Las botellas con homenajes a Franco han sido habituales al menos desde finales de los años 50. Son un testimonio elocuente de la construcción del mito del Caudillo, como el NODO o las inauguraciones de pantanos. Son un testimonio, además, de particular interés para los arqueólogos por su carácter eminentemente material: tanto el contenedor en sí como su contenido.
En la Grecia de los siglos VI y V a.C., muchas de las copas para beber vino (conocidas como kylix) tenían representaciones de dioses, héroes y guerreros. El propósito, además de embellecer la cerámica, era que el bebedor se identificara con las figuras allí representadas. Entendemos que la identificación crecía según se incrementaba la cantidad de alcohol ingerido.
Con el fino Homenaje debía ocurrir algo semejante: mientras uno iba apurando copas, la efigie de Franco se iría volviendo más y más augusta, paternal y protectora, la estampa del mayor estadista que jamás ha gobernado España. Acabado el vino (generalmente de calidad discutible), la identificación con el Caudillo y su obra redentora debía de ser total.
Bromas aparte, la botella en cuestión reproduce dos de los mitos más enraizados de la dictadura y que todavía llegan a nuestros días: al Caudillo le debemos el pan y la paz ("a quien nos diera un buen comer y un mejor beber, en Paz"). Franco, el general golpista que con sus camaradas desencadena la Guerra Civil, queda transmutado por arte de magia en mensajero y garante de la paz; sus fallidas políticas de reconstrucción, que tras el conflicto trajeron la miseria a millones de personas y un hambre negra que mató a decenas de miles, no empañan su retrato como el estadista genial que acabó con las necesidades de los españoles. Este y otros mitos no menos descabellados han sido deconstruidos rigurosamente por el historiador Antonio Cazorla en su reciente libro: Franco. Biografía del Mito (Alianza, 2015).
Cazorla nos cuenta, por ejemplo, que el Caudillo tan preocupado por traer el pan y la paz a su pueblo invertía en 1946 el 47,7% del PIB en el ejército y la policía, el mismo año en que el hambre se cebaba con la mayoría de la población. Y que muchas de las obras públicas que Franco inauguró con frenesí habían sido iniciadas o diseñadas por la República. Y que en 1948 los salarios de los españoles aún no llegaban a la mitad de lo que habían sido en 1936. Y que en 1953 el sueldo medio de un jornalero sevillano solo representaba el 25% del necesario para adquirir los alimentos básicos, según documentos oficiales de la época. Y que el milagro español llegó una década y media más tarde que en el resto de Europa y solo después de que el desastre de las políticas económicas del régimen forzaran un cambio de rumbo.
El libro de Antonio Cazorla es una medicina más que recomendable para luchar contra la resaca de fino Homenaje que nos dura ya 80 años.
1 comentario:
Gracias por la luz. Ya sé el libro que voy a pedir de regalo de navidad....
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