Nido de ametralladoras de piedra en Menea (Zigoitia, Araba).
Hemos tenido dos inviernos muy cálidos, pero éste pinta
más cabrón.
Nos juntamos una buena cuadrilla de personas bajo robles
que ya empiezan a perder su traje de hojas. El campo adquiere tonos cada vez
más pardos y tristes. El cielo gris y plomizo avisa, pero no llega a romper.
El pasado sábado, 18 de noviembre, dentro de las
excursiones mensuales que organiza la asociación etnográfica local Abadelaueta
de Zigoitia (Araba/Álava), llevamos a cabo una pequeña ruta por las
fortificaciones franquistas que conforman la línea Zestafe-Nafarrate, en el límite
con el municipio de Legutio. En octubre de 1936, Camilo Alonso Vega, principal
líder militar de la sublevación en la provincia, envió al Regimiento de Caballería del
Numancia a esta zona con el objetivo de cerrar este hueco frente a las
posiciones republicanas de Ubidea y Otxandio.
El paisaje que nos rodea en esta zona es adehesado,
plagado de quejigos, con encinas y algunos robles. Las colinas se tropiezan
unas con otras como en un mar de dunas. Muchas de estas elevaciones ni siquiera
tienen nombre: Cota 687, Cota 677… Nomenclatura militarizada para un paisaje
rural. Algunos lugares, en cambio, sí que se han guardado en la memoria, como
el despoblado medieval de San Juan de Menea, desaparecido (y no hallado
todavía) desde el siglo XII.
El punto de partida de la visita es el pueblo de Zestafe,
que junto a Okoizta/Acosta, sufrió los rigores de la Batalla de Villarreal (noviembre-diciembre de 1936), la única gran ofensiva llevada a cabo por el
Ejército de Euzkadi en la guerra. Las marcas del conflicto son visibles en el
campanario y su arreglo chusquero de cemento, así como en las campanas tipo
colador con decenas de agujeros de bala. En el interior de la iglesia de
Zestafe, frente al confesionario, manchas oscuras recuerdan la sangre derramada
aquí. Las vecinas del pueblo, verdaderas gestoras del bien común histórico de
la iglesia –al igual que en otros lugares del Reino de España–, han intentado
lavar estas marcas, pero no salen con nada.
Marcas de guerra en la iglesia de Zestafe.
La visita continúa por la loma de Iñerbas, en la que se
erige una cruz en homenaje al alférez de caballería Alejandro Linati Bosch, el
primer caído de la Batalla de Villarreal:
“IN MEMORIAM / ALEJANDRO LINATI BOSCH / ALFEREZ DE
NUMANCIA / 30 DE NOVIEMBRE DE 1936” .
Esta cruz recuerda la muerte de este abogado barcelonés,
un joven miembro de la oligarquía catalana que frecuentaba el Círculo Ecuestre
y que escapó de Barcelona en cuanto milicianos y milicianas anarquistas se
hicieron con las calles. Se reunió con su familia en Italia y posteriormente
regresó a España, a zona sublevada, alistándose en el Regimiento de Caballería
del Numancia de Vitoria. Linati Bosch murió cuando la columna republicana de
Cueto avanzó por esta zona, en su determinación por intentar alcanzar Vitoria.
Familiares del alférez han venido aquí durante décadas para recordar al
abogado.
Inscripción en la base de la cruz del alférez Alejandro Linati Bosch.
Como hemos visto, la Historia Social no engaña: abogado
en los años 30, aficionado a la hípica y con contactos en la Italia fascista…
La sociología de la conspiración contra la República estaba llena de gente
ilustre. Las buenas familias y su temor a la rebelión de las masas. No es
extraño que Galíndez, miembro del PNV en el Madrid republicano e igualmente
miembro de la burguesía letrada, definiese así la Guerra Civil: una lucha entre
dos concepciones distintas de la vida: de un lado estaban los que lo tenían
todo y aún querían más, y de otro los que nada tenían y querían algo.
La visita continúa por estas cotas militarizadas,
surcadas por cicatrices de trincheras y con sólidos blocaos para su defensa. La variedad tipológica de estas
arquitecturas de guerra es interesante: encontramos nidos de ametralladora
blindados de forma cúbica, galerías de fusileros, fortines de troneras en dos
alturas… La materialidad es diversa y se pueden diferenciar dos grandes tipos
de estructuras en base a su material de construcción: aquellas construidas en
lastras de piedra con poco cemento y de forma rudimentaria, y, otras hechas en
hormigón, con buenos encofrados de madera y sacos terreros. Podemos conjeturar
que se trata de cronotipologías diferenciadas: conjuntos tecnológicos
diferentes que nos hablan de un periodo concreto en el proceso evolutivo de la
guerra. Tal vez las estructuras de piedra sean anteriores a la Batalla de
Villarreal, cuando el Numancia ocupó la zona en octubre de 1936, y las
realizadas en hormigón, posteriores a la batalla, cuando se produjo la
verdadera solidificación del frente, entre enero y marzo de 1937. En
cualquier caso, de momento no podemos confirmar esta hipótesis.
Visiones del Otro. Vista de un croquis franquista sobre
las posiciones del campo enemigo, el frente republicano.
Los croquis
militares del Ejército de Franco nos sirven de guía en este paisaje pastoril.
Vecinos y vecinas de Zigoitia tienen ahora por fin acceso a esta documentación
en la que aparecen sus casas, sus campos y su cosmogonía territorial,
fagocitada por la guerra total. A las autoridades militares poco les importó que
uno u otro lugar se llamase de una determinada manera o que un determinado
árbol tuviese un significado profundo como punto de reunión de pastores. La
maquinaria de guerra leía el paisaje de otra forma. La guerra total veía recursos y no sujetos ni objetos con carga simbólica.
Por suerte, en este proyecto de Arqueología de la Guerra Civil y socialización del patrimonio en
Euskadi abogamos por el llamado empoderamiento patrimonial. Esto es: que
la comunidad local sea el principal agente de conocimiento, difusión y cuidado
de su bien común. En ocasiones no es necesario que la Universidad intervenga. La
sociedad civil hace tiempo que se puso las pilas y en esta línea fortificada de
Zestafe-Nafarrate tenemos un ejemplo buenísimo.
Blocaos franquistas recuperados por vecinos y vecinas de Zigoitia.
Cada año, vecinos y vecinas de la zona limpian la
vegetación de estas fortificaciones y reclaman su conocimiento y difusión, por
ejemplo, mediante la creación de un sendero señalizado. Después de 80 años,
entre estas Cota 677 y Cota 652 ,
parece que avanzamos hacia una verdadera desmilitarización del paisaje,
paradójicamente, señalando unas estructuras bélicas. Aunque hay un aspecto
destacable crucial: su conocimiento y gestión locales hacen que sean verdaderos
bienes comunes. En las aldeas alavesas, nos reapropiamos de aquello de lo que
la guerra total nos despojó hace décadas.
Continuará…
Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UPV/EHU).