viernes, 23 de diciembre de 2016

Combat Evolved


La guerra moderna no es una fenómeno estático, aunque tendamos a imaginarla como una foto fija. No se lucha igual cuando empieza y cuando acaba. Las formas de combatir, de sobrevivir y de matar evolucionan, especialmente en los conflictos más largos. Un ejemplo dramático es la Primera Guerra Mundial, que comenzó como un guerra de mediados del siglo XIX, con alegres soldados en vistosos uniformes, y acabó como una distopia futurista en mitad del barro, una especie de pesadilla steam-punk en la que se mezclan tanques y caballos, lanzallamas y mazas medievales, gases tóxicos y corazas.

La Guerra Civil Española también fue un conflicto en continua evolución, pese a que a veces los historiadores la presenten de forma apresurada como una antesala de la Segunda Guerra Mundial. La introducción de nuevas armas y nuevas tácticas explica en parte los cambios en el campo de batalla, pero también el aprendizaje por la experiencia. Los combatientes aprenden a sobrevivir y a ser más letales.

Después de unas cuantas campañas arqueológicas en los más diversos escenarios de la guerra, podemos empezar a realizar comparaciones: regionales, cronológicas, por ejército ¿Se lucha igual en Madrid y en León, en la montaña y en el llano, en 1936 y en 1938? La respuesta es generalmente no y resulta ilustrativo comprobar de qué manera varían las formas de hacer la guerra de unos contextos a otros.

En nuestras intervenciones hemos tenido ocasión de excavar una de las primeras trincheras de combate de la guerra y una de las últimas. En el primer caso se trata de una fortificación republicana en la Casa de Campo de Madrid, que estuvo en uso a mediados de noviembre de 1936. Es entonces cuando se estabiliza el frente en el centro tras al fulgurante avance del Ejército de África desde Sevilla. El segundo caso es una trinchera del último cinturón defensivo del Ebro, en La Fatarella, que cayó a mediados de noviembre de 1938, exactamente dos años después de que los republicanos defendieran exitosamente la capital.

Las diferencias son bien llamativas. La trinchera de la Casa de Campo es casi rectilínea, tiene abrigos excavados en el parapeto y numerosos puestos de tirador, que no son más que un pequeño retranqueo en la pared de la zanja. La trinchera de La Fatarella, en cambio, es una zanja de resistencia canónica en zigzag, sin puestos de tirador (los vértices sirven aquí de posiciones de fuego) y sin abrigos visibles (debían encontrarse, en cualquier caso, detrás del cinturón defensivo). La trinchera de La Fatarella es más efectiva militarmente que la de Casa de Campo. Los soldados estaban más protegidos del fuego artillero, de las granadas y de la aviación enemiga.

 Trinchera de Casa de Vacas casi rectilínea (noviembre de 1936).


Uno de los zigzags de la trincehra de la Fatarella (noviembre de 1938). la trinchera está parcialmente destruida por una canalización agrícola.

Las diferencias no se acaban en el aspecto formal. La dispersión de los materiales que recogimos nos indican también que la forma de combatir ha cambiado notablemente. En la trinchera de la Casa de Campo documentamos más de 300 cargadores en un sondeo de 30 metros. 10 guías de peine por metro de zanja. La impresión que uno obtiene de la dispersión de clips, vainas y cartuchos es que los soldados combatían muy apretados, hombro con hombro. La disposición de los puestos de tirador, que están separados por poco más de un metro en ocasiones, ratifica esta idea .

En cambio, en La Fatarella pudimos observar que la densidad de ocupación era muy baja: la distribución de los materiales demuestra que solo había un tirador en cada uno de los vértices, lo que significa que estaban espaciados hasta cinco veces más que en la Casa de Campo.


 Densidad de guías de peine y distribución de casquillos en Casa de Vacas (noviembre de 1936). 
Densidad de munición y distribución de granadas en La Fatarella (noviembre de 1936).


