sábado, 30 de abril de 2016

Ciudades sitiadas

Trincheras en la Casa de Campo

En la novela autobiográfica El Imperio del Sol, J.G. Ballard narra el doble encuentro de su protagonista, un niño llamado Jim, con un campo de batalla abandonado en las afueras de Shanghai. 

La primera visita tiene lugar en 1937, poco después de los combates entre los soldados chinos que defendían la ciudad y los invasores japoneses. Jim visita el campo de batalla con sus padres. No están solos: los vecinos del barrio internacional de Shanghai acuden al lugar como turistas bélicos avant la lettre. Americanos y europeos "aparcan sus limusinas en los caminos rurales cubiertos de casquillos (...) A Jim el campo de batalla le pareció más bien un basurero peligroso: cajas de munición y granadas dispersas junto a la carretera; fusiles abandonados como leña y piezas de artillería todavía enganchadas a carcasas de caballos. Los cinturones de munición de ametralladora parecían la piel de una serpiente venenosa. Por todas partes había cadáveres de soldados chinos". 

Soldados chinos en la Batalla de Shanghai, 1937.

A finales de 1941, cuando se produce la segunda visita, Jim se encuentra el campo de batalla como un yacimiento arqueológico, cubierto de hierba y con trincheras arruinadas. Sin embargo, las fortificaciones pasan por una nueva vida: "Una compañía entera de infantería japonesa descansaba en este viejo campo de batalla, como si se estuvieran reequipando con los muertos de una guerra anterior -los fantasmas de sus antiguos camaradas surgidos de la tumba y dotados de nuevos uniformes y raciones. Fumaban cigarrillos, parpadeando bajo la extraña luz solar, con el rostro vuelto hacia los rascacielos del centro de Shanghai, cuyos carteles de neón brillaban a través de los arrozales vacíos".

Visitando las trincheras republicanas de la Casa de Campo me vino a la memoria esta imagen de las fortificaciones en ruinas de Shanghai. También las del parque madrileño son el testimonio de una defensa sangrienta y fallida. Como aquellas, las fortificaciones de la Casa de Campo contrastan de forma incongruente con los rascacielos de la ciudad al fondo, que parece no haberse enterado de que a sus afueras ha habido una guerra.

Combatientes republicanos en las cercanías de Madrid en 1936. Foto de Guillermo Zúñiga.

En un extremo de la Casa de Campo, al norte del arroyo Antequina, las tropas republicanas aguantaron algún día más el embate del ejército sublevado. Las tropas de Varela habían entrado en el recinto el día 8 de noviembre de 1936. La resistencia duró poco, quizá hasta el 10 u 11

Fragmento de granada de 75 mm recogida en superficie en el límite norte de la Casa de Campo.

Los sublevados avanzaron entonces sobre el Cerro del Águila y allí establecieron su primera línea. Esa línea permanecerá casi inmutable hasta el final de la contienda, pese a los esfuerzos republicanos por modificar la situación. La trinchera que interpretamos como republicana, orientada hacia el sudoeste y por lo tanto inútil en el nuevo escenario bélico, debió de convertirse pronto en un yacimiento arqueológico, como las fortificaciones chinas en 1937. 

Trincheras y abrigos republicanos en la Casa de Campo.


Madrid y Shanghai tuvieron en los años 30 vidas en cierta manera paralelas: ambas tuvieron el dudoso privilegio de convertirse en las primeras metrópolis sitiadas por ejércitos modernos y ambas fueron abandonadas por la comunidad internacional. En los dos casos, la vida ciudadana continuó, rodeada de fortificaciones. También hay diferencias. El grado de devastación y el número de atrocidades que sufrió Shanghai a mano de los japoneses no lo experimentó Madrid, pese a que la primera cayó en tres meses y la segunda resistió dos años y medio a las fuerzas sitiadoras.

No cuál es la situación actual del campo de batalla que se encontró Jim dos veces en su infancia, pero probablemente haya desaparecido bajo el frenético desarrollismo chino. En Madrid, en cambio las trincheras se han conservado milagrosamente: el mes de julio tendremos la oportunidad de excavarlas y evocar su ejército de fantasmas.

martes, 26 de abril de 2016

Garabitas: sembrando la muerte en Madrid


En julio de este año volvemos a Madrid, donde iniciamos nuestras andanzas por las trincheras de la Guerra Civil. Regresamos a un escenario conocido, la Ciudad Universitaria, y empezaremos en otro nuevo: la Casa de Campo. Se trata de un campo de batalla legendario de los primeros meses del conflicto. Fue un espacio épico, en el que lucharon legionarios, moros, milicianos y brigadistas internacionales. Fue también un lugar de infamia, donde los revolucionarios asesinaron a cientos de personas durante las primeras semanas de la contienda. 

Nuestro proyecto pretende indagar en este pasado traumático y ambiguo. Uno de los lugares en los que trabajaremos durante la próxima campaña será el mítico Cerro Garabitas.

