miércoles, 24 de octubre de 2018

La guerra es esperar


En su libro El tiempo regalado, Andrea Köhler nos recuerda que la vida es esperar y el esperar  -terrible o gozoso, largo o breve-está entretejido no solo de tedio, sino de emociones (miedo, angustia, amor, deseo). Los arqueólogos sabemos bastante del tema, porque nuestro trabajo consiste, en buena medida, en eso: esperar -a que las cosas vayan emergiendo lentamente de la tierra, a que tomen forma y tengan sentido- pero también en documentar la espera, los tiempos muertos de la vida.

Es interesante que en castellano, catalán y galaico-portugués existe una sola palabra "esperar" para referirse a dos cosas distintas: "Tener esperanza de conseguir lo que se desea" (desear, ansiar, anhelar) y "esperar a que llegue alguien o algo, o a que suceda algo". La emoción forma parte de la espera. En cambio, en alemán, inglés, francés, italiano y otras muchas lenguas se separa la experiencia espacio-temporal de la emocional (warten/hoffen, wait/hope, attendre/espérer, aspettare/sperare).



La guerra es una larga espera. Y el verbo en las lenguas romances ibéricas sirve mejor para expresar lo que ello significa. Lo que descubrimos con nuestro trabajo arqueológico son las ruinas de la espera y de la esperanza: ¿qué es un refugio de tropa si no un sitio donde se espera (se aguarda y se anhela)? O un paredón o el borde de una fosa: el lugar donde esperar ya solo significa aguardar el fin.

En ningún sitio se espera tanto como en la guerra y toda la historia de una guerra se puede contar en sus esperas.

Esperar el rancho.
Espera un ascenso.
Esperar agazapado al enemigo en la trinchera.
Esperar una orden.
Esperar una carta (no cualquier carta, una carta).

Esperar noticias del frente.
Esperar noticias de casa.
Esperar el cambio de guardia.
Esperar la hora del descanso.
Esperar la hora del combate.

Esperar que termine un bombardeo con los nervios hechos trizas.
Esperar el relevo en primera línea con los nervios hechos trizas.
Esperar que tu camarada acabe de morirse.
Esperar que el herido en tierra de nadie acabe de desangrarse.
Esperar que no te tengan que amputar una pierna. 
Esperar el turno para que te amputen una pierna.


Esperar tu turno en un prostíbulo.
Esperar que hoy no te violen.
Esperar el momento de huir.
Esperar que hubiera un error, que no fuera tu marido.

Esperar que acabe la guerra.
Esperar que no acabe la guerra.

Esperar que vuelva tu hijo, tu novio, tu hermano.
Esperar que vuelva entero.
Esperar el momento de vengarse.
Esperar el último barco.
Esperar que acaben de pegarte.
Esperar la próxima paliza.
Esperar que pase la noche.

Esperar que vuelvan a pasar de largo.
Esperar que te lleven a otra cárcel, a otro campo, a cualquier lado, con tal de seguir vivo.
Esperar que llegue una contraorden en el último minuto.
Esperar las balas del pelotón de ejecución.
Esperar el tiro de gracia.
Esperar cuarenta años a que acabe la dictadura.
Esperar ochenta años para que te exhumen tus bisnietos.
Esperar justicia.
Esperar reparación.
Esperar.

sábado, 13 de octubre de 2018

Un imperio de mentira


Uno de los pilares de la ideología franquista fue el Imperio. Para el nacional-catolicismo, el Imperio de los siglos XVI al XVIII había sido la época más gloriosa de la historia de España, no solo por el hecho de que nuestro país se hubiera convertido en la primera potencia mundial, dueña de medio orbe, sino por el espíritu que lo había hecho posible. Dado que recuperar el imperio a mediados del siglo XX era una cosa un pelín complicada, se podía al menos recuperar el espíritu imperial. Y para eso se creó una cultura material en la que dominaban los símbolos del imperio (con el águila ominpresente), se crearon novelas y películas y se adoctrinaba a los niños en las escuelas. 