¿Por qué estás diferencias? Existen varias razones: en primer lugar, al comienzo de la guerra se disparaba más generosamente. Bien por miedo e inexperiencia, bien por entusiasmo. Según avanzó el conflicto, los soldados, especialmente los republicanos, fueron aprendiendo a disciplinarse, a mantener la sangre fría y a combatir de forma más efectiva. Para los momentos finales de la Batalla del Ebro había individuos que llevaban meses o años luchando y habían adquirido una enorme experiencia.

En segundo lugar, en noviembre de 1936 los republicanos echaron toda la carne sobre el asador: estaba en juego el futuro de la República. Había que parar a los sublevados a toda costa, que ya se encontraban a las puertas de la capital. Al frente de Madrid fueron a parar los mejores recursos humanos (brigadistas) y materiales (tanques, aviones, armas soviéticas) que se pudieron movilizar en ese momento. 

El 15 de noviembre de 1938 ya estaba todo perdido. Al menos, la Batalla del Ebro lo estaba. No tenía sentido destinar hombres y medios a un sector que estaba a punto de derrumbarse. Lo que hacía falta era utilizar hombres y medios limitados con la máxima efectividad. El resultado fue exitoso. El Ejército Popular pudo evacuar la bolsa del Ebro con rapidez y pocas bajas. Pero de poco le sirvió ya a la maltrecha República.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Una arqueología profunda del siglo XX


Está de moda entre los arqueólogos del mundo contemporánea afirmar que la arqueología del presente tiene que ser una arqueología de la superficie. La profundidad está sobrevalorada, dicen. Es una vieja metáfora de la disciplina que debemos superar. La arqueología también puede y debe analizar lo que está a la vista, sobre el suelo, en las paredes de los edificios. Es muy cierto. Nosotros mismos hemos practicado la arqueología superficial: analizando arquitectura franquista, estudiando impactos de bala en las paredes o registrando graffiti.

También es verdad que no es fácil encontrar estratigrafías profundas del siglo XX. Pero existen. En la Ciudad Universitaria de Madrid tenemos la suerte de contar con sitios con una potencia estratigráfica extraordinaria. En las trincheras que excavamos este verano documentamos más de un metro y medio de sedimentación que fosiliza una historia peculiar: la historia geológica de los últimos 80 años en Madrid. Y más que eso: la historia del Antropoceno, esa era en la que vivimos inmersos y que supone la intrusión decisiva del ser humano por primera vez en la evolución geológica del planeta. Al finalizar los sondeos tomamos una columna de muestras para su análisis micromorfólogico.

Toma de muestras geológicas en uno de los sondeos de la trinchera de comunicación.


Junto a las trincheras, el refugio de tropa que también excavamos también reveló una gran potencia estratigráfica. Pero aquí no es la historia del Antropoceno lo que podemos recuperar, sino la historia humana de la capital. Hay veces que coincide la potencia estratigráfica y el olvido. La tierra cubre la memoria. Y este es un buen ejemplo de ello. Porque en el abrigo de la Ciudad Universitaria se esconden, en sus cerca de dos metros de estratos arqueológicos y seis niveles de uso, la historia marginada del siglo XX.

Estratigrafía del abrigo


Los dos primeros niveles son de la Guerra Civil y nos cuentan la vida de los vencidos en la guerra. Unos vencidos que fueron, además, castigados, humillados y finalmente olvidados. Poco es lo que nos queda de ellos: una caja de munición reventada, cartuchos oxidados, algunas latas. La imagen de un ejército derrotado.

Los siguientes niveles son los de la vida en la posguerra: gente sin hogar ocupó el refugio y en él pasó frío y hambre nada más acabar la guerra. Las huellas que dejaron son los restos de una hoguera y unas pocas latas y botellas de vidrio rotas. Entre ellas, una de agua mineral Insalus, de Tolosa (País Vasco). Su presencia no indica que los indigentes bebieran agua mineral, sino más bien que reutilizaban cuanto podían. Los sin techo vivieron en el abrigo en los años 40. 