Las tropas sublevadas al mando de Varela alcanzaron las tapias de la Casa de Campo el día 7 de noviembre de 1936. Al día siguiente, la columna de Castejón-Bartomeu se dirige hacia el norte y consige ocupar Garabitas, a pesar de la fuerte oposición de la Brigada nº3 Republicana, que ataca desde Húmera y causa numerosas bajas a los asaltantes. 

 Soldados marroquies en las tapias de la Casa de Campo.

El día 9, milicianos anarquistas a las órdenes de Cipriano Mera reconquistan el cerro, pero lo abandonan inmediatamente después por la presión del fuego enemigo. En la operación perdieron un tercio de sus efectivos. Ese mismo día, la XI Brigada Internacional entra en la Casa de Campo y lucha encarnizadamente para detener a los sublevados en el Puente de los Franceses. Hasta el 14 de noviembre, el parque es escenario de varios contraataques republicanos que tienen escaso éxito. La mayor parte de la Casa de Campo ha quedado en manos rebeldes y así permanecerá hasta el final de la guerra.


Brigadistas en la Casa de Campo.

La zona volvió a convertirse en objetivo bélico prioritario en abril de 1937. La República organizó entonces la Operación Garabitas, que tenía como meta estrangular la cuña franquista en la Ciudad Universitaria, apartar al enemigo de Madrid y evitar que este continuara bombardeando la ciudad. La toma del cerro (el punto más elevado del parque y por lo tanto observatorio privilegiado) era fundamental para ello. El ataque comenzó el 10 de abril, pero cuatro días más tarde había fracasado estrepitosamente, dejando no menos de 3.000 bajas republicanas. 

Ya no se volvería a emprender otra operación de semejante envergadura, pero el sector continuó siendo testigo de golpes de mano, bombardeos y ataques de menor intensidad.

Por lo que el Cerro Garabitas ha quedado en la memoria colectiva, sin embargo, no es tanto por ser escenario de batallas, sino por su papel como puesto de vigilancia artillero. Las baterías, situadas en la ladera, castigaron Madrid inmisericordemente hasta el final de la contienda, causando cientos de bajas civiles. Lo que no lograron fue destruir la moral de los sitiados: la capital no se sublevó contra las autoridades republicanas y permaneció en manos leales hasta el 28 de marzo de 1939. 

 Casas bombardeadas en Madrid en 1937.

Seguramente no fue casualidad que el 27 de mayo de 1962 Francisco Franco ofreciera una alocución precisamente desde la cima del cerro. Allí dio a conocer su interpretación de las huelgas que entonces afectaban al país y recordó que todavía se estaba librando una Guerra Civil en España. Franco, conciliador como siempre. El simbolismo del lugar de enunciación no debió de pasar desapercibido para muchos huelguistas. De la misma manera que durante la guerra se machacó a la población civil madrileña desde el cerro, ahora se la volvería a machacar en las calles, en esa guerra incesante contra las fuerzas de la anti-España. 

En la actualidad, el Cerro Garabitas conserva numerosas trazas de su pasado violento: trincheras de resistencia y evacuación, fortines, abrigos, puestos de tirador. Son testigos de batallas tan brutales como inútiles, saldadas con miles de bajas. Y de algo más que no deberíamos olvidar: de crímenes de guerra.  

 Trinchera perimetral en el Cerro Garabitas.

Hasta el mes de abril de 1937 el bombardeo combinado de aviones y artillería provocó en el centro de Madrid la destrucción de cerca de un millar de edificios, 1.277 muertos y casi 2.500 heridos, además de 430 desaparecidos. La inmensa mayoría civiles. A partir de enero de 1937, la artillería comenzó a adquirir un papel más importante en los ataques, frente a la aviación que se desplegó a frentes más activos.

Víctimas de un bombardeo en Madrid.

El artículo XXV de la Convención de La Haya de 1907 prohibía "El ataque o bombardeo por cualquier medio de ciudades, pueblos, residencias o edificios que no están defendidos".  La convención de 1923 especificaba como ilegítimo, en su artículo XXII, "el bombardeo aéreo con el propósito de aterrorizar a la población civil, de destruir o dañar propiedad privada con carácter no militar o de herir a no combatientes". 

Los vestigios bélicos de Garabitas representan una prueba material de la contravención de las leyes internacionales de la guerra por parte del ejército franquista. Suponen, además, un precedente de lo que sucedería años más tarde en Leningrado o Sarajevo, ciudades que fueron sometidas a bombardeos artilleros sistemáticos con el único objetivo de aterrorizar a la población civil.

