El intenso recorrido
teatralizado por el penal franquista de Bustarviejo del 13 de abril nos trasladó,
de manera involuntaria y por sorpresa, a algunas de las escenas más duras de
los procesos de tortura, represión y coerción ejercidos a lo largo de la historia
por todos los sistemas totalitarios en cualquier rincón del mundo.
La mañana comenzó
con una escena en la que un grupo de antiguos presos del Destacamento de
Bustarviejo, incluido el fantasma de un compañero, recordaban entre comida,
bebida y anécdotas algunos de los momentos claves de su experiencia vivida en
el penal. El diálogo, fundamentado en testimonios orales, trataba de
representar las reuniones que durante años realizaban un pequeño grupo de expresos
años después del cierre del penal. Y es que algunos de ellos nunca se marcharon
de Bustarviejo, atrapados en un proceso dicotómico entre el desarraigo original
y el arraigo surgido con el tiempo, fruto de la experiencia de represión
sufrida en un mismo contexto histórico.
Y es que la mente
humana, en un proceso de supervivencia psíquica, tiende a incorporar en la
memoria individual algunos de los hechos más traumáticos vividos desde una
perspectiva cotidiana con el paso del tiempo. Es esta cotidianeidad la que
permite compartir con otras personas, supervivientes de procesos similares,
algunos de los aspectos más crudos sufridos en el pasado en clave de ironía o
anécdota. Este punto de partida de la experiencia teatral nos permitió
aproximarnos de manera distendida a la violenta realidad sufrida en el espacio
que ocupábamos en ese momento.
Escena del grupo de antiguos presos del Destamento de Bustarviejo
Nuestro recorrido emocional
había comenzado por el final de la historia, abriéndonos la puerta hacia
un profundo y poco familiar universo de
represión, espectro, trauma y sensorialidad abyecta.
El grupo, de unas
cuarenta personas, se dirigía ahora al interior del Destacamento. En un rincón
de uno de los barracones, que representaba una pequeña celda, se escenificó una
adaptación de El Bataraz (Mauricio
Rosencof). Ésta nos sumergió en una vivencia profunda de la experiencia
inenarrable provocada por el aislamiento y la tortura psicológica. La luz, el
frio, el olor y la humedad del lugar nos traspasaron a través de la piel y los
sentidos transportándonos a un espacio de irrealidad, desesperación y locura
únicamente acompañados por el retumbar de las palabras y los pensamientos de
las víctimas en las que nos habíamos ya convertido cada uno de los
espectadores.
Dos escenas de la representación de El Bataraz (Mauricio
Rosencof)
Consternados
continuamos caminando por el interior del barracón contiguo, donde una fuerte
luz se colaba por cada uno de los vanos que el paso del tiempo había abierto en
el tejado, dando a la ruina un ambiente frívolo y desolador. A nuestra
izquierda tres escalones invitaban al reticente público a descender a la
siguiente escena: era el tránsito de la psique al cuerpo.
Barracón del Destacamento de Bustarviejo
En mitad de la
escena una silla de madera, en una esquina un preso acurrucado y en las
escaleras un capitán. La violencia psicológica es siempre acompañada de otro
tipo de tortura: la física; nos encontrábamos ante la relación entre víctima y
victimario ejemplificado en una magnífica adaptación de Pedro y el capitán (Mario Benedetti). La relación entre ambos nos
aportaba la radiografía de la psicología del torturador en una intensa
reflexión acerca del bien y el mal, la dignidad y los remordimientos. La
distancia que separa a ambos es principalmente ideológica y ahí es donde se
asientan las bases de otras diferencias como la moral, el coraje, la cobardía,
el ánimo, el dolor humano y la brecha entre traición y libertad.
Escena de Pedro y el capitán (Mario Benedetti)
Detrás de cada acto
hay siempre un ser humano y esta condición no es modificable por las
circunstancias. Tras la materialización de la represión, a pesar de que pueda
llegar a existir arrepentimiento, ya no se pueden cambiar los acontecimientos.
Finalmente, y a pesar del dolor, la muerte no es inútil si el olvido está lleno
de memoria y no nos dejamos seducir por el Gran Simulacro, versión de la
historia y de la vida que propugnan los vencedores o aquellos que sustentan el
poder.
Distintas escenas de la representación de Pedro y el capitán (Mario Benedetti)
Continuamos
avanzado, dirigiéndonos a la puerta que daba paso al patio central del
edificio. La fuerte luz del primer sol de primavera cegaba nuestros ojos
después de más de una hora en la penumbra de los barracones.
Rezagad@ esperé al
final para cruzar el nuevo umbral, pres@ de un mecanismo autómata de
autoprotección, esperando presenciar la fase final de la tortura individual que
estábamos viviendo. El resto del grupo, ya en el patio, se posicionaba de
manera inconsciente lo más alejados posible de la nueva escena….el terror se
había instalado en nuestros subconscientes.
En cambio, en medio
del patio una actriz con una túnica negra y azul interpretaba con fuerza las
palabras de ánimo y lucha extraídas de las vivencias de expres@s uruguayos. El
azul es el color de la luz y éste era nuestro tránsito de la penumbra a la
claridad, del silencio a la palabra y del miedo a la libertad.
Escena de la interpretación de los textos de expres@s poetas de la dictadura uruguaya.
Sin darnos tiempo a
reaccionar la luz había vuelto a nuestras vidas…… Gritad! .... y gritamos, tal vez tarde pero gritamos, como ahora también
tarde, la luz comienza a iluminar sutilmente la Historia del oscuro episodio de
la represión franquista.
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