lunes, 31 de julio de 2017

Arqueología de la identidad (en el frente)


La zona entre el lavadero y la cantina del Asilo de Santa Cristina no para de darnos sorpresas. Uno de los últimos hallazgos que hemos efectuado es un fragmento de una chapa de identificación. Se trata de una placa reglamentaria de las que se comenzaron a utilizar por parte del Ejército Español a raíz del desastre de Annual en 1921. El modelo en concreto es de los antiguos: una chapa de aluminio considerablemente gruesa, con dos perforaciones en la parte superior y una en la inferior (no conservada), que permitía su uso como pulsera. La única información que recogía era el país (la E de España) y el número de expediente del soldado, que permitiría identificarlo en caso de muerte. Desafortunadamente el ejemplar descubierto ha perdido el registro numérico. Se trata, en todo caso, de un objeto coherente con el contexto: legionarios y regulares eran las tropas que ocupaban la Ciudad Universitaria y ellos fueron los primeros en recibir identificadores personales.



Chapas de identificación españolas partidas y completas (www.ejercitodelturia.com).

La chapa se une a varios elementos de identidad que hemos localizado en esta misma zona: un crucifijo, una insignia de la Falange y otra de la Legión. Todos estos objetos nos hablan de la importancia de mantener y mostrar la identidad tanto individual como colectiva en las sociedades contemporáneas. Y particularmente en contextos donde es fácil perder la identidad radicalmente: en la guerra moderna uno puede quedar desintegrado por una granada de artillera o morir entre desconocidos.


Los soldados del Asilo de Santa Cristina mostraban su pertenencia a una unidad militar (la Legión), una religión (el Catolicismo) y una ideología política (el falangismo). Las dos primeras formas de identidad son muy antiguas. Los legionarios romanos marcaban vasijas, lámparas de aceite, ladrillos y tejas con los indicativos de la unidad a la que pertenecían: son los orígenes del esprit de corps
 Identidad grupal de carácter militar: una antefija de la Legión XX (Wikimedia Commons).

En cuanto a los símbolos religiosos, estos se convierten en elementos importantes en la manifestación de la identidad personal con la difusión de las religiones del libro durante los últimos dos mil años. La fe monoteísta es siempre incompatible con otras creencias (al contrario de lo que sucede con el politeísmo) y resulta fundamental en la construcción del sujeto. Creer en Dios (Alá o Jehová) es parte de quién uno es.


Lámpara con representación de una menorah, símbolo judío (Museo Hecht, Haifa).

 
 Un crucifijo encontrado en las trincheras republicanas de la Ciudad Universitaria. Campaña de 2016.

Las identidades políticas e individuales, en cambio, son mucho más recientes. Las identidades políticas se desarrollan sobre todo a partir de la Revolución Francesa (que es cuando aparece la distinción entre derecha e izquierda) y más claramente durante el último tercio del siglo XIX, con la expansión de la democracia representativa y el sufragio masculino (y posteriormente universal). A partir de inicios del siglo XX se vuelven habituales los símbolos políticos que demuestran la afiliación de una persona a un partido, sindicato o movimiento social, como pueden ser medallas, chapas y anillos (en la actualidad camisetas). La política se convierte entonces en un elemento tan importante para la construcción del sujeto como antes lo había sido la religión. Y de hecho, se puede detectar algo del espíritu religioso en identidades políticas tan opuestas a la religión como el anarquismo.

Por lo que se refiere al desarrollo de la individualidad, tal y como la conocemos ahora es una forma de ser que se desarrolla lentamente desde la Baja Edad Media. Solo durante el último siglo se ha generalizado en el mundo occidental. Hasta ese momento, las identidades relacionales eran predominantes: es más importante el colectivo al que uno pertenece (la familia, la tribu, el clan) que el yo individual, cuya propia existencia puede resultar inconcebible. En España la identidad colectiva ha sido predominante entre las comunidades rurales, los analfabetos y buena parte de la población femenina hasta bien entrado el siglo XX. Quizá por eso las chapas de identificación llegaron bastante más tarde que a otros países de Occidente: en la Guerra Civil todavía resultaban poco habituales, mientras que en la Guerra de Secesión americana (1861-1865) eran ya comunes.

La abundancia de indicativos de identidad colectiva que nos encontramos en la excavación (cruces, esvásticas, yugos y flechas) nos recuerda un hecho que revela Almudena Hernando en su magnífico libro La Fantasía de la Invidualidad: que la identidad del yo es una fantasía. Ante todo somos seres colectivos. Las relaciones siguen siendo cruciales. Los hombres son quienes han negado más la importancia de los vínculos, pues su yo se basa en el éxito individual y en la competición con los demás. Quizá por eso también son los hombres los que han inventado más identidades de grupo (desde unidades militares a clubs deportivos). En realidad seguimos necesitando a la tribu. Y más que nunca cuando nos dedicamos a matarnos entre nosotros, porque los símbolos no solo nos separan del enemigo. También nos recuerdan quiénes somos y que no estamos solos.

jueves, 27 de julio de 2017

En el fondo del pozo, un enigma

Encontramos un pozo misterioso

A veces la arqueología responde bien a los estereotipos: una ciencia que descubre objetos misteriosos en sitios ocultos. No nos hemos topado con la momia (esa está enterrada cerca del Escorial), ni con un tesoro inca, pero el hallazgo es fascinante. Y también las circunstancias.  

