miércoles, 27 de diciembre de 2017

La guerra total en tu aldea (y III)





Paseo fotográfico por Untzaga/Unzá.

Las 8:30 de la mañana del domingo 3 de diciembre. Día Internacional del Euskera y tercer día de copiosa nevada otoñal. Dentro de esta serie de paseos vecinales por la(s) memoria(s) de la Guerra del 36 en el frente alavés, hoy toca el pueblo de Untzaga/Unzá (Urkabustaiz), al pie de un paisaje que conocemos bien: el monte San Pedro.
Hoy realizaremos un “paseo fotográfico” –humildemente inspirado en el trabajo de Ricard Martínez y su Arqueologia del Punt de Vista en Barcelona– utilizando para ello imágenes del Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz. Hay una serie muy interesante de imágenes de requetés en el “Frente de Orduña-Unzá”, tomadas por J. Heredia, el “Cojo de Hermua”, y que queremos compartir con vecinas y vecinos del pueblo.
Al iniciar el trayecto en coche y abandonar mi aldea –después del ritual invernal de descongelar las lunas y palear la nieve–, paso por Urbina y veo que la estela que recuerda a tres artilleros alemanes de la Legión Cóndor (y de la que ya hemos hablado varias veces en este blog: parte I, parte II y parte III) ha sufrido una nueva muestra de rechazo político. Ha sido parcialmente destruida en varias ocasiones y, hace un año, alguien borró su inscripción. Esta vez la acción está firmada por Ernai, grupo juvenil de la izquierda abertzale.

Estela alemana de Urbina (3 de diciembre de 2017).

                                                                 
En la pasada primavera, los artistas Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum hicieron un molde sintético de la estela, dentro del proyecto The Materiality of the Invisible. La obra se expuso en el Congreso de la European Association of Archaeologists (EAA), celebrado en Maastricht el pasado mes de septiembre. Con este trabajo se pretendía abordar entre otras cuestiones, la gestión del legado simbólico del franquismo a través de un ejemplo políticamente rotundo como éste.

Cierro este paréntesis narrativo y aclaro que seguimos de camino a Untzaga.

Estela de Urbina en el proyecto artístico The Materiality of the Invisible (abril-septiembre de 2017).

Untzaga se sitúa al borde de un gran precipicio sobre el valle del Nervión y fue una importante base operacional para el Ejército sublevado. La Ofensiva de Villarreal (noviembre-diciembre de 1936) abrió aquí un segundo frente que, como sabemos, tuvo como resultado la toma republicana del monte San Pedro. En los meses siguientes, cientos de requetés guarnecieron esta pequeña aldea y las fotos del Cojo de Hermua así lo atestiguan.

Cañón franquista instalado en la parte sur de Untzaga.
                          
Nos reunimos más de 30 personas en el “Txoko” de Untzaga, la antigua escuela del pueblo. La chimenea, más necesaria que nunca en este paisaje siberiano, está adornada con lauburus y otros adornos vascos. En alguna que otra casa del pueblo se han visto carteles de temática más o menos abertzale. Tomando café me encuentro leyendo en voz alta los resultados electorales de febrero de 1936, comparándolos con la sociología política actual.

Gráficos de resultados electorales de Urkabustaiz en 1936 y en 2015.

Muchas cosas parecen haber cambiado. El tradicionalismo carlista ha desaparecido electoralmente, pero hace 80 años fue la fuerza que empujó a Álava y a Navarra a convertirse en los territorios que más voluntarios ofrecieron a la causa de Franco. Bajo el lema “Dios, Patria y Rey” se estructuró una cultura política de larga duración y especialmente arraigada en el ámbito rural. A día de hoy parece que el carlismo está muerto y enterrado, pero sólo basta con que rastreemos en nuestras genealogías familiares para que encontremos su presencia.

 Imagen de requetés frente a la casa de la familia Urbina, en Untzaga.