Al excavar la batalla de Madrid investigamos el inicio de un nuevo régimen de violencia militar, en la cual la frontera entre civiles y combatientes desaparece para siempre. Aun hoy vivimos en ese régimen que tiene pocos visos de llegar a su fin.

lunes, 25 de abril de 2016

Memoria y espacio público (I): el pozo de los Poza


Algunos de los que editamos este blog hemos vivido gran parte de la infancia y de la adolescencia en la ciudad gallega de Pontevedra a lo largo de la década de 1980 y primera mitad de los 90. Por aquel entonces, lo que hoy llamamos memoria era reivindicado sobre todo por el nacionalismo gallego que conmemoraba el Día da Galiza mártir cada verano, recordando el asesinato de Alexandre Bóveda, uno de los líderes (católico para más INRI) del Partido Galeguista eliminado por los golpistas. Y poco más. El recuerdo vívido de la represión se mantenía en tertulias, en librerías, en conversaciones furtivas. Todo el mundo sabía lo que había pasado. El médico Lis Quibén, asesino en serie, dirigió la temida Guardia Cívica, artífice de atrocidades de todo pelaje. Pasada la postguerra, quien había hecho el trabajo sucio para aquellos que no se manchaban de sangre pero medraban dentro del Régimen, fue marginado socialmente en la ciudad. Se le recuerda siempre a Lis Quibén solo en una cafetería pontevedresa. La gente huía de él como de la peste. Toda esta historia oral quedaba camuflada bajo el paisaje presente del franquismo que formaba parte de nuestra cotidianidad. En el trayecto entre casa de mis padres y la Biblioteca Pública yo me daba de bruces con la Cruz de los Caídos en la Alameda, con la plazoleta de la División Azul y con viejos inmuebles en los que todavía se conservaba, pintado en rojo, el indicador: Refugio para ataques aéreos. El espacio público fue ocupado por los vencedores de la contienda, quienes se empeñaron en eliminar la cultura liberal, republicana y galleguista de Pontevedra. En unos casos se invisibilizó y en otros se canibalizó, como hizo el director del Museo de Pontevedra, el preboste franquista Filgueira Valverde, con la memoria del líder galleguista Castelao, fallecido en 1950 en el exilio en Argentina.
La memoria siempre vuelve. Como el Guadiana o el cementerio aquel de Poltergeist, los fantasmas del pasado, en ocasiones, emergen de la tierra. La Arqueología es la herramienta perfecta para visibilizar aquello que se quiso ocultar en su día. Y Pontevedra no iba a ser menos.

  [Fuente: Diario de Pontevedra]

Hace un par de semanas, todos los medios de comunicación de la ciudad se hacían eco de un curioso hallazgo. En una excavación urbana para instalar conducciones de agua, los obreros se dieron de bruces con un misterioso túnel subterráneo que cruzaba la calle Andrés Muruais de lado a lado. Esta galería fue mandada construir en su día por el médico republicano,  masón y librepensador Celestino Poza Cobas (1868-1954) para conectar su vivienda con su sanatorio, uno de los más avanzados de Galicia por aquel entonces. Héroe de la guerra de Filipinas, fundó el Centro Republicano de Pontevedra y se adhirió al radicalsocialismo. En febrero de 1936 salió elegido diputado por Pontevedra (Unión Republicana). Con el golpe de Estado su sanatorio fue saqueado. Los falangistas se hicieron con los equipos de radiología y al no saber usarlos dejaron que se perdiesen en un almacén. Se le incautaron todos los bienes y a él se le envió al campo de concentración de la isla de San Simón. en donde compartió prisión con su hijo Luis. Se dejó crecer la barba, jurando que no se la cortaría hasta ganar la guerra... Falleció en 1954 con una barba tan larga como la de Valle-Inclán.

Celestino Poza Cobas (1868-1954)

Su hijo Luis era un joven culto (aficcionado a la Arqueología y la Etnografía) que colaboraba con el Seminario de Estudos Galegos, como así consta en documentación que se guarda en el Museo de Pontevedra y que hemos podido consultar. Afiliado al Partido Galeguista desde 1935 fue el secretario particular de Alexandre Bóveda. Tras el control de la ciudad por los golpistas, Luis es detenido y sometido a consejo de guerra. Es ejecutado el 12 de noviembre de 1936 con otros nueve republicanos de la ciudad. Estos fusilamientos encajan con la estrategia represiva seguida por los golpistas en las ciudades de retaguardia, instigada por el criminal Mola. Fue todo un aviso a navegantes, ya que se liquidaba a maestros, médicos, libreros, impresores de todas las ideologías y clase social. Aquel día cayeron con él los médicos Amancio Caamaño y Telmo Bernárdez, los maestros Paulo Novás, Germán Adrio y Benigno Rey, el abogado José Adrio, el periodista Víctor Casas, el capitán Juan Rico y el librero Ramiro Paz.