Cuando comenzamos nuestras investigaciones en la zona antiguamente ocupada por el asilo de Santa Cristina decidimos practicar varios sondeos de un metro cuadrado para tratar de localizar los restos de las construcciones. En uno de ellos nos encontramos un sillar de granito que en principio consideramos un bloque desplazado del asilo después de la demolición. 

 
Al continuar la excavación vimos que el bloque reposaba sobre una plataforma de cemento. Y esta sobre una arqueta de ladrillo. La arqueta bajaba y bajaba. Así que concluimos que sería un pozo o un viaje de agua. La losa de granito era la tapadera. 

Con ayuda de un pico que hizo de palanca desplazamos la piedra. Al descubierto quedó un hueco circular. Nos asomamos y vimos que se trataba efectivamente de una estructura profunda. Pero no muy profunda: una cinta métrica nos sacó de dudas: 2,70 metros. Lo suficiente para abrirse la cabeza. Bajamos el detector de metales atado a una cuerda y ¡sorpresa! nos ofreció una sinfonía de pitidos (o un concierto de música electrónica más bien). Volvimos a colocar la losa de granito y debatimos qué hacer.

Esto promete.
 
Como no está bien visto poner en riesgo la vida de estudiantes (aunque varios se ofrecieron voluntarios), llamamos a Julio, alpinista experimentado y sin miedo a la muerte. Vino un par de días después y se lanzó por el brocal del pozo armado con un paletín. 

Ahí dentro está Julio.

Nada más empezar a rascar comenzaron a aparecer los tesoros, que subimos a la superficie usando cubos atados con una cuerda.
 

Otro cargamento de tesoros.


Bueno, no exactamente tesoros, si nos ceñimos estrictamente a la definición, pero sí un montón de restos de gran interés arqueológico: miles de clavos, huesos de animales, vidrios, herramientas y, lo más importante desde el punto de vista de la datación, cartuchos, balas y casquillos de Máuser. Estábamos pues ante un basurero de la guerra civil que aprovechó una vieja canalización de aguas del asilo. 

Los objetos en general son banales, pero no por ello menos interesante. Los miles de clavos están posiblemente relacionados con el desmantelamiento de los elementos de madera del asilo, quizá techumbres y muebles. Una razón verosímil: combustible para calentarse en invierno. Los restos de fauna también son significativos: grandes cantidades de cordero, oveja o cabra y vacuno, muchos de ellos con marcas de corte. También espinas de pescado y chirlas. Los legionarios estaban bien alimentados -normal, teniendo en cuenta que estaban en una de las posiciones más duras del frente madrileño, donde uno podía morir en cualquier momento de un morterazo, una mina o el disparo de un francotirador. Los civiles madrileños apenas sí podían soñar con los manjares que se consumían al otro lado del frente.


Pero el miedo a la muerte no se quita comiendo. El alcohol es de más ayuda: del pozo salió una botella de jerez completa y numerosos fragmentos de otras. Se unen a los miles de trozos que estamos documentando junto a la cantina (mayoritariamente de jerez Pedro Domecq y González Byass).

Entre los restos de fauna aparecieron también seres no comestibles -o poco recomendables desde un punto de vista gastronómico: varios restos de ratas de diversos tamaños. Algunas bastante grandes.

Pero el hallazgo de los hallazgos nos apareció en el fondo del pozo. Y es esto:


Sí señor, un símbolo que hasta un neonazi es capaz de identificar (supongo). Una insignia en forma de esvástica. Pero que sea fácil de identificar no significa que sea fácil de interpretar. La esvástica es el símbolo de los nazis desde el año 1920 y a partir de 1933, con la llegada de Hitler al poder, se convierte en un icono tristemente conocido en todo el mundo. Pese a las relaciones del bando franquista con el régimen nazi, la facción más afin a aquella ideología, el falangismo, no utilizó el símbolo regularmente hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial 
 Popurrí de fascismos.

¿Podría ser una insignia de la Legión Condor? Muy poco probable, porque el ejemplar que encontramos da la impresión de que está realizado de forma artesanal e incluso un poco cutre (no están bien alineadas las patas).

¿Cómo interpretarlo pues? Un par de opciones: podría ser una insignia de las milicias vascas, que emplearon insignias con la esvástica tradicional vasca (el laburu, de patas redondeadas), el cual en ocasiones se diseñó de forma idéntica (con patas rectas) a la de los nazis. 


Laburu de diseño desafortunado.

Los vascos lucharon en Madrid y en la primavera de 1937 lanzaron un ataque fallido contra el Clínico. Quizá un legionario capturó a un miliciano o encontró su gorra y se quedó la insignia de recuerdo. Finalmente la perdió y acabó en el basurero. Posible pero, en mi opinión, enrevesado.

Otra opción es que un legionario en sus tiempos libres recortara un trozo de zinc o peltre dándole forma de esvástica, un signo que para los soldados sublevados tenía que resultar familiar. Lo portaban sus aliados alemanes y lo verían en la prensa en noticias internacionales. Es decir, no se trataría propiamente de una insignia (de hecho no tiene enganche alguno y la chapa en que está hecha es muy fina), sino lo que se llama "arte de trinchera". Una forma que tenían los soldados de matar el tiempo, reutilizando materiales bélicos desechados.