Uno pensaría que en la democracia esta ideología chovinista y agresiva habría desaparecido. Pero como tantas otras cosas que sucedieron en la Transición, realmente no pasó a mejor vida, sino que entró en hibernación o se transformó en otras cosas. Así, en la ley 18/1987 en los que se establece el 12 de octubre como fiesta nacional, se dice que dicha fecha conmemora el inicio de "un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos". Una forma muy delicada de referirse a un proceso de explotación colonial como cualquier otro. Al igual que Francia, España nunca ha revisado en serio y de forma crítica su historia colonial y esto explica que cada cierto tiempo resurja con sus mitos y sus victimismos ("los otros países nos odian porque nos tienen envidia"). 

Desmontar dichos mitos requerirían mucha letra y este blog no es el sitio para hacerlo. Me gustaría sin embargo señalar dos leyendas tremendamente recurrentes, cuyo origen se encuentra en el franquismo y que se han vuelto a poner de moda con el resurgir del nacionalismo español y más recientemente con motivo del 12 de octubre.

Mito 1. Los españoles eran colonizadores "buenos" porque no eran racistas y se mezclaban con la población local, al contrario que los colonizadores "malos" del norte de Europa.

Se podría criticar el significado real de dicho mestizaje (violaciones, servidumbre con obligaciones sexuales, matrimonios forzados, etc.), pero quizá sea más interesante desmontar la segunda parte del mito. Los españoles no se acostaban con indígenas ni más ni menos que el resto de los colonizadores conocidos. Los holandeses dieron lugar a los basters en el sudeste de África (una mezcla de boers y khoikhoi), los franceses se mezclaron tan a fondo con los aborígenes de Canadá (wabanaki,algonquinos, cree, ojibwe, etc.), que dieron lugar a un nuevo grupo étnico, los métis ("mestizos"), hoy reconocido como una nacionalidad más del país. 

Basters en Nambiia a mediados del siglo XX.

Y en el sur de Estados Unidos, los creoles de la Luisiana son un popurrí de franceses, españoles, indios y africanos. Los británicos de la Compañía de las Indias Orientales tuvieron sistemáticamente concubinas locales e hijos mestizos hasta la época del Raj (1858-1947), en la cual decayó la práctica. En Norteamérica, los ingleses, alemanes y otros pueblos del norte de Europa mantuvieron sistemáticamente relaciones sexuales (y familiares) con los indígenas, lo que explica que existan muy pocos nativos "puros" en el país: el 75% de los cheroquis solo tienen un cuarto de parentesco aborigen. Los holandeses, nuevamente, se arrejuntaron muy a gusto con los indonesios y dieron lugar a los denominados indo, que actualmente son unos tres millones en el país y cerca de 700.000 en los Países Bajos.

Mito 2. Los españoles eran buenos colonizadores porque no exterminaron a la gente, no como los colonizadores malos del norte de Europa que arrasaron a todo el mundo. Prueba de ello es que en territorio colonizado por españoles hay muchos indígenas y en territorio colonizado por otros europeos, pocos.

Los españoles eran igual de cabrones que cualquier hijo de vecino en el siglo XVI. La desaparición o no de poblaciones indígenas tiene poco que ver con su ética y mucho con diversas circunstancias culturales, políticas y económicas. Las sociedades americanas centralizadas con millones de habitantes, como los aztecas o los incas, que es en las que piensa la gente normalmente, sobrevivieron sin mayor problema el embate colonial. Murieron millones a causa de epidemias y de violencia, pero eran muchos, así que salieron adelante. 
 Indígenas muriendo de una epidemia de viruela en el México colonial.
 
Las sociedades tribales descentralizadas con pequeños contingentes de población desaparecieron en masa: esto es lo que pasó en las Antillas. Por eso Haiti o Cuba están llenas de negros, pero es más difícil encontrar un indígena taíno que un demócrata en un mitin de Vox. Con los ingleses sucede lo mismo: en Norteamérica desaparecieron las sociedades de carácter tribal, que eran las que ocupaban la mayor parte del territorio (en Norteamericana, al contrario que en Mesoamérica y América del Sur no se desarrollaron estados centralizados). Allí donde había formaciones sociales más complejas (aunque no estatales) y con mayor demografía, pudieron contarlo: caso de los denominados indios pueblo (keres, tiwa, hopi, etc.) del suroeste de los Estados Unidos. Los cuales por cierto, nos querían tanto que en 1680, durante la época de control español, se cargaron a 400 españoles, echaron al resto y mantuvieron la independencia durante doce años.