El túnel de los Poza sirvió de refugio para rojos que huían de la represión en los años de la guerra y la inmediata postguerra. La noticia de su redescubrimiento nos dejó un dato importante. La primera vez que se exhumó fue, según un empleado municipal bien informado, a comienzos de los 80, pero se decidió tapar de nuevo y no darlo a conocer. Como en el caso de las exhumaciones de fosas, el golpe de estado de 1981, el miedo escénico y el pacto de silencio y olvido explican en parte esta segunda muerte del túnel que sirvió de refugio a demócratas republicanos. Por aquel entonces no existía una voluntad política para llevar a cabo políticas públicas de memoria. 
 
Inauguración del monumento del 12 de noviembre en Pontevedra  (2014).

En 1999 accedió a la alcadía de Pontevedra el médico nacionalista Miguel Anxo Fernández Lores quien en las elecciones municipales una y otra vez saca los colores al PP en la ciudad natal del presidente Rajoy. Las sucesivas corporaciones que ha dirigido han hecho hincapié en la dignificación del recuerdo de ese pasado republicano de la ciudad pontevedresa: estatuas en plazas, nombres de calles, placas conmemorativas, eliminación del callejero franquista e inauguración de monumentos. En 2014 el ayuntamiento inauguró un monumento a los ajusticiados en la saca del 12 noviembre de 1936; éste es el nombre de una de las nuevas avenidas de Pontevedra.


En el monolito del monumento se recogen los nombres de los ajusticiados por defender un gobierno legal. Entre ellos Ramiro Paz Carbajal (1861-1936), dueño de la imprenta La Libertad, de donde salía publicado el semanario socialista La Hora. Los sublevados no sabían que los Libros arden mal (sensu Manuel Rivas). Las hogueras de obras judeomasónicas y el saqueo de sanatorios, centros de investigación e imprentas (la de Ánxel Casal, alcalde de Compostela, también asesinado) fue un arma de destrucción masiva en manos de unos fascistas que detestaban todo aquello que oliese a librepensamiento, educación o progreso. Ochenta años después, la librería Paz sigue abierta en Pontevedra, especializada en cómic, literatura gallega y fantástica. Todo un monumento a la memoria colectiva.

P.S. El año pasado la Real Academia Galega honraba al alcalde franquista de Pontevedra Filgueira Valverde al dedicarle el Día das Letras Galegas.


viernes, 15 de abril de 2016

El origen de la memoria histórica... en 1871

Destrucción de la columna Vendôme, 1871.

"Memoria histórica" es un concepto inadecuado, incluso erróneo. Se ha señalado, por ejemplo, que memoria e historia son dos términos contrapuestos y que el uno no puede adjetivar al otro. Sin embargo, lo queramos o no  la idea de "memoria histórica" se ha ido imponiendo en España y ha ganado aceptación, tanto entre sus defensores como entre sus detractores. Todos sabemos, intuitivamente, lo que significa "memoria histórica": se trata básicamente de la reivindación de la memoria de quienes han sido acallados (a veces eliminados físicamente) por la historia dominante, hegemónica, oficial, de los poderosos, los vencedores, etc. 

En España, la narrativa histórica contra la que lucha la memoria crítica es la que produjo el régimen franquista. En otros países, la historia dominante que se trata de desmontar es la de un régimen fascista, comunista, colonial o esclavista. Todos ellos son sistemas políticos opresivos que tienden a construir un relato monolítico del pasado que borra a sus víctimas del espacio público y de la memoria colectiva. 

Los detractores de la denominada memoria histórica suelen decir que se trata de un acto revanchista y que lo único que pretende es sustituir la memoria de unos por la de otros. En el espectro más reaccionario se sitúan aquellos que consideran que solo debe permanecer la memoria hegemónica, pues es lo que la historia nos ha legado y que cualquier intento de reivindicar otra es un deseo totalitario de controlar el pasado.

Una visión supuestamente más tolerante propone "sumar" memorias, las de vencedores y vencidos. Según esta teoría, todas las narraciones sobre el pasado tienen derecho a ser conmemoradas. Da igual que sea la perspectiva de un genocida o de un luchador por los derechos humanos. Así, el espacio público debe convertirse en una acumulación de memorias dispares. Entiendo que quienes defienden este punto de vista darán por bueno que una calle dedicada a Juan José Zubieta conviva con un memorial que honre a Miguel Ángel Blanco

Frente a estas perspectivas, la memoria histórica propone una crítica radical del pasado para construir un nuevo presente. En realidad, no existe una única forma de revisar críticamente la historia:  hay quienes abogan por la eliminación de todas las huellas de regímenes opresivos; otros, en cambio, preferimos reinterpretar el legado material de dictaduras, violencias políticas y conflictos. 

Reinterpretar no significa construir una historia partidista o que defienda el punto de vista de una facción o ideario político específicos. Como hemos defendido en otras ocasiones, la reinterpretación debe hacerse teniendo en cuenta los valores que rigen una sociedad democrática: los principios básicos con que estamos de acuerdo la mayoría. Y si eso implica molestar a los nostálgicos del franquismo, mala suerte. Nunca llueve a gusto de todos y, lo que es más importante, no debe llover a gusto de todos. Una memoria en la que los defensores de la dictadura se encuentren cómodos nunca puede ser una memoria democrática.

