domingo, 15 de abril de 2018

Todas las casas son ojos

Estado de las ruinas de Repil en 2007.

El lugar abandonado de Repil, en el límite entre Monforte de Lemos y A Pobra do Brollón, es el típico desplobado condenado al olvido en una curva de una carretera vieja del rural gallego. Alfredo González Ruibal, en su Etnoarqueología de la emigración (Diputación de Pontevedra, 2003), estudió estas aldeas dejadas atrás en la Terra de Montes pontevedresa por unos campesinos que embarcaron en el puerto de Vigo para hacer las Américas. Repil se abandonó a mediados de 1960 cuando el último hermano allí residente emigró a los Estados Unidos. Pero Repil es algo más que eso. Es una cartografía silenciada, un lugar que recuerda a los mayores los acontecimientos más dramáticos aquí vividos desde la francesada. A pesar de ser un lugar histórico, estas ruinas no se tenían en cuenta en el relato oficial. En el mismo Repil se conserva un cartel de bienvenida al concello de A Pobra do Brollón instalado en la década de 1990. En él se pasa revista a los personajes históricos vinculados al ayuntamiento, como María Castaña o Samoeiro, un estudiante de Medicina inmortalizado en La Casa de la Troya de Pérez Lugín. Por su puesto, ni una palabra de la guerrilla antifranquista que contó aquí con un auténtico santuario, hasta el punto de que se celebraron dos congresos de la lucha armada en la segunda mitad de la década de 1940.

Diez años después. Repil tras el incendio de octubre de 2017.

El silencio fue de la mano del poder regenerador de la naturaleza. La maleza, la repoblación forestal a base de pinos se comió a finales del siglo XX la casa de los Amaro en Repil. Cuando nos fijamos en ella en 2007 aquello parecía una isla selvática del Golfo de Guinea. Un bosque de negrillos ocupaba el interior de la casa, y era casi imposible hacerse una idea de esta arquitectura doméstica. En esos años se desataba el boom de la recuperación de la memoria histórica. La placa inaugurada en la pared del cementerio de Monforte de Lemos en memoria de los aquí masacrados el 20 de abril de 1949 fue robada inmediatamente con nocturnidad y alevosía. Desde entonces, particulares y militantes de la memoria se acercaban paseando o en bicicleta, en esas típicas tardes morriñentas gallegas. Uno de estos personajes quijotescos y robinsonianos es Antonio, descendiente de la familia campesina que fue represaliada por dar cobijo aquí a los guerrilleros. En los últimos años Antonio ha cubierto el vacío de la administración y ha dedicado tiempo y esfuerzo a intentar limpiar las ruinas y él mismo lleva a cabo un homenaje particular cada año a los caídos. Ante los robos, no le ha quedado más remedio que subir la bandera republicana a lo alto de un roble. En junio de 2016, gracias a su colaboración entusiasta, llevamos a cabo un primer acercamiento breve a este paisaje arqueológico.


Aitor rozando este fin de semana las ruinas de Repil.

Mañana iniciamos una segunda campaña, a modo de corrección de impacto arqueológico. Me explico. En octubre de 2017 los terroristas (los de verdad) intentaron calcinar las parroquias de Chavaga (fue evacuada) y Cereixa. Los brigadistas y los no brigadistas, con Aitor a la cabeza, lograron salvar las ruinas de Repil, como sabéis. En la lucha contra el fuego no quedó más remedio que abrir pistas con maquinaria en el entorno. A su vez, el pinar quemado acaba de ser talado en los últimos meses. Todas estas circunstancias, paradójicamente, han hecho que por primera vez, probablemente desde la década de 1970, podamos tener acceso a la orografía originaria de Repil, la misma en la que tuvo lugar el asedio de la Guardia Civil el 20 de abril de 1949.


La ausencia de vegetación facilitará la prospección magnética, con detector de metales y la toma de buenas fotografías aéreas. La única ventana que se conserva en pie, verdadero símbolo de nuestro proyecto, es hoy un mirador desde el que se alcanzan las montañas que anuncian el Caurel. No podemos dejar de acordarnos de aquel bello poema de Miguel Hernández, del Cancionero y romancero de ausencias (1941-1942):

Todas las casas son ojos
que resplandecen y acechan.
Todas las casas son bocas
que escupen, muerden y besan.
Todas las casas son brazos
que se empujan y se estrechan.
De todas las casas salen
soplos de sombra y selva.
En todas hay un clamor
de sangres insatisfechas.
Y a un grito todas las casas
se asaltan y se despueblan.
Y a un grito todas se aplacan,
y se fecundan, y esperan.

Gracias a Aitor, nuestro héroe particular, Repil luce un césped que ni el estadio de Balaídos. Todo listo para asaltar esta casa que nos llevaba esperando demasiado tiempo. Show must go on.