La decisión de cambiar los nombres de calles madrileñas dedicadas a personajes destacados del franquismo y la rebelión militar de 1936 ha dado lugar a un sinfín de críticas en medios conservadores. Todos coinciden en denominar el acto de revanchista y rencoroso. Además, según estos críticos, es una prueba de ignorancia e incultura.
Cuando hablan de incultura se refieren a los errores en la descripción biográfica de algunos personajes que dejarán de ser homenajeados en las calles. Incultura es una palabra excesiva, aunque es cierto que hay errores, algunos graves y ya subsanados. Los errores, en este caso, son especialmente perjudiciales porque acaban siendo utilizados por parte de la ultraderecha para machacar una iniciativa loable.
En un contexto distinto, esto es lo que ha pasado con una concejal de IU que definió a Pemán como "fascista, asesino y misógino". Los primeros dos términos son incorrectos históricamente o al menos muy poco precisos. Y lo peor es que son innecesarios, porque uno puede perfectamente colocar al individuo en su lugar con datos históricamente objetivos y contrastables: "vulgar poeta, dramaturgo mediocre y articulista ligero. Un autor menor que brilló en la peor época de la historia de España, el franquismo, dada su afección al régimen". Una afección que solo se puede calificar de servilismo abyecto, como han demostrado, entre otros, Antonio Cazorla. Como dice Jorge M. Reverte, a Pemán no hace falta buscarle acusaciones, basta con leer sus poemas.
Criticar el pasado requiere rigor.
Ahora, ese requerimiento no justifica la moción a la totalidad. Los personajes que acaban de perder sus calles en Madrid no merecen ser conmemorados en una democracia. Como mínimo, porque los valores que rigen nuestra vida política difieren radicalmente de los suyos. De la misma manera que no dedicamos calles a Atila, a Calígula o a Servio Sulpicio Galba, no se la debemos dedicar a los hermanos García Noblejas. Porque toda la historia debe ser recordada, pero no toda debe ser conmemorada. Este es un matiz que parece escapar a muchos. La conmemoración es históricamente contingente: conmemoramos aquello que creemos que debe ser alabado porque representa actitudes cívicas y valores morales que consideramos ejemplares. Por eso hay un monumento a Gandhi en Londres y una placa a José Martí en Madrid, pese a que ambos lucharon contra los imperios en cuyas capitales ahora se les honra.
Entre todos los comentaristas, Alfonso Ussía merece un comentario, porque es particularmente representativo del pensamiento ultraconservador y sus paradojas. En su artículo de La Razón escribe:
Eliminar la calle del heroico Capitán Cortés, defensor del Santuario de la Virgen de la Cabeza, en la sierra de Andújar, es un insulto innecesario a la Guardia Civil. Eliminar la calle del General Millán-Astray, militar monárquico, fundador de la Legión, es un insulto a quienes van a cumplir el primer centenario del Tercio, que tan brillante papel lleva ejerciendo, durante décadas en sus misiones internacionales. La Guardia Civil y la Legión representan la ley, el orden y la lealtad institucional la primera, y el heroísmo, la abnegación y el deber el segundo.Daré la razón a Ussía para poder desmontar su argumento: la Guardia Civil y la Legión representan efectivamente la ley, el orden y la lealtad institucional, el heroísmo, la abnegación y el deber. Si partimos de estas premisas, entonces más que nunca desearíamos eliminar del callejero al Capitán Cortés y a Millán-Astray, pues ambos rompieron con lo que se esperaba de los cuerpos a los que servían: defender la ley, el orden, las instituciones, etc. Porque el señor Cortés sería un gran héroe, pero incumplió la ley y se levantó contra un régimen constitucional y democrático. Y Millán-Astray en vez de defender al gobierno legalmente constituido puso sus tropas al servicio de la sublevación. La Guardia Civil y la Legión, de hecho, deberían ser las primeras en pedir que se deje de conmemorar a dos personajes que traicionaron claramente la misión que se les había encomendado. Derrocaron la ley, fomentaron el desorden, fueron desleales e incumplieron su deber. No hace falta ser de izquierdas para querer que estos personajes pierdan su lugar en el espacio público.
Guardias civiles en Santa María de la Cabeza recordando la sublevación en 1950.
De la misma manera, no es necesario ser de derechas para opinar que una calle dedicada a Santiago Carrillo es muy desafortunada. Y en esto tiene razón Ussía. La investigación histórica ha dejado claro que Carrillo desempeñó un papel en uno de los peores crímenes contra la humanidad que tuvieron lugar en la guerra: las masacres de Paracuellos. Eliminemos pues, el paseo que este político tiene en Getafe. Ninguna víctima merece que se conmemore a sus verdugos.
Reinhumación de asesinados en las masacres de Paracuellos.
Sugiere Ussía que en vez de eliminar, añadamos. Que añadamos grandes personajes republicanos a los "grandes" personajes que ya se conmemoran desde la dictadura. El problema es que encontrar personajes conmemorables en el bando vencedor es difícil, porque sus valores, por definición, van contra los nuestros (recordemos algunos: libertad de conciencia y expresión, libertad de asociación, división de poderes, estado aconfesional, etc). Desde luego, ninguno de los que ahora pierden calle merecen estar ahí. Además, añadir a Azaña junto a Millán-Astray (vamos a darlo por "grande") significa que valen lo mismo. Y no es así. No bajo ningún parámetro democrático.
Si queremos conmemorar a alguien del bando sublevado, porque hasta entre los franquistas hubo gente decente, recordemos a personas como Sebastián Romero Radigales, Julio Palencia Tubau o Bernardo Rolland de Miota, diplomáticos del régimen que salvaron a miles de judíos del Holocausto. Porque sus acciones representan valores que todos compartimos o deberíamos compartir.
Los ultraconservadores no se dan cuenta de que eliminar las trazas de la dictadura supone un acto orientado a la cohesión, no a la venganza. Porque venganza sería sustituir la calle Millán Astray por la calle André Marty o Enrique Líster, cosa que no va a suceder. Cambiar el callejero es un acto que nos debería unir como sociedad porque refuerza lo que compartimos en democracia y destierra lo que atenta contra ella.
Y si aún así los defensores de la memoria franquista insisten en llamarnos rencorosos, aceptemos esta etiqueta: el escritor Jean Améry nos daría la razón. Este superviviente del exterminio nazi demostró de forma contundente que el resentimiento de las víctimas es mucho más noble que el heroísmo de los verdugos.