En cualquiera de los casos, un enigma.

martes, 25 de julio de 2017

Sábado 29 de julio: Ven a vernos manipular la historia en directo

Jornada de puertas abiertas en 2016 (c) Álvaro Minguito.

Pocos han tenido la oportunidad de ver a Stanley Payne o a Paul Preston trabajando en un archivo, pero a nosotros sí nos podréis ver en directo manipulando la historia. Más concretamente trozos de cemento, latas y casquillos. 

Manipular, del latín manipulare, significa en las dos primeras acepciones que ofrece el diccionario de la RAE, "Operar con las manos o con cualquier instrumento" y "Trabajar demasiado algo, sobarlo, manosearlo". Lo confesamos, eso hacemos todos los días en nuestras excavaciones arqueológicas. Y el próximo sábado por la mañana lo comprobaréis si nos visitáis con motivo de la jornada de puertas abiertas que organizamos en las ruinas del Asilo de Santa Cristina. Es más, vosotros mismos podréis participar en el proceso manipulador. Incluso aunque no seais podemitas-estalinistas. Estáis todos invitados a ver, tocar y debatir sobre los objetos que hemos descubierto. Porque creemos que la historia se construye mejor dialogando.

Información del evento

Fecha: Sábado 29 de julio de 2017.
Hora: primer turno de visita guiada a las 10:30; segundo turno a las 12:00.
Dónde: junto a la ermita de la Virgen Blanca, detrás del Museo de América (véase mapa a la derecha de esta página).

¡Os esperamos!

domingo, 23 de julio de 2017

La guerra llega al asilo

Localización del sondeo 6 que excavamos en estos momentos. Imagen de El Hotel de Sundance.

La excavación del asilo de Santa Cristina nos ha deparado varias sorpresas estos días. La ampliación de los sondeos nos ha permitido reinterpretar los fragmentos de edificio habíamos ido descubriendo en los primeros días de trabajo. Ahora sabemos ya que tenemos ante nosotros dos estructuras: un gran pabellón que aparece en los planos de la guerra identificado como cantina y un pequeño edificio exento al lado. 

Este último parece que se corresponde con un lavadero. No tenía paredes hasta el techo, sino que estaba rodeado por un muro bajo y quizá contaba con una techumbre sobre pilares, como tantos otros lavaderos de la época. El arranque de los pilares se ha conservado. Los restos que comienzan a salir a la luz pertenecen a cuatro piletas de ladrillo macizo y cemento, rodeadas por un canal de drenaje. Una institución como el asilo debía de contar con una instalación de este tipo para lavar cientos de sábanas y ropas de internos cada semana.

Detalle de la zona de la cantina en la que estamos excavando, con el lavadero a la izquierda. Imagen de Fernando Calvo "La Guerra Civil en la Ciudad Universitaria", 2012.

Lo más interesante es que el lavadero no está tan arrasado como el pabellón. Y eso a pesar de qué en la guerra quedó muy dañado. En la foto superior se advierte que está derruido y cubierto de escombro. Seguramente el hundimiento de la estructura se debió a los combates: en el suelo de cemento se aprecian multitud de perforaciones que tienen todo el aspecto de ser el resultado de impactos de metralla. En realidad, esta destrucción es lo que salvó al lavadero de la demolición de posguerra. La capa de derrumbe selló una gran parte del pavimento y, lo que es más importante a efectos de este proyecto, un estrato de tierra de unos 10 cm llena de restos de la Guerra Civil. En el espacio entre el lavadero y la cantina también se conserva un nivel de la guerra, que solo hemos comenzado a excavar. 


Restos del lavadero (a la izquierda del muro) con la pavimentación de cemento y el arranque de las piletas. La imagen está tomada desde el mismo lado que la fotografía de la guerra que mostramos más arriba.

Gracias a la preservación de este nivel bélico estamos encontrando una gran cantidad de objetos que nos llevan directamente  al período en que el ejército sublevado ocupó la colina del Clínico. Entre los restos que documentamos aparecen los elementos bélicos habituales, como munición de Máuser español y alemán, balas de varios tipos y casquillos de pistola. Pero también objetos menos comunes, como una insignia de la Legión, una insignia de Falange o un crucifijo. 

 Insignia de la Falange recuperada en el lavadero.
 
Los numerosos botones recogidos en la zona del lavadero nos indican posiblmente que el sitio fue reutilizado con fines de limpieza por la tropa -para lavarse y lavar la ropa. Es contexto propicio para perder botones. También hemos descubierto un trozo de tubo de pasta de dientes, que refuerza la idea de una espacio de higiene. 


En toda la zona aparece además un gran número de botellas de bebidas alcohólicas y restos de fauna (sobre todo de oveja o cabra) lo que encajaría con el uso del pabellón durante la contienda como cantina y bar. En los próximos días seguiremos con la excavación de este nivel tan prometedor. Y aquí os contaremos como siempre las historias que vayan saliendo a la luz.

sábado, 22 de julio de 2017

Me echan del Valle de los Caídos


El Valle de los Caídos es un lugar de enorme interés para cualquiera que investigue sobre patrimonio cultural, memoria colectiva y dictaduras. Es la apoteosis del régimen franquista, el espacio conmemorativo en el que realizó una mayor inversión tanto simbólica como económica. El monumento dice mucho sobre la dictadura, pero también sobre nuestra presente democracia. Por eso este sábado decidí organizar una visita con mis estudiantes norteamericanos.