Con unas hegemonías políticas actuales contrarias a este pasado, la labor de contextualización es totalmente necesaria. Quienes se identifican con las causas de los vencidos en la guerra –el nacionalismo vasco y la izquierda en general– ocasionalmente encuentran incomprensible que su familia perteneciese al bando vencedor. A veces con una mezcla de vergüenza y de rechazo. En otros casos, en cambio, se ha mantenido cierto orgullo, fosilizado hoy día en opciones políticas conservadoras todavía arraigadas en los pueblos.

Fuerzas sublevadas posando frente al pórtico de la iglesia.

Después de hablar de la guerra, de las dos batallas en el monte San Pedro y del papel jugado por Untzaga como retaguardia requeté, salimos a las calles y buscamos los lugares que aparecen en las fotografías. Localizamos las casas que fueron ocupadas por soldados. Incluso el viejo bar del pueblo, con una tabernera que no conseguimos identificar. Rastreamos las instantáneas y buscamos elementos identificativos: puertas, ventanas, caminos, esquinales, etc. Lecturas de paramentos y búsqueda de rasgos materiales que aún hayan perdurado. De repente todo el mundo hace Arqueología de la Arquitectura.

Requetés y tabernera en la entrada del viejo bar.

Este ejercicio es realmente interesante por varios motivos. Para empezar, porque devuelve a la comunidad local parte de su memoria gráfica, guardada en archivos desde hace 80 años. En segundo lugar, porque permite la implicación de cualquier persona interesada: como acabo de decir todo el mundo hacemos Arqueología de la Arquitectura. En tercer lugar, porque con el poder evocador de las imágenes parece romperse la línea entre pasado y presente, en tanto que buscamos rasgos imperecederos, continuidades y patrones comunes en el tiempo, así como apreciamos los cambios materiales. Y por último, porque nos sirve para poner rostro(s) a esas realidades culturales y políticas que ahora nos pueden parecer extrañas. 
Ante las repetidas acusaciones que recibimos por “estudiar sólo lo de un bando”, con ejercicios como éste se demuestra que trabajamos por la comprensión crítica de todos los agentes en la guerra, señalando siempre las responsabilidades históricas de uno u otro contendiente. Arqueólogas y arqueólogos construimos discurso histórico y eso implica contextualizar. Incluso quienes somos “rojos” (y hasta “separatistas”) también abogamos por ello.



Txoko de Untzaga.

Para acabar, sólo queda decir que seguiremos trabajando en el frente alavés, con más actividades abiertas a todo el mundo. Estas semanas de entrevistas, charlas y visitas colectivas están siendo una verdadera lección de gestión patrimonial. Como novato agradecido por naturaleza, sólo me queda dar las gracias a quienes hacen posible este trabajo, ya sea en Untzaga, en Uzkiano, en Murua, en Manurga… y en todas las demás aldeas que todavía tienen que lidiar con las cicatrices de un conflicto cada vez más lejano pero todavía presente

Post by Josu Santamarina Otaola.

lunes, 18 de diciembre de 2017

La guerra total en tu aldea (II)

Cobertizo utilizado como puesto blindado franquista en Murua (Zigoitia, Álava)

Los pasados días 27 y 28 de octubre, en La Granja de San Ildefonso (Segovia), se celebraron unas intens(iv)as jornadas sobre arqueología y patrimonio de la Guerra Civil española, organizadas por el Centro de Investigaciones Históricas CIGCE. El encargado de dar inicio a las ponencias fue Alfredo González Ruibal, quien presentó un concepto sugerente, que ya se ha ido dibujando en diferentes entradas de este blog: las ciudades de batalla.

Al igual que existen los campos de batalla en el ámbito rural, éste de las ciudades de batalla se presenta como marco de comprensión para los conflictos bélicos en escenarios urbanos. Alfredo diferenció esta idea frente a la de la ciudad de guerra, en tanto que ésta se correspondería con aquellos enclaves urbanos creados ad hoc con una funcionalidad bélica: las ciudadelas de la Edad Moderna serían un buen ejemplo de ello.

