Superficie de estela nazi de Urbina en 2017 (izda.) y
reconstrucción (dcha.) (fuente: Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum).
Hace
dos semanas, el 10 de octubre, se podía leer el siguiente titular en
un medio alternativo de Vitoria-Gasteiz: "La Guardia Civil
retiró ayer una placa en homenaje a Iñaki Ormaetxea Antepara de la
plaza de Urbina" (Hala
Bedi Irratia).
Por orden de la Audiencia Nacional, la Guardia Civil retiraba así
una placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea, vecino de este pueblo
alavés y militante de ETA abatido
por fuerzas policiales en San Sebastián en 1991.
Recientemente,
en julio de 2018, dos guardias civiles del GAR (Grupo Antiterrorista
Rural), con base en el cuartel de Intxaurrondo, que habían
participado en el tiroteo con el Comando Donosti aquel año de 1991,
fueron entrevistados por el diario El
Español y
subrayaron que tuvieron "el placer de escupir a las tripas de
los etarras". Para después añadir: "A esos ya nunca los
va a llevar Pedro Sánchez a su casa; ya no tendrán ni gusanos,
fueron vilmente acribillados". Uno de aquellos, en palabras de
los propios agentes, "vilmente acribillados" fue Iñaki
Ormaetxea, miembro del Comando Donosti y, como decimos, vecino de
Urbina.
Tiroteo entre la Guardia Civil y el Comando Donosti en 1991
(izda.) y placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea en su casa natal en
Urbina (dcha.).
La Guardia Civil tuvo una presencia
concreta y física en el municipio de Legutio, al que pertenece
Urbina, hasta la madrugada del 14 de mayo de 2008. Aquella noche ETA
hizo explotar una furgoneta-bomba frente a la casa-cuartel,
destrozando gran parte de la fachada del edificio y acabando con la
vida de José Manuel Piñuel, agente que se encontraba haciendo
guardia en la garita de la entrada. Éste fue el último atentado de
ETA contra la Guardia Civil en el País Vasco. En 2011 la
organización puso fin a su actividad armada y en mayo de 2018
anunció su disolución.
Desde 2008, un vecino de
Vitoria-Gasteiz coloca sistemáticamente varios elementos en recuerdo
al agente José Manuel Piñuel. Estos elementos -unas flores, una
fotografía, algún texto, etc.- han sido retirados cada semana en
una dinámica binaria de "poner" y "quitar"
realmente machacona. La persistencia en el recuerdo al guardia civil
ha sido simétricamente (cor)respondida estos años por el empeño
anónimo en retirar el memorial.
Seis días después de la retirada
del recordatorio a Iñaki Ormaetxea en Urbina, se pudo leer otro
titular, esta vez en la propia web de la Guardia Civil: "La
Guardia Civil detiene a dos personas por un presunto delito de
humillación a las víctimas del terrorismo". Por orden del
Juzgado Central de Instrucción nº 3 de la Audiencia Nacional, el 16
de octubre, hace apenas unos días, la Guardia Civil detuvo a dos
personas, una en Bilbao y otra en el propio Legutio, como presuntas
autoras de la retirada continua del memorial en recuerdo al agente.
Hueco en el murete de la antigua casa-cuartel de la Guardia
Civil dejado por el atentado de 2008 (izda.) y memorial en recuerdo
al agente Piñuel en 2016 (dcha.).
No
son éstos los únicos hitos en clave de memoria que han estado
presentes en este municipio que fue primera línea del frente entre
1936 y 1937. Hasta el año pasado, un Monumento
a los Caídos
de la IV Brigada de Navarra se erigía frente al solar, ahora vacío,
en el que se situaba la casa-cuartel de la Guardia Civil de Legutio.
Así, durante una década, han convivido frente a frente, cuneta
frente a cuneta en la carretera N-240, el memorial "semanal"
del agente de la Guardia Civil muerto en 2008 y el Monumento a los
Caídos franquista. En mayo de 2018, mediante una subvención del
Gobierno Vasco, el Ayuntamiento de Legutio, cumpliendo de forma
rigorista con el artículo 15 de la Ley de 2007 sobre memoria
histórica, retiró el monumento de la IV Brigada de Navarra.
Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra, situado
hasta mayo de 2018, frente a la antigua casa-cuartel de la Guardia
Civil.
En
el caso de Urbina, éste es un pequeño pueblo al norte de Álava del
que ya hemos hablado en más de una ocasión en este blog. Un pequeño
pueblo desde el que se inició la Ofensiva franquista sobre Bizkaia
el 31 de marzo de 1937, con el mismísimo general Mola a la cabeza y
con la decisiva ayuda de la Legión Cóndor alemana. Frente a la
mentira oficial del Régimen que negó la colaboración de la
Alemania nazi en la destrucción de la Euzkadi
republicana, durante décadas Urbina albergó un monolito de piedra
en recuerdo a tres artilleros alemanes que precisamente resultaron
heridos aquel 31 de marzo de 1937, en el contexto de una operación
que ha sido caracterizada como la primera operación combinada
aire-tierra de la historia militar moderna (Jiménez
de Aberasturi 2003: 178). Un monolito, con un texto escrito en alemán
y con tipografía gótica, colocado, para más inri, en un terreno
propiedad de la familia Ormaetxea, la familia de Iñaki.
En la década de 1980, varios
jóvenes de Urbina, entre ellos Iñaki, tiempo antes de ingresar en
ETA, procedieron a la destrucción parcial de la estela funeraria
nazi (Cabello 2004). No fue ésta, ni mucho menos, la última acción
política que dejó una huella perenne sobre la piedra. Y es que,
diferentes capas, tanto -arqueológicamente hablando- "positivas"
(de adición) como "negativas" (de resta), han formado
parte del monumento. Acciones de ultraderecha, presuntamente
relacionadas con foros de Internet de las Fuerzas Armadas españolas,
y acciones de la izquierda independentista vasca, algunas recientes
como una en invierno de 2017, fueron haciendo mella en la piedra.
Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum, pareja artística empeñada -en el
sentido más positivo posible- en trabajar sobre encrucijadas entre
arte y arqueología, señalan al respecto (Jaio 2019: 10):
"El
monolito es un agujero negro que succiona todas y cada una de las
ideologías que han cruzado su camino. Ya no es que pudiera funcionar
como una representación del conflicto, sino que el conflicto se
manifiesta en
él."
A principios de 2018, dentro de las
labores de retirada de símbolos subvencionadas por el Gobierno Vasco
en el pueblo, la estela nazi de Urbina fue igualmente retirada por el
Ayuntamiento de Legutio. Aunque se ha preguntado a la institución
local por su paradero actual, éste se desconoce por el momento.
Volviendo
al presente, este mismo mes de octubre, mientras los conflictos sobre
memoria reciente han sido objeto de judicialización en la localidad
alavesa, Iratxe y Klaas han trabajado en un espacio de creación
artística de Bilbao llamado "La Taller". En este sotano de
la capital vizcaína dedicado al grabado en piedra, en metal y en
otros materiales, han expuesto el resultado de un molde realizado
sobre el monolito nazi de Urbina hace ya más de dos años. Un molde
en el que quedaron grabadas todas las cicatrices de las diferentes
acciones políticas acontecidas sobre/en
el monumento.
Realización del molde del monolito nazi de Urbina en 2017
(izda.) y superposición de la pieza artística y el monolito
original (dcha.), obra de Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum.
La semana pasado visitamos su
proyecto en vivo y en directo y nos encontramos con una curiosa
decisión expositiva: el molde desarrollado a partir de la estela, en
cuya cara "posterior" se materializa el negativo de las
cicatrices en la piedra y en cuya cara "anterior" se ha
reconstruido el texto original, se hallaba expuesto "colgado
bocabajo". No es la primera vez que un símbolo del fascismo es
colgado bocabajo: pensemos en aquellos días de abril de 1945 y la
imagen del cuerpo de Mussolini como punto de partida de la nueva
democracia italiana.
