Un año más, el ilustrador Enrique Flores vuelve contar nuestras excavaciones a través de sus estupendos dibujos. Desde aquí le agradecemos que ponga su arte al servicio de la arqueología.
domingo, 13 de agosto de 2017
El sondeo ilustrado
Un año más, el ilustrador Enrique Flores vuelve contar nuestras excavaciones a través de sus estupendos dibujos. Desde aquí le agradecemos que ponga su arte al servicio de la arqueología.
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Arqueología del pasado reciente,
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Madrid
sábado, 5 de agosto de 2017
La tierra donde nadie canta
En el poema Hay un sitio, Dimas Lidio Pitty habla de un país en silencio:
Hay un sitio de pájaros y flores
Donde los hombres temen saludarse.
Hay un sitio con mares y montañas
Donde nadie es dueño de su muerte.
Hay un sitio de eterna primavera
Donde el amor ha sido desterrado.
Es una tierra donde nadie canta
Porque el fusil impuso su silencio.
La arqueología de la violencia se practica en tierras donde nadie canta. Incluso a los pies del Hospital Clínico, en Moncloa, tan cerca del centro de la ciudad, las ruinas que hemos excavado parecen solitarias y silenciosas. Aún más ahora que nos vamos y las dejamos, de nuevo, durmiendo bajo tierra.
Fotografía de Álvaro Minguito.
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jueves, 3 de agosto de 2017
Y tú más
¡No, tú más!
Han pasado casi dos semanas desde que una anécdota en el Valle de los Caídos se convirtiera en trending topic veraniego, alimentado por los reflexivos comentarios de Alfonso Rojo, Hermann Tertsch y hasta un hilo en ForoCoches. Es quizá tiempo suficiente para observar el fenómeno con cierto desapasionamiento. Tratar de responder a las reacciones que ha suscitado la anécdota carecería de sentido, porque en su mayor parte son simplemente insultos y amenazas de la ultraderecha. Pero hay dos argumentos que son dignos de mención.
El primero es la acusación de que la protesta ante un acto de exaltación franquista es signo de intolerancia. Así, una persona opina que aquello fue una demostración de "intransigencia" que "rebasó los límites de la tolerancia democrática". La idea, por lo tanto, es que en democracia vale todo. Hay que ser tolerantes y aceptar todas las opiniones. Lo reconozco, soy un intolerante (como Slavoj Zizek): no me hace gracia que se celebren públicamente los atentados de ETA, que los imanes fundamentalistas aconsejen pegar palizas a las mujeres rebeldes, o que se incite al odio racial. Por lo visto no debo de ser el único intolerante, porque todo ello está penado en nuestra democracia. En la mayor parte de los países democráticos el negacionismo del genocidio cometido por los nazis está castigado por la ley. Y lo mismo sucede con discursos racistas y xenófobos (la ley Gayssot en Francia, por ejemplo). La Comisión Europea, en el artículo 6 del Protoclo Adicional a la Convención sobre el Cibercrimen (2003) firmado por una veintena de miembros, considera que es delito negar cualquier genocidio reconocido como tal desde 1945. La República Checa y Ucrania han promovido leyes que castigan la negación o minimización de los crímenes cometidos en época comunista. El mundo