Milicianos y gudaris en Intxorta. Fotografía de Jon Urbe (Argazki Press).
Los especialistas
en Etnografía y Antropología utilizan como herramienta de trabajo lo que
denominan la observación participante.
Esto es, la mejor manera de analizar e interpretar una actividad performativa
humana (un rito de paso, por ejemplo) es haciéndolo desde dentro de la propia
comunidad, participando directamente, si te dejan. Esta experiencia
participativa nos permite acercarnos a todos los agentes implicados, a todas
las voces y sensibilidades que confluyen en esos actos, a las personas que
protagonizan estos eventos, como se
dice ahora. Haber estado allí es una
suerte de garantía para poder emitir juicios de valor.
Por unas horas
emulé a mis dos abuelos y me convertí en un soldado nacional, en un quinto procedente
del rural, de ideología izquierdista, pero movilizado por los militares
sublevados. Carne de cañón obligada a tomar una posición clave en el avance
sobre Bizkaia. Como compañeros de viaje: regulares, requetés y falangistas
alaveses y guipuzcoanos.
Antes de dar inicio
a nuestra particular batalla de Intxorta, la tropa se alivia viendo el amplio
reportaje que recoge la revista Interviu
sobre la recreación del año pasado. Una simpática señora de la organización
insiste en dar menos rancho a los nacionales, a ver si así se ayuda un poco al
Ejército de Euskadi. El vino asalta-parapetos se adueña del almuerzo.
Soldados nacionales y requetés en Intxorta. Fotografía de Beloki.
A. se enteró con
más de cuarenta años que su padre, siendo adolescente, había acudido al mercado
de Gernika el funesto día del bombardeo. A. nació en un caserío al pie de
Intxorta y desde niño escuchó en casa, de boca de su abuela, historias en voz
baja sobre la rapiña a la que se entregaron los vencedores. El alcance de los
atropellos fue tal que los propios mandos nacionales fusilaron a soldados moros
por haber violado a chicas de los caseríos de la zona.
J. es un recreador
experto que participa en los combates. Comprende perfectamente la idiosincrasia
de esta actividad y se esfuerza porque nuestra compañía haga un buen papel en
la recreación. Con generosa entrega corrige gestos, organiza los movimientos y
nos ayuda a hacer las cosas con criterio. Aunque se viene un poco abajo cuando
ve a uno con los calcetines del Athletic, J. queda bastante contento con el
espectáculo. En el acto de homenaje a los luchadores por la libertad y contra
la impunidad del franquismo, J. nos exige adoptar un rictus de respeto mientras
formamos. Sin embargo, muestra su desacuerdo con el acto, no porque él sea
fascista, sino porque considera que no se
debe mezclar la política con la recreación. Esta opinión, a nuestro modo de
ver, es mayoritaria en el ámbito de la recreación, del mismo modo que en la
Arqueología sigue primando un enfoque que deslinda ciencia y política.
J. está de acuerdo
en dar las armas al pueblo. Lástima no fuese gobernador civil en julio de 1936.
En camino hacia el acto de homenaje a los defensores republicanos.
Fotografía de Jon Urbe (Argazki Press).
R. es otro
recreador vizcaíno con experiencia que considera que esto no se podría haber hecho hace cinco o seis años en Euskadi, andar con la bandera española tomando unos
potes vestido de nacional por el pueblo. El año anterior unos vecinos de
avanzada edad increparon duramente a los recreadores del bando nacional,
pensando probablemente que los chavales lo hacían por convicción ideológica. La
brutal represión franquista generó todo un trauma colectivo.
Este año el dueño del
prado anexo al monumento a los defensores de Intxorta concedió permiso para
usarlo en la batalla. Lo que no nos dijo fue que sus vacas se habían empleado a
fondo en la guerra química. X. es un estudiante universitario que dedica tiempo
y esfuerzo al estudio de la guerra civil española. Una boñiga traidora ha
deslucido su impoluto uniforme de alférez provisional. Enojado, dispara
frenéticamente balas de fogueo a los rojos separatistas. Mientras tanto, los
falangistas inician por el flanco derecho una fallida maniobra envolvente.
Cadáveres de requetés comienzan a adueñarse de un prado que parece comido por
el sarampión. Mientras sostengo heroicamente la bandera bicolor, unas mil
personas ven in situ los combates. Mi estampa es patética. Repleto de mierda de
vaca, con un casco ínfimo para mi cabezón y un cuerpo atlético, intento emular
a los últimos de Filipinas. Aplausos... y risas. Notable éxito de público,
implicación al 100 % del pueblo de Elgeta y del propio ayuntamiento.
Refugio republicano reconstruido en las trincheras de Intxorta.
Entre mis
compañeros nacionales cuento con cuatro cuarentones de Bergara, padres de
familia, que se conocieron al coincidir en el colegio de los niños. Desde
entonces, forman una peculiar cuadrilla recreadora. Empezaron haciendo de extras
en un documental sobre la represión franquista en Arrasate. Y ya no pararon. Son
veteranos de la recreación de Intxorta 1937. Como todos aquellos que ya tienen
una longeva memoria histórica de esta
actividad, consideran que se ha ido mejorando notablemente gracias, sobre todo,
a la actitud de la gente, la ayuda prestada por recreadores con experiencia y
la genialidad de personas como el cartero de Bergara, el Ruso. Hijo de niño de la guerra y de soviética, este hombre se
ha currado una réplica fenomenal de toda una pieza de artillería, de gran
utilidad para su compañía de requetés. Animado por el éxito, ya se ha puesto
manos a la obra para acercar el año que viene (aunque no venga mucho a cuento)
una réplica de un tanque T-26. Enorme.
La sobremesa de la
comida de confraternización es lo más parecido al patio del recreo de un
colegio. En vez de cromos, comienza el intercambio de copias de emblemas de
batallones, atrezzos varios, complementos para la txapela del gudari o la
zamarra del miliciano. El momento más emotivo se dio cuando uno de estos
aficcionados, con los ojos vidriosos, regaló a su sobrino una maqueta de un
búnker del cinturón de Hierro de Bilbao, de la zona de Ugo-Miraballes. No falta
el buen humor y el cachondeo.
J. se despide con una frase profética: Algún dia te llevaré al prado en donde
crecen las Cruces de Hierro.
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