Las ciudades de batalla, en cambio, son paisajes vividos que no tienen esa funcionalidad pero que, al verse inmersas en un conflicto bélico, viven procesos intensos de transformación. El caso que mejor ilustra esta idea y que más se ha analizado en este blog es el de Madrid durante la Guerra del 36: la capital de la República se convirtió en un paisaje de guerra, en el que muchos elementos civiles fueron militarizados y en el que, por ejemplo, las facultades universitarias se transformaron en posiciones de combate. La performatividad de la guerra es la que manda y la que interactúa con un paisaje preexistente. 

Paseo por la memoria en Murua con la asociación Abadelaueta (foto de Manolo Sáez de Castillo).

Esto mismo es lo que pudimos comprobar en otro paseo realizado en colaboración con la asociación etnográfica Abadelaueta, entre los pueblos de Murua y Manurga (Zigoitia, Álava). De forma similar a la ruta de la que hablábamos en el post anterior, el objetivo de este paseo era también el de solapar dos estratos en el paisaje: por un lado, el paisaje rural alavés actual, y por otro lado, el territorio militarizado de 1936-37. Vecinas y vecinos de la zona fueron quienes nos contaron sus historias familiares en esta zona del frente vasco, uno de los puntos clave en la llamada Batalla de Villarreal (noviembre-diciembre de 1936). Además, dentro de la lógica del empoderamiento patrimonial, utilizamos unos materiales ideales para la visita, pero que nunca antes habían podido ser accesibles en estos pueblos: los croquis y planos de la Comandancia Militar de Murguía, en manos de los sublevados. Esta documentación, procedente del Archivo Militar de Ávila, recoge información de casas y propiedades de familias que aún viven aquí y que hasta ahora desconocían por completo su existencia.

Vista de Murua desde el campanario de la iglesia



Croquis militar franquista de Murua de 1937 (AGMAV, M. 762, 9)
  
En el paseo se contaron historias más o menos conocidas, pero complejas por su carácter traumático. En el caso de Murua, este pueblo se convirtió en una verdadera aldea de batalla, cuando el 30 de noviembre de 1936, día de San Andrés, patrón de Murua, comenzó la ofensiva republicana vasca. Milicianos socialistas atacaron las posiciones de la caballería sublevada y el pueblo, que estaba con los preparativos de la fiesta patronal, se convirtió en un cruel campo de combate. La lucha por su control se cobró decenas de víctimas civiles, así como una víctima patrimonial: la iglesia de San Andrés se vio terriblemente afectada, hasta su demolición. Hoy en día, la iglesia de Murua es en realidad una ermita, la de San Antonio, transformada en la posguerra. Para el ennoblecimiento de esta ermita y su conversión en iglesia, se trajeron elementos de la iglesia original de San Andrés, como las campanas (con unos característicos agujeros de bala, al igual que en otras iglesias de la comarca) o algunos sillares. Con algunas de estas piezas parece que pasó como cuando intentamos montar un mueble de Ikea: hay que piezas que no encajan completamente y que forman un conjunto extraño. Restos de cicatrices en este intento de cirugía reconstructiva.

Elementos insertados en la vieja ermita de San Antonio para convertirse en la (nueva) 
iglesia de San Andrés (Murua, Zigoitia).

En el lugar en el que situaba la iglesia original de San Andrés ya no queda nada. Ni siquiera ruinas. Sólo una pequeña parcela de césped con un banco de madera. Por eso, con algunos vecinos de Murua, que ya habían buscado previamente fotografías antiguas de esta iglesia desaparecida, se pensó en marcar el lugar con una instantánea que tomamos en el mismo paseo. Esto también forma parte de la reapropiación comunitaria de un pasado enterrado.

Ecos de un vacío arqueológico. Vecinos de Murua con fotografías de la iglesia 
de San Andrés en su emplazamiento original (foto de Manolo Sáez de Castillo). 

El paseo continuó por el pueblo de Murua. Como guía, utilizamos un croquis franquista de 1937, en el que se presentaban los principales emplazamientos militares. Muchos edificios que existen en la actualidad, tuvieron un uso militar en aquel momento, como vanguardia frente al enemigo rojo-separatista que guarnecía posiciones allá arriba, en el macizo del Gorbeia.

