“... la posibilidad de la confusión tiene sus riesgos: podríamos caer, una vez más, en la denuncia del franquismo basada en el género esperpéntico (...), acentuando los elementos más risibles, la visión ridiculizante de un régimen que, antes que grotesco (que lo era y mucho) fue brutal. Consciente o inconscientemente, muchos novelistas, periodistas y ensayistas (y cineastas, no lo olvidemos) han transmitido una imagen deformada del franquismo, en la que se cargan las tintas en aquellos aspectos más garbanceros (el estrafalario lenguaje oficial, el generalito barrigudo y de voz tiplisonante que provoca más risa que horror, la paranoia sobre los enemigos de la patria, la demasía freudiana de los sacerdotes, las sentencias de muerte pringadas de chocolate con picatostes, la épica caduca de los manuales escolares, la estética cutre del nacionalcatolicismo, los desmanes surrealistas de la censura). Se construye así una digerible impresión de régimen bananero frente a la realidad de una dictadura que aplicó, con detalle y hasta el último día, técnicas refinadas de tortura, censura, represión mental, manipulación cultural y creación de esquemas psicológicos de los que todavía hoy no nos hemos desprendido por completo. Se forma así una memoria que es fetiche antes que de uso; una memoria de tarareo antes que de conocimiento, una memoria de anécdotas antes que de hechos, palabras, responsabilidades. En definitiva, una memoria más sentimental que ideológica.”
(Isaac Rosa, 2007, El vano ayer, pp. 31-32)
(Isaac Rosa, 2007, El vano ayer, pp. 31-32)
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