martes, 29 de octubre de 2019

Superficies contestadas


Superficie de estela nazi de Urbina en 2017 (izda.) y reconstrucción (dcha.) (fuente: Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum).

Hace dos semanas, el 10 de octubre, se podía leer el siguiente titular en un medio alternativo de Vitoria-Gasteiz: "La Guardia Civil retiró ayer una placa en homenaje a Iñaki Ormaetxea Antepara de la plaza de Urbina" (Hala Bedi Irratia). Por orden de la Audiencia Nacional, la Guardia Civil retiraba así una placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea, vecino de este pueblo alavés y militante de ETA abatido por fuerzas policiales en San Sebastián en 1991.

Recientemente, en julio de 2018, dos guardias civiles del GAR (Grupo Antiterrorista Rural), con base en el cuartel de Intxaurrondo, que habían participado en el tiroteo con el Comando Donosti aquel año de 1991, fueron entrevistados por el diario El Español y subrayaron que tuvieron "el placer de escupir a las tripas de los etarras". Para después añadir: "A esos ya nunca los va a llevar Pedro Sánchez a su casa; ya no tendrán ni gusanos, fueron vilmente acribillados". Uno de aquellos, en palabras de los propios agentes, "vilmente acribillados" fue Iñaki Ormaetxea, miembro del Comando Donosti y, como decimos, vecino de Urbina.

Tiroteo entre la Guardia Civil y el Comando Donosti en 1991 (izda.) y placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea en su casa natal en Urbina (dcha.).

La Guardia Civil tuvo una presencia concreta y física en el municipio de Legutio, al que pertenece Urbina, hasta la madrugada del 14 de mayo de 2008. Aquella noche ETA hizo explotar una furgoneta-bomba frente a la casa-cuartel, destrozando gran parte de la fachada del edificio y acabando con la vida de José Manuel Piñuel, agente que se encontraba haciendo guardia en la garita de la entrada. Éste fue el último atentado de ETA contra la Guardia Civil en el País Vasco. En 2011 la organización puso fin a su actividad armada y en mayo de 2018 anunció su disolución.

Desde 2008, un vecino de Vitoria-Gasteiz coloca sistemáticamente varios elementos en recuerdo al agente José Manuel Piñuel. Estos elementos -unas flores, una fotografía, algún texto, etc.- han sido retirados cada semana en una dinámica binaria de "poner" y "quitar" realmente machacona. La persistencia en el recuerdo al guardia civil ha sido simétricamente (cor)respondida estos años por el empeño anónimo en retirar el memorial.

Seis días después de la retirada del recordatorio a Iñaki Ormaetxea en Urbina, se pudo leer otro titular, esta vez en la propia web de la Guardia Civil: "La Guardia Civil detiene a dos personas por un presunto delito de humillación a las víctimas del terrorismo". Por orden del Juzgado Central de Instrucción nº 3 de la Audiencia Nacional, el 16 de octubre, hace apenas unos días, la Guardia Civil detuvo a dos personas, una en Bilbao y otra en el propio Legutio, como presuntas autoras de la retirada continua del memorial en recuerdo al agente.

Hueco en el murete de la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil dejado por el atentado de 2008 (izda.) y memorial en recuerdo al agente Piñuel en 2016 (dcha.).

No son éstos los únicos hitos en clave de memoria que han estado presentes en este municipio que fue primera línea del frente entre 1936 y 1937. Hasta el año pasado, un Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra se erigía frente al solar, ahora vacío, en el que se situaba la casa-cuartel de la Guardia Civil de Legutio. Así, durante una década, han convivido frente a frente, cuneta frente a cuneta en la carretera N-240, el memorial "semanal" del agente de la Guardia Civil muerto en 2008 y el Monumento a los Caídos franquista. En mayo de 2018, mediante una subvención del Gobierno Vasco, el Ayuntamiento de Legutio, cumpliendo de forma rigorista con el artículo 15 de la Ley de 2007 sobre memoria histórica, retiró el monumento de la IV Brigada de Navarra.

Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra, situado hasta mayo de 2018, frente a la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil.