Conviene tener en cuenta un segundo punto. Se compara de forma errónea el colonialismo español del siglo XVI y XVII con el colonialismo europeo del siglo XIX. Son fenómenos distintos. El mestizaje y la convivencia fueron habituales hasta finales del siglo XVIII independientemente del pueblo colonizador. Durante el siglo XIX, sin embargo, surge el racismo biológico, lo que explica que la segunda oleada colonizadora que se desarrolla desde mediados de esa centuria sea mucho menos mestiza y bastante más excluyente y exterminadora. Para entonces España era una potencia colonial en declive, así que es difícil comparar. Los únicos territorios que ocupa nuestro país entonces son minúsculos, caso de Guinea Ecuatorial. La colonización a principios del siglo XX en esta región, sin embargo, tuvo tintes auténticamente genocidas y fue considerablemente más brutal que la británica de Nigeria (por ejemplo), aunque no tanto como la del Congo belga.

En conclusión: si agitáramos menos banderas y leyéramos más libros nos iría mucho mejor a todos.

jueves, 11 de octubre de 2018

El gran espectáculo del fascismo

Solo falta King Kong. Foto sin fecha del Valle de los Caídos. Patrimonio Nacional

El fascismo no se puede comprender sin su materialidad. Si los distintos regímenes fascistas no hubieran desarrollado estrategias materiales tan espectaculares y convincentes, quizá no hubieran tenido el éxito que llegaron a tener. Se ha hablado con frecuencia de lo bien coreografiadas y escenografiadas que estaban las grandes celebraciones nazis. Y es verdad. Los estetas del régimen claramente sabían lo que hacían: sin necesidad de djs ni de pastillas lograban poner a cien a las masas, las hacían entrar en un éxtasis colectivo tras el cual se les podía pedir cualquier cosa -que aceptaran una dictadura, una guerra mundial o un genocidio. 

En esta cultura del espectáculo fascista tienen mucho que ver dos cosas estrechamente relacionadas: el desarrollo masivo de la cultura popular desde finales del siglo XIX y las tecnologías de la Segunda Revolución Industrial (como el cine, la radio y la electricidad). Existe un tercer elemento que resulta bastante paradójico: la expansión de la democracia. Hasta mediados del siglo XIX la gente de a pie contaba bastante poco, porque su capacidad de influir en la vida política era muy limitada (salvo en los excepcionales momentos revolucionarios). Sin embargo, a partir del último cuarto del siglo XIX el sufragio universal masculino se vuelve cada vez más común, surgen los partidos políticos modernos y con ellos la propaganda: es necesario convencer a la gente de que es mejor que les gobierne fulanito y no menganito. Y en esta labor de seducción no valen solo buenas ideas. Los colores, la música, los esloganes, los logos resultan esenciales: entre otras cosas porque la población iletrada era todavía muy numerosa.

El desarrollo de la cultura de masas, las tecnologías audiovisuales y la democracia representativa vienen de la mano de un cuarto fenómeno: el consumo capitalista. Las industrias producen mucho y a bajo precio. Los ciudadanos de occidente pueden acceder a productos nunca antes soñados. La competición entre empresas es feroz. Surge la publicidad.

Sin esta combinación de factores no se entiende el espectáculo del fascismo. Pero tampoco se entiende a Trump ni a Bolsonaro, herederos del populismo reaccionario de los años 30.

El fascismo italiano y el nazismo alemán desarrollaron sofisticados espectáculos de luz y de sonido que poco tenían que envidiar a las películas de Hollywood de la época. Y de hecho, ambos regímenes invirtieron grandes sumas de dinero en la industria cinematográfica. No es casual que la compañía pública de cine en época de Mussolini se llamara "luz" -LUCE (L'Unione Cinematografica Educativa). Los juegos de claroscuro ofrecían dramatismo y sensación de gravedad a las ceremonias políticas (que contrarrestaban la banalidad de las ideas). Por ese motivo fueron explotadas hasta la saciedad por los totalitarismos.