La experiencia resultó ser doblemente interesante por un evento que tuvo lugar en el interior de la basilíca. El evento en cuestión, al que ahora me referiré, puede entenderse como lo que en psicoanálisis se denomina analizador institucional, un hecho que revela un conflicto oculto o un problema que permanece en el inconsciente y por lo tanto no verbalizado. Un analizador institucional puede ser una escena espontánea que obliga a los actores que se ven involucrados en ella a reaccionar de forma no planificada y por lo tanto a exponer comportamientos, creencias y valores institucionalizados que no se manifiestan explícitamente en circunstancias normales. Describo brevemente la escena.

Me acerco a a la cabecera de la basílica del Valle de los Caídos, donde se encuentra la tumba de Francisco Franco, y me encuentro a un hombre de entre 60 y 70 años que acaba de depositar un ramo de flores y hace el saludo fascista, ante la indiferencia de personal a cargo del monumento, guardias de seguridad y un monje benedictino. Me acerco a la tumba, recojo el ramo y me dispongo a dejarlo en otro lado. En ese momento una de las encargadas me grita "¡Qué está usted haciendo!". Intento reproducir con la mayor fidelidad el diálogo subsiguiente. Entre corchetes mis comentarios a posteriori.

González-Ruibal: Estoy retirando este ramo de flores.
Encargada: Usted no tiene que tocar nada aquí [Efectivamente, lo deberían hacer ustedes] ¿Por qué lo ha hecho?
GR: Porque es ilegal [Artículo 16.2 de la Ley 52/2007, referente al Valle de los Caídos: "En ningún lugar del recinto podrán llevarse a cabo actos de naturaleza política ni exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas, o del franquismo".]
E: No estamos aquí para decidir lo que es o no es legal [Cierto, de eso se encarga el  parlamento, que es el órgano legislativo en una democracia; los empleados tienen que hacer cumplir la ley, no debatir sobre ella] ¡Usted lo que tiene que hacer es mostrar respeto!
GR: No creo que tenga que mostrar ningún respeto por Franco [¿Es exigible el respeto a un dictador en una democracia?]. 
E: ¡Este es un lugar de culto!
GR: Lo sé y no estoy haciendo nada que sea ofensivo para la religión católica.
E: Si no le gusta esto ¿Entonces para qué viene? [Ergo, al Valle de los Caídos hay que venir si eres afín a la dictadura y respetas a Franco; siempre había pensado que era así, pero nunca me lo habían dicho tan claramente].
GR: Porque soy historiador [Si le digo que soy arqueólogo habría perdido un tiempo precioso en matizaciones epistemológicas].
E: Pues no es el único.
GR: Lo sé [pero gracias igualmente por la información] .
E: ¡Si usted es historiador entonces tendría que asumir la historia!
GR: La asumo, pero esto no tiene nada que ver con aceptar la historia [Debería hablarle de la diferencia entre recordar y rendir homenaje, pero la encargada no parece muy dispuesta al diálogo].

Mis argumentos no hacen mella en la empleada del monumento. Me sorprende la excesiva indignación con la que habla, como si en vez de la tumba de Franco fuera la de un familiar suyo. Le tiembla la voz de rabia. Me dice que tengo que devolver el ramo a su sitio y abandonar la basílica. Llama a una guardia de seguridad que me escolta hacia la salida. Mientras me alejo, oigo al fondo la voz de la empleada. Continúa su diatriba, con el benedictino de interlocutor, en voz bien alta para quien quiera escucharla. El caballero del saludo fascista observa la escena con gesto aprobatorio. Acaba su visita tranquilamente.

Un resumen para acabar: un señor realiza una ofrenda floral y un saludo fascista ante la tumba de un dictador, contraviniendo una ley aprobada en sede parlamentaria y vigente a día de hoy; otro señor protesta y retira la ofrenda aduciendo que es un acto ilegal de exaltación franquista. Expulsan al señor que protesta.

viernes, 21 de julio de 2017

Volver a casa sin dejar el frente


Bobby Deglané es un personaje curioso -empezando por el nombre. Un "chileno simpático y aventurero" en palabras de Pablo Neruda, que tenía un espectáculo en el Circo Price en Madrid. El show incluía números como el Troglodita Enmascarado, el Estrangulador Abisinio y el Orangután Siniestro. Al empezar la guerra se le acusó de espía en territorio republicano y acabó en la cárcel modelo, pero consiguió la libertad y se pasó a las líneas contrarias gracias al apoyo de su embajada. En territorio franquista ejerció como reportero.

