Prudencio ante el mapamundi de Lezama, indicando el trazado
del teleférico construido por los gudaris entre Lezama y la cima del Txibiarte.
Ayer por la tarde llovía en la retaguardia de los montes San Pedro y Txibiarte. Esta primavera anómala ha pintado de vivos colores las lomas en donde se desperezan los caseríos. Lezama es todo un cuadro impresionista. La iglesia conserva una bella portada que se sigue moviendo entre el románico y el gótico. Aquí estableció sus cocinas el batallón anarquista Bakunin en los compases iniciales de la guerra civil. Una ikurriña preside la entrada al txoko, un remozado edificio neovasco convertido en la sede simbólica de la Junta Administrativa de Lezama, dueña de gran parte de los terrenos del monte de San Pedro. Don Prudencio, como un duende escandinavo, guarda la llave del arca (ese repositorio de la memoria) de la Junta, una puerta que sirve para acceder a los secretos del pasado de este territorio histórico y mítico.
Mateo Balbuena a las puertas del txoko de Lezama.
Lezama fue ayuntamiento independiente hasta que, en el tardofranquismo, una maniobra infame del caciquismo local logró que fuese anexionado por el ayuntamiento de Amurrio, con compra de votos de concejales. Hay cosas que no se olvidan. La identidad de Lezama se mantiene incólume, gracias en parte a la denodada labor historiográfica que llevan a cabo sus habitantes. En octubre pasado, cuando fuimos a solicitar el permiso de la Junta al caserío del señor Urrutia, este hombre nos consiguió embelesar durante dos horas, contándonos historias de la guerra y poniéndonos al día con la genealogía de su familia, desde el siglo XVI hasta hoy.
Acudimos al txoko para aportar nuestro grano de arena a la recuperación de la memoria histórica de Lezama. Los científicos son importantes a la hora de construir los relatos; ahora se habla mucho en los parlamentos de la guerra del relato. Nosotros estamos construyendo un reato de la guerra civil en estos lares a partir del registro arqueológico, la documentación histórica y las fuentes orales. Cualquiera que trabaje en estos temas sabe que es difícil conciliar estas tres fuentes de información... Pero en el txoko de Lezama, ayer, se obró el milagro.
Bajo el manto de agua apareció él, como un peregrino a Compostela o un caballero andante, el centenario Mateo Balbuena Iglesias. Fiel comunista, este hombre organizó el Batallón Leandro Carro del Ejército de Euzkadi en Amurrio, contribuyó a la conquista del monte de San Pedro y combatió en estas cimas hasta la retirada inevitable. Prolífico escritor, su próxima entrega se encuentra ya en la imprenta en Donosti. Él contribuyó a nuestro proyecto con su memoria y con sus memorias, tituladas El viejo inútil. En la portada vemos a un joven Mateo, teniente, con otros camaradas. Posan orgullosos con un fusil ametrallador.
Mateo explicando la portada de sus memorias.
En el interior del txoko alumbra la leña que arde en la chimenea. Mateo, prácticamente sordo, no quiere perderse detalle y se convierte en la sombra de los ponentes. Cuando Xabier Herrero empieza a desgranar esos primeros meses de la guerra, Mateo pide la palabra. Durante 20 minutos viajamos ochenta años en el tiempo. Este señor, que balancea suavemente su bastón, se hace dueño de la situación. Allí está, exhortando al pueblo, como cuando se subió a un banco en el centro de Amurrio y arengó a los allí presentes para enrolarlos en una unidad militar. Mateo emplea un castellano cervantino, domina el arte de la oratoria, se recrea con trucos retóricos, modula la voz, sin perder nunca el estilo melodramático. Habla como se hablaba entonces: fascismo, revolución... Se emociona cuando recuerda cómo su mujer pudo estudiar gracias a la Universidad obrera. Mateo considera que hay que ir más allá de lo local y analizar las causas del conflicto. Hace un repaso a las reformas fracasadas de la II República, a las contradicciones del capitalismo, todo ello, dice, ayuda a comprender la ciénaga en la que estamos hoy en día, en Europa y en España.
Mateo nos explica detalles de la munición que él manejó en San Pedro.
Impresionante lo vivido ayer en el txoko de Lezama, en el aniversario del bombardeo de Gernika. Creo que en el conjunto del Estado es muy difícil que se dé algo así: una conferencia sobre Arqueología de la guerra civil en la que se cuente con la persona que disparó las balas que mostramos, que ordenó cavar las trincheras que excavamos. Un veterano de guerra con una memoria prodigiosa, una concienciación política a prueba de bombas y un saber erudito de carácter enciclopédico. Mateo está dotado de una indudable inteligencia natural. Mientras acariciaba las guías de peine que hemos recogido en los fortines del monte de San Pedro llegó a una conclusión: los objetos contribuyen a objetivar el conflicto y son portadores de la conducta de los individuos. Si se puede clasificar y saber lo que disparaba cada batallón ahí se encontrarían muchas de la claves de la derrota. La cultura material como marcador de la conducta, una tesis defendida por toda Etnoarqueología que se precie.
Mateo no olvida la retirada del frente de los batallones anarquistas enfrentados con el gobierno de Aguirre por causa de un lío de imprentas, en abril de 1937. De madrugada, estando de permiso en Orduña, tuvo que ir con su batallón y otros a ocupar la línea de frente que había quedado peligrosamente desguarnecida en el monte de San Pedro, Sobrehayas y Txibiarte.
Tras su emocionante mítin y ante la imposibilidad de poder seguir la charla, Mateo Balbuena se retiró discretamente y reemprendió la marcha hacia su caserío de Lezama, no sin antes dejar un aviso a navegantes: para comprender lo que pasó hay que leer mucho. En este mes de mayo seguiremos leyendo las cicatrices de la memoria que atraviesan todo el monte de San Pedro, en las tierras de Lezama y Aloria.
Post by Xurxo Ayán, Josu Santamarina y Xabi Herrero (proyecto monte de San Pedro 1936-7).
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