Si pensamos que uno de los mayores éxitos de la República española fue el de las reformas educativas, resulta llamativo que los militares sublevados instalasen su Plana Mayor en la escuela. De igual forma, la taberna de Murua, regentada por Santiago Ortiz de Zárate, un conocido militante del PNV que tuvo que escapar en los primeros días de la guerra, tuvo un uso ciertamente prosaico: fue la cuadra de la tropa. Parece que la apropiación funcional que el Ejército de Franco hizo de esta aldea no respondió únicamente a criterios justamente funcionales. La elección de uno u otro lugar parece esconder decisiones de carácter político.

Begoña, hija de Santiago Ortiz de Zárate, nos muestra una foto de su padre como gudari en el Ejército Vasco.

Para acabar, hilando así como el comienzo del post, hay que destacar otro trabajo que se presentó en las jornadas sobre la Guerra Civil de La Granja de San Ildefonso. Nuestra compañera Laia Gallego Vila presentó su investigación sobre los bombardeos franquistas de Barcelona y los restos que han perdurado hasta la actualidad. Su trabajo se titula Edificis ferits: Un estudi històrico-arqueològic dels bombardeigs de Barcelona. Edificios heridos como testigos mudos de la destrucción y de la (ocasional) reconstrucción.

Edificios heridos como los que encontramos en nuestra visita a Murua: en puertas agujereadas de dormitorios, en suelos de madera manchados de sangre o hasta en el baño de una casa en el que se conserva un barril de Intendencia Militar de Euzkadi, probablemente abandonado por milicianos al final de la Batalla de Villarreal.

Barril de la Intendencia Militar de Euzkadi.
  
Restos sutiles de una guerra total. Cicatrices en el paisaje cotidiano de estas aldeas de batalla del norte de Álava.


Post by Josu Santamarina Otaola.

viernes, 24 de noviembre de 2017

La guerra total en tu aldea (I)

Nido de ametralladoras de piedra en Menea (Zigoitia, Araba).

Hemos tenido dos inviernos muy cálidos, pero éste pinta más cabrón.

Nos juntamos una buena cuadrilla de personas bajo robles que ya empiezan a perder su traje de hojas. El campo adquiere tonos cada vez más pardos y tristes. El cielo gris y plomizo avisa, pero no llega a romper.
El pasado sábado, 18 de noviembre, dentro de las excursiones mensuales que organiza la asociación etnográfica local Abadelaueta de Zigoitia (Araba/Álava), llevamos a cabo una pequeña ruta por las fortificaciones franquistas que conforman la línea Zestafe-Nafarrate, en el límite con el municipio de Legutio. En octubre de 1936, Camilo Alonso Vega, principal líder militar de la sublevación en la provincia, envió al Regimiento de Caballería del Numancia a esta zona con el objetivo de cerrar este hueco frente a las posiciones republicanas de Ubidea y Otxandio.
El paisaje que nos rodea en esta zona es adehesado, plagado de quejigos, con encinas y algunos robles. Las colinas se tropiezan unas con otras como en un mar de dunas. Muchas de estas elevaciones ni siquiera tienen nombre: Cota 687, Cota 677… Nomenclatura militarizada para un paisaje rural. Algunos lugares, en cambio, sí que se han guardado en la memoria, como el despoblado medieval de San Juan de Menea, desaparecido (y no hallado todavía) desde el siglo XII.
El punto de partida de la visita es el pueblo de Zestafe, que junto a Okoizta/Acosta, sufrió los rigores de la Batalla de Villarreal (noviembre-diciembre de 1936), la única gran ofensiva llevada a cabo por el Ejército de Euzkadi en la guerra. Las marcas del conflicto son visibles en el campanario y su arreglo chusquero de cemento, así como en las campanas tipo colador con decenas de agujeros de bala. En el interior de la iglesia de Zestafe, frente al confesionario, manchas oscuras recuerdan la sangre derramada aquí. Las vecinas del pueblo, verdaderas gestoras del bien común histórico de la iglesia –al igual que en otros lugares del Reino de España–, han intentado lavar estas marcas, pero no salen con nada.