Suelo de ocupación del final de la guerra e inmediata posguerra


La ocupación continuaría en los años 50, después de una breve interrupción marcada por aluviones. Sobre ellos aparece un nuevo nivel de suelo, otra hoguera y más basura. A este período corresponde una botella de Crush, un ancestro de la Fanta que se fabricó en España desde 1929. El diseño art nouveau del vidrio, en este caso, permite datar el contenedor antes de 1955. También a esta fase corresponde una botella de Ferroquina, un vino de origen italiano con hierro añadido, y una moneda de Franco datada en 1947. Los años 40 y 50 fueron testigos de la llegada a Madrid de una gran cantidad de gente que emigraba de los pueblos, huyendo de la miseria o la persecución política. Se asentaron en los márgenes de la capital, donde malvivían en chabolas, cuevas y ruinas.


Moneda del Caudillo de España por la Gracia de Dios datada en 1947


Los años 60 suponen un cambio en el registro arqueológico. Para este período ya no tenemos un nivel residencial propiamente dicho, es decir, con suelos, hogueras y materiales de vida cotidiana. Los años 60 son una fase de desarrollo económico, retroceso del chabolismo y comienzo de actividades propias de la sociedad del bienestar, como las comidas campestres y los guateques de fin de semana. Es posible que a este tipo de prácticas haya que atribuir una diversidad de botellas de alcohol (anís La Castellana, jerez Bobadilla, cerveza Mahou), que no aparecen asociadas a otros elementos, excepto una lata de mejillones.
  
¿Restos de un guateque campestre de los 60?


Basurero de los años 60 con lata de mejillones en primer plano.

Una nueva capa de arena arrastrada por la lluvia sella esta fase hasta que a finales de los 80 se produce una nueva ocupación, nuevamente por indigentes. O más bien indigente. Porque los restos que nos encontramos parece que se pueden asociar a una mujer sin hogar que vivió en el refugio hasta mediados de los años 90. Ahora vuelven a aparecer restos de vida cotidiana (medicinas, objetos de higiene, alimentos, un colchón, pilas). 

Objetos asociados a la ocupación de una mujer sin hogar a principios de los 90

No sabemos qué pasó con esta mujer (y creemos que era una mujer porque apareció esmalte de uñas rosa). Pero hace unos 20 años dejó su hogar improvisado. Desde entonces, el sitio ya solo es visitado esporádicamente por hombres que practican actividades sexuales. 

Manuel de Landa propone en su visión no lineal de los últimos mil años una descripción geológica de la historia. El proceso de emergencia de las ciudades es para el filósofo equivalente al de lavas y magmas. No es una metáfora, advierte: realmente se trata de los mismos procesos físicos. La lava se solidifica de la misma manera en que las ciudades se van convirtiendo en entes más pesados y rígidos, con sus murallas, casas y monumentos.

En la Ciudad Universitaria nos encontramos un proceso geológico distinto: el aluvión. Los refugios y las trincheras de la Guerra Civil se convirtieron desde abril de 1939 en una trampa sedimentaria, es decir, una barrera contra la que se remansa la materia que fluye arrastrada por los elementos. En los refugios y las trincheras se han sedimentado capas de aluvión geológico, formado por las arenas arrastradas por la lluvia. Pero también hay capas de aluvión humano. Por algo se habla de "gente de aluvión": personas desplazadas no por fenómenos geológicos, sino políticos y económicos. La gente de aluvión la forma el desecho social: los soldados vencidos en un frente secundario, los que lo han perdido todo, los emigrantes, los indigentes, los homosexuales.

En la Ciudad Universitaria rescatamos un proceso geológico-social olvidado, en el que se mezcla la gente, la basura y la arena. Es una historia que tiene poco de épica. Una historia de los perdedores de la historia.

martes, 13 de diciembre de 2016

El Txoko Belga

Placa en el cementerio belga de Gambela (Etiopía occidental).