Hay quienes piensan que la memoria histórica es un invento zapaterista-podemita y por lo tanto una moda reciente. La realidad es bien otra. Las raíces de la memoria radical y reivindicativa se pueden encontrar, al menos, en 1871 y no en nuestro país, sino en el París convulso de la Comuna. 

La Comuna fue un intento fallido de crear una sociedad nueva. Se encuentra a medio camino entre el socialismo utópico del siglo XIX y las revoluciones de inspiración marxista del siglo XX. Aunque sus propuestas eran de carácter más radical, bebía del espíritu de la Revolución Francesa, de la que se sentía deudora. La Comuna puede que fuera un preludio de las revoluciones que vendrían, pero lo que es evidente es que representó el primer episodio del fin que esperaba a quienes trataban de cambiar el mundo -incluso sin utilizar la violencia. El experimento político fue reprimido a sangre y fuego por las fuerzas del gobierno y cerca de 10.000 communards, incluidos mujeres y niños, fueron ejecutados o asesinados.

Por lo que traigo aquí a colación la Comuna es por un hecho que tiene resonancias en el presente: la demolición de la Columna Vendôme. Este monumento fue erigido por Napoleón para conmemorar sus victorias militares. Se realizó con el bronce de los cañones austríacos y rusos capturados en los campos de batalla y se inauguró en 1810. 



El 16 de mayo de 1871 la Comuna de París decidió derruir la columna en un acto que hoy consideraríamos propio de la memoria histórica. Los communards consideraban que el monumento representaba valores opresivos impropios de una sociedad avanzada y civilizada.

Este es el texto que justifica la demolición:

"La Comuna de París, considerando que la columna imperial de la plaza Vendôme es un monumento a la barbarie, un símbolo de fuerza bruta y de falsa gloria, una afirmación del militarismo, una negación del derecho internacional, un insulto permanente de los vencedores a los vencidos, un atentado perpetuo a uno de los tres grandes principios de la República Francesa, la fraternidad, decreta: artículo único - La Columna Vendôme será demolida".


La columna Vendôme demolida.


Esta declaración revela de lo que es o debería ser, en realidad, la "memoria histórica". No tiene nada que ver con la revancha: ¿cuál sería la revancha de los franceses contra sus propias victorias? Tiene que ver con la creación de un futuro mejor, más fraterno, más libre, más igualitario. Y para ello hay que dejar de conmemorar (de conmemorar ¡ojo! que no de recordar) todo aquello que celebra la opresión de unos pueblos sobre otros, la violencia, la dictadura. 

Naturalmente, para aquellos que consideran que el honor de un país se mide en el número de territorios colonizados, victorias militares o conversiones forzosas, la memoria histórica o como queramos llamarla les parecerá un engendro indigirible. Pero quiero pensar que la mayor parte de los ciudadanos en una sociedad democrática considera que de lo que se debe sentir orgullosa una nación es de su capacidad para la convivencia, de su creatividad cultural y de su respeto a otros pueblos. Al fin y al cabo, en estos principios se basan organizaciones tan subversivas como la ONU o la Unión Europea.

Arco de Tito conmemorando la destrucción de Jerusalén en el año 70.


Desde el origen del Estado hace unos 5.500 años, los espacios públicos han estado llenos de monumentos a la violencia y el ejercicio del poder. Durante 5.500 años el mundo ha sufrido guerras y despotismos. No parece que esto vaya a acabarse en un futuro cercano. Pero quizá cuando empecemos a conmemorar otra historia seamos capaces también de imaginar otro futuro.

lunes, 11 de abril de 2016

Materialidades Represivas 002: Panóptico





Seguimos en el penal de Miguelete (Montevideo), cuya arquitectura represiva sirve para que Jorge Tiscornia nos cuente cómo funciona la vigilancia en las cárceles modernas y para intentar trasladarnos a la vida en la cárcel política de Libertad. Algunos teóricos sobre la arquitectura penitenciaria dicen que el panóptico benthamiano no existe, que es casi imposible desarrollarlo a nivel arquitectónico, y que lo que existe es un afán de panoptismo, de controlar visualmente el máximo posible desde un único lugar. Jorge corrobora este punto, ya que finalmente para saber lo que ocurre dentro de cada celda los guardianes tenían que ir puerta por puerta abriendo cada mirilla. Hoy los sistemas de videovigilancia llevan el panoptismo a su máxima expresión, sin necesidad de modificaciones arquitectónicas. Pensemos en campos de concentración actuales como Guantánamo. Pero volviendo a los momentos represivos previos al desarrollo de la videovigilancia, el afán de panoptismo es lo que llevó a desarrollar las cárceles radiales desde el s. XIX, como esta de Miguelete. En España las conocemos bien. Es el caso de la desaparecida cárcel modelo de Moncloa, o de la también recientemente desaparecida cárcel de Carabanchel.
Como decíamos pasear por la cárcel decimonónica de Miguelete nos sirve para imaginarnos la vida de los presos políticos de la última dictadura en Uruguay en la cárcel de Libertad, la principal cárcel política para hombres, que en la jerga militar era denominada Establecimiento Militar de Reclusión nº 1. Jorge sabe de lo que habla cuando compara arquitectónicamente Miguelete con Libertad, ya que pasó 13 años en esta última, en el temido segundo piso al que iban a parar los dirigentes de las organizaciones perseguidas, como la guerrilla del MLN-Tupamaros. Todos los presos políticos de Libertad, como las mujeres que estuvieron en el Establecimiento Militar de Reclusión nº 2, o cárcel política de mujeres de Punta Rieles, fueron juzgados por la justicia militar, en su condición de enemigos de la patria. 