Marcas de guerra en la iglesia de Zestafe.

La visita continúa por la loma de Iñerbas, en la que se erige una cruz en homenaje al alférez de caballería Alejandro Linati Bosch, el primer caído de la Batalla de Villarreal:

“IN MEMORIAM / ALEJANDRO LINATI BOSCH / ALFEREZ DE NUMANCIA / 30 DE NOVIEMBRE DE 1936”.

Esta cruz recuerda la muerte de este abogado barcelonés, un joven miembro de la oligarquía catalana que frecuentaba el Círculo Ecuestre y que escapó de Barcelona en cuanto milicianos y milicianas anarquistas se hicieron con las calles. Se reunió con su familia en Italia y posteriormente regresó a España, a zona sublevada, alistándose en el Regimiento de Caballería del Numancia de Vitoria. Linati Bosch murió cuando la columna republicana de Cueto avanzó por esta zona, en su determinación por intentar alcanzar Vitoria. Familiares del alférez han venido aquí durante décadas para recordar al abogado.

Inscripción en la base de la cruz del alférez Alejandro Linati Bosch.

Como hemos visto, la Historia Social no engaña: abogado en los años 30, aficionado a la hípica y con contactos en la Italia fascista… La sociología de la conspiración contra la República estaba llena de gente ilustre. Las buenas familias y su temor a la rebelión de las masas. No es extraño que Galíndez, miembro del PNV en el Madrid republicano e igualmente miembro de la burguesía letrada, definiese así la Guerra Civil: una lucha entre dos concepciones distintas de la vida: de un lado estaban los que lo tenían todo y aún querían más, y de otro los que nada tenían y querían algo.
La visita continúa por estas cotas militarizadas, surcadas por cicatrices de trincheras y con sólidos blocaos para su defensa. La variedad tipológica de estas arquitecturas de guerra es interesante: encontramos nidos de ametralladora blindados de forma cúbica, galerías de fusileros, fortines de troneras en dos alturas… La materialidad es diversa y se pueden diferenciar dos grandes tipos de estructuras en base a su material de construcción: aquellas construidas en lastras de piedra con poco cemento y de forma rudimentaria, y, otras hechas en hormigón, con buenos encofrados de madera y sacos terreros. Podemos conjeturar que se trata de cronotipologías diferenciadas: conjuntos tecnológicos diferentes que nos hablan de un periodo concreto en el proceso evolutivo de la guerra. Tal vez las estructuras de piedra sean anteriores a la Batalla de Villarreal, cuando el Numancia ocupó la zona en octubre de 1936, y las realizadas en hormigón, posteriores a la batalla, cuando se produjo la verdadera solidificación del frente, entre enero y marzo de 1937. En cualquier caso, de momento no podemos confirmar esta hipótesis.

Visiones del Otro. Vista de un croquis franquista sobre
 las posiciones del campo enemigo, el frente republicano.

Los croquis militares del Ejército de Franco nos sirven de guía en este paisaje pastoril. Vecinos y vecinas de Zigoitia tienen ahora por fin acceso a esta documentación en la que aparecen sus casas, sus campos y su cosmogonía territorial, fagocitada por la guerra total. A las autoridades militares poco les importó que uno u otro lugar se llamase de una determinada manera o que un determinado árbol tuviese un significado profundo como punto de reunión de pastores. La maquinaria de guerra leía el paisaje de otra forma. La guerra total veía recursos y no sujetos ni objetos con carga simbólica.
Por suerte, en este proyecto de Arqueología de la Guerra Civil y socialización del patrimonio en Euskadi abogamos por el llamado empoderamiento patrimonial. Esto es: que la comunidad local sea el principal agente de conocimiento, difusión y cuidado de su bien común. En ocasiones no es necesario que la Universidad intervenga. La sociedad civil hace tiempo que se puso las pilas y en esta línea fortificada de Zestafe-Nafarrate tenemos un ejemplo buenísimo.

