miércoles, 27 de mayo de 2015

Garapullos por máuseres


 

Quiero que os vayáis habituando poco a poco a las empresas de la guerra, y por eso un día os meteré en una acción que, hablando en términos taurinos, sea como para un aficionado una simple vaquilla; otro día os enfrentaré a un novillo bien plantado y así hasta que estéis habilitados para resistir victoriosos el combate de un auténtico miura y de todos los que quieran soltaros.

Así arengaba el teniente coronel golpista Camilo Alonso Vega a sus soldados en los primeros tiempos de la guerra civil en Vitoria-Gasteiz (El Pensamiento Alavés, 29-12-1936, en Aguirregabiria y Tabernilla 2013: 30, n.p. 57). La metáfora taurina era comprendida por todos, oficiales y chavales (obreros y campesinos) a los que pilló la guerra haciendo el servicio militar en los numerosos cuarteles de la capital vasca. Aquí el mundo de los toros y las vaquillas era todo un referente identitario.


Este era el cartel de las fiestas de Vitoria en plena IIª República. Difícil de entender hoy en día para un escolar gasteiztarra. La ciudad pasa perfectamente por ser una capital andaluza. Sin embargo, durante la guerra, los golpistas prohibieron los toros. La plaza se empleó como campo de prisioneros. En 1941 el alcalde José Lejarreta restableció la Fiesta, dando lugar a la tradición de los blusas (cuadrillas festivas de hombres que lo dan todo en las fiestas de la Virgen Blanca en agosto).
El mundo taurino se asocia a la guerra civil por filmes míticos como La vaquilla, en los que se reproducen algunos de los testimonios que podemos ver en las cartas recopiladas por James Matthews: en el frente andaluz hubo algún pique entre los dos bandos, toreando alguna vaquilla en tierra de nadie. Ésta es la visión narcotizante del pasado traumático de la guerra. Por el contrario, los golpistas se tomaron el mundo del toro muy en serio. En Extremadura, la práctica genocida de la columna de Yagüe tuvo su momento culminante en las plazas de toros (Badajoz, Plasencia, Trujillo) convertidas en campos de concentración, como han estudiado historiadores como José Ramón González Cortés, Antonio López o Pedro Fermín. Los rojos toreados en la plaza de Badajoz antes de ir al matadero es una de las imágenes que caló en la memoria colectiva, como así me lo han transmitido veteranos de guerra gallegos en diferentes entrevistas.

Plaza de toros de Badajoz el día 15 de agosto de 1936 (Diário de Notícias, 17-8-1936).
Antonio Fernández Casado acaba de publicar en Bilbao un libro más que interesante: Garapullos por máuseres. La fiesta de los toros durante la Guerra Civil (1936-1939). Ahí podemos ver fotografías de toreros que salen a hombros de milicianos, por la puerta grande, o la utilización que los vencedores hicieron de la fiesta. En el propio Bilbao, desde finales de junio de 1936 se celebraba la liberación por las tropas franquistas con corridas benéficas de obligada asistencia para colaborar con Auxilio Social y el esfuerzo de guerra.


Hasta donde yo sé no se ha encontrado ningún objeto vinculado al mundo del toreo en excavaciones arqueológicas de la guerra civil española, aunque las menciones a las corridas de toros en retaguardia aparecían en los periódicos que se leían en el frente, como el que encontramos en un puesto republicano de la zona de Mediana, cerca de Belchite. Quizás en fosas comunes se pueda encontrar algo, debido a los testimonios que hay sobre los humillantes juegos  a los que sometían a sus víctimas los verdugos.
Acompañando al poeta Lorca todavía están bajo tierra los restos de Francisco Galadí y Joaquín A. Cabezas, anarcosindicalistas... y banderilleros.

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