Sin embargo, no parece que Iratxe y
Klaas optaran por exponer la pieza bocabajo por simple rechazo al
sustrato totalitario de la imagen. Sino que, la vista horizontal de
las marcas negativas de diferentes acciones sobre el monumento -desde
mazazos contra la piedra, hasta las letras rayadas con un instrumento
punzante- se nos muestra como un paisaje geológico, con sus
pendientes y su relieve. En las paredes, rodeando esta extraña
"maqueta" de un paisaje geológico impresionante, Iratxe y
Klaas han realizado numerosos grabados de diversas vistas panorámicas
del norte de Álava.
Unas
vistas panorámicas en las que la topografía de montes, colinas y
pueblos corta el horizonte. Diferentes flechas señalan algunos hitos
en el paisaje: el monte "Albertia", el "pinar de
Txabolapea", el pueblo de "Legutio", una "fosa",
unas "trincheras", etc. La base de estas panorámicas nos
sitúa en el lenguaje, entre naïf
y funcional, de los croquis panorámicos militares de la Guerra
Civil. Y es que, en enero de 1937, tras la sangrante Batalla de
Villarreal, la única ofensiva emprendida por el Ejército Vasco en
todo el conflicto, el Estado Mayor franquista emitió una orden por
la cual todas las posiciones artilleras debían cartografiar el
paisaje visible "enemigo" que tuviesen delante. Así, esta
guerra cada vez más moderna se llenó de imágenes de un paisaje
tradicional vasco atravesado por aldeas, caseríos, bosques y
montañas. Un paisaje vasco militarizado, con posiciones republicanas
que aprovechaban la topografía del territorio al máximo: barrancos,
cuevas y simas kársticas, cumbres, arroyos, miradores naturales,
etc. Algo que, sin embargo, resultó inútil cuando la aviación y la
artillería se mostraron como las nuevas armas capaces de "superar"
las limitaciones del territorio y elevar la destrucción bélica a
cotas antes inimaginables.
Así, Iratxe y Klaas establecen un
diálogo a múltiples escalas entre las cicatrices en la piedra del
monolito nazi de Urbina y las numerosas cicatrices que pueblan el
paisaje inmediato. La noción de estratigrafía está muy presente y
esta pareja artística nos deja palabras que podrían parecer sacadas
de una manual de Arqueología:
"Nos interesa cómo la piedra
absorbe lo que ha pasado en su entorno desde que se colocó aquí
hasta que un día desaparezca. Como si su superficie, aparentemente
abstracta, fuese un registro exacto de los acontecimientos en los que
ha estado presente."
Su
propuesta, como artistas, es la de la "traducción" de
hitos incómodos y complejos como éste. "Traducción",
como señalan en su etimología como "acción de pasar de un
punto a otro" o "traslado". Esta traducción resulta
comprensible cuando vemos las cicatrices del monolito nazi
convertidas en un paisaje topográfico completo. Y es que, como
señalan igualmente, el arte no sólo se basa en mostrar un objeto
como "singular", sino que también es "una cuestión
de cómo se expone, del display
o el dispositivo de visualización". De esta forma, "este
objeto una vez expuesto sería un objeto artístico, pero también de
forma simultánea un monumento nazi, un documento arqueológico, una
superficie contestada o una piedra que forma parte de un muro".
El
muro del que formaba parte esta piedra no es otro sino el muro en el
que los vencedores
quisieron fijar su mensaje de autoritarismo y fuerza. Y ahora, aunque
al muro le falte una piedra, quizá éste siga siendo tan sólido
como siempre. En este octubre caliente de mandatos judiciales,
sentencias y acciones policiales lo que queda claro es que, junto a
las inscripciones y los grabados, no hay mayor superficie contestada
que el espacio, la calle.
Referencias
-
Cabello, A. (2004): La
plaza de Urbina. Una biografía de Iñaki Ormaetxea,
Txalaparta, Tafalla.
-
Jaio, I. (2019): La
piedra porosa / Harri porotsua / The Porous Stone.
[Texto del proyecto artístico].
-
Jiménez de Aberasturi, L. M. (2003): Crónica
de la guerra en el norte (1936-1937),
Txertoa, Donostia-San Sebastián.