Blocaos franquistas recuperados por vecinos y vecinas de Zigoitia.

Cada año, vecinos y vecinas de la zona limpian la vegetación de estas fortificaciones y reclaman su conocimiento y difusión, por ejemplo, mediante la creación de un sendero señalizado. Después de 80 años, entre estas Cota 677 y Cota 652, parece que avanzamos hacia una verdadera desmilitarización del paisaje, paradójicamente, señalando unas estructuras bélicas. Aunque hay un aspecto destacable crucial: su conocimiento y gestión locales hacen que sean verdaderos bienes comunes. En las aldeas alavesas, nos reapropiamos de aquello de lo que la guerra total nos despojó hace décadas.


Continuará… 

Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UPV/EHU).

jueves, 2 de noviembre de 2017

Más allá del fortín

Fotografía aérea de finales de la guerra en la que se aprecian las distintas estructuras que componían la posición franquista del Olivar de Veliso en Brunete.

En su estado actual, muchos de los búnkeres de la Guerra Civil parecen atalayas solitarias. Pero esta es una imagen engañosa. La mayor parte de ellos formaban parte de complejos sistemas que incluían además de los propios fortines, una variedad de espacios logísticos, de comunicación y de vida (almacenes, cocinas, abrigos de tropa, polvorines, viviendas catenarias, refugios antibombardeo, caminos cubiertos, centros de transmisiones, etc.). 

Así sucede también con los fortines que estudiamos en Brunete. En el caso de la estructura del Olivar de Veliso se han conservado toda una serie de elementos en los alrededores de los nidos de ametralladora gracias a que el terreno no se ha cultivado ni construido. Durante los últimos días hemos realizado sondeos en algunos de estos elementos para tratar de comprender mejor el complejo militar del que formaba parte el fortín.

Los resultados han sido muy interesantes. Aunque en superficie no se ve mucho actualmente, durante la Guerra Civil el terreno situado al sur del fortín se encontraba lleno de estructuras negativas (es decir, excavadas en la tierra), que se comunicaban con los búnkeres mediante una trinchera. Lo sabemos porque en las fotografías aéreas tomadas hacia el final del conflicto se aprecian la zanja de comunicación y las remociones de tierra que parecen refugios. El motivo para la elección del lugar es evidente: se trata de una hondonada ubicada a espaldas de los fortines, junto al cauce de un arroyo estacional, y por lo tanto un espacio bien protegido naturalmente.

Nuestros sondeos han puesto al descubierto dos estructuras.

La primera de ellas es un refugio de tropa que excavamos en su totalidad. Se trata de una típica estructura rectangular excavada en el sustrato con unas escaleras de acceso talladas también en el estrato natural.Pero en realidad no es una estructura tan típica. Da la impresión de que en un momento dado el refugio cambio de uso. Para su nueva función excavaron parcialmente una de las paredes con el objetivo de crear una especie de repisa. Sobre esta repisa encontramos una mancha de quemado y muchos clavos. 

La posible cocina. 


Nuestra hipótesis es que el espacio se transformó en cocina y la zona quemada era el hogar sobre el que se preparaba el rancho. Desgraciadamente la estructura estaba muy limpia y prácticamente no aparecieron restos de la guerra. Pero la interpretación como cocina es más que probable. De hecho, por la documentación sabemos que había una en el Olivar de Veliso, en cuyo entorno estuvo ubicado, además, el centro de mando de la posición antes de que se trasladara a la zona fortificada del alto.

En nuestro segundo sondeo dimos con una bifurcación de trincheras. Se trata seguramente de dos zanjas de circulación que permitían evacuar las posiciones (o acceder a ellas) por la zona del arroyo. En este caso sí dimos con bastante material: un zapato, una placa de cinturón militar, varios botones y munición de Máuser, que confirman la idea de que nos encontramos en la zona de vida de esta posición. Sin embargo, casi nada apareció sobre el propio suelo de la trinchera. La mayor parte de los objetos nos los encontramos en el potente relleno que colmataba las zanjas.


