jueves, 22 de mayo de 2014

Marcas de la resistencia, politizando el espacio urbano

Henry Lefebvre nos enseñó que el espacio, y en concreto el espacio urbano, no es una realidad objetiva y mensurable, sino que el espacio y las acciones sociales que en él se desarrollan están unidas. Es por tanto un campo de luchas políticas. Entre el capitalismo ("espacio concebido") que intenta que la ciudad sea un lienzo en blanco sobre el que especular, con sus mecanismos devastadores, como la gentrificación de los cascos históricos, o más sutiles, como la creación de "espacios públicos cívicos", con toda su batería de normas y prohibiciones, y los diferentes grupos y actores sociales ("espacio percibido" y "espacio vivido"), con sus vivencias, movimientos diarios, con sus desarrollos de la acción y la pasión. 

Las plazas españolas, con el 15M, han sido un claro ejemplo de lo que decimos. Pero no hay que perder de vista la perspectiva histórica. La Puerta del Sol, por ejemplo, ha sido un espacio de luchas y de representación simbólica de las mismas al menos desde el s. XVIII, con el mentidero de Madrid en las gradas del convento de San Felipe el Real, canalizando a las masas contra la realeza en el motín de Esquilache de 1766, con las barricadas en el levantamiento popular contra los invasores franceses el 2 de mayo de 1808, siendo escenario del asesinato del presidente Canalejas en 1912 por parte del anarquista Pardiñas, proclamando la II República en 1931, o con las torturas sistemáticas ocurridas en los bajos de la Dirección General de Seguridad durante todo el franquismo, en el mismo edificio desde donde hoy los antidisturbios vigilan las asambleas y las manifestaciones. Las luchas sociales están ancladas a lugares y edificios. Los vemos estos días en Oviedo-Uviéu en la defensa del C.S.O.A. La Madreña. Por lo tanto espacio construido y diacronía conforman dos ejes que permiten también un acercamiento analítico desde la Arqueología, que sin duda es deudora en este ámbito de la Sociología, la Antropología y el Urbanismo.

Y eso es precisamente lo que estamos llevando a cabo en diferentes escenarios sudamericanos. Por ejemplo mediante el análisis del paisaje urbano y como en él se han desarrollado los recorridos de las marchas del 24 de marzo en la ciudad de Rosario (Argentina), en las que se condena el golpe de estado de 1976 y se pide Verdad, Memoria y Justicia. Ciertos hitos arquitectónicos han hecho que se modifiquen los recorridos, como cuando hace unos años se aprovechaba para escrachear la antigua sede del Comando del II Cuerpo del Ejército, centro organizador de la represión en la provincia de Santa Fe, convertida en el bar Rock&Feller y hoy, gracias a esa presión social, Museo de la Memoria. O en la última, en donde se pasó por delante de los tribunales para mostrar el apoyo en los juicios contra los genocidas. 

Escrache en el edificio del II Cuerpo del Ejército (Rosario, Argentina) para denunciar su conversión en un bar.

Marcha contra la dictadura y por la profundización de la democracia del 23 de marzo de 2014, a su paso por los tribunales de justicia  de Rosario (Argentina) en donde se está juzgando a los genocidas.  

También es interesante investigar por qué dentro de estos recorridos se excluyen ciertos lugares que a priori podrían ser los más significativos, caso del centro clandestino de detención y tortura de El Pozo, situado justo al otro lado del edificio en donde comienza la marcha.

Marcas oficiales y no oficiales en la puerta principal del CCD El Pozo (Rosario, Argentina). 

Salida de la marcha contra la dictadura del 24 de marzo de 2014 (Rosario, Argentina). Obsérvese a la derecha el edificio oficial en cuyos bajos, por la calle de atrás, está el CCD El Pozo.

En el caso de Uruguay, y en concreto de Montevideo, resulta llamativo el contraste con Argentina y Chile. Para comenzar la marcha del 20 de mayo, equivalente a la del 24 marzo en Argentina, se realiza en silencio y sin banderas partidistas. Una inmensa concentración humana en silencio, recorriendo la ciudad de noche, puede ser mucho más potente y efectista que los tambores y los gritos del caso argentino. El silencio sólo se rompe cuando desde los altavoces se van leyendo los nombres de todos los desaparecidos, a los que la multitud responde con un "presente", pero dicho en voz baja, como cuando se está en misa.

Otro contraste entre Montevideo y las principales ciudades argentinas es que los lugares represivos están sin marcar en la mayoría de los casos, o al menos no desde un proyecto amplio y sistemático. Por ejemplo de los 8 centros clandestinos de detención, tortura y asesinato que hasta el momento se han podido identificar en Montevideo no hay ninguno que esté marcado como tal. Y de los centros de detención, mucho más numerosos, podemos decir lo mismo. En parte, uno de los problemas es que muchos de estos lugares se encuentran, aún hoy día, dentro de cuarteles militares en uso. Sin embargo sí que se están instalando marcas no en lugares represivos sino en lugares de resistencia, dentro del proyecto "Marcas de la memoria. Memoria de la resistencia", que se puede consultar en su web. Se trata de una marcación colectiva de 26 lugares destacados en la lucha contra la dictadura, de los cuales tan sólo uno fue centro represivo (CCD Casa de Punta Gorda). Por el contrario, el paisaje urbano que se está destacando y actualizando es el de la lucha política, enlazando las luchas del pasado con las del presente: las avenidas de las manifestaciones estudiantiles, el de la resistencia de los actores de teatro, el de la sede de los medios de comunicación antidictatoriales, el de las fábricas ocupadas, los árboles donde de forma clandestina se quedaba para realizar acciones subversivas, las sedes de los sindicatos que más duramente fueron reprimidos, la plaza de Libertad en donde las madres de los desaparecidos se reunían para luchar por sus hijos...  

Detalle del tríptico informativo de las Marcas de la Resistencia de Montevideo, formadas por una placa en el suelo y tres bancos subesféricos que invitan a la reflexión.

Inauguración de la Marca de la Memoria en la puerta del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Afines (SUNCA), el 20 de mayo de 2014: este local de los obreros de la construcción fue allanado por las Fuerzas Armadas y utilizado por la Policía durante la dictadura instaurada en 1973 como comisaría y cárcel.

Por lo tanto, y de nuevo en contraste con Argentina y Chile, los arqueólogos e historiadores dedicados al pasado contemporáneo trabajan y discuten en un plano distinto al de los familiares de desaparecidos y ex-detenidos. Si bien en los países vecinos ha habido diferentes equipos interdisciplinares que han trabajado codo con codo con familiares y supervivientes de los campos de concentración para reconstruir la historia de estos lugares y convertirlos en lugares de memoria, en Uruguay no encontramos este proceso. Las marcas de resistencia que se están instalando estos días parten de un proceso completamente autónomo por parte de familiares y ex-detenidos, organizados en la asociación Memoria de la Resistencia, aprobado por unanimidad en la Intendencia de Montevideo, y diseñadas por el Instituto de Diseño de la Facultad de Arquitectura. En palabras de Antonia Yañez, gallega llegada de joven a este país, dirigente comunista, y que sufrió un duro itinerario represivo en los últimos años de la dictadura:   

Interpelamos a la sociedad por la presencia consecuente de los familiares de desaparecidos pero también al incorporar el valor del papel jugado por el pueblo en la resistencia a la dictadura. Este ejercicio de análisis realizado por la Asociación Memoria de la Resistencia sumado a su persistencia, permitió ratificar una consideración inicial: la dictadura cívico-militar que padeció el país afectó a todos los uruguayos. En consecuencia, multiplicidad de actores participaron en la resistencia a la dictadura, interviniendo en diversos planos de la sociedad y en distintas formas, fragmentarias, individuales u organizadas. Poner de relieve esta participación, no como mero discurso sino como señas de identidad permitirá apreciar el hilo conductor que existe, por ejemplo, entre la movilización popular del 9 de julio de 1973 en la plaza del Entrevero, durante la Huelga General y el multitudinario acto del 27 de noviembre de 1983 en el Obelisco.

De todo esto tiene que dar cuenta la ciudad. La memoria requiere de un lugar desde donde acontecer y desde donde reconstruir. Para hacerlo en estos años, debimos recrear infinitos gestos, miradas y sucesos –muchas veces encontrados en su valoración- pero siempre en el entendido de que la vida de cada uno de nosotros está afectado por una serie de “marcas-lugares-símbolos”. Ellos conforman nuestra memoria, marcan y nos marcan, entrelazando los planos de lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo, el pasado y el presente.

Apelamos a una memoria colectiva que se despliega en un marco social y que es capaz de recordar en tanto se resistía en ese marco. Todo esto, creemos, permitió el enriquecimiento político del proyecto y el apoyo unánime del gobierno departamental.

Y si nombrar el pasado es darle una interpretación, hemos librado una batalla por la memoria. Lo hemos hecho en el espacio público de la ciudad, aquello que nos fue prohibido por formar parte de nuestro acervo cultural y político.  







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