Uno de los fotorreportajes que publicó en un seminario ilustrado falangista se llama "Té moruno en la Ciudad Universitaria". En él cuenta una expedición a primera línea en la zona en la que estamos trabajando estos días. Tras cruzar la pasarela que salvaba el Manzanares y perderse en la maraña de trincheras llega al cuartel general. Allí se sienta en los sótanos con un grupo de soldados moros:

"Los detalles, las sugerencias y la influencia de aquel ambiente se adherían a mi espíritu embriagándole con su exótica belleza como en un escenario de leyenda. Y mientras los moros yantaban sus platos olorosos a especies y bebían el dorado brebaje moruno, yo recorría con mi imaginación - en esos momentos lanzada en vetiginoso galope- los lugares espeluznantes donde crepitaba la guerra como en un Apocalipsis lejano, y sin embargo a escasos metros de nosotros. 

Allí estaban los moros aquella noche, con sus pacíficas tertulias. Afuera acecha la muerte. Dormirían aquella noche como se duerme en la Ciudad Universitaria, con el fusil al brazo, para despertar acaso, antes de que el sol anuncie la llegada del día, apremiados por la alarma de un ataque por sorpresa o de la clásica voladura de una de esas conmocionantes minas subterráneas".

(Citado en M. Barchino, Chile y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, Calambur, 2013, p. 205.)

En nuestras prospecciones hemos encontrado un objeto que remite a la escena que describe Deglané. Se trata de un colador de té. Aparece en la zona del asilo de Santa Cristina, es decir, en la posición más avanzada que los sublevados tenían en la Ciudad Universitaria -allí donde reinaba la guerra de minas.

Es un objeto aparentemente nimio, pero realmente tiene una enorme importancia. Los musulmanes no beben alcohol (o no deberían, si son fieles a los preceptos del Corán). Las bebidas sociales, por lo tanto, en vez de vino y  cerveza, son té y café. El carácter social del té entre los moros de la Ciudad Universitaria queda de manifiesto en el relato del chileno (los marroquíes consumen la infusión mientras charlan tranquilamente). No solo el acto de beber es importante, ni siquiera de hacerlo en compañía de compatriotas y correligionarios. También lo es el olor, que evoca su país y el mismo proceso de elaboración. El lento ritual de hervir y especiar el té debía de tener un efecto psicológico tranquilizador para estas tropas coloniales en un contexto doblemente hostil (el de la guerra y el de un país y cultura extraños). 

La infusión en sí, su ritual y sus objetos se convirtieron en una forma de mantener lo que el sociólogo Anthony Giddens llama "seguridad ontológica": estar ubicado en el mundo a través de rutinas familiares. Nunca son tan importantes las rutinas como donde resulta casi imposible mantenerlas.

Para Deglané el olor del té y de las especias evocan exotismo y sensualidad -tópicos de la imaginación colonial. Para los marroquíes, beber té significa volver a casa sin dejar el frente.

miércoles, 19 de julio de 2017

Antes de la guerra, después de la guerra


El escritor Stefan Zweig fue testigo del período más convulso de la historia: la Primera Guerra Mundial, la disolución del Imperio Austrohúngaro (del que era ciudadano), el auge del nazismo y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En El Mundo de Ayer, su autobiografía escrita en el exilio brasileño, dice: "todos los puentes se han roto entre nuestro hoy, nuestro ayer y nuestro anteayer".

En una entrada anterior hablaba de mundos rotos para referirme a los fragmentos dispersos que encontramos en nuestras excavaciones y prospecciones en la Ciudad Universitaria de Madrid. Pero es algo más que una rotura. Es una cesura: una interrupción o una brecha que no puede sellarse y que deja a cada lado dos mundos incompatibles y mutuamente irreconocibles.

En la colina del Clínico esta ruptura se palpa materialmente. Hay objetos que pertenecen al mundo de ayer, que es el mundo de Stefan Zweig, objetos de resonancias modernistas fabricados antes de la Guerra Civil. Tanto el Art Nouveau, antes de la Primera Guerra Mundial, como el Art Déco, después de esta, son estilos elegantes, ligeros y optimistas, que reflejan una sociedad segura de sí misma y que confía en el progreso.


Brazalete y aplique de mueble modernistas, primer tercio del siglo XX.

En la inmediata posguerra las aspiraciones del modernismo se han desvanecido y han sido sustituidas por pobreza y hambre: sobre el escombro de las ruinas del asilo de Santa Cristina documentamos un pequeño hogar excavado en el suelo con una lata de sardinas en su interior. Se trata de una de las muchas fogatas con latas y vidrios que hemos ido registrando en el campus y que se datan en los años 40 y 50. La mayor parte se relacionan con personas sin hogar. El parque de la Virgen Blanca, que se extiende a los pies del Clínico, quedó fuera de las zonas de tránsito principales de Moncloa y la Universidad y se convirtió por ello en un refugio de marginados. Todavía lo es hoy.

Excavación del hogar de posguerra sobre las ruinas del Clínico, con un cartucho de Máuser alemán en un nivel anterior.


También descubrimos otros objetos muy representativos de los años 40 a 60: varias monedas de Franco y una medalla de aluminio de la Virgen Milagrosa. La advocación existe desde el segundo tercio del XIX y el diseño de la medalla no ha cambiado desde finales de ese siglo. Es el metal el que sugiere una datación posterior a la Guerra Civil.



Miseria, caudillos y vírgenes: el registro arqueológico de la posguerra.

martes, 18 de julio de 2017

El Clínico cinco mil años después

Un peine de fusil Máuser de 7 mm, el arma reglamentaria del Ejército español en 1936 (c) Álvaro Minguito.

