A la caza del rojo. Montes de San Pedro, Alcántara, 1936.
Flechas fascistas con la bayoneta calada. Alcántara, 1936.
El corredor de Extremadura fue un objetivo prioritario para las fuerzas sublevadas en el verano de 1936. Desde Sevilla, a sangre y fuego, los hombres de Yagüe lograrían conectar con la zona leal del Norte de Cáceres, en donde el golpe de Estado había triunfado. En los pueblos, el destino de los republicanos leales estaba marcado. Arqueólogas como Laura Muñoz llevan años exhumando fosas en toda Extremadura. Ante la vesania fascista (en el lado leal de la Extremadura libre también hubo sacas de derechistas), muchos republicanos optaron por la huida, hacia Portugal (aciago destino) o al monte. En esta fotografía de arriba podéis ver una fotografía de un grupo jubiloso en una jornada de caza en el monte de San Pedro, en Alcántara. Estos carabineros, guardias civiles y falangistas se dedicaban a la caza del rojo en el verano de 1936.
Los que no acababan en las cunetas o en el monte fueron apresados y recluidos en improvisados campos de concentración como fueron las plazas de toros. Como en el célebre caso de la plaza de Badajoz, la plaza decimonónica de Plasencia sirvió para estos menesteres. De aquí, los presos iban directos al juicio sumarísimo, a engrosar el Ejército franquista o a formar parte de batallones de trabajadores como aquellos que picaron piedra en la misma Plasencia para dar a luz el parque de los Pinos, pulmón de la ciudad, levantado con el sudor y la sangre de los presos republicanos, mientras se combatía en el frente.
Detalle del parque de los Pinos en Plasencia, excavado en la roca.
Y llegó la Victoria, que no la Paz. El nuevo régimen ocupó, con el apoyo decidido de la Iglesia católica, el espacio público convirtiéndolo en un inmenso aparato nemotécnico para recordar a los vencidos quién era el puto amo. Mientras los derrotados eran responsables de la destrucción de España, eran expulsados del discurso y condenados al olvido, los caídos por Dios y por España pasaban a ser un referente en performances, ritos conmemorativos y apropiaciones simbólicas de la Cruzada de Liberación. Aquí tenemos en Montehermoso la placa a los buenos españoles caídos en combate, que no fueron pocos, entre ellos militantes de izquierda movilizados por los franquistas. Todavía se pueden ver unas recientes ofrendas florales colgando de la placa.
La dictadura del general Franco contó con el apoyo de ideólogos falangistas que intentaron acabar con el fantasma de la reforma agraria republicana y la tensión en el rural, hechos que tuvieron en la Extremadura de amos y jornaleros un especial campo de conflicto. El electrofascismo de la década de 1950 se acompañó de todo un proyecto de ingeniería social que sembró de nuevos asentamientos los cauces de ríos como el Alagón o el Tiétar. Desde el Instituto de Colonización se materializó gran parte de la bipolítica franquista, aquella que llevó a la creación de un nuevo sujeto fiel al régimen: el colono. Los nuevos poblados estaban destinados para hombres con familia numerosa, ex-combatientes franquistas y de pulcra fe católica, unos individuos tutelados por el Estado. Un buen ejemplo del perfil humano que se buscaba es el dueño octogenario de un restaurante de Alcántara. Un excampesino franquista que odia a los catalanes, devoto de Santiago Apóstol y que guarda un excelente recuerdo de su servicio militar en un regimiento de Caballería en Madrid. De ahí fue movilizado 28 días a Peñíscola para participar como extra con su caballo en la grabación de El Cid Campeador. Pobre Sofía Loren, lo que habrá tenido que aguantar. Cuando este hombre se licenció su comandante le regaló 9.500 pesetas, una cantidad que según él "no ganaba ni el Caudillo".
Día de la inauguración del embalse de Alcántara.
La España franquista de la autarquía y del desarrollismo quizás vivió aquí sus episodios más chuscos. Una pauperizada población rural condenada a la emigración a las zonas industrializadas del país. Un sistema de propiedad de la tierra feudal que se mantenía incólume. Una corrupción generalizada que encontraba en la raia con Portugal un auténtico filón. Estas ruinas de la aduana de Piedras Albas, en las poximidades de Alcántara, son el mejor reflejo de la decadencia del concepto de soberanía nacional. En los años más duros del aislamiento, Franco (al más puro estilo albanés y norcoreano) bunkerizó España con baterías por toda la costa y con la famosa línea P en los Pirineos. Únicamente contaba con la lealtad del otro miembro del Bloque Ibérico, el Portugal salazarista.
La provincia de Cáceres, como otras zonas del Estado, es un buen sitio para llevar a cabo toda una Arqueología de la colonización agraria del franquismo, y a ello nos hemos dedicado en los últimos días. Todavía se conserva un paisaje creado ad hoc por una determinada ideología, un paisaje que no sólo es material sino que sigue marcando las mentes de sus habitantes y de sus políticos. Como en otros ámbitos, este proyecto dictatorial fracasó en su intento de narcotizar el pasado. Gracias a asociaciones locales, ciudadanos y diferentes colectivos, se comienza a recuperar la memoria de aquellos y aquellas que fueron expulsados de la historia y del espacio público por el franquismo.
Placa en homenaje a los esclavos republicanos que construyeron el parque de los Pinos, Plasencia.
Referéndums locales e iniciativas de alcades y alcaldesas audaces han permitido que en la mayor parte de poblados de colonización se hayan retirado las menciones al Caudillo, tanto en el callejero como en el nombre oficial de las localidades. Por otro lado, la promoción turística intenta abordar tambén el pasado traumático de estas tierras, con orgullo. Un buen ejemplo es la iniciativa abordada por los jóvenes de Sierra y Libertad, quienes promocionaron el Mirador de la Memoria, sobre el valle del Jerte, en homenaje a los olvidados de la guerra civil y de la dictadura.
Post by José Mª Señorán y Xurxo Ayán (proyecto Arqueología postcolonial en España).