Tras un prudencial tiempo de
espera en el que ha habido cierto lío burocrático por parte de los militares
para dar permiso de acceso a un miembro del Grupo de Investigación de
Antropología Forense (GIAF) con pasaporte español, por fin he podido integrarme
con normalidad en los trabajos arqueológicos que se realizan en el predio
militar Batallón 13. El Batallón 13 es la cabeza visible de un gran complejo
militar formado por el Servicio de Material y Armamento (SMA), el Servicio de
Intendencia del Ejército, el Batallón de Infantería Nº 5, la Brigada de
Comunicaciones Nº 1 y el Batallón de Infantería Nº 15, y está situado en la Av.
de las Instrucciones, en las afueras de Montevideo. Gracias a la labor de la Asociación
de Familiares de Detenidos desaparecidos y de diferentes organismos de derechos
humanos también se sabe desde hace muchos años que en el centro de ese gran
complejo militar estuvieron los siniestros centros clandestinos conocidos como
"300 Carlos" y "S2". En concreto en los hangares del SMA,
que forman un gran patio elíptico, o "la pera", como dicen los
compañeros del GIAF.
Fotointerpretación de las estructuras del Batallón 13 y SMA. Se aprecia la "pera" en donde se encontraba el campo de concentración. Las zonas de bosque y alrededores del campo de futbol son los lugares donde potencialmente hay restos humanos.
La labor del GIAF no se centra tanto en la documentación de este campo de
concentración como en la búsqueda del paradero de las 13 personas que se considera pueden estar enterradas en algún punto de estas decenas de hectáreas de
hangares, garitas, alambradas, prados, campos de tiro, canchas de fútbol y
bosques. Y aquí es donde vienen los problemas. No se trata de una fosa común
con todos los cuerpos juntos, sino seguramente de enterramientos aislados y
separados en el espacio y en el tiempo, fruto de las torturas y asesinatos que
se fueran efectuando por los militares a los estudiantes y trabajadores que
tenían encapuchados en el 300 Carlos. Hay que destacar que ninguno de ellos
eran guerrilleros, ya que los tupamaros habían sido desarticulados antes de la
llegada de la dictadura. A ello se suma la posibilidad de que los muertos en un
centro clandestino fueran trasladados y enterrados en otro predio militar
distinto, o tirados a alguna laguna o al río de la Plata. Además, la
internacional anticomunista, amparada por los Estados Unidos y conocida como
Operación Cóndor, implicó el secuestro de ciudadanos en un país y su traslado a
otro para su tortura y muerte, lo que complica aún más las tareas de
investigación. Por otro lado la información con la que cuenta el GIAF, la de
testigos directos e indirectos, en muchos casos ha resultado ser falsa. Para
mayor inconveniente a finales de la dictadura uruguaya los militares realizaron
la "operación zanahoria", que no es otra cosa que la recuperación de
los cuerpos enterrados años antes para deshacerse de incómodas evidencias con
la llegada de la democracia.
Ejemplo de uno de los mapas anónimos que llegan al GIAF, en donde se indican posibles zonas de enterramiento.
Sin embargo, el primer presidente
de la postdicatdura uruguaya, Julio María Sanguinetti, aseguraba a mediados de
los años ochenta que en Uruguay, al contrario que en Argentina, no había
pruebas de un plan sistemático de asesinato y desaparición de personas. En este
sentido la labor del GIAF es fundamental. No puede restablecer la justicia,
pero sí puede ayudar a conocer la verdad. Y no planteando meras hipótesis, sino
con los hechos objetivos que la Arqueología pone sobre la mesa. Pero aquí es
donde radica el problema. Los trabajos que el GIAF lleva realizando desde el
año 2005 hasta día de hoy en diferentes campañas, son como buscar una aguja en
un pajar. Me atrevería a decir que seguramente se trate de la excavación
arqueológica más ambiciosa y continuada en el tiempo dedicada a crímenes de
lesa humanidad de época contemporánea. Plantean cuadrículas de trabajo de10 x
10 m. una vez han conjugado la información de los informantes y cotejado y
estudiado las fotografías aéreas, para ver nuevas construcciones y repoblaciones
de árboles que pudieran haber tenido el fin de seguir borrando las huellas de
los crímenes. Tras ello una excavadora va realizando zanjas paralelas, que son
convenientemente documentadas, dejando unos pequeños perfil entre ellas. Así
han ido desmontando, dándole la vuelta, a muchas hectáreas de terreno. Todo ello bajo la
atenta mirada de los militares, que graban continuamente todas las labores
arqueológicas.
Seguimiento de máquina bajo la atenta mirada de los militares.
Áreas excavadas con los galpones del SMA al fondo.
Planimetría de las áreas intervenidas y de los principales resultados.
A día de hoy, en el Batallón 13 tan sólo se ha recuperado,
bajo una potente capa de cal, el cuerpo de Fernando Miranda, un escribano filocomunista, que fue secuestrado y seguramente asesinado a las pocas horas. Aparte, han aparecido huesos sin conexión anatómica que probablemente sean evidencias
de la "operación zanahoria". Es posible que algunas alteraciones estratigráficas
documentadas en ciertas trincheras efectuadas con la excavadora también respondan al mismo fin desocultador y reocultador de los militares.
Proceso de exhumación de Fernando Miranda.
Desconocedor de los referentes
patrios uruguayos, al entrar por primera vez en este predio militar me topé con la leyenda "Pisas tumbas de
héroes, ¡ay del que las profane!". Y no, no se trata de una alusión a los
estudiantes y trabajadores secuestrados, torturados y enterrados en este lugar.
Ni siquiera una velada advertencia a los arqueólogos por su incesante y
obstinada búsqueda. Se trata de un extracto de "La leyenda patria",
que cuenta la gesta de los 33 orientales, referentes de una patria que ni
siquiera era tal ya que aquellos próceres luchaban por una confederación de
provincias en torno al río de la Plata, no por el Uruguay que hoy conocemos.
Sin embargo, a día de hoy, nada recuerda ni en este ni en el resto de campos de
concentración de Uruguay a aquellos verdaderos héroes de esta república, a los que
creyeron y lucharon por un país con justicia social y que pagaron con su vida.
Inscripción patriótica en el patio de armas del Batallón 13.
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