A veces nos preguntan si no es un problema excavar un pasado tan reciente como el de la guerra y la dictadura, un pasado que todavía nos importa tanto. Es posible que sí. El tiempo permite observar la historia con más desapasionamiento. Aunque solo a veces. Los nativos americanos no observan con desapasionamiento la Conquista de América, porque siguen sufriendo sus consecuencias. Como no cambie mucho la situación, dentro de mil años seguiremos discutiendo sobre la Guerra Civil como si hubiera sido ayer.

La arqueología, de todas maneras, es en sí misma un ejercicio de distanciamento. Nuestras técnicas de recuperación de datos y de registro de la información transforman el pasado más próximo a la vez en un objeto científico y en un tiempo extraño. 

Pero podemos ir un paso más allá y tratar de imaginar como verán unos arqueólogos dentro de cinco mil años los restos que excavamos hoy. Unos arqueólogos que solo dispongan de información textual fragmentaria e incompleta (como los investigadores que estudian el mundo celtibérico, por ejemplo) y los restos materiales. 

Pongamos que estudian, como nosotros, la colina del Hospital Clínico de Madrid.

Excavación de las ruinas a los pies del Hospital Clínico.

Se trata de un edificio civil, un hospital, destruido y reconstruido, en cuyas paredes todavía se aprecia el fuego de ametralladora, fusiles y artillería. A sus pies las ruinas arrasadas hasta los cimientos de unos pabellones que pudieron tener una función industrial, quizá, o asistencial. En todo caso, se trata de edificios civiles también, que en determinado momento fueron ocupados por militares.

Entre las ruinas encontramos restos de armamento reglamentario que se corresponde en su mayor parte con el que utilizaba el Ejército español en los años 30 (cartuchos y peines de Máuser español, granadas Laffite y de tonelete). La fecha la conocemos por los marcajes de la munición. También aparece armamento importado, concretamente de la Alemania nazi. Una insignia del cuerpo legionario ratifica la idea de que los ocupantes de las ruinas son una unidad del Ejército español. 

Es más difícil saber quiénes son los atacados, porque las balas y granadas entrantes son de una variedad de países (Francia, Unión Soviética, Italia, Alemania, Reino Unido). Como si los atacados hubieran sido cogidos por sorpresa y hubieran tenido que armarse como pudieron. Por eso quizá también aparecen granadas artesanales y munición del siglo XIX. Pero esto puede que sea elucubrar. Y el arqueólogo de dentro de cinco mil años es positivista. Se ciñe a los datos materiales.

Tapa de una granada artesanal "Quinto Regimiento" encontrada en el cráter de mina del Clínico.

Un arqueólogo de dentro de cinco mil años llegará a la conclusión con los datos disponibles de que en los años 30 el Ejército español o una facción de dicho Ejército decidió ocupar militarmente la capital del Estado. Y como es un arqueólogo positivista y objetivo solo registrará estos hechos contrastables en su informe. Y quizá no sea necesario elucubrar más. Porque hay veces que los objetos hablan por sí solos.

lunes, 17 de julio de 2017

Cara al sol con la camisa vieja

Las granadas más numerosas en las laderas del Clínico son las Laffite. Al menos cuatro de ellas aparecen razonablemente enteras. La que ilustra esta entrada es particularmente interesante. La Laffite, al contrario que las granadas más conocidas, no se iniciaba con la característica anilla, sino que contaba con un fiador insertado en una placa de seguridad, que a su vez iba ceñida al cuerpo de la bomba con una tela. Un mecanismo complejo y no particularmente fiable. En un par de ocasiones al menos hemos encontrado restos de la tela basta de color crema, semejante a una venda. 

En este caso los restos que se conservan son bastante peculiares. La tela que aparece adherida al contraseguro de la granada parece corresponder a una camisa de cuadros civil. Quizá se deterioró la cinta original y un legionario mañoso decidió sustituirla por un trozo de camisa vieja. Detalles como estos hacen de la Guerra Civil algo tan vernáculo, donde reinaron la improvisación, los apaños y el reciclaje.

domingo, 16 de julio de 2017

Dos misterios

El cine, dice Jean-Luc Godard, no es una arte ni una técnica, sino un misterio. Quizá se pueda decir lo mismo de la arqueología. Sin embargo, al contrario que el cine, nosotros no creamos el misterio, si no que nos lo encontramos: es parte de los contextos que excavamos y de los objetos mudos que sacamos a la luz. Nadie está más cerca de la historia que nosotros cuando desenterramos un artefacto usado en la Guerra Civil. Y al mismo tiempo nos encontramos muy lejos, en la mayor parte de los casos, de poder ofrecer una interpretación indiscutible
 
Esta es una granada de un mortero de espiga o lanzaminas que no llegó a explotar. Es una copia del modelo alemán de 1916, usado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La de la foto la lanzaron los republicanos contra el Clínico desde sus posiciones más avanzadas al norte del edificio. En algunos casos no sabemos a ciencia cierta por qué un artefacto explosivo disparado no llegó a explosionar: ¿el ángulo del impacto, la carga explosiva defectuosa, el suelo cenagoso que se tragó el proyectil? En este caso si sabemos qué sucedió: alguien no le quitó el seguro a la granada. Se puede ver claramente la anilla junto a la espoleta. 