No se ha avanzado tanto en el estudio de la estética política del franquismo como en las de la Alemania y la Italia de la época. Pero las influencias fascistas son evidentes. Quizá en ningún sitio son tan claras como el Valle de los Caídos, una compleja escenografía que bebe del paisajismo nazi -el cual, por cierto, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y se acabó utilizando para construir memoriales... ¡en los campos de exterminio nazis!

Aunque la estética fascista se puede percibir en el valle un día cualquiera, en la imagen que ilustra esta entrada queda si cabe mucho más de relieve. El juego de luces y sombras recuerda enormemente a la entradilla de las producciones de LUCE que reproducimos más arriba. Como todo en el franquismo, la experiencia catártica político-religiosa fascista toma aquí un carácter fuertemente católico. Parece que estamos a punto de contemplar una epifanía divina. Lo cual encaja perfectamente con la idea de que Franco era caudillo por la gracia de Dios. Si la leyenda en las monedas no lo convencían a uno del todo, ahí estaba el espectáculo del Valle para completar el trabajo. 

He aquí pues uno de los problemas del fascismo. Y es que mola. Escenarios monumentales, muchas banderas, gritos al unísono, música a todo volumen, colorines, ideas simples, chivos expiatorios ¿Qué más se le puede pedir a la política?

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Falasca-Zamponi, S. (1997). Fascist spectacle: the aesthetics of power in Mussolini's Italy. Berkeley: University of California Press.

Van der Laarse, R. (2015). Fatal Attraction. Nazi Landscapes, Modernity and the Holocaust. En Landscape biographies: geographical, historical and archaeological perspectives on the production and transmission of landscapes, 345-375. Amsterdam: Amsterdam University Press

Gracias a Luis Antonio Ruiz Casero por poner en mi conocimiento la existencia de la foto del Valle iluminado.

lunes, 8 de octubre de 2018

Arqueología pública: manual de instrucciones

Día de puertas abiertas, Abánades, septiembre de 2010.

La Guerra Civil Española es un campo que apasiona. Nos apasiona a quienes escribimos en este blog, a una multitud de académicos (historiadores, historiadores del arte, antropólogos) y a una parte considerable de la sociedad española. Es comprensible, porque es quizá el episodio histórico más importante de los últimos quinientos años en nuestro país, un episodio traumático que sigue teniendo una gran relevancia en el presente.

Precisamente por ello, desde que iniciamos nuestra andadura como arqueólogos del conflicto decidimos que nuestro proyecto debía ser público. Y desde el año 2008 hemos tratado de dar a conocer nuestra investigación al tiempo que la íbamos realizando: a través de este blog, de Facebook, de Twitter, en conferencias públicas, en jornadas de puertas abiertas, divulgando los informes técnicos online... La satisfacción que nos produce realizar este trabajo solo es comparable al placer de compartirlo. Vuestro apoyo y vuestro entusiasmo a lo largo de los años han sido un acicate fundamental para seguir adelante, a veces en condiciones francamente adversas.

Visita guiada. Santiago de Compostela, noviembre de 2012.


Divulgar a tiempo real tiene sus problemas, por supuesto. Y algunas personas no son conscientes de ello. De ahí las aclaraciones que siguen.

El primer problema de la divulgación en tiempos de Internet es la fauna de trolls a los que debe uno enfrentarse. Da igual que se hable de la Guerra Civil o de calceta. La gente tiene ideas firmes y las expresa con la misma soltura y la misma agresividad en las redes y en la barra del bar. Con la diferencia de que en el segundo caso se enteran cuatro y en el primero nos enteramos todos. Uno podría pensar que la rivalidad es sobre todo política. Y efectivamente, existen trolls políticos que discrepan de forma ofensiva de los diversos puntos de vista de quienes participamos en este proyecto. 

 Día de puertas abiertas, Madrid, julio de 2016.

Pero los trolls políticos son solo un grupo y no siempre el más activo. Contamos también con un nutrido grupo de eruditos agresivos que se dedican a despreciar cuanto hacemos partiendo de una doble convicción: de que solo nos mueve el dinero y la fama y de que somos unos ignorantes. 