En el caso de Urbina, éste es un pequeño pueblo al norte de Álava del que ya hemos hablado en más de una ocasión en este blog. Un pequeño pueblo desde el que se inició la Ofensiva franquista sobre Bizkaia el 31 de marzo de 1937, con el mismísimo general Mola a la cabeza y con la decisiva ayuda de la Legión Cóndor alemana. Frente a la mentira oficial del Régimen que negó la colaboración de la Alemania nazi en la destrucción de la Euzkadi republicana, durante décadas Urbina albergó un monolito de piedra en recuerdo a tres artilleros alemanes que precisamente resultaron heridos aquel 31 de marzo de 1937, en el contexto de una operación que ha sido caracterizada como la primera operación combinada aire-tierra de la historia militar moderna (Jiménez de Aberasturi 2003: 178). Un monolito, con un texto escrito en alemán y con tipografía gótica, colocado, para más inri, en un terreno propiedad de la familia Ormaetxea, la familia de Iñaki.

En la década de 1980, varios jóvenes de Urbina, entre ellos Iñaki, tiempo antes de ingresar en ETA, procedieron a la destrucción parcial de la estela funeraria nazi (Cabello 2004). No fue ésta, ni mucho menos, la última acción política que dejó una huella perenne sobre la piedra. Y es que, diferentes capas, tanto -arqueológicamente hablando- "positivas" (de adición) como "negativas" (de resta), han formado parte del monumento. Acciones de ultraderecha, presuntamente relacionadas con foros de Internet de las Fuerzas Armadas españolas, y acciones de la izquierda independentista vasca, algunas recientes como una en invierno de 2017, fueron haciendo mella en la piedra. Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum, pareja artística empeñada -en el sentido más positivo posible- en trabajar sobre encrucijadas entre arte y arqueología, señalan al respecto (Jaio 2019: 10):

"El monolito es un agujero negro que succiona todas y cada una de las ideologías que han cruzado su camino. Ya no es que pudiera funcionar como una representación del conflicto, sino que el conflicto se manifiesta en él."

A principios de 2018, dentro de las labores de retirada de símbolos subvencionadas por el Gobierno Vasco en el pueblo, la estela nazi de Urbina fue igualmente retirada por el Ayuntamiento de Legutio. Aunque se ha preguntado a la institución local por su paradero actual, éste se desconoce por el momento.

Volviendo al presente, este mismo mes de octubre, mientras los conflictos sobre memoria reciente han sido objeto de judicialización en la localidad alavesa, Iratxe y Klaas han trabajado en un espacio de creación artística de Bilbao llamado "La Taller". En este sotano de la capital vizcaína dedicado al grabado en piedra, en metal y en otros materiales, han expuesto el resultado de un molde realizado sobre el monolito nazi de Urbina hace ya más de dos años. Un molde en el que quedaron grabadas todas las cicatrices de las diferentes acciones políticas acontecidas sobre/en el monumento.

Realización del molde del monolito nazi de Urbina en 2017 (izda.) y superposición de la pieza artística y el monolito original (dcha.), obra de Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum.

La semana pasado visitamos su proyecto en vivo y en directo y nos encontramos con una curiosa decisión expositiva: el molde desarrollado a partir de la estela, en cuya cara "posterior" se materializa el negativo de las cicatrices en la piedra y en cuya cara "anterior" se ha reconstruido el texto original, se hallaba expuesto "colgado bocabajo". No es la primera vez que un símbolo del fascismo es colgado bocabajo: pensemos en aquellos días de abril de 1945 y la imagen del cuerpo de Mussolini como punto de partida de la nueva democracia italiana.

Sin embargo, no parece que Iratxe y Klaas optaran por exponer la pieza bocabajo por simple rechazo al sustrato totalitario de la imagen. Sino que, la vista horizontal de las marcas negativas de diferentes acciones sobre el monumento -desde mazazos contra la piedra, hasta las letras rayadas con un instrumento punzante- se nos muestra como un paisaje geológico, con sus pendientes y su relieve. En las paredes, rodeando esta extraña "maqueta" de un paisaje geológico impresionante, Iratxe y Klaas han realizado numerosos grabados de diversas vistas panorámicas del norte de Álava.

Exhibición del negativo del monolito nazi de Urbina. Geología de superficies contestadas.

