domingo, 31 de marzo de 2019

La lluvia al final de la guerra



Madrid se rindió el 28 de marzo de 1939. Después de dos años y medio de resistencia, cayó sin un tiro. Los republicanos no perdieron ninguna batalla en la capital, pero perdieron la guerra. El verano pasado excavamos en el lugar exacto donde se escenificó la rendición, junto al Asilo de Santa Cristina, a los pies del Hospital Clínico, en la Ciudad Universitaria. Encontramos la trinchera por la que se retiraron los coroneles Losas y Prada, el uno a celebrar la victoria, el otro camino del cautiverio. Sobre el suelo de la trinchera aparecieron los últimos objetos abandonados de la Guerra Civil: una granada de artillería sin explosionar, restos de ropa, latas, cristales rotos. 

Granada alemana de 77 mm sin detonar que apareció en el relleno de la trinchera.
 
También encontramos una botella de sidra. Y no es la única. Junto a la entrada de una galería de contraminado, a poca distancia de la trinchera, encontramos varias botellas de sidra intactas, al lado de restos de cordero y chirlas.


No es descabellado interpretar este contexto como el festín de la victoria. Sabemos que los soldados solían recibir raciones extra de comida y sobre todo bebida después de un triunfo militar. Disponemos de una fotografía tomada en el Hospital Clínico poco después de acabar la Batalla de Brunete, en la que se ve a unos legionarios celebrando con alcohol el fracaso de la ofensiva republicana.

"Unos cuantos legionarios del Hospital Clínico celebrando con unas botellas de manzanilla la derrota de los rojos en Brunete". Ciudad Universitaria, 2 de agosto de 1937. Biblioteca Nacional, 6C.Caja/60/2/100.


La caída de Madrid, sin embargo, no fue un triunfo cualquiera. Fue el definitivo. Y un triunfo definitivo exigía una celebración especial. Por eso encontramos botellas de sidra. El alcohol era corriente en los campos de batalla, tan habitual -y tan necesario- como el pan o las latas de sardinas. Sin embargo, lo que consumían los soldados diariamente era vino, jerez o brandy. De ellos estaban llenas las ubicuas botellas de Pedro Domecq que documentamos en las posiciones sublevadas a los largo de la guerra -como cabe imaginar, Domecq era un acérrimo partidario de Franco. También eran frecuentes los licores y el anís. Pero la sidra no. De todos los sitios de la Guerra Civil que hemos excavado hasta la fecha, solo en otra posición, además del Asilo de Santa Cristina, hemos encontrado botellas de esta bebida.


Es comprensible. El vino se fabrica en muchas partes de España y en grandes cantidades. La sidra fundamentalmente en el norte: en Asturias, el País Vasco y, en menor medida, Galicia. De hecho, el otro sitio de la Guerra Civil donde hemos encontrado una botella de esta bebida es en la posición republicana de Castiltejón, en el límite entre León y Asturias. Su baja graduación (5-6º) la hace poco apropiada para el frente, donde los soldados necesitan alcoholes con mayor contenido alcohólico para aguantar la guerra. Es dulce, como el cava, y de hecho ha desempeñado durante mucho tiempo su papel: la sidra fue la bebida preferente para las Navidades en buena parte de España, más que el champán. También durante la guerra: los franquistas arrojaron sobre las líneas republicanas en diciembre de 1938 miles de pasquines en los que prometían una cesta de Navidad a todos aquellos soldados que se pasaran a sus filas, como recoge Pedro Corral en su libro Desertores (2006, p. 188). La cesta incluía, entre otras cosas, turrón, frutas escarchadas, galletas Artiach (!) y una botella de sidra. El diseño de las botellas que encontramos en el asilo, de hecho, es un remedo de las de champán. Irónicamente, el sello que las acompaña muestra la efigie de la República. Pero no la española: la Republique Française, donde la sidra en cuestión recibió una medalla en una feria internacional. 

Medalla de una feria internacional en una de las botellas de Sidra.


El que se haya conservado intacto este contexto único del final de la guerra se debe a una sencilla razón. El diario de operaciones de la 16 División franquista, que cubría el sector de la Ciudad Universitaria, indica que el mismo 28 de marzo de 1939 se ordenó a las tropas que iban a ocupar las líneas republicanas que cegaran las entradas a las minas. Y eso hicieron, al menos, en el caso de las que se encuentran en el Asilo de Santa Cristina (algunas de las del Clínico permanecieron abiertas durante años). Prueba de que no tardaron mucho en cumplir las órdenes lo demuestra el hecho de que junto a las botellas y el cordero encontramos una gran cantidad de munición y cuatro proyectiles de mortero sin explotar (que no pudieron permanecer a la vista durante mucho tiempo, por motivos obvios), todo ello sellado bajo gran cantidad de tierra y escombro. En el relleno solo aparece material del período de la guerra o anterior, ni un solo objeto que se pueda datar con seguridad después de 1939.


Granada de mortero Stokes-Brandt sin detonar junto a botella de sidra.  

El sellado no se llevó a cabo el mismo día 28, claro. Los soldados tenían otras preocupaciones: beber, comer, cantar, ocupar las posiciones enemigas, enviar a los vencidos a campos de concentración. Pero no se demoró mucho. El año 1939 había comenzado muy seco. Hasta que finalmente el día 31 de marzo llovió. Las impresionantes fotos de Deschamps en la Ciudad Universitaria, tomadas nada más caer la capital, captan este tiempo gris y tormentoso -como si la Naturaleza comprendiera la tragedia de la República y se solidarizara con ella. También el 19 de mayo, cuando se celebró el Desfile de la Victoria, llovió durante una hora.

 La Escuela de Arquitectura captada por Deschamps tras la rendición de Madrid, bajo un cielo tormentoso.

Nubes de lluvia el Día de la Victoria (Juan Miguel Pando Barrero).

Un periodista de ABC hace referencia a esas lluvias del 31 de marzo. Después de hablar de la sequía que ha persistido hasta ese momento escribe con la prosa engolada del régimen: "Hoy la decoración súbitamente cambió, y el Señor de las alturas nos mandó, para que la paz fructificara, raudales de agua bendita del cielo, que traerá mañana espigas de oro" (ABC nº10.347, p. 5).  

Esa "agua bendita del cielo" anegó el suelo del refugio donde se encontraba la bocamina. Lo sabemos porque los objetos aparecen incrustados en un estrato de limo craquelado como el de los charcos secos. También porque una de las botellas de sidra estaba llena de agua sucia. El agua del último día de la Guerra civil española. O de los primeros días de la posguerra.

Dicen los homeópatas, contra toda evidencia científica, que el agua tiene memoria. Pero en el caso del Asilo de Santa Cristina es cierto. El agua de la botella de sidra tiene, contiene o, más bien, es memoria. La memoria de unos día grises que truncaron la historia de España.