Pero esto no aclara el misterio, si no que lo amplifica ¿Por qué se olvidaron de quitarle el seguro? ¿Por la cadencia de tiro? ¿Estaban disparando tantos proyectiles, tan rápidamente, que en el frenesí del combate se les olvidó retirar la anilla? ¿O es sabotaje? Un soldado republicano afín a los sublevados, quizá, que quiso incrementar las posibilidades de vida de sus compañeros al otro lado de la tierra de nadie ¿O un recluta inexperto o nervioso en primera línea de fuego? O un inepto, sin más. 


Esto es una alianza de plata. Apareció en el nivel superior del edificio del asilo de Santa Cristina que estamos excavando. La zona en concreto son unas duchas (un lugar muy apropiado para perder este tipo de objeto). No sabemos todavía si se acondicionaron durante la guerra o existían antes. Tampoco sabemos si la alianza es del período bélico, anterior o posterior, porque en el estrato en que se recogió encontramos mezclados materiales de la guerra con otros de la posguerra y restos del asilo. La pátina hace pensar que se trata de una pieza antigua. La tipografía del número estampado tampoco parece reciente. Pero sin más análisis nos resulta difícil decir si es de los años 60 o de los 30. 

Si se trata de un anillo nupcial (como parecen indicar la forma, dimensiones y ausencia de decoración), podemos hipotetizar que perteneció a una persona de clase social media-baja, pues las alianzas de plata son la versión económica de las de oro. No encajaría con la zona, un barrio de clase media-alta (¿salvo que perteneciera a personal de servicio?). El anillo puede esconder cualquier historia. La más trágica y la más trivial ¿La perdió un marido infiel? ¿Es la alianza de bodas de un legionario, que quizá murió sin volver a ver a su esposa? ¿La abandonó en el parque una prometida despechada? No lo sabemos y quizá nunca lo sabremos.

El hecho de no saber a ciencia cierta hace estos objetos más interesantes. A veces se considera que la arqueología está lejos de ser una auténtica ciencia por su incapacidad de interpretar con total certeza los restos del pasado. Quienes así piensan, consideran que el misterio irresoluble es una debilidad de la disciplina, no un elemento positivo. Albert Einstein, quizá el científico más famoso de la historia, no opinaba lo mismo: "Lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de todo arte y toda ciencia verdaderos".

Nuestras excavaciones revelan más misterios que certezas. Pero del enigma más grande con que nos hemos topado en esta campaña, hablaremos en otra ocasión.

viernes, 14 de julio de 2017

La colina de las granadas


(c) Álvaro Minguito.
  • Una granada de mortero Erhard Minenwerfer de 75 mm (completa).
  • Una granada de mortero Valero de 81 mm reformado (completa).
  • Una granada de mortero Valero de 81 mm original (cola y espoleta).
  • Dos granadas de cañón alemán de 77 mm FK96 (completo).
  • Una granada de Valero 50 mm casi completa y fragmentos de otros tres.
  • Una granada de mortero Stokes de 81 mm (completo).
  • Un fragmento de granada de mortero Stokes "revientatrincheras" (cola).
  • Tres granadas Laffite completas y fragmentos de varias.
  • Una granada de tonelete completa y fragmentos de varias.
Inventario de hallazgos en 2.500 metros cuadrados de la colina del Clínico. La Primera Guerra Mundial se repitió 20 años más tarde a las puertas de Madrid. Las mismas armas, las mismas heridas, la misma muerte.

jueves, 13 de julio de 2017

Desmontando el escenario

 Desmontando la Guerra (Fría).
 
Hemos insistido numerosas veces que nosotros no excavamos solo los restos de una batalla, si no todo lo que pasó después (y a veces antes). Al contrario que los historiadores que con frecuencia se ciñen a un solo evento (una batalla, una guerra) nosotros estudiamos secuencias largas. Queramos o no, porque la arqueología trabaja con lo que ha quedado. Y lo que ha quedado es raro que se pueda circunscribir a un evento concreto.

Así, en la Ciudad Universitaria hemos recuperado historias olvidadas del frente estático que se estableció tras la Batalla de Madrid en noviembre de 1936, de los sin techo que ocuparon el campus en la posguerra y de la gente que hizo picnics en los años 60. 

En nuestras últimas prospecciones hemos registrado otro episodio poco conocido: el desmantelamiento del campo de batalla. Es curioso pensar que un paisaje de trincheras en el fondo no deja de ser una especie de escenario gigantesco de teatro o de cine. Se monta para el espectáculo, se usa durante unos días, meses o años mientras se graba la película o se representa la obra y después se desmantela. Los historiadores estudian la historia del cine y de las películas pero muy raramente la de los tramoyistas que desmontan escenografías. 

