La cadena técnica dominada por el individuo 9 tenía como objeto final un producto determinado: la elaboración de anillos. Algunas de estas sortijas aparecieron entrelazadas en el interior del citado saquito de cuero.
Ante estas evidencias podemos plantear la siguiente posibilidad: nos encontraríamos ante un nuevo ejemplo de lo que se ha denominado trench art. El aburrimiento, los tiempos muertos en el frente llevaban a algunos soldados especialmente hábiles a llevar cabo manufacturas y creaciones artísticas reutilizando materiales, grabando graffiti,etc... Sin embargo, éste no parece ser el caso del individuo nº 9. Este militar, sin duda, dedicaba tiempo a esta actividad, para la que llegaba a destruir monedas de curso legal. Una aficción bastante cara, para ser únicamente un hobby. Las monedas recuperadas son de la época de la Restauración, una republicana acuñada en 1934 y la más reciente es una moneda de 25 cm acuñada por el bando nacional en 1937.
Obviamente, este pequeño detalle numismático demuestra una realidad: este individuo no puede ser una víctima de la represión republicana en Castuera sobre los sublevados en el verano de 1936. Este terminus post quem nos sitúa en dos posibles contextos: la caída en manos franquistas de la bolsa de la Serena en julio de 1938 o el final de la guerra y la aparición del campo de concentración de Castuera en marzo de 1939. Estos datos nos emplazan ante un nuevo horizonte: el individuo nº 9 era un militar republicano que, tras ser apresado, llegó a estar en contacto con el enemigo, disponiendo de tiempo, antes de ser asesinado.
José Ramón González Cortés es un profesor de Historia de Secundaria en el Instituto Tiétar, autor de un trabajo de investigación titulado "Prisioneros del miedo y control social: el campo de concentración de Castuera" (en Hispania Nova, 6, 2006). En este estudio el autor transcribe testimonios orales de supervivientes del campo y nos relata la vida cotidiana en este centro represivo en párrafos como el que sigue:
La observación de los "moros" en el campo, o de los retratos que algunos guardias encargaban a un prisionero que era pintor, constituían otros de los básicos entretenimientos. Estas formas de ocio y sociabilidad al aire libre se vieron truncadas por el aislamiento obligatorio, y dieron paso a otro tipo de prácticas "más interiores". Entre ellas subrayo la realización de tatuajes con "humo de vela", el despiojado de los compañeros ("la descubierta"), o la elaboración de anillos para intercambiar con los guardias.