Bifurcación de trincheras.

Colmatación natural de la trinchera. 

Las trincheras y abrigos del Olivar de Veliso nos recuerdan el ingente esfuerzo constructivo y logístico que implicaba la línea de frente durante la Guerra Civil. Lo que hoy es un paraje más o menos rural o suburbano, hace ochenta años era un paisaje totalmente militarizado en el que pululaban hombres, máquinas y armas. En conclusión, los fortines son interesantes, pero lo son mucho más cuando ampliamos el zoom y entendemos el contexto del que forman parte.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Soldados de Cristo


Muy cerca del fortín que excavamos en Brunete nos encontramos una medalla de plata. En ella se puede observar, en una cara, a Jesucristo bendiciendo a un grupo de soldados que visten corazas al estilo del siglo XV o XVI y en la otra a dos soldados ataviados de la misma manera frente a una estatua de la Virgen con el niño flanqueada por dos ángeles. En la primera cara se lee Labora sicut bonus miles Jesu Christi y en su reverso Imitatores Dei estote sicut et ego Christi

Son palabras de San Pablo. Las primeras proceden de la segunda epístola dirigida a Timoteo (2:3): "Esfuérzate como un buen soldado de Jesucristo"; las segundas se encuentran en la primera carta a los corintios (11:1): "Sed imitadores de mí, como yo de Cristo". En la epístola a Timoteo, Pablo adivina su final: "a mí ya me sacrifican, y el tiempo de mi partida está cercano" y recuerda que todos los que quieran seguir a Jesús sufrirán persecuciones. Son frases que encontraban eco en el contexto de la brutal persecución religiosa que se desató en España durante la guerra.

La carta a los corintios, por su parte, recoge recomendaciones a esta comunidad cristiana y cuenta con algunas de las afirmaciones más machistas de Pablo de Tarso. Bajo el epígrafe que cita la medalla, continúa el apostol diciendo "Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios, la cabeza de Cristo. Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza, porque lo mismo es que si se hubiese rapado". También resuenan estas palabras con los tiempos de la guerra y el regreso a los valores patriarcales más reaccionarios que supuso el franquismo.

En todo caso, el mensaje de la medalla tiene que ver con el sacrificio que se espera a los que defienden la fe, que aparecen representados como guerreros medievales. Esos soldados del catolicismo eran el ideal de José Antonio. El fundador de la Falange esperaba de sus seguidores que fueran "mitad monjes, mitad soldados". Los monjes guerreros enlazaban con las gestas de las órdenes militares y al mismo tiempo encarnaban los valores jerárquicos y castrenses del falangismo: obediencia, disciplina, valor y desprendimiento.

Otro elemento importante en el falangismo es la imitación de Cristo. Muchos de los luchadores en el bando franquista eran devotos de la obra de Tomás Kempis, un asceta alemán de la Baja Edad Media conocido por su pensamiento místico y anti-intelectual. Su obra se titula precisamente Imitadores de Cristo y marcó a generaciones de españoles desde finales del siglo XIX, momento en que comienza a gozar de un particular éxito como parte del giro conservador del catolicismo -asediado por el progreso de la ciencia. En La Regenta (1885), Clarín presenta a Víctor Quintana, el marido de la protagonista, como lector asiduo de Imitadores de Cristo y dice que "poco a poco Kempis fue tiznándole el alma de negro". Con ello se refiere a la visión sombría y ascética de la vida terrenal.

El "Kempis" era, también, una de las lecturas preferidas de José Antonio Primo de Rivera. La influencia en su pensamiento es evidente: Certa tamquam miles bonus, ordena el santo, "lucha como un buen soldado". En su caso tiene un carácter metafórico: la lucha es contra las tentaciones. Para los falangistas, en cambio, la fe y la violencia son perfectamente compatibles. 

No solo para los falangistas. Acción Católica también recurrió a la imagen del soldado de Cristo. El Padre Acuña escribe en su Apostolado Seglar, publicado en 1940: "Cuando vemos que todo se derrumba, familia, Estado, sociedad, entonces es cuando los católicos debemos enrolarnos en las filas de esta Cruzada santa de la Acción Católica para luchar 'sicut bonus miles
Christi' 'como buenos soldados de Jesucristo', por los sagrados intereses de Dios y de la Patria". 