Los arqueólogos, en cambio, sí estudiamos el proceso de desmontaje del escenario, a veces literalmente. En las dunas de Guadalupe, cerca de Los Ángeles, colegas norteamericanos han llevado a cabo excavaciones en las que han recuperado las esculturas de cartón piedra que se utilizaron en la filmación de la mítica película de Cecil B. DeMille "Los Diez Mandamientos". Las esfinges que surgen de la arena nos cuentan una historia sobre el exceso de la modernidad: una ciudad entera construida para ser demolida casi inmediatamente. Los campos de batalla son otro escenario efímero de la historia y otro exceso material de la modernidad: en este caso no al servicio del entretenimiento, si no de la muerte.

Excavando Hollywood.


En nuestras prospecciones junto al Hospital Clínico hemos dado con un conjunto de piquetas de alambrada, perfectamente almacenadas y depositadas junto al trazado de las antiguas trincheras franquistas. Se trata muy probablemente del desmantelado del campo de batalla. La pregunta aquí es ¿por qué quedaron las piquetas abandonadas? No es una cuestión trivial: en la penuria de la posguerra el hierro se convirtió en un metal preciado y de hecho los campos de batalla fueron sometidos a un intenso chatarreo que llevó al desmantelamiento de búnkeres y fortificaciones. 

 Piquetas de la guerra bajo nuestros pies.

Una explicación verosímil es que las brigadas encargadas de retirar alambradas fueran dejando montones de piquetas a intervalos para recogerlas después. De repente, cae un tormenta (como la que arreció estos días pasados), la brigada corre en busca de refugio y un aluvión de arena arrastrado por la lluvia sepulta el montón de hierro. Cuando los operarios vuelven al lugar no encuentran nada. La tierra se ha tragado las piquetas. 

Y ahí se quedan, a pocos centímetros de la superficie, bajo un camino que transitarán decenas de miles de personas en las próximas décadas. Y ahí esperarán pacientemente a que una arqueóloga las excave 78 años después y a que otro arqueólogo elucubre sobre el método arqueológico, la posguerra y los escenarios de Hollywood.

miércoles, 12 de julio de 2017

Duelo de granadas a las puertas de Madrid

Lafitte bajo el Clínico.

El parque que rodea el Hospital Clínico de San Carlos es uno de los espacios de la Guerra Civil más alterados de la Ciudad Universitaria. Nuestras prospecciones y sondeos nos están permitiendo comprender de qué forma se modificó el cerro sobre el que se asienta el Clínico y sus aledaños en la posguerra. Se rebajó la superficie, se colmataron vaguadas, se esparcieron toneladas de tierra y se crearon terrazas donde antes solo había una ladera natural. 

Una cosa interesante que se deduce de los trabajos es que se empleó mucho menos derrumbe de obra en las labores de reconstrucción del parque de lo que uno pudiera pensar. La explicación es sencilla: la mayor parte del ladrillo y la teja se recuperó cuidadosamente para su reutilización en las casas y edificios públicos de Madrid (incluidas las facultades complutenses). La penuria económica explica que se reciclara todo lo reciclable.

Otra cosa interesante que hemos aprendido es que no todo el parque sufrió una alteración significativa de su topografía original. Esto no es necesariamente obvio en las fotos aéreas. La visión a ras de suelo resulta fundamental. Pese a que casi no se aprecian construcciones de la guerra en superficie, la realidad es que el suelo en determinadas partes se mantiene en su aspecto original. Esto lo sabemos porque estamos encontrando una gran cantidad de material de la guerra a pocos centímetros de la superficie.

Fondo de una granada de tonelete localizada cerca del Clínico.

Entre ese material, destacan docenas de restos de granadas e incluso granadas enteras. El panorama lo componen fundamentalmente bombas Laffite y granadas de fragmentación de tonelete, ambas reglamentarias en el Ejército español antes de comenzar la guerra. La mayor parte de los fragmentos (e incluso algunos elementos completos) aparecen muy cerca unos de otros, lo cual seguramente nos indica que en esas zonas se efectuaron golpes de mano. Algunos de los restos se relacionan probablemente con los asaltos al Clínico en noviembre de 1936, pero los asaltos localizados se sucedieron en este sector hasta los últimos días de la guerra. 

Es difícil identificar los elementos con una fase u otra de la guerra. Algunas de las granadas aparecen sobre tierra removida por las grandes explosiones de minas que ocurrieron hasta principios de 1939 ¿Significa esto que los golpes de mano son tardíos? No necesariamente. Las explosiones mezclaron restos de 1936 con restos de 1938, sacaron a la luz cerámica de la Edad del Bronce y demolieron edificios del asilo de fines del siglo XIX. Crearon un nuevo estrato arqueológico multitemporal.

Encontrar las granadas a los pies del Clínico es toda una experiencia. Nos recuerda que la guerra está aún bajo nuestros pies, en espacios que conocemos bien y por lo que pasamos todos los días. Son dos mundos extraños que se encuentran superpuestos. Hace 80 años, estos dos mundos también estaban superpuestos. No en vertical, en este caso, si no en horizontal: mientras los soldados se batían a granadazos a las puertas de Madrid, la gente intentaba hacer su vida normal (dentro de la normalidad que permite una guerra) a unos pocos cientos de metros del frente. Hacían la compra, acudían a los bares, viajaban en metro, leían los periódicos, trabajaban. 

Lo que hoy nos hemos acostumbrado a que pase a unos miles de kilómetros de nuestros hogares, los madrileños se habituaron a que sucediera a unas pocas paradas de tranvía de su barrio.