lunes, 20 de febrero de 2017

Porque los hombres usan Abanderado

Los tanques franquistas por Atxuri, siguiendo a civiles que exhiben la rojigualda.

Capturar banderas al enemigo se cotiza en las campañas de guerra. En nuestras intervenciones arqueológicas por trincheras de la guerra civil hemos encontrado de todo, hasta periódicos bajo tierra, pero nunca nos hemos dado de bruces con restos de banderas de batallones en contienda. Y eso que aquí los piteros no tienen la culpa (no sé si habrán encontrado algún mástil metálico o algo, pero la tela no pita, creo). Los militares están enamorados de la ferralla pero yo creo que lo más les pone, aparte de las medallas y las cruces de encomiendas de reyes borbónicos, es hacerse con el símbolo por antonomasia del enemigo. Esos bravos soldados españoles retirando la bandera marroquí de los peñascos de Perejil, y todo eso. Pero esto no es cosa solo de militares. En el Reino de España somos mucho de jugar a la guerra de las banderas, nacionalismo de Estado contra nacionalismos periféricos y viceversa. Ikurriñas, esteladas y rojigualdas es un buen título para una nueva película de Almodóvar.

Antiguo lugar de memoria requeté, hoy en día la ikurriña señorea la cima de Pena Lemoa (Bizkaia).

Nuestro proyecto arqueológico del monte de San Pedro en el NW de Araba nos ha permitido conocer documentalmente los precedentes de esta guerra de banderas, en la época de la IIª República. En el primer tercio del siglo XX el movimiento nacionalista vasco desarrolló la actividad montañera como herramienta de divulgación ideológica. En un tira y afloja con las autoridades se convirtió en un hito propagandístico la colocación de la ikurriña en riscos y cumbres por parte de los mendigoxales o jóvenes montañeros del ala más radical del PNV, agrupados en torno al órgano de la Federación de Montañeros de Vizcaya, el semanario bilbaíno Jagi-Jagi (1932-1936). En la línea paramilitar de otros grupos jóvenes en aquella época, los mendigoxales iban uniformados a sus actos y estaban organizados en compañías dirigidas por jefes o capitanes. Su carácter combativo queda claro en este párrafo extraído del semanario que da nombre al movimiento (en Fernández Soldevilla 2016: 72): Te lo voy a decir en secreto, mendigoxale: tú no eres un deportista. Óyelo bien: tú eres un soldado de la Patria [...] La cumbre que tú persigues [...] termina en una Cruz. Sí; eres soldado, soldado de un Estado que no existe, pero cuya futura existencia depende en gran parte de ti.
A este respecto, el PNV participaba del nacionalcatolicismo tradicionalista si bien combinando religión con otra patria, en este caso Euzkadi. El estallido de la guerra civil española va a reactivar este proceso de apropiación nacionalcatólico del paisaje entre carlistas y nacionalistas vascos, antiguos aliados, ahora enfrentados. El golpe de estado sorprende a los mendigoxales peneuvistas de acampada en el monte Gorbeia, pronto convertido en línea de frente. Los mendigoxales se incorporaron a la comandancia de las milicias nacionalistas vascas en Azpeitia, siendo su dirigente, Mikel Alberdi, el primer gudari conocido que murió en la guerra a mediados de agosto de 1936. Aunque no formaron parte del Gobierno vasco, los mendigoxales organizaron dos batallones (Lenago il y Zergaitik ez?) que intervinieron activamente en la contienda. Y un jagi jagi, Lezo de Urreztieta, desempeñó un papel decisivo en la traída de armas extranjeras a Euskadi, sobre todo las que sirvieron para parar la ofensiva del general Mola en Eibar y Elgeta a finales de septiembre de 1936.

Gudaris del batallón Lenago il en un refugio del monte Gorbeia [Blog xepolitte.wordpress.com]

A su vez, los requetés tampoco se quedaban atrás. Ya los paramilitares del somatén alavés, con anterioridad a los años republicanos, incluían la jura de la bandera española como uno de sus principales actos de reafirmación. El oriolismo va a seguir en este línea. José Luis Oriol y Urigüen (1877-1972) era el líder de Hermandad Alavesa, un partido tradicionalista y caciquil, del que fue representante en las Cortes republicanas. Bajo el lema Religión, Fueros, Familia, Orden, Trabajo, Propiedad, Oriol se hizo con el principal diario de Araba, lo cual le valía un control casi total de la opinión publicada, así como buena prensa para sus negocios en el sector eléctrico. Este hombre se encargó personalmente de que los requetés se entrenasen bien antes del golpe de Estado. Tras las elecciones de 1936 en las que resultó victorioso el Frente Popular, Oriol fue uno de los participantes clave en la conspiración militar que estallaría el 18 de julio. En este sentido, el entorno inmediato del monte de San Pedro fue el escenario de una guerra antes de la guerra. Oriol compró armamento en Bélgica (siempre Bélgica) y se cuenta cómo los requetés, en sus maniobras, simulaban asaltar una montaña en la que ondeaba la ikurriña, quemándola posteriormente (Ruiz Llano 2016: 67).

Ikurriña del Batallón Araba (Fuente: Koldo Azkue).

José Luis de Oriol contribuyó sobremanera a la movilización de los apoyos sociales de los sublevados y a la organización en retaguardia de las fuerzas requetés. En el verano de 1936 protagonizó sendos actos simbólicos de reafirmación nacional: se desplazó al Seminario Nuevo de Vitoria para exhibir allí la bandera rojigualda (el seminario era considerado un nido de curas separatistas) (López de Maturana 2014: 65-6). Por su parte, los requetés alaveses, perfectamente preparados y pertrechados desde hacía meses, se movilizan para controlar la provincia de Araba. Gudaris y requetés empiezan a librar la guerra también en las cumbres, montes y collados, en el paisaje que los ideólogos carlistas y nacionalistas imaginaban como una de las esencias vascongadas.

Banderín de la brigada de blindados (Museo de la Sociedad de Amigos de Laguardia).

La captura de las banderas enemigas fue una máxima seguida a rajatabla como lo demuestra la colección exhibida en el Museo de Amigos de Laguardia. El banderín de un batallón rojo-separatista era todo un trofeo de guerra que había que llevar para casa. Recientemente nos hemos puesto a investigar proyectos de protomuseística franquista y en todos ellos la bandera es una de las piezas más codiciadas. Pero no sólo las banderas. El investigador José Ángel Brena Alonso acaba de publicar un excelente trabajo en la revista de la Asociación Sancho de Beurko Saibigain, sobre el proyecto fallido de crear un Museo de la Guerra en Bilbao en 1937-1938. Particulares llegaron a donar souvenirs y restos materiales del conflicto al futuro Museo. Entre la lista de objetos, realizada por personal del Museo Arqueológico y Etnográfico de Bilbao, destaca (en Brena Alonso 2016: 9):

-Un calzoncillo del primer soldado que pasó a nado la Ría de Bilbao al entrar las tropas nacionalis y colocó la primera bandera nacional en el palacio de la Diputación (Información detallada obra en poder de D. Pedro Zufia).

Visto lo visto, la bandera no es la única prenda cuya honra se lava con sangre. Los gayumbos también valen. Supongo que en la vitrina, los museólogos franquistas tendrían a bien exponer los calzoncillos con lo amarillo por delante y lo marrón por detrás.

Banderines de batallones del Flandes en la sala histórica 
de la base militar de Araka (Araba).



Post by Xurxo Ayán Vila y Josu Santamarina Otaola.


Referencias:

Ayán Vila, X. M. y García Rodríguez, S. 2016. 'Ha llegado España'. Arqueología de la memoria nacionalcatólica en Euskadi. Arqueoweb, 17: 206-38.

Brena Alonso, J. Á. 2016. El Museo de la Guerra de Bilbao (1937-1938). Cinturón de Hierro y turismo bélico al servicio de la propaganda del Régimen. Saibigain. Boletín informativo de la Asociación Sancho de Beurko, 2.

Fernández Soldevilla, G. 2016. La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA. Madrid: Tecnos. 

López de Maturana, V. 2014. La reivención de una ciudad: Poder y política simbólica en Vitoria durante el franquismo (1936-1975). Bilbao: UPV/EHU.

Ruiz Llano, G. 2016. Álava, una provincia en pie de guerra. Voluntariado y movilización durante la Guerra Civil. Bilbao: Beta III Milenio. 






1 comentario:

Manuel dijo...

Si cruzó a nado la ría en esos tiempos, las trusas quedarían por todos lados de un color entre negro y marrón