Unas vistas panorámicas en las que la topografía de montes, colinas y pueblos corta el horizonte. Diferentes flechas señalan algunos hitos en el paisaje: el monte "Albertia", el "pinar de Txabolapea", el pueblo de "Legutio", una "fosa", unas "trincheras", etc. La base de estas panorámicas nos sitúa en el lenguaje, entre naïf y funcional, de los croquis panorámicos militares de la Guerra Civil. Y es que, en enero de 1937, tras la sangrante Batalla de Villarreal, la única ofensiva emprendida por el Ejército Vasco en todo el conflicto, el Estado Mayor franquista emitió una orden por la cual todas las posiciones artilleras debían cartografiar el paisaje visible "enemigo" que tuviesen delante. Así, esta guerra cada vez más moderna se llenó de imágenes de un paisaje tradicional vasco atravesado por aldeas, caseríos, bosques y montañas. Un paisaje vasco militarizado, con posiciones republicanas que aprovechaban la topografía del territorio al máximo: barrancos, cuevas y simas kársticas, cumbres, arroyos, miradores naturales, etc. Algo que, sin embargo, resultó inútil cuando la aviación y la artillería se mostraron como las nuevas armas capaces de "superar" las limitaciones del territorio y elevar la destrucción bélica a cotas antes inimaginables.

Imagen de uno de los grabados panorámicos de Iratxe y Klaas.

Así, Iratxe y Klaas establecen un diálogo a múltiples escalas entre las cicatrices en la piedra del monolito nazi de Urbina y las numerosas cicatrices que pueblan el paisaje inmediato. La noción de estratigrafía está muy presente y esta pareja artística nos deja palabras que podrían parecer sacadas de una manual de Arqueología:

"Nos interesa cómo la piedra absorbe lo que ha pasado en su entorno desde que se colocó aquí hasta que un día desaparezca. Como si su superficie, aparentemente abstracta, fuese un registro exacto de los acontecimientos en los que ha estado presente."

Su propuesta, como artistas, es la de la "traducción" de hitos incómodos y complejos como éste. "Traducción", como señalan en su etimología como "acción de pasar de un punto a otro" o "traslado". Esta traducción resulta comprensible cuando vemos las cicatrices del monolito nazi convertidas en un paisaje topográfico completo. Y es que, como señalan igualmente, el arte no sólo se basa en mostrar un objeto como "singular", sino que también es "una cuestión de cómo se expone, del display o el dispositivo de visualización". De esta forma, "este objeto una vez expuesto sería un objeto artístico, pero también de forma simultánea un monumento nazi, un documento arqueológico, una superficie contestada o una piedra que forma parte de un muro".

El muro del que formaba parte esta piedra no es otro sino el muro en el que los vencedores quisieron fijar su mensaje de autoritarismo y fuerza. Y ahora, aunque al muro le falte una piedra, quizá éste siga siendo tan sólido como siempre. En este octubre caliente de mandatos judiciales, sentencias y acciones policiales lo que queda claro es que, junto a las inscripciones y los grabados, no hay mayor superficie contestada que el espacio, la calle.



Referencias

- Cabello, A. (2004): La plaza de Urbina. Una biografía de Iñaki Ormaetxea, Txalaparta, Tafalla.
- Jaio, I. (2019): La piedra porosa / Harri porotsua / The Porous Stone. [Texto del proyecto artístico].
- Jiménez de Aberasturi, L. M. (2003): Crónica de la guerra en el norte (1936-1937), Txertoa, Donostia-San Sebastián.

lunes, 21 de octubre de 2019

Los invisibles


Totum revolutum: latas de la 2ª Guerra Mundial, ladrillos del campamento partisano, latas de cazadores de los años 1980 y latas consumidas por refugiados en 2019.

Desde la Arqueología comienzan a surgir iniciativas para afrontar las tragedias humanitarias desencadenadas por los procesos migratorios. En el congreso de la asociación europea de arqueólogos, celebrado en Maastricht (Holanda) en 2017, Yannis Hamilakis, uno de los arqueólogos mundiales de referencia, impartió una conferencia titulada Una arqueología afectiva de las fronteras, en la que dio buena cuenta del proyecto que lleva a cabo en las costas griegas con sus estudiantes de la Universidad de Brown. La ponencia generó una ardiente polémica entre los congresistas; mientras unos aplaudían la implicación de la arqueología en esta crisis humanitaria, otros se preguntaban qué sentido tenía sacar fotos a los salvavidas y lanchas abandonados. ¿No sería mejor y más útil que los recursos de la Universidad de Brown se invirtiesen en una ayuda real a los refugiados? ¿No es éste un ejemplo de vacua moda arqueológica que obedece a una necesidad académica de ir à la page? Como podemos apreciar, estas cuestiones tienen que ver con la ética. 

Entorno del hospital partisano. Zona de descanso de refugiados, con abundante material en superficie.

El recrudecimiento de las políticas antiinmigración en Estados Unidos también ha movilizado a arqueólogos como Jason de León o Randall McGuire. Este último, uno de los máximos representantes de la arqueología marxista en aquel país, lleva años trabajando en tareas humanitarias con la organización No Más Muertes en Nogales, Sonora, dedicada a ayudar a personas deportadas. El contacto diario con el muro fronterizo y su impacto sobre las poblaciones locales le llevaron a desarrollar una arqueología de la frontera con sus alumnos de la Universidad de Binghamton. En España se comienza a prestar atención desde una perspectiva arqueológica a fenómenos como la tragedia que se vive día a día en el estrecho de Gibraltar, donde han muerto miles de migrantes en las últimas dos décadas, o la creación por el Estado de los denominados centros de internamiento de extranjeros (CIES).


En el mismo espacio recogemos una pieza de una máscara antigás italiana, amortizada por los partisanos, y restos de comida de los refugiados de 2019, incluida una lata de conserva gallega. Globalizaciones de ayer y de hoy.

Nuestros proyectos de lo que podemos denominar Arqueología de la Hospitalidad han abordado la temática de los refugiados en el pasado. En los bosques del entorno de Dreznica, buscando los rastros de los partisanos de los años 40 nos encontramos con los nuevos invisibles del presente. refugiados del Próximo Oriente que intentan llegar a Austria y Alemania, después de recorrer cientos, miles de kilómetros. Tenemos la suerte de contar en nuestro equipo con el realizador croata Matija Kralj, quien conoce bien esta realidad, tras haber estado en Lesbos, Ceuta, Turquía, y reconoce perfectamente los efectos de la propaganda oficial en las comunidades rurales de Croacia.

Matija Kralj, registrando los paisajes de la resistencia, para el documental sobre nuestro proyecto.

Nosotros mismos hemos escuchado de boca de nuestros colaboradores locales cosas como: estos son soldados, muyahidines, estamos viviendo una invasión silenciosa. Incluso en la localidad de Krakar nos enseñaron una casa abandonada (que perteneció a un partisano conocido en la región), la cual, según ellos, fue quemada por refugiados recientemente, porque vieron allí una cruz. Estos relatos socavan la ética solidaria heredada de la lucha partisana. Si bien la gente más mayor reconoce la necesidad moral de ayudar a estos refugiados del presente, también nos encontramos con miembros de la generación nacida en el bosque muy críticos con esta realidad. Los más jóvenes incluso se organizan, en algunos casos, para autogestionar el asunto. Este miedo al Otro se manifiesta en los cercados, las rejas metálicas cerrando puertas y ventanas de segundas residencias y casas rurales vacías. Y se refleja en toda su crudeza en la acción de comandos enviados directamente desde Zagreb para la caza del hombre. Esta policía incrementa el PIB local con sus pernoctas, vicios y hobbies.

Vivienda supuestamente incendiada por los refugiados (estaba asegurada).

Los mismos bosques que acogieron a los partisanos son los únicos amigos de los refugiados sirios, afganos, kurdos, muchos de ellos desertores del ejército de turno. En los bordes de las dolinas documentamos esta realidad perenne. Una pieza de una máscara antigás italiana comparte espacio con latas de atún Calvo, en un espacio habilitado como campamento de una noche. Se puede llevar a cabo toda una etnoarqueología binfordiana de estos nómadas, perseguidos, del siglo XXI. Se esconden. Evitan ser vistos. Caminan de noche. Partisanos de hoy que subsisten como pueden, una vez más, en el bosque. Perseguidos por la policía del limes europeo, encargada de que la barbarie no acceda al Imperio. ¿Quienes son los bárbaros?





miércoles, 9 de octubre de 2019

Pánico en el bosque


Panorámica del combate del Palacio de Ibarra, en el Museo de Brihuega. Albert Álvarez Marsal.

Nuestro compañero Luis Antonio Ruiz Casero acaba de presentar su nuevo libro El Palacio de Ibarra,1937 en el que reconstruye al detalle la contraofensiva republicana que dio inicio al descalabro italiano en Guadalajara. Hay un aspecto del libro que nos parece muy reseñable, por lo novedoso en el contexto historiográfico español. El autor señala la obra mítica de Olao Conforti, de dudoso valor historiográfico, pero de indudable calidad literaria a la hora de recrear los combates en el palacio de Ibarra en aquellos días de marzo de 1937. Del mismo modo que el italiano, Luis Antonio se pone en la piel de los soldados y esboza un ensayo claro de lo que la arqueología postprocesual británica denominó Arqueología de la Percepción. Las páginas en las que nos habla de las oscilaciones en la moral de los defensores del palacio son fantásticas. 

Extensión del encinar en el entorno del palacio de Ibarra, marcado sobre la fotografía aérea de la Legión Cóndor. (Luis Antonio Ruiz Casero).

La percepción y los sentidos son un campo de estudio que empieza a atraer la atención de los investigadores en arqueología del conflicto (Saunders y Cornish 2017). Participando de este enfoque, el autor describe las sensaciones y el estado de psicosis colectiva de los militares italianos en el encinar de Ibarra, sin buena visibilidad, cercados por el enemigo. Acostumbrados a la guerra celere y a la lucha en campo abierto, el ejército de Mussolini encuentra aquí su tumba. Esta misma psicosis se dio en el territorio ocupado por los italianos en Abisinia, un imperio africano que se reducía, en realidad, a ciudades fortificadas, asediadas, en medio de un territorio hostil (González Ruibal et al. 2010). 

Miembros del Batallón Celta del Ejército de Euzkadi, en las trincheras, en un pinar de Larrabetzu, mayo de 1937. (Fundación Anselmo Lorenzo).

La experiencia del bosque de Ibarra se repitiría poco después, en la campaña de Bizkaia, cuando los italianos volvieron a luchar en masas forestales, en este caso, pinares extensos en la montaña vasca. El olor a resina de pino, las astillas voladoras que herían de gravedad a los soldados y la lucha en los bosques son una referencia constante en las memorias de los combatientes de ambos bandos en la primavera de 1936 en Bizkaia. Y a los italianos tampoco le fue muy bien, ya que a punto estuvieron de sufrir otro descalabro en su avance hacia Bilbao por la costa cantábrica. Haciendo gala de una genial intuición, el autor defiende la idea de que Ibarra, el high-water-mark del avance italiano en la batalla de Guadalajara, se convierte en el punto de inflexión de la ofensiva y en el inicio de la derrota fascista ese 14 de marzo, debido, en gran medida, a ese pánico en el bosque. 

Tropas italianas de la brigada Flechas Negras en la campaña de Bizkaia, 1937 (Biblioteca Nacional).

Luis Antonio esboza aquí una línea de trabajo que está por abrir en la historiografía de la guerra civil: escribir una historia del miedo. El mismo miedo que sentirían los italianos en los inmensos bosques de Croacia entre 1941 y 1943. La inaccesibilidad y la resistencia partisana en los montes fue combatida con la política de tierra quemada en los fondos de valle.

Bosques de Krakar (Drznica, Croacia) en donde se ubicó uno de los primeros campamentos partisanos (afloramiento rocoso) (Fot. de Carlos Otero).


Referencias:

González Ruibal, A.; Fernández Martínez, V.; Falquina Aparicio, Á.; Ayán Vila, X. M. y Rodríguez Paz, A. 2010. Arqueología del fascismo en Etiopía (1936-1941). Ebre 38. Revista internacional de la Guerra Civil 1936-1939, 4: 233-254.

Ruiz Casero, L. A. 2019. El Palacio de Ibarra, maro de 1937. Reconstruyendo un paisaje bélico efímero. Madrid: Audema.

Saunders, N. y Cornish, P. (eds.). 2017. Modern Conflict and the Senses. Londres y Nueva York: Rouledge.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.

miércoles, 2 de octubre de 2019

La gente del bosque


Hace un frío que pela. Entramos en la casa de la familia Radulovic, en la aldea de Tomicic. Calor de hogar. Esta pareja de jubilados vive sola todo el año. Una hija emigró a Estados Unidos y la otra a Alemania. El petrucio, Mihajlo Radulovic, está entusiasmado con la idea de que yo venga de España. No pasarán. Estamos en su casa porque el historiador, Milan, y la antropóloga, Ivona, quieren hacerles una entrevista. Pero antes, hay que mojar la palabra. Sobre la mesa, rakija y otros licores caseros, torreznos, embutidos, quesos. La hospitalidad de esta gente es proverbial. Aunque yo no sé hablar nada de croata, echamos mano de un lenguaje internacional: el fútbol. Las raíces serbias de esta familia se hacen notar: aquí son del Estrella Roja de toda la vida. Tras los prolegómenos, Mihajlo, como aviso previo a la entrevista, declara: Yo soy marxista. Y a partir de ahí la crónica del horror. Su madre fue asesinada por los fascistas, junto con dos de sus hijas, una de ellas un bebé de dos días. Esta es la historia de cada familia de aquí. Septuagenarios y septuagenarias nacieron en la primera mitad de los años 40 en el bosque. Son hijos e hijas del bosque. De un  bosque impenetrable, lleno de agujeros kársticos, de pendientes imposibles, de afloramientos rocosos. Un bosque protector, invisible a la aviación enemiga, imposible para la artillería italiana dispuesta en acorazados en el mar Adriático.

Ubicación del primer campamento partisano en los montes de Krakar. De izquierda a derecha: Xurxo, Carlos, Sanja y Nedeljko. (Fotografía de Matja Kralj).

Esta es también la historia de nuestro guía por las montañas de Krakar, el bueno de Nedeljko Maravic. Él nació en el bosque. Su relación cromosómica con el mundo vegetal le llevó a estudiar ingeniería forestal en Zagreb. De hecho fue el máximo responsable del distrito, hasta que en 1991 fue relevado injustamente de su puesto. Era serbio... en el nuevo estado croata independiente. En los inicios de la última guerra, tuvo que pasar por un control de carretera. Allí estaban apostados paramilitares croatas. Según nos cuenta, le amenazaron con una típica frase balcánica: te mataremos a ti, serás pasto de los zorros, y nos los comeremos. Nedeljko nos guía con pericia por los vericuetos del monte, un laberinto de pistas de tierra maltratadas por las cadenas de los tractores y camiones de la madera. Nos lleva al que se considera el primer campamento base partisano en la zona, habilitado en otoño de 1941. En esta fase paleolítica de la guerrilla, se habilitó un refugio en un monumental abrigo rocoso. Nedeljko va recogiendo flores y hojas, recita sus nombres en latín y nos ofrece una lección magistral sobre propiedades curativas y alucinógenas. Los servicios sanitarios partisanos echaban mano del saber local ante la falta de suministros, como así aparece reflejado en las crónicas de la época. El bosque protege, cura, calma, adormece, hace soñar.

Carlos tomando las coordenadas de la nueva cueva.

En el interior de la cueva.

Tras este viaje maravilloso por el bosque animado, Nedeljko nos lleva a su casa en la aldea de Krakar en donde nos aguarda una sorpresa. La antigua casa familiar estaba apoyada directamente en la pared rocosa. La parte trasera conectaba directamente con una cueva empleada por los partisanos, probablemente como almacén de municiones, suministros y alimentos. La entrada en pendiente a la cueva está llena de escombros y materiales etnográficos, probablemente de la segunda mitad del siglo XX cuando se empleó como basurero doméstico. Sin embargo, al fondo, parece conservarse el nivel de ocupación original. Allí documentamos algunas piezas de uniforme del Ejército italiano.


Arriba: objetos en el suelo de la cueva. Abajo: los mismos objetos en laboratorio (Fotos de Carlos Otero)

Nedeljko nos ofrece un tentempié, con salchichas y vino de casa. Él fue refugiado en su día y, ahora, su pueblo se encuentra en la ruta de paso de los refugiados que vienen de Próximo Oriente. La nueva gente del bosque, que deja sus propias huellas, que maneja su propia estrategia de ocultación. Los invisibles de Europa. De todo ello hablaremos mañana.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.