Totum revolutum: latas de la 2ª Guerra Mundial, ladrillos del campamento partisano, latas de cazadores de los años 1980 y latas consumidas por refugiados en 2019.
Desde la Arqueología comienzan a
surgir iniciativas para afrontar las tragedias humanitarias desencadenadas por
los procesos migratorios. En el congreso de la asociación europea de
arqueólogos, celebrado en Maastricht (Holanda) en 2017, Yannis Hamilakis, uno
de los arqueólogos mundiales de referencia, impartió una conferencia titulada
Una arqueología afectiva de las fronteras, en la que dio buena cuenta del
proyecto que lleva a cabo en las costas griegas con sus estudiantes de la
Universidad de Brown. La ponencia generó una ardiente polémica entre los
congresistas; mientras unos aplaudían la implicación de la arqueología en esta
crisis humanitaria, otros se preguntaban qué sentido tenía sacar fotos a los
salvavidas y lanchas abandonados. ¿No sería mejor y más útil que los recursos
de la Universidad de Brown se invirtiesen en una ayuda real a los refugiados?
¿No es éste un ejemplo de vacua moda arqueológica que obedece a una necesidad
académica de ir à la page? Como podemos apreciar, estas cuestiones tienen que
ver con la ética.
Entorno del hospital partisano. Zona de descanso de refugiados, con abundante material en superficie.
El recrudecimiento de las políticas
antiinmigración en Estados Unidos también ha movilizado a arqueólogos como
Jason de León o Randall McGuire. Este último, uno de los máximos representantes
de la arqueología marxista en aquel país, lleva años trabajando en tareas
humanitarias con la organización No Más Muertes en Nogales, Sonora, dedicada a
ayudar a personas deportadas. El contacto diario con el muro fronterizo y su
impacto sobre las poblaciones locales le llevaron a desarrollar una arqueología
de la frontera con sus alumnos de la Universidad de Binghamton. En España se comienza a prestar atención desde una
perspectiva arqueológica a fenómenos como la tragedia que se vive día a día en
el estrecho de Gibraltar, donde han muerto miles de migrantes en las últimas
dos décadas, o la creación por el Estado de los denominados centros de
internamiento de extranjeros (CIES).
Nuestros proyectos de lo que podemos denominar Arqueología de la Hospitalidad han abordado la temática de los refugiados en el pasado. En los bosques del entorno de Dreznica, buscando los rastros de los partisanos de los años 40 nos encontramos con los nuevos invisibles del presente. refugiados del Próximo Oriente que intentan llegar a Austria y Alemania, después de recorrer cientos, miles de kilómetros. Tenemos la suerte de contar en nuestro equipo con el realizador croata Matija Kralj, quien conoce bien esta realidad, tras haber estado en Lesbos, Ceuta, Turquía, y reconoce perfectamente los efectos de la propaganda oficial en las comunidades rurales de Croacia.
Nosotros mismos hemos escuchado de boca de nuestros colaboradores locales cosas como: estos son soldados, muyahidines, estamos viviendo una invasión silenciosa. Incluso en la localidad de Krakar nos enseñaron una casa abandonada (que perteneció a un partisano conocido en la región), la cual, según ellos, fue quemada por refugiados recientemente, porque vieron allí una cruz. Estos relatos socavan la ética solidaria heredada de la lucha partisana. Si bien la gente más mayor reconoce la necesidad moral de ayudar a estos refugiados del presente, también nos encontramos con miembros de la generación nacida en el bosque muy críticos con esta realidad. Los más jóvenes incluso se organizan, en algunos casos, para autogestionar el asunto. Este miedo al Otro se manifiesta en los cercados, las rejas metálicas cerrando puertas y ventanas de segundas residencias y casas rurales vacías. Y se refleja en toda su crudeza en la acción de comandos enviados directamente desde Zagreb para la caza del hombre. Esta policía incrementa el PIB local con sus pernoctas, vicios y hobbies.
Matija Kralj, registrando los paisajes de la resistencia, para el documental sobre nuestro proyecto.
Nosotros mismos hemos escuchado de boca de nuestros colaboradores locales cosas como: estos son soldados, muyahidines, estamos viviendo una invasión silenciosa. Incluso en la localidad de Krakar nos enseñaron una casa abandonada (que perteneció a un partisano conocido en la región), la cual, según ellos, fue quemada por refugiados recientemente, porque vieron allí una cruz. Estos relatos socavan la ética solidaria heredada de la lucha partisana. Si bien la gente más mayor reconoce la necesidad moral de ayudar a estos refugiados del presente, también nos encontramos con miembros de la generación nacida en el bosque muy críticos con esta realidad. Los más jóvenes incluso se organizan, en algunos casos, para autogestionar el asunto. Este miedo al Otro se manifiesta en los cercados, las rejas metálicas cerrando puertas y ventanas de segundas residencias y casas rurales vacías. Y se refleja en toda su crudeza en la acción de comandos enviados directamente desde Zagreb para la caza del hombre. Esta policía incrementa el PIB local con sus pernoctas, vicios y hobbies.
Los mismos bosques que acogieron a los partisanos son los únicos amigos de los refugiados sirios, afganos, kurdos, muchos de ellos desertores del ejército de turno. En los bordes de las dolinas documentamos esta realidad perenne. Una pieza de una máscara antigás italiana comparte espacio con latas de atún Calvo, en un espacio habilitado como campamento de una noche. Se puede llevar a cabo toda una etnoarqueología binfordiana de estos nómadas, perseguidos, del siglo XXI. Se esconden. Evitan ser vistos. Caminan de noche. Partisanos de hoy que subsisten como pueden, una vez más, en el bosque. Perseguidos por la policía del limes europeo, encargada de que la barbarie no acceda al Imperio. ¿Quienes son los bárbaros?
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