"B.C.S.
À la mémoire des 
142 gradés et soldats
215 porteurs militaires
des troupes coloniales belges
Campagne d'Abyssinie 1941"

En nuestras investigaciones sobre la ocupación fascista italiana en la frontera entre Etiopía y Sudán del Sur nos dimos de bruces con los restos de la primera victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Belgas y británicos (mejor dicho, porteadores y tropa negra con blancos al mando) lograron avanzar sobre la Abisinia mussoliniana, que acabó claudicando. Uno de los escenarios bélicos de esta campaña fue la ciudad de Gambela. Allí, casi por casualidad, pudimos documentar en 2010 un cementerio de guerra bajo sedimentos de basura, entre las cabañas de un barrio del extrarradio de la ciudad. Héroes flamencos y valones emergían del detritus del olvido. Mientras Bélgica estaba ocupada por la Alemania nazi, la resistencia se llevaba a cabo también en tierras africanas. Bajo tierra (y basura) etíope quedó, por ejemplo, el sargento Lambrecht.



La sombra de los belgas es alargada, y nos sigue persiguiendo en nuestro periplos arqueológicos, al estilo de Tintín en el Congo. Ahora, en Euskadi, se nos vuelven a aparecer. Como ya sabéis los que nos seguís, llevamos tres años siguiendo las huellas arqueológicas de las Brigadas Internacionales con excavaciones en Belchite o Casa de Campo. Pero también hubo otros voluntarios extranjeros, quizás menos conocidos en el conjunto del Estado. Estamos hablando de aquéllos y aquéllas que intentaron contener el avance de las tropas de Mola hacia Irún. Allí aparecen ya unos y unas cuantas belgas, organizados en la Milice Socialiste Belge. Más tarde, en Elgeta, en donde se le pararon los pies a Camilo Alonso Vega dos veces, también tuvieron un notable protagonismo, manejando ametralladoras. De hecho, una posición en el sistema defensivo republicano todavía se conoce como La Belga. Y como no podía ser de otra manera, ahora, en el monte de San Pedro, nos volvemos a encontrar con los belgas, por partida doble.

Voluntarios belgas en la defensa de San Marcial, Irún [Fuente: S.B.H.A.C]

El protagonista de esta historia es el belga Juul Christiaens, jefe del Grupo Edgar André, formado por belgas, suizos y alemanes y que combatió en la batalla de Irún. Tras su actuación en Gipuzkoa pasó a comandar el batallón nº 3 de la UGT del Ejército de Euzkadi y participó en la conquista de San Pedro-Txibiarte-Sobrehayas. De hecho, según el miliciano Eduardo Uribe, fue el primero en llegar a la cumbre del Txibiarte. En nuestras excavaciones en el sector 01 del monte de San Pedro pudimos recoger un par de testimonios que nos muestran la impronta que este hombre dejó en la comarca. Uno de nuestro informantes recordaba a Juul Chistiaens en el caserío de su abuela en Lezama, comiendo, como si de un ogro se tratase, un plato repleto de huevos fritos. Juul Chistiaens fue después jefe del batallón nº 10 de la UGT, un batallón de reserva. Tras la caída del frente Norte pasó a la principal zona republicana integrándose en la estructura de las BBII y llegando a ofrecer sus servicios, muy al final de la guerra, al ejecutivo vasco afincado en Barcelona.
En el imaginario colectivo se modeló el estereotipo de estos otros chicarrones del Norte (ya fuesen pilotos alemanes abatidos o voluntarios extranjeros europeos al servicio de la República).

Recordando a los belgas de Orduña en la charla en Delika.

Esta misma imagen es compartida por el recuerdo colectivo de otros belgas que aparecieron por aquí al poco tiempo. Nos referimos a los belgas de un barco que atracó en Bilbao. Estos marinos fueron alojados en Orduña, en donde ayudaban a la gente en sus labores domésticas e incluso se distinguieron apagando el fuego que se declaró en la villa por aquel entonces. En nuestra charla en Delika pudimos escuchar de viva voz el testimonio de un vecino que se acordaba perfectamente de ellos: llegaron con su uniforme de marino. Eran unos tipos imponentes; se tiraban de cabeza al agua en las simas. Ayudaban en lo que podían; en nuestra casa se les reclamaba siempre para cortar leña.

