Mundo perro, película porno grabada en Belchite Viejo.
Belchite supera cualquier tipo de acercamiento postmoderno, surrealista o crítico. Belchite es inclasificable. ¿Un no lugar? ¿un espacio performativo? ambos conceptos obsoletos han sido superados de nuevo por una realidad que siempre supera a la ficción. A día de hoy si algo es el Belchite viejo (del Belchite Nuevo ya han hablado recientemente nuestros compañeros del GAS), es un escenario universal. From local to global. Desde Belchite para el mundo. Ya lo fue durante la guerra civil española. Un enorme decorado para la propaganda de guerra republicana tras la conquista en septiembre de 1937, como así lo demuestran los reportajes fotográficos de Agustí Centelles. Las ruinas del Seminario Menor aparecen ya por aquel entonces como el mejor decorado para ambientar la gesta de los vencedores. Aquel escenario que recordaba al Pueblo Español de Barcelona, fue visitado por personajes extranjeros, como un misterioso príncipe centroeuropeo retratado por Centelles en el pueblo de Codo y del que escuchamos hablar por primera vez gracias a Ricard Martínez, colaborador de nuestro proyecto belchitano.
A su vez, Franco convirtió Belchite en un parque temático de la Victoria, en un teatro al aire libre en donde se conmemoraba una y otra vez la Cruzada. En las ruinas de la iglesia del Seminario Menor vemos graffitis de los años 60, de españolitos de a pie que comenzaban a hacer turismo dentro de su propio país. Por aquel entonces se editaban postales turísticas de los pueblos de España, en muchas de las cuales el mayor reclamo era el Monumento o la Cruz a los Caídos. La llegada de la democracia supuso, paradójicamente, la consolidación del Belchite Viejo como recurso visitable. No como espacio para la reflexión crítica, para la concienciación contra los peligros del totalitarismo, no. Como ruinas que todo escolar de Aragón debía de visitar. En mi colegio de Pontevedra, en los 80, la excursión anual a Madrid de los de 8ª de EGB hacía parada obligatoria en el Valle de los Caídos. Esta era la cultura democrática en la que nos educaron a los que ya bordeamos los cuarenta años de edad. A la pervivencia de relatos y performances fascistoides y a esta narcotización del pasado belchitano, hubo que sumarle su conversión definitiva en decorado.
Si en 1937 vino un príncipe, en 1987 llegó un barón, el de Munchausen, de la mano del ex Monty Python, Terry Gilliam. Para filmar esta película se construyó toda una arquitectura efímera dentro del pueblo. Del mismo modo que no hay ningún tipo de control arqueológico hoy en día, tampoco íbamos a esperar que se hiciese nada en 1987. Cuando la magia del cine desapareció de allí, permanecieron durante un tiempo las ruinas del atrezzo. Un fotógrafo, Francesc Torres, retrató aquellas dobles ruinas (La visita de Munchausen). Sus fotografías se llegaron a exponer en ARCO2010. El autor quiso mostrar la debilidad de la memoria colectiva y la banalización de los vestigios del recuerdo, de la memoria material:
Estas imágenes muestran lo que vi. El pueblo parecía un cadáver maquillado y vestido de payaso [...] La guerra como simulacro, la historia como chiste. Memoria, sacrificio y sufrimiento profanados por inanes bufonadas sobre tumbas sin nombre.
Fotografía de Francesc Torres. Atrezzo abandonado de la película
Las aventuras del Barón Munchausen en Belchite viejo.
Casi 30 años después de Munchausen llega otro personaje con acento centroeuropeo, esta vez desde Hollywood, ni más ni menos que Arnold Schwarzenegger. Conan el Bárbaro regresa a esa España árida en la que se dio a conocer en su día. El bueno de Terminator llegó con su séquito para grabar un anuncio promocional de un videojuego. El excelentísimo ayuntamiento de Belchite ha firmado incluso una cláusula de confidencialidad con la estrella de cine. El alcalde tiene que estar encantado con la visita, al fin y al cabo, debe tener sana envidia del Governator, mitad Gobernador, mitad Terminator. Arnold, calzando sus pantalones de militar, accedió a fotografiarse con el equipo de fútbol local, al completo.
Arnold con toda la peña en Belchite.
Las ruinas de la guerra civil (no sólo las trincheras) están abocadas a esto, a convertirse en escenarios de juegos de airsoft, de paintball, o en lugares promocionales de videojuegos. Ese es su papel hoy en día. Como me reconocía un historiador vasco, en Euskadi algunas intervenciones arqueológicas en las trincheras se plantean con el único objetivo de habilitar un escenario guapo para las recreaciones históricas en las fiestas y homenajes de turno. Eso en el mejor de los casos, porque a nivel educativo, el desconocimiento de este pasado traumático es total.
¿Esta guerra de qué siglo es? Así se despidió una alumna de 13 años tras visitar nuestro stand de Cultura Científica y Guerra Civil en Vitoria-Gasteiz en noviembre pasado. Un mero Daño Colateral del modelo Depredador de la gestión de la memoria en el Reino de España.
P.S. Al menos nos queda el consuelo de ver el sueño cumplido de Flo: Arnold hablando en baturro en Aragón.