Respecto al primer punto, todo el mundo sabe que los arqueólogos estamos aquí para forrarnos. Como se mueve tanta pasta, todo arqueólogo que se precie va a trabajar en un Mercedes desde su chalé con piscina de un millón de euros. Quien esto escribe gana más dinero quedándose en su despacho a investigar que organizando trabajo de campo. Básicamente porque no ha habido una sola campaña en la que no haya tenido que poner dinero de mi bolsillo. En cuanto al equipo, sus salarios son los que estipula el CSIC para personal técnico. Y si contamos la cantidad de horas extras, sábados y domingos que han trabajado, la hora laboral les debe salir a 6 o 7 euros.

Niños en una de nuestras excavaciones, Abánades, septiembre de 2011.

Respecto a la ignorancia. Los trolls eruditos parecen desconocer cómo se genera conocimiento científico. No pasa nada. No tienen porque saberlo. Pero podrían ser un poco más prudentes y un poco menos ofensivos. Si siguieramos el modelo de trabajo científico convencional, haríamos nuestras excavaciones en silencio sin que nadie viera nuestros fallos, procesaríamos nuestros datos durante cuatro o cinco años fuera de la mirada pública y finalmente sacaríamos una memoria técnica y varios artículos en lugares inaccesibles para el común de los mortales. Quizá también una noticia en un periódico. 

A nosotros esto nos parece insatisfactorio e injustificable con los medios de que disponemos actualmente. Tenemos la firme convicción de que debemos compartir con la sociedad todo el proceso investigador, nuestros hallazgos y nuestro errores, nuestras dudas y nuestras certezas. Esto es lo que tradicionalmente ha quedado oculto en lo que el sociólogo de la ciencia Bruno Latour llama "cajas negras", un espacio de producción de conocimiento sellado a cal y canto, invisible salvo para los iniciados. 

Lo que nos hemos encontrado al abrir la caja negra es a un montón de gente maravillosa, gente que nos ha ayudado muchísimo, que ha disfrutado con nosotros y que nos ha agradecido nuestra labor más de lo que merecemos. Pero también nos hemos encontrado con hordas de trolls que consideran que confundir un topónimo, una fecha o el calibre de un cartucho en una entrada del blog o de Facebook es muestra de intrusismo y de ignorancia supina. Podríamos ahorrarnos sus comentarios dando a conocer el producto final, refinado y contrastado. Pero preferimos correr el riesgo de equivocarnos que ocultar un proceso investigador que apasiona a tanta gente. Ojo: nos encantan las críticas. Es la base del trabajo académico y lo que nos hace aprender y mejorar. Aquí me refiero exclusivamente a las agresiones verbales.

Por resumir: lo que se recoge en este blog es un trabajo en proceso. Escribimos las entradas al ritmo de la pala y el pico. Las interpretaciones cambian según avanza la excavación, según descubrimos nuevas fuentes, según las personas que siguen nuestros andanzas nos señalan errores o imprecisiones. Tratamos de hacer nuestra investigación interesante, contar historias sobre los objetos que descubrimos, los lugares en los que excavamos. Trabajamos en toda España, así que a veces confundimos el nombre de un cerro o un río. Intentamos que estos errores no aparezcan en las publicaciones finales. Las conclusiones definitivas de nuestros proyectos, en todo caso, se encuentran en las memorias técnicas, disponibles en digital.csic.es y en numerosos libros y artículos. Son géneros distintos -la web y las publicaciones científicas- y no se les pueden plantear las mismas exigencias de prueba y retórica.


Queridos trolls (vosotros sabéis quiénes sois, no hace falta dar nombres ni siglas), nosotros vamos a seguir trabajando y escribiendo para aquella mayoría que entiende lo que nos motiva y que disfruta siguiendo nuestros hallazgos en las trincheras. Os agradeceríamos un poco más de cortesía cuando os refiráis a nosotros, claro. Sea como sea, nosotros seguiremos a lo nuestro, que es descubrir el pasado, maravillarnos, aprender y compartir nuestro trabajo con todos vosotros.

miércoles, 3 de octubre de 2018

800 balas

Casquillos del campo de tiro de El Campillo (Fot. de J. Marquerie).
 