Cárcel de Libertad en la actualidad. Obsérvese el cuerpo central desde donde se distribuye el acceso a las dos alas y desde donde se vigilaba todo el celdario (panopticon)  

El presidio de Libertad tiene este curioso y contradictorio nombre debido a que está situado cerca de la Ruta 1, en las proximidades de la ciudad homónima, en el Departamento de San José, a 53 km de Montevideo. "Estar en Libertad" durante la última dictadura cívico militar en Uruguay significaba, paradójicamente, ser un preso político. Libertad se construyó sobre la base de una cárcel de alta seguridad inconclusa, que había comenzado a edificarse en la década de 1930, durante otra dictadura, la de Gabriel Terra, causante de que muchos uruguayos de izquierda fueran a luchar contra Franco a España. Fue inaugurada poco antes del comienzo de la última dictadura cívico-militar, el 1 de octubre de 1972. En esta fecha recibió a los primeros presos trasladados de la cárcel de Punta Carretas, todos del MLN-Tupamaros. Metidos a patadas y culatazos en medio de la noche según iban bajando de los camiones militares, pudieron leer la frase "Aquí se viene a cumplir", escrita en una de sus paredes. Se estima que hasta el 9 de marzo de 1985 pasaron por el lugar 2.873 detenidos, de muy diferentes organizaciones políticas, llegando a convivir en simultáneo 1.400 reclusos. 9 dirigentes tupamaros fueron secuestrados en 1973 cuando estaban cumpliendo condena en esta cárcel y la dictadura los mantuvo como "rehenes" en cuarteles militares hasta 1985, con tratos extremadamente vejatorios y violentos. El ex-presidente Pepe Mujica o el actual ministro de Defensa son algunos de estos secuestrados en la propia cárcel.  
Gracias a Jorge Tiscornia y a sus investigaciones y novelas (Vivir en Libertad, Nunca en domingo) sobre la cárcel en la que pasó en condiciones extremas tantos años, conocemos hoy sus principales características arquitectónicas y materiales, antes de las reformas acometidas en los últimos años. Además Jorge llevó de forma clandestina un almanaque que escondió en los zueco de madera que él mismo construyó, en donde tenemos registrados los hechos ocurridos en la cárcel política los 4.646 días en los que estuvo allí. Asimismo también se jugó el pellejo cuando al final de su condena pudo subir al piso quinto, y pedir prestada una cámara de fotos a un compañero del taller de fotografía y obtener así las únicas imágenes del interior de la cárcel con la que contamos hoy en día, sacando los negativos en un doble fondo el día de su liberación. 
El conjunto de edificaciones de Libertad se encuentra en el centro de un predio de unas 120 hectáreas. En un espacio mucho menor existía un doble cerco de alambradas, separadas entre sí por una distancia de unos 2 metros, bordeadas por un camino y coronadas por trece torretas. Había otras dos torretas con ametralladoras controlando cada lateral del edificio. 

Fotografía clandestina tomada por Jorge Tiscornia  en 1985 desde el quinto piso: torreta con ametralladora y alambrada.

El perímetro de la cerca contiene el celdario, las cinco barracas anexas también destinadas al "alojamiento", una barraca comedor y una séptima en la que estaban los talleres de herrería y carpintería. Al sur del celdario está la temida Sala de Disciplina (la "Isla" para los presos, de dimensiones muy reducidas) y, en el otro extremo, a la entrada del penal, el Locutorio, donde se realizaban las visitas y funcionaban las oficinas de las autoridades.
El edificio principal o caldario es en sí muy similar al de la cárcel de Miguelete, solo que en lugar de tener cuatro radios tiene sólo dos, enfrentados, y también organizados a partir de un patio central o panóptico, en este caso cubierto por una claraboya. 

Fotografía clandestina tomada por Jorge Tiscornia en 1985. Claraboya que cubría el techo de las dos alas principales.
Fotografía clandestina tomada por Jorge Tiscornia en 1985. Imagen general del celdario desde la planchada del primer piso.