El Padre Acuña olvida que los intereses de la Patria no son competencia de los católicos en tanto que tales. Que se derrumbe el Estado no les incumbe. Al menos mientras no se prohiba el culto, cosa que nunca sucedió en la España republicana antes del 18 de julio: "Devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"  (Marcos, 12, 13-17). De hecho, Unamuno ya había escrito un texto durante la Revolución filipina (1896-1898) recordando que, desde un punto de vista estrictamente evangélico, los curas no debían delatar a aquellos filipinos católicos que defendieran la insurgencia contra España. Lo que debían cuidar era de sus almas, no de su credo político.

Desgraciadamente los soldados de Cristo de la Guerra Civil eran más de Máuser que de Unamuno. Las medallas religiosas y las balas, los crucifijos y la metralla son la prueba arqueológica de esta mezcla letal de fe y de violencia.

lunes, 30 de octubre de 2017

En el valle de las rosas

Hoy he entendido porque esta zona en la que trabajamos se llama Los Rosales. En los cauces de los arroyos, secos durante la mayor parte del año, crecen rosas silvestres. Estamos en otoño, así que no se ven flores, pero sí  escaramujos -el fruto del rosal- que son de color rojo intenso.

En enero de 1939 no debía quedar un solo arbusto en los cauces, machacados por la artillería franquista y pisados por las botas de miles de soldados republicanos. Los arroyos se utilizaron a modo de trincheras de circulación para llegar al frente -al matadero más bien. Y de hecho, parece que su cauce está modificado para facilitar el movimiento de tropas. Por estos ríos-trinchera bajaron como un aluvión los heridos desangrándose, los soldados desmoralizados, los muertos arrastrados por sus camaradas.


En los cauces encontramos cartuchos perdidos y balas pero sobre todo metralla, proyectiles de artillería y granadas de mortero: las que hostigaron a los republicanos en retirada y se cobraron más víctimas entre los ya vencidos. Un proyectil de Schneider de 77 mm sale prácticamente entero. La metralla de 75 mm es ubicua, como los trozos de Valero de 81 y 50 mm.  



En los escenarios de la Primera Guerra Mundial se dio un fenómeno curioso. Después de los combates, el paisaje lunar se cubría de amapolas. El campo de batalla removido una y mil veces por las explosiones se convirtió en un terreno ideal para las flores. De hecho, algunos botánicos hablan de "flora obsidional" para referirse a la vegetación que surge en los paisajes de guerra industrial (de obsidio/obsidionis en latín: "cerco", "asedio"). El poema In Flanders fields de John McCrae (1915) consagró a las amapolas como metáfora de la sangre vertida en las trincheras: 
"En los campos de Flandes vibran las amapolas
entre las cruces, hilera tras hilera,
que marcan nuestro lugar, y en el cielo
la alondra aun canta y valiente vuela
apenas audible bajo los cañones.

Somos los muertos. Hace pocos días
vivíamos, sentíamos el alba y el ocaso,
amábamos, nos amaban y ahora yacemos
en los campos de Flandes".
Los británicos recuerdan a sus caídos en la Primera Guerra Mundial con la amapola. Es su símbolo de la memoria. Para el poeta de origen judío Paul Celan la amapola representa más bien la posibilidad de  la vida tras el trauma de la violencia -su familia fue exterminada por los nazis. "Es hora de que la piedra se apreste a florecer" escribe en su poemario Amapola y Memoria (1952). Es hora de que se abracen la vida y la memoria.

La rosa silvestre es nuestra amapola. No es una flor fácil. Uno se enreda en los rosales cuando trata de moverse por el cauce, los aguijones se agarran a la ropa como colmillos y cuesta librarse de ellos. Por eso se le llama rosa canina, por sus espinas como dientes. Al intentar separarlas, se clavan en los dedos. Y duele.