Montañas de basura. Agujeros de kilómetros cuadrados para la extracción de áridos. Un campo de tiro. En El Campillo lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. El estruendo cadencioso procedente de la fábrica anexa, con cierto aire sonoro a La Guerra de los Mundos, da paso a fiestas de cumpleaños infantiles en el pinar. Los niños, carne de piñata, aparecen de vez en cuando con una bala en las manos, con un casquillo de Cetme. Para los padres, que no han hecho la mili, todo el monte es orégano. Al menos en las trincheras los infantes están controlados. Este paraje se integra en un parque natural en el que hay una laguna artificial, una megafinca privada, una vía de ferrocarril y una fábrica enorme de piezas metálicas. Podríamos definir El Campillo echando mano de conceptos como el de no-lugar, pero quizás la clave esté en su naturaleza brutalista. Brutal fue la batalla del Jarama y todo lo que vino después.
 
 
Este paisaje brutalista es codiciado desde hace tiempo como decorado para películas, spots publicitarios, series de televisión e influencers varios. Ahí tenemos a David Bisbal y el vídeoclip de su tema Duele demasiado (el título no se refiere a su propia música).  Estos parajes quedan estupendos para recrear el paisaje bélico de Siria, por ejemplo, o para un sketch de José Mota para Nochevieja. La crueldad no tiene límites. Muy manido también es usar la vía del ferrocarril para ambientar situaciones de zozobra. Durante nuestra excavación, un amplio equipo de televisión estuvo dos días allí grabando el intento de suicidio de un protagonista de la serie Cuéntame. Los cantiles, los cortados del macizo del Piul llaman también a jóvenes emprendedores. Como las chicas de una tienda de zapatos de moda, que pasaron una tarde tirando fotografías con una modelo para el book del negocio. En la última visita guiada ya, directamente, nuestras excavaciones se convirtieron en platós de grabación.
 
 
Este proceso de apropiación audiovisual de El Campillo es un paso más en la despolitización y deshistorización del paisaje bélico de la batalla del Jarama. Como diría Pierre Bourdieu, prevalece hoy en día la amnesia de la génesis. Por eso tiene valor el proyecto patrocinado por el ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, aunque sea solo para volver a historiar este espacio y recuperar su sentido de lugar. En todo caso, también nos parece interesante rastrear arqueológicamente este proceso de conversión de El Campillo en un recurso icónico para la ficción. Y aquí es donde necesitamos de vuestra ayuda. En la prospección hemos encontrado material de fogueo empleado en producciones cinematográficas. Según nos cuentan desde el ayuntamiento, se grabaron algunos cortos hace décadas, pero nadie acierta a localizar el título de las obras ni la fecha de grabación.
 
 
Tal como están las cosas en nuestro país, es más factible que aquí triunfe un centro de interpretación del spaguetti western, antes que un aula didáctica sobre la batalla del Jarama, con su espacio musealizado y todo. El Campillo podría ser, o ya lo es, el Texas Hollywood de 800 balas, la película (año 2002)  de Álex de la Iglesia ambientada en los shows para turistas en los poblados del Oeste de Tabernas, Almería. Algo parecido ocurre con otros escenarios de la guerra civil española, como el Belchite Viejo, en donde se han grabado desde pelis porno a anuncios de videojuegos de guerra, de la mano de Arnold Schwarzenegger.
 
 

martes, 2 de octubre de 2018

Hallazgo del aire

La primera edición se publicó en 1935.

Antonio Machado y Gerardo Diego, poetas brillantes de la Generación del 98, caminaron por senderos opuestos en la guerra civil española. El primero, concretamente, por una carretera nevada, batida por el fuego fascista, camino del exilio, de la muerte. El segundo deambuló por la vía segura de los vencedores. Entre su producción de aquellos años destaca su Soneto a José Antonio y su Elegía heroica del Alcázar. Por supuesto, en nuestra época en B.U.P. no se incluía nada de esto en los manuales de historia de la literatura española. En 1942 Gerardo Diego publicó otro poema en esta línea, esta vez dedicado al as de la aviación franquista, el falangista Joaquín García Morato. Aquí van un par de estrofas de este Hallazgo del aire:

Qué curvas, laberintos,
coordenadas, alardes,
rúbricas, arabescos
mágicos del combate.
Entre el cielo y la tierra,
el fuego inventa el aire.
¡Victoria! Ocho, diez, veinte,
treinta llamas fatales,
se derrumban estruendo
de tinieblas nictálopes.
Huyen las alas torpes.
Las felices, audaces.
tejen coronas, signos,
sublimes espirales,
se pierden en los senos,
ya evidentes, del aire.


García Morato se formó como piloto en la guerra de Marruecos y su figura se relaciona con el mismo nacimiento de la aviación militar española. Para conocer ese mundo siempre aconsejamos la lectura de las memorias del vitoriano Ignacio Hidalgo de Cisneros, Cambio de rumbo. En este libro se describe el ambiente en el que se movían estos pilotos, latin lovers reclamados por aristócratas y toreros para sus fiestas privadas en cortijos andaluces. Siempre coronados por una aureola de valentía y heroísmo. Hidalgo de Cisneros sería en la guerra jefe de la aviación republicana y acabó como militante comunista lanzando arengas desde los estudios de la Radio Pirenaica en Bucarest. García Morato, en cambio, se hizo falangista y acróbata aéreo. Durante una exhibición en Inglaterra se entera del golpe de estado, enseguida se pone a las órdenes de los sublevados y se convierte, como le gusta decir a los historiadores militares, en el as de la aviación franquista. Eso sí, tras bombardear Antequera y localidades del frente en Andalucía.


Parafraseando a Gerardo Diego, en nuestras excavaciones en el Campillo no hemos hecho hallazgos de cosas procedentes del aire. Así y todo, toda esta arquitectura defensiva, de segunda línea, está condicionada por la amenaza que suponía la aviación enemiga (observatorio, refugios excavados en el vallejo). La batalla del Jarama comenzó con una clara superioridad aérea de la aviación leal, que contaba con aparatos soviéticos de mejores prestaciones y que constituían una pesadilla para los bombarderos Ju-52. Y aquí, en la batalla del Jarama, es donde se gesta el mito de García Morato. El 18 de febrero, ante las grandes bajas sufridas, los italianos se niegan a escoltar un grupo de bombardeo franquista que, sin embargo, se interna en las líneas republicanas. La patrulla de Morato (tres cazas) sí lo hace y se enfrenta a 30 aviones enemigos. Cunde el ejemplo y los italianos se unen. Por este hecho se le concede la Cruz Laureada de San Fernando. Según algunos historiadores, este golpe de moral supuso el inicio del control del aire por los sublevados.

Reposición por orden judicial de la calle García Morato en Alacant, tras denuncia del Partido Popular.

García Morato y su Fiat C.R.32 acabaron la guerra con 40 aviones derribados (comprobados) y 12 probables. Nunca le tocaron el Chirri. Cuando estaba grabando una película con motivo del Desfile de la Vitoria, en abril de 1939, se estrelló contra el suelo. En concreto, estaba simulando un duelo aéreo con un Rata rojo. Piruetas del destino. La capilla ardiente se instaló en el bajo del Círculo de Bellas Artes. Acrobacias de la cruzada: un cazador aéreo considerado como un artista. Por aquel entonces también la Legión Cóndor había tomado posesión de la Residencia de Estudiantes. Los poetas y las poetisas (Concha Espina, por ejemplo) salieron en tromba a homenajear con la pluma al héroe falangista. Y así sigue siendo considerado hoy. Según el Ministerio de Defensa hizo una carrera desbordante de cazador excepcional y es un héroe indiscutible. En abril de 2017 la entonces ministra de Defensa visitó la tumba del piloto en Málaga, invitada por la Hermandad de la Misericordia. La ministra también era una experta en piruetas y acrobacias para recordar como se merece a los vencedores. Para eso está la Semana Santa, para mezclar churras con merinas, cabras de la Legión y demás. Un instituto madrileño de educación secundaria lleva su nombre (por su faceta de artista, suponemos) y en Alacant, por orden judicial, ha sido repuesta la placa con la que da nombre a una calle. El gobierno municipal la había sustituido por otra con el nombre de un chaval asesinado (de un ladrillazo en la cabeza) por un fascista en la transición. En el Museo del Aire, en Cuatro Vientos, se puede ver el monumento fascista que recuerda al camarada Morato.

En 1950 Franco le concedió póstumamente el título nobiliario de Conde del Jarama.

Monumento fascista en homenaje al piloto, antes de su retirada al Museo del Aire.