Es en ese eje o espacio central controlador en donde se ubicaba "la jaula", el espacio organizador del acceso, con las escaleras y ascensores. Todo el conjunto del celdario tiene aproximadamente 130 metros de largo por unos 14 de ancho. Cuenta con cinco pisos de alto, con 100 celdas por piso, y está apoyado en 96 columnas, como un enorme "ciempiés", para evitar las fugas mediante túneles, que puede entenderse como un avance arquitectónico en clave represiva, después de sonadas fugas como la de los anarquistas en los años 30 de la cárcel de Punta Carretas, o la de más de 100 tupamaros a comienzo de los 70 de ese mismo lugar. Tan abultada fue esta fuga con túneles que ya en la época se la denominó "El Abuso".

Hoy en día Libertad, la principal cárcel política para hombres de la dictadura, sigue estando en uso.     

martes, 5 de abril de 2016

Historia de una estela alemana o la Guerra Relámpago nació en Urbina (y II)

Imagen área de 1946 con la localización de la estela de Urbina.

Debemos hacer un viaje al 31 de marzo de 1937, primer día de la Ofensiva sobre Vizcaya, dirigida por el general Mola. Tras diversos fracasos por parte del bando franquista en Madrid, se tomó la decisión de liquidar el aislado y precario Frente Norte republicano. El punto de partida de acciones tan conocidas como el bombardeo de Durango (31 mar. 1937), el bombardeo de Gernika (26 abr. 1937), la caída de Bilbao (19 jun. 1937) o el Pacto de Santoña (24 ago. 1937) fue la ruptura del frente precisamente aquí, en este montañoso rincón del norte de Álava.

Vista del emplaste de mortero del basamento de una cruz que coronaba la estela, 
antes de que fuese derribada en un accidente de tráfico.

Ese día, la plana mayor del ejército sublevado en el Norte, con Mola a la cabeza, y varios asesores alemanes, observaron desde Urbina la primera operación combinada de “guerra aire-tierra” en la historia militar (Jiménez de Aberasturi 2003: 178). La Legión Cóndor, por primera vez, quería poner a prueba esta táctica que luego sería tan crucial en la Segunda Guerra Mundial.
Más de cien piezas de artillería bombardearon las posiciones republicanas de los montes Albertia y Jarindo. En todo momento, recibieron el apoyo de la Legión Cóndor y la Aviazione Legionaria que operaban desde el cercano aeródromo de Salburua, en Vitoria-Gasteiz. Las Brigadas Navarras reptaban por las desnudas y empinadas laderas de los montes. “Para facilitar el avance había soldados con flechas blancas pintadas en la espalda que, cuando localizaban un punto fuerte, se tumbaban en el suelo señalándoselo a los aviones” (Huidobro 2005: 113). Ante semejante demostración de guerra (sobre)moderna y despliegue de “logística de la destrucción”, las posiciones del Euzko Gudarostea tuvieron que ser abandonadas rápidamente. El frente ya se había roto. La “guerra relámpago” se acababa de revelar como una forma nunca antes vista de conquista y destrucción.

Bombarderos Junkers Ju 52 en formación [Fuente:ejercitodelaire.com]

Pero, esta demostración de tecnología y precisión, tuvo su contrapartida. Y es que, tres cabos (gefreiter) del Cuerpo Antiaéreo Motorizado F/88 de la Legión Cóndor que manejaban un cañón en Urbina, sufrieron un “accidente”. Las causas exactas son desconocidas por el momento, pero apuntamos a dos hipótesis principales. Por un lado, una explosión producida por la propia pieza, debido a algún defecto de manejo o de fábrica. O por otro lado, el fuego “amigo”: sabemos que unos Junkers Ju 52 bombardearon el puesto de mando de la IV Brigada de Navarra, “sufriendo heridas su jefe de Estado Mayor e incluso el general Sperrle que presenciaba la acción desde un observatorio en sus proximidades estuvo en peligro de ser alcanzado” (Arias 2003: 161). La Guerra Relámpago, en su primer día de vida (y muerte) parece que resultó ser peligrosa incluso para quienes la ponían en práctica. Poco a poco, a lo largo de esta “guerra-experimento”, los técnicos alemanes irían perfeccionando sus sistemas de aniquilación.
Cañón alemán defectuoso. [Fuente: foro.elgrancapitan.org]

En esta Arqueología de la Sobremodernidad (sensu González Ruibal), ponemos especial énfasis en el poder destructivo de los sistemas totalitarios como la Alemania nazi. Pero resulta que de ese ejercicio destructivo surgieron construcciones que persisten hoy en día. La de Urbina no es la única estela funeraria de la Legión Cóndor en el País Vasco. Por lo menos, hay otras tres: en Zarimutz (Eskoriatza, Gipuzkoa), en Larrabetzu (Bizkaia) y en Galdakao (Bizkaia). Se trata de elementos patrimoniales que han caído en el olvido. Un olvido en parte promovido por la propia política de memoria del franquismo: durante casi cuarenta años, la versión oficial negó la participación alemana en la Guerra Civil. Por lo tanto, estos vestigios materiales que muestran la presencia de la Legión Cóndor son pruebas empíricas de una de las grandes mentiras del Régimen de Franco.

Materialidades y discursos.

Nuestra labor, desde la Arqueología, es la de documentar, catalogar y caracterizar esta materialidad para contribuir así a la socialización de un debate abierto sobre el espacio público, las políticas en torno a pasado y presente, la educación para la convivencia, etc. Y todo esto empieza desde rincones como Urbina, una aldea marcadamente de la izquierda abertzale, que está presidida por una estela estratificada por el conflicto: sobre los nombres de los artilleros, vemos esvásticas, cruces celtas, “arribas a España”, tachones de spray rojo… Todo un ejemplo de materialidad y conflicto.
Para acabar, os dejamos un enlace a una representación 3D de este monumento, realizado por alumnos y alumnas del Máster en Gestión del Paisaje de la UPV/EHU.

Agradecimientos a Xabi Mtz. de Guereñu y Ane Urrutxua por su trabajo en equipo y ejemplo de labor interdisciplinar en torno a este “patrimonio en conflicto”.

Post by Josu Santamarina Otaola.

viernes, 1 de abril de 2016

Historia de una estela alemana o la Guerra Relámpago nació en Urbina (I)

Estela funeraria de la Legión Cóndor en Urbina, Araba.

En 2016 celebramos el 80 aniversario del comienzo de la Guerra Civil. Se trató de un conflicto que, como sabemos bien, tuvo un impacto internacional indiscutible, por mucho que el Comité de No Intervención intentase “contener” el conflicto. Hoy en día, en esta Europa premiada con el Nobel de la Paz, parece que seguimos con esa mentalidad del “cordón sanitario” que trata de aislar el conflicto de Oriente Medio. Pero hechos como los recientes atentados en Bruselas nos recuerdan que en un mundo globalizado y complejo como el nuestro, los problemas no se pueden acumular bajo la alfombra. Las vallas no nos servirán hoy, de la misma forma que no sirvieron para nada en el caótico contexto pre-1939. De Argèles-sur-Mer a Lesbos. 80 años, miles de refugiados, cero lecciones aprendidas.

Detalle del campo epigráfico de la estela funeraria.


Esa dimensión internacional de los conflictos modernos es algo especialmente aprehensible a través de la Arqueología. En las posiciones italianas de Etiopía (González Ruibal et al. 2010), en el desierto de Atacama (Prieto y Ayán 2014) o en los frentes de la Guerra Civil en España, encontramos una materialidad que nos habla de intercambios internacionales, flujos comerciales complejos y conexiones de gran escala. En la estepa belchitana, por ejemplo, conviven municiones de origen checo, alemán, ruso y catalán. Y es que, la Arqueología del Pasado Contemporáneo nos enfrenta a la materialidad que nos rodea y hace que la veamos de una forma “nueva”, o al menos “renovada”, poniendo el foco sobre las relaciones espacio/tiempo/materia. 
Y así es como, en una aldea del norte de Araba/Álava, en Urbina, encontramos un gran ejemplo de esta materialidad “internacional” que nos habla muy bien de un pasado complejo e interconectado. Estamos hablando de una estela funeraria que conmemora la muerte de tres artilleros alemanes de la Legión Cóndor. Se trata de un bloque cuadrado de 1x09 m, con una inscripción con caligrafía gótica un poco deteriorada que reza:
“(--)eie(--) kampf um ein(--)
Emil Creutz
28.6.1914 ZU HÜFFLER-PFA
+ 4.4.1937 IM LAZ. VITORIA
Johann Fischer
4.11.1914 ZU HANDZELL-OBB
+ 20.4.1937 IM LAZ. VITORIA
Karl Rettenmaier
5.7.1910 ZU HÜTTLINGEN
[+] 2.4.1937 IM LAZ. VITO[RIA]”

Se sitúa en la entrada norte del pueblo, en la vieja carretera que unía las principales capitales vascas: Bilbao, Durango, San Sebastián, Bergara, Vitoria, etc. En medio de una encrucijada. Y es éste carácter de cruce de vías el que precisamente explica la microhistoria de este misterioso vestigio arqueológico.

Localización geográfica de la estela de Urbina.

Una investigación muy de “andar por casa” ha sido suficiente para poner el foco sobre un elemento (¿patrimonial?) que puede suscitar un interesante debate. Pero, ante todo, ¿por qué está esa estela ahí? ¿Quiénes son los alemanes mencionados? ¿Cuál es el trasfondo de todo esto?

Fotografía aérea de 1946 con la localización de la estela.


Post by Josu Santamarina Otaola 
(Alumno del Máster en Gestión del Paisaje: Patrimonio, Territorio y Ciudad, EHU-UPV).