viernes, 2 de agosto de 2013

El Museo de la Memoria

Parque para la Preservación de la Memoria Histórica, Calama (Chile, 1999)
Fotografía de Gervasio Sánchez, de la serie Desaparecidos.

Un plebiscito en 1988 acabó con la dictadura pinochetista, iniciada con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Las intenciones de los militares quedaron claritas con las primeras declaraciones del general Gustavo Leigh, reencarnación setentera del general Mola: la labor del gobierno consistía en extirpar el cáncer marxista que amenazaba la vida orgánica de la nación, aplicando medidas extremas, hasta las últimas consecuencias. Pinochet era un ferviente admirador de Franco. De hecho, el discurso legitimador del golpe de estado de 1973 repetía punto por punto los tópicos manejados por el bando nacional en la guerra civil española: intervención extranjera, yugo marxista, etc... Los milicos se sacudieron el fantasma comunista a través de la tortura sistemática y el asesinato. Las similitudes entre los dos regímenes son grandes en este aspecto.

Las diferencias entre Chile y España llegan con la democracia. Aún con el Ejército velando la transición democrática, todavía con Pinochet de senador vitalicio, el Estado chileno democrático abordó la represión militar y la historia de los desaparecidos. Se creó una Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, que realizó un trabajo ímprobo de consultas documentales, entrevistas orales a perpetradores, víctimas y familiares. El informe de la Comisión (2004) es de acceso público a toda la ciudadanía. En este documento se recoge la microhistoria de cada uno de los centros de detención y tortura establecidos por todo el país. Todo este trabajo ha servido para que algunos de estos espacios arqueológicos se hayan reconvertido en memoriales para preservar el recuerdo de las víctimas de la vesania pinochetista.
El Estado de derecho no sólo busca la reconciliación sino que, sobre todo, quiere conocer la verdad.
 Parque para la Preservación de la Memoria Histórica, Calama. Placa conmemorativa.


En enero de 2010 se crea en Santiago de Chile el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos como un acto oficial de reparación y un espacio destinado a dar visibilidad a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado de Chile entre 1973 y 1990, a dignificar a las víctimas y sus familias y a estimular la reflexión política y ética. Estos objetivos son asumidos por la Fundación del Museo, compuesta por académicos de universidades que cuentan con Centros de derechos humanos. También está integrado por organizaciones de defensa y promoción de los derechos humanos en Chile, como la Vicaria de la Solidaridad, la Casa de la Memoria y la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi. El origen del museo se encuentra en las recomendaciones del Informe Rettig, en las políticas de apoyo a la construcción de memoriales del presidente Ricardo Lagos (“No hay mañana sin ayer”) y en la decisión de la presidenta Michelle Bachelet de dar respuesta a las demandas de las organizaciones de familiares y de organismos de defensa de los derechos humanos cuyos archivos fueron declarados Memoria del Mundo por la UNESCO. Estos últimos se agruparon en la corporación Casa de la Memoria -integrada por la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), la Corporación de Promoción y Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), la Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia (PIDEE) y Teleanálisis.

El planteamiento museístico combina perfectamente la divulgación y exposición del proceso represivo con el respeto y dignificación de las víctimas. Guías jóvenes atienden a grupos que escuchan en silencio. Miles de fotografías cubren la pared central. En un espacio con velas simuladas el visitante puede acceder a la base de datos en la que se recogen los datos personales de las víctimas del régimen. Al pulsar nombre y apellidos se ilumina un retrato concreto entre miles de fotografías de seres que no son anónimos. Una señora mayor, conteniendo las lágrimas, le dice a su acompañante: éste era mi sobrino. En pequeños cuartos se puede visionar un conjunto de vídeos que recogen testimonios no sólo de supervivientes sino también de torturadores, con nombre y apellidos. Desde un punto de vista arqueológico, destacan las salas en las que se exponen y comentan objetos artísticos y testimonios gráficos elaborados por las víctimas en los centros de detención. La vida cotidiana bajo el terror es lo que más atrae el interés del público, con diferencia. Una megaexposición recuerda este año el cuarenta aniversario del golpe de Estado.
En el hall pequeños cajones individualizados recogen la microhistoria de las comisiones de la verdad creadas en muchos países del planeta: Liberia, Burundi, Uganda, Uruguay, Rumanía... docenas y docenas de países entre los que no está la marca España.
Salí de este Museo con un sentimiento encontrado; por un lado, se me acrecienta el respeto hacia un país que con un poeta a la cabeza acogió miles de exiliados republicanos españoles en 1939, que en 2013 acoge a trabajadores españoles con los brazos abiertos, sin xenofobia ni cortapisas, que es capaz de abrirse a la verdad de un pasado traumático muy reciente. Por otro lado, se me cae la cara de vergüenza sólo con mirar el escudo del Reino de España en mi pasaporte. Un reino que no es de este mundo.

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