jueves, 11 de diciembre de 2008

Merendar etnoarqueología en un café de Madrid

Fuerzas alpinas en reconocimiento en la Sierra de Guadarrama. 8 de febrero de 1938. Archivo Rojo

No todos los arqueólogos tienen la suerte de poder comprobar la validez de sus conjeturas sobre la cultura material con personas que han dado uso a los mismos artefactos que nosotros estudiamos. Esta semana pudimos ejercer ese privilegio en un bar del centro de Madrid, como aquel en que quería tomar café Mola. Allí nos reunimos, por generosa mediación de Jacinto Arévalo, miembro de GEFREMA y referente de la arqueología de la Guerra Civil en Madrid con un grupo de señores que tomaban su habitual merienda. La brigada de uno de ellos, C. H., manejaba, en la misma zona de la trinchera que excavamos, una Hotchkiss que disparaba las mismas balas que nos hemos encontrado en nuestra excavación. Después del duro invierno de 1936 en la Ciudad Universitaria, fue a parar al Batallón Alpino, con el resto de los señores que tomaron café con nosotros. El Batallón Alpino recorrió durante la guerra las delicadas zonas de la sierra de Madrid vigilando al enemigo y combatiendo en algunas acciones señeras. Combatían el frío con la energía que da la juventud y botas reforzadas que hemos de comparar con las que hemos documentado en la trinchera.

La Sierra de Guadarrama, donde luchó el Batallón Alpino, tal y como se vesde la trinchera que excavamos en la Ciudad Universitaria

Entre cafés y llamadas de teléfonos móviles de las señoras, los amigos, etc. siguió desparramándose la información que hemos documentado cuidadosamente en audio y vídeo. Nuestros interlocutores nos hablaron con naturalidad, huyendo de la épica y “a título de anécdota”. Estas "anécdotas" son para nosotros tan valiosas como las botas del sedimento de la trinchera, pues en ellas ha quedado atrapado, además de su contenido inmediato, parte del mismo contexto que pretendemos reconstruir. A veces han resistido el paso del tiempo gracias a que se contaron una y otra vez en forma de diálogo, como en un chiste. Un compañero de J. lloraba una de las pocas veces que pudieron comer un filete en los helados altos de la sierra. -Pero ¿Por qué lloras, infeliz?-

-¡Porque ya no puedo comer más!

Patrulla en servicio de observación en la sierra. 8 de febrero de 1937. Archivo Rojo

En nuestra grabación se oyen muchas risas, no reñidas con lo sobrecogedor del testimonio. Otras veces pasaron cosas extrañas, como el día en que nevaron fuegos fatuos para asombro de aquellos chavales del Batallón Alpino. Pese a que eran hombres de mundo, esquiadores y miembros de asociaciones deportivas (a través de las cuales se alistaron) nunca habían visto tan peculiar fenómeno. Por eso hoy lo recuerdan, otra vez entre risas. La oralidad, como estudió J. Ong, es una “tecnología de la palabra” específica y muy diferente de la escrita. Una forma peculiar de organizar la memoria que a menudo se apoya, para acceder a aquella experiencia vivida, en referentes paisajísticos y materiales.

En eso se parece un poco a la arqueología. Así, nuestros compañeros de café nos hablan del chozo que construyeron con piedra y chapa para aguantar el frío cerca del Alto del León. Otras veces, como en un cuento, son los personajes los que vehiculan el relato. Un día fue Santiago Carrillo a la sierra, con unos periodistas que, ávidos por recoger la noticia, se pusieron cinco jerseys y de tanto que sudaron casi no lo cuentan. Según la intensidad de la propaganda de guerra, estos personajes pueden adquirir proporciones míticas, como La Pasionaria, Durruti, “El Campesino” en unos relatos y José Antonio, Millán Astray, Mola y el propio Franco en otros. Como atestiguan las jornadas vividas últimamente en Grecia, una persona y su historia, como la muerte del joven Alexandros, pueden adquirir fuertes connotaciones simbólicas. Las personas también son ideales para vehicular una narración, como hemos hecho en este mismo texto cuando seguíamos a C. en su periplo de la Ciudad Universitaria al Alto del León. Estos días andamos por la Dehesa de La Villa, detrás de P., que también luchó en estas mismas facultades en las que hoy la estudiamos y en el Puerto de los Leones. Este era el mismo sitio, el Alto del León, pero es que del otro lado de las Hotchkiss aquel lugar se llamaba de otra forma ¿Será otra historia?

Otra vez gracias a Jacinto por la oportunidad y al primo de E. por los cafés.

Para cualquiera interesado en el Batallón Alpino, ver Arévalo, J. (2006) El Batallón Alpino del Guadarrama. La Librería, Madrid. También del mismo autor (2003) Los Trenes Blindados Españoles, Trea, Madrid y (2008) Senderos de Guerra. La Librería, Madrid.

1 comentario:

falqui dijo...

Lo anecdótico de las historias es general a la hora de relatar vivencias por parte de gente que ha vivido conflictos y guerras.
De hecho parece ser que es un mecanismo psicológico para digerir el gran trauma que han sufrido. En cierto sentido funciona como la cultura material en contextos de conflicto: a través de las anécdotas, los chascarrillos e incluso los chistes, surge el espectro del trauma y nos pone en contacto con lo abyecto.
Porque existen otros elementos que indican que el tono anecdótico es un mecanismo de defensa ante el trauma como demuestran la mirada de los mil metros o las pesadillas que no permiten descansar durante años y años.