viernes, 24 de noviembre de 2017

La guerra total en tu aldea (I)

Nido de ametralladoras de piedra en Menea (Zigoitia, Araba).

Hemos tenido dos inviernos muy cálidos, pero éste pinta más cabrón.

Nos juntamos una buena cuadrilla de personas bajo robles que ya empiezan a perder su traje de hojas. El campo adquiere tonos cada vez más pardos y tristes. El cielo gris y plomizo avisa, pero no llega a romper.
El pasado sábado, 18 de noviembre, dentro de las excursiones mensuales que organiza la asociación etnográfica local Abadelaueta de Zigoitia (Araba/Álava), llevamos a cabo una pequeña ruta por las fortificaciones franquistas que conforman la línea Zestafe-Nafarrate, en el límite con el municipio de Legutio. En octubre de 1936, Camilo Alonso Vega, principal líder militar de la sublevación en la provincia, envió al Regimiento de Caballería del Numancia a esta zona con el objetivo de cerrar este hueco frente a las posiciones republicanas de Ubidea y Otxandio.
El paisaje que nos rodea en esta zona es adehesado, plagado de quejigos, con encinas y algunos robles. Las colinas se tropiezan unas con otras como en un mar de dunas. Muchas de estas elevaciones ni siquiera tienen nombre: Cota 687, Cota 677… Nomenclatura militarizada para un paisaje rural. Algunos lugares, en cambio, sí que se han guardado en la memoria, como el despoblado medieval de San Juan de Menea, desaparecido (y no hallado todavía) desde el siglo XII.
El punto de partida de la visita es el pueblo de Zestafe, que junto a Okoizta/Acosta, sufrió los rigores de la Batalla de Villarreal (noviembre-diciembre de 1936), la única gran ofensiva llevada a cabo por el Ejército de Euzkadi en la guerra. Las marcas del conflicto son visibles en el campanario y su arreglo chusquero de cemento, así como en las campanas tipo colador con decenas de agujeros de bala. En el interior de la iglesia de Zestafe, frente al confesionario, manchas oscuras recuerdan la sangre derramada aquí. Las vecinas del pueblo, verdaderas gestoras del bien común histórico de la iglesia –al igual que en otros lugares del Reino de España–, han intentado lavar estas marcas, pero no salen con nada.

Marcas de guerra en la iglesia de Zestafe.

La visita continúa por la loma de Iñerbas, en la que se erige una cruz en homenaje al alférez de caballería Alejandro Linati Bosch, el primer caído de la Batalla de Villarreal:

“IN MEMORIAM / ALEJANDRO LINATI BOSCH / ALFEREZ DE NUMANCIA / 30 DE NOVIEMBRE DE 1936”.

Esta cruz recuerda la muerte de este abogado barcelonés, un joven miembro de la oligarquía catalana que frecuentaba el Círculo Ecuestre y que escapó de Barcelona en cuanto milicianos y milicianas anarquistas se hicieron con las calles. Se reunió con su familia en Italia y posteriormente regresó a España, a zona sublevada, alistándose en el Regimiento de Caballería del Numancia de Vitoria. Linati Bosch murió cuando la columna republicana de Cueto avanzó por esta zona, en su determinación por intentar alcanzar Vitoria. Familiares del alférez han venido aquí durante décadas para recordar al abogado.

Inscripción en la base de la cruz del alférez Alejandro Linati Bosch.

Como hemos visto, la Historia Social no engaña: abogado en los años 30, aficionado a la hípica y con contactos en la Italia fascista… La sociología de la conspiración contra la República estaba llena de gente ilustre. Las buenas familias y su temor a la rebelión de las masas. No es extraño que Galíndez, miembro del PNV en el Madrid republicano e igualmente miembro de la burguesía letrada, definiese así la Guerra Civil: una lucha entre dos concepciones distintas de la vida: de un lado estaban los que lo tenían todo y aún querían más, y de otro los que nada tenían y querían algo.
La visita continúa por estas cotas militarizadas, surcadas por cicatrices de trincheras y con sólidos blocaos para su defensa. La variedad tipológica de estas arquitecturas de guerra es interesante: encontramos nidos de ametralladora blindados de forma cúbica, galerías de fusileros, fortines de troneras en dos alturas… La materialidad es diversa y se pueden diferenciar dos grandes tipos de estructuras en base a su material de construcción: aquellas construidas en lastras de piedra con poco cemento y de forma rudimentaria, y, otras hechas en hormigón, con buenos encofrados de madera y sacos terreros. Podemos conjeturar que se trata de cronotipologías diferenciadas: conjuntos tecnológicos diferentes que nos hablan de un periodo concreto en el proceso evolutivo de la guerra. Tal vez las estructuras de piedra sean anteriores a la Batalla de Villarreal, cuando el Numancia ocupó la zona en octubre de 1936, y las realizadas en hormigón, posteriores a la batalla, cuando se produjo la verdadera solidificación del frente, entre enero y marzo de 1937. En cualquier caso, de momento no podemos confirmar esta hipótesis.

Visiones del Otro. Vista de un croquis franquista sobre
 las posiciones del campo enemigo, el frente republicano.

Los croquis militares del Ejército de Franco nos sirven de guía en este paisaje pastoril. Vecinos y vecinas de Zigoitia tienen ahora por fin acceso a esta documentación en la que aparecen sus casas, sus campos y su cosmogonía territorial, fagocitada por la guerra total. A las autoridades militares poco les importó que uno u otro lugar se llamase de una determinada manera o que un determinado árbol tuviese un significado profundo como punto de reunión de pastores. La maquinaria de guerra leía el paisaje de otra forma. La guerra total veía recursos y no sujetos ni objetos con carga simbólica.
Por suerte, en este proyecto de Arqueología de la Guerra Civil y socialización del patrimonio en Euskadi abogamos por el llamado empoderamiento patrimonial. Esto es: que la comunidad local sea el principal agente de conocimiento, difusión y cuidado de su bien común. En ocasiones no es necesario que la Universidad intervenga. La sociedad civil hace tiempo que se puso las pilas y en esta línea fortificada de Zestafe-Nafarrate tenemos un ejemplo buenísimo.

Blocaos franquistas recuperados por vecinos y vecinas de Zigoitia.

Cada año, vecinos y vecinas de la zona limpian la vegetación de estas fortificaciones y reclaman su conocimiento y difusión, por ejemplo, mediante la creación de un sendero señalizado. Después de 80 años, entre estas Cota 677 y Cota 652, parece que avanzamos hacia una verdadera desmilitarización del paisaje, paradójicamente, señalando unas estructuras bélicas. Aunque hay un aspecto destacable crucial: su conocimiento y gestión locales hacen que sean verdaderos bienes comunes. En las aldeas alavesas, nos reapropiamos de aquello de lo que la guerra total nos despojó hace décadas.


Continuará… 

Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UPV/EHU).

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