del Jarama, es donde se gesta el mito de García Morato. El 18 de febrero, ante las grandes bajas sufridas, los italianos se niegan a escoltar un grupo de bombardeo franquista que, sin embargo, se interna en las líneas republicanas. La patrulla de Morato (tres cazas) sí lo hace y se enfrenta a 30 aviones enemigos. Cunde el ejemplo y los italianos se unen. Por este hecho se le concede la Cruz Laureada de San Fernando. Según algunos historiadores, este golpe de moral supuso el inicio del control del aire por los sublevados.

Reposición por orden judicial de la calle García Morato en Alacant, tras denuncia del Partido Popular.

García Morato y su Fiat C.R.32 acabaron la guerra con 40 aviones derribados (comprobados) y 12 probables. Nunca le tocaron el Chirri. Cuando estaba grabando una película con motivo del Desfile de la Vitoria, en abril de 1939, se estrelló contra el suelo. En concreto, estaba simulando un duelo aéreo con un Rata rojo. Piruetas del destino. La capilla ardiente se instaló en el bajo del Círculo de Bellas Artes. Acrobacias de la cruzada: un cazador aéreo considerado como un artista. Por aquel entonces también la Legión Cóndor había tomado posesión de la Residencia de Estudiantes. Los poetas y las poetisas (Concha Espina, por ejemplo) salieron en tromba a homenajear con la pluma al héroe falangista. Y así sigue siendo considerado hoy. Según el Ministerio de Defensa hizo una carrera desbordante de cazador excepcional y es un héroe indiscutible. En abril de 2017 la entonces ministra de Defensa visitó la tumba del piloto en Málaga, invitada por la Hermandad de la Misericordia. La ministra también era una experta en piruetas y acrobacias para recordar como se merece a los vencedores. Para eso está la Semana Santa, para mezclar churras con merinas, cabras de la Legión y demás. Un instituto madrileño de educación secundaria lleva su nombre (por su faceta de artista, suponemos) y en Alacant, por orden judicial, ha sido repuesta la placa con la que da nombre a una calle. El gobierno municipal la había sustituido por otra con el nombre de un chaval asesinado (de un ladrillazo en la cabeza) por un fascista en la transición. En el Museo del Aire, en Cuatro Vientos, se puede ver el monumento fascista que recuerda al camarada Morato.

En 1950 Franco le concedió póstumamente el título nobiliario de Conde del Jarama.

Monumento fascista en homenaje al piloto, antes de su retirada al Museo del Aire.

viernes, 28 de septiembre de 2018

El fortín escondido


Algunas veces nos hemos encontrado trincheras y refugios donde no nos las esperábamos, porque los rellenos intencionales o naturales de la posguerra habían borrado casi por completo la huella de su existencia. En esta campaña, sin embargo, dimos de forma fortuita con un nido de ametralladoras, con su tronera y su plataforma de hormigón armado: en superficie se observaba apenas una ligera depresión que parecía evidenciar un pequeño refugio de tropa. Nadie se esperaba el complejo que finalmente salió a la luz.

Pues aunque parezca increíble, nos ha vuelto a pasar. A pocos días de cerrar la campaña, y para tener un nuevo recurso patrimonial que incluir en el itinerario arqueológico, decidimos excavar en lo que semejaba un abrigo, muy cerca de una trinchera de resistencia y otra de evacuación. 

Pronto nos dimos cuenta de que algo no encajaba. Al limpiar la superficie e iniciar el desescombro empezamos a encontrar bloques de hormigón desmenuzados. Una posibilidad que nos planteamos es que fuera un vertido más o menos reciente, pero el material no encajaba. Era de muy mala calidad: un montón de guijarros cogidos con un cemento arenoso. Algo que relacionamos más con la Guerra Civil que con las obras contemporáneas. 

La excavación nos sacó de dudas. En una esquina del sondeo empezó a despuntar un muro de hormigón del mismo tipo que teníamos en el relleno ¿Se trataba de un refugio reforzado con cemento? Poco probable. La limpieza de la parte frontal ofreció la prueba definitiva: allí descubrimos, colmatada de piedras, una amplia tronera. Estamos, por lo tanto, excavando un fortín. Y no un fortín cualquiera. Las grandes dimensiones de la aspillera nos hacen pensar que se construyó para alojar una pieza artillera, quizá un cañón antitanque de 45 mm. 
 Un fortín antitanque de la Segunda Guerra Mundial. Un poquito más espectacular que el que estamos excavando. Pero valían para lo mismo.

Lo que parecía una simple línea de trinchera con algún que otro refugio se ha convertido en un punto sólidamente fortificado: a un lado el fortín antitanque, al otro el nido de ametralladora ¿Por qué aquí? Puede haber varias razones. El puente de Arganda está muy cerca, a menos de un kilómetro lineal de la posición (de hecho, está en enfilada de tiro respecto al nido de ametralladora). 

Si los sublevados lo franqueaban podían avanzar hacia Madrid por dos direcciones: directamente, a través de la carretera de Valencia o por el camino que bordea los cantiles de Rivas Vaciamadrid. En estos cantiles, que forman una pared vertical, se abre un único vallejo que sirve de acceso a la meseta de Rivas. Y ese vallejo está justo al lado de las fortificaciones que estamos describiendo. Por otro lado, frente a los fortines discurre la vía de tren que iba hacia Arganda, así como el camino mencionado. Ese camino va bordeando la meseta y posteriormente sigue el valle del Jarama hacia San Fernando de Henares. Otra ruta natural de comunicación hacia el corazón del territorio republicano.

La otra pregunta es ¿cuándo? ¿Cuándo se erigen estas fortificaciones? Desde el inicio de la campaña manejábamos la hipótesis de que nos encontrábamos ante un paisaje bélico muy tardío, no anterior a 1938. Hoy hablando con Julián González Fraile, gran conocedor de la contienda en la zona, confirmamos esta hipótesis. Los mapas militares que Julián y sus compañeros han recopilado demuestran que al pie de los cantiles no había casi estructuras defensivas antes de septiembre de 1938.

Decíamos que el fortín antitanque está realizado con un hormigón de pésima calidad, un amasijo de cantos rodados. Esto encaja también con una fecha tardía, en la que la República no estaba ya para dispendios y se defendía con medios cada vez más escasos. El año 1938 fue de fortifación intensiva por ambos bandos en la zona de Madrid, donde todos las grandes ofensivas habían fracasado. Los poderosos fortines franquistas que tuvimos ocasión de estudiar en Brunete fueron construidos entre octubre de 1938 y 1939, también. Algunas fortificaciones republicanas de la época no les tienen nada que envidiar. Pero no es el caso de las que estudiamos, seguramente porque el punto donde se ubicaban carecía de la relevancia estratégica de otras zonas. En cualquier caso, las obras tardías republicanas se pueden leer como un testimonio de la voluntad de resistencia a ultranza representada por el presidente Juan Negrín. 

Queda una última pregunta: ¿Por qué el fortín desapareció de la vista? Todo indica que fue volado a conciencia. La destrucción de la cubierta hizo que se hundiera el enmascaramiento de tierra y yeso que lo cubría y colmatara, junto al escombro de la cubierta misma, el interior de la estructura. 

Corte estratigráfico del fortín, en el que se advierte el hundimiento hacia el centro. La cubierta de hormigón, pese a su mala calidad, no se pudo hundir de forma natural. Todo indica que fue volado.

En las fotos del vuelo americano de 1945 se ve un manchón de tierra precisamente en la zona donde se ubica el búnker. 

 Fotograma del vuelo americano en el que se percibe el emplazamiento del fortín.

El nido de ametralladora también estaba sellado al acabar la guerra -como lo demuestra el hecho de que aparecieran varios materiales in situ en su interior, tal y como quedaron abandonados. Se trata de las únicas estructuras clausuradas de forma intencional. Los abrigos se fueron rellenando de sedimento naturalmente. La explicación podría hallarse en la función de los fortines. Es posible que, como en otras zonas, decidieran neutralizarlos para evitar su uso indebido.

Ahora nos queda trabajar contrarreloj para intentar llegar al suelo del fortín antes de que acabe la campaña. A ver si nos encontramos un nivel de la Guerra Civil intacto...

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Siempre hemos vivido en agujeros



Uno de los abrigos del Campillo de Rivas Vaciamadrid.
 
En 1936, poco después de su incursión por tierras aragonesas, Buenaventura Durruti fue entrevistado por el periodista Pierre van Paassen. En uno de los momentos más famosos de este encuentro legendario, van Paassen le dice a Durruti que aun si ganan la guerra, se encontrarán viviendo sobre un montón de ruinas. A lo que el anarquista responde: "Siempre hemos vivido en la miseria. Sabremos arreglarnoslas durante un tiempo". Al menos esta es la versión que ha circulado en castellano. Pero en la versión inglesa dice algo más interesante: We have always lived in slums and holes. "Siempre hemos vivido en tugurios (guetos, barrios bajos) y agujeros".

Aunque el conflicto acababa de empezar y todavía el paisaje de España no se había convertido en un espacio arañado por trincheras, ramales y refugios, es como si Durruti estuviera ya adivinando el futuro inmediato. Como si su experiencia vital en slums and holes le permitiera imaginar que ese era precisamente el paisaje que iba a dominar España, toda España, y no solo las barriadas marginales, durante los próximos años (décadas, porque el paisaje de la posguerra fue también de tugurios y agujeros).

"Sabremos arreglárnoslas durante un tiempo", dice Durruti. Y lo que nosotros encontramos en nuestras excavaciones da fe de ello. De la inventiva de gente de las barriadas obreras, de las chabolas, de las aldeas paupérrimas, que sabían sobrevivir. Y sabían sobrevivir porque sabían fabricar cosas, reciclar, inventar, adaptarse. Unas habilidades que la mayor parte de nosotros hemos perdido. Los agujeros que excavamos en el Campillo sin duda reflejan una forma de vida penosa. Pero no debemos proyectar demasiado nuestras sensibilidades a los combatientes de hace 80 años. Para muchos de ellos, el slum del Campillo no era mucho peor que el slum de Barcelona o Madrid del que venían.

Incluso se podría decir que, en ciertos aspectos, era mejor. La comida, aunque progresivamente escasa y monótona, no faltaba ningún día. Y menos el alcohol. Tampoco los medicamentos. Tenían pasta de dientes y colonia, algo que en muchos barrios obreros y en muchas aldeas de los años 30 era un sueño casi inalcazable. Algunos aprendieron a leer y escribir en las madrigueras. Más increíble todavía: al caer la noche, los abrigos se iluminaban con luz eléctrica. Hemos encontrado cable y restos de una bombilla en su casquillo. Ahora encender la luz nos parece una trivialidad. En 1938 era magia. Hay que recordar que en buena parte de las aldeas de España la electricidad no llego antes de los años 50. 

Restos de una bombilla encontrada en un refugio.

En su entrevista con van Paassen, Durruti continúa diciendo que no solo se trata de adaptarse a las ruinas: ellos saben edificar. "Somos nosotros, los trabajadores, los que hemos construido estos palacios y ciudades aquí en España y en América y en todas partes. Nosotros, los trabajadores, podemos construir otros en su lugar ¡Y mejores! No tenemos miedo a las ruinas". 

Los trabajadores ciertamente volvieron a construir palacios y ciudades, pero no para crear una utopía libertaria, sino para edificar el régimen que representó todo lo opuesto a aquello por lo que lucharon los anarquistas en la Guerra Civil.