En las visitas guiadas por el monte de San Pedro siempre utilizamos el símil de las trincheras en Flandes en la Iª Guerra Mundial, pero nunca nos imaginamos que esta conexión belga haya marcado tanto este paisaje bélico y de postguerra.



Referencias.

Egiguren, J. 2011. Prisioneros en el campo de concentración de Orduña (1937-1939). Ttartalo.

Uribe Gallejones, E. 2007. Un miliciano de la UGT. Memorias. Bilbao: Ediciones Beta/Sancho de Beurko.

Vargas Alonso, F. M. 2007. Voluntarios internacionales y asesores extranjeros en Euzkadi (1936-1937). Historia Contemporánea, 34: 323-59.


domingo, 4 de diciembre de 2016

Acacias 36

Vallado de las estructuras arqueológicas en la cima de San Pedro, 
medida protectora (de ruinas y ganados) ejecutada por el ayuntamiento de Amurrio.

El proyecto arqueológico del monte de San Pedro no se puede entender sin las comunidades locales. Esta gente es la dueña de los terrenos, es la depositaria de la memoria bélica del lugar, y son la mejor garantía para que estas ruinas se protejan y se promocionen. Por supuesto, para llegar a este punto del proyecto hubo que negociar, porque la Arqueología del Conflicto también sirve para dirimir conflictos.
Un primer conflicto viene dado por el uso actual del paisaje. Las prácticas ganaderas materializadas en los ricos pastos de la zona, están reñidas con el peligro potencial que supone para el ganado la presencia de agujeros como nidos de ametralladora o tramos de trinchera abiertos. La Junta Administrativa de Lezama mostró interés por el proyecto desde su inicio, pero impuso legítimamente condiciones lógicas: vallado estable en el sector de intervención y garantía de mantenimiento de las estructuras exhumadas. Todo este proceso de negociación entre técnicos ayuntamiento de Amurrio y Junta vecinal es un regalo para todo joven arqueólogo que se adentre en la gestión integral del patrimonio: reuniones con los junteros, recogida de firmas a pie de caserío, la pervivencia de la tradición oral... 

Tramo de trinchera protegido. Aquí estaban los gudaris del Araba. 
Al fondo el Txibiarte y Sobre Hayas, defendidos por el batallón anarquista Bakunin.

El otro día nos acercamos de nuevo al monte para comprobar materialmente los acuerdos: un vallado de postes de madera de acacia con su alambre de espino (ha vuelto, como en 1937) protege el espacio que será intervenido en mayo del año que viene. Antes de este proyecto, los ganaderos solían colmatar y rellenar los tramos de trinchera. Con nuestro proyecto, esa práctica se ha detenido. Todos hemos colaborado en el proceso de valoración patrimonial de estas ruinas. Además, a raíz de nuestros trabajos, este área será protegida por la administración de patrimonio del Gobierno vasco, ya que desde ahora posee la categoría de área arqueológica.

Conferencia interactiva en el local social de Arrastariakoak.

Esta Arqueología en comunidad en la que creemos se basa en la mediación, la colaboración y el compromiso. Así pues, la Junta de Aloria incidió en la necesidad de dar a conocer a vecinos y vecinas la historia que estábamos desenterrando. Y en eso estamos. El sábado 26 de noviembre, día gélido por estos lares, impartimos una conferencia en la sede de la asociación Arrastariakoak en Delika. En esta charla recabamos muchísima información de la población local. Un erudito local, hijo y sobrino de combatientes, al paso de las fotografías que iba pasando Josu Santamarina, iba cantando los nombres y apellidos de miembros del batallón Araba del PNV o de significados requetés de la zona. Aunque recordar duele, todo el mundo esta empeñado en preservar y transmitir la memoria de los hechos acaecidos en el siempre vigilante monte de San Pedro.

Nuestros particulares combates por la Historia: Josu Santamarina blandiendo la bayoneta checa 
legada por un tío abuelo suyo, combatiente del batallón del PNV  Avellaneda.