Refugio de soldado en Los Castillejos.
La Primera Guerra Mundial trajo consigo una nueva forma de hacer la guerra. O más bien, de no hacerla. Consistía en esconderse bajo tierra y esperar a que amainara la tormenta de acero sobre la superficie. A veces la sepultura temporal se convertía en permanente y los soldados acababan enterrados vivos por la explosión de una granada de artillería certera.
Las trincheras y los refugios subterráneos han caracterizado los paisajes bélicos desde finales de 1914. De hecho, todavía los caracterizan hoy en buena medida. Pero no son la única forma de protección de los soldados. Los pozos de tirador son otra estructura subterránea muy utilizada, esta de carácter temporal. En la Segunda Guerra Mundial los pozos predominaron sobre las trincheras en frentes móviles como Normandía y las Ardenas. En el primer escenario, arqueólogos franceses han sacado a la luz campos enteros de hoyos cavados por los soldados estadounidenses para protegerse del fuego alemán. En su interior aparecen con frecuencia restos de munición, equipamiento y objetos personales.
En octubre de 2014 tuvimos ocasión de excavar en la posición republicana de Los Castillejos, en Abánades, otro tipo de refugios: se trata de pequeñas cavidades del tamaño de una persona, parcialmente excavadas en la tierra (la roca madre aparece aquí enseguida) y reforzadas con muretes de piedra.
Refugios unipersonales de Los Castillejos.
Lata de atún y aceitera de Mosin en uno de los abrigos.
En estas madrigueras pasarían los soldados muchas horas de aburrimiento y padecerían frío y una humedad que cala los huesos. No es de extrañar que en el frente nos encontremos tantas medicinas para la artritis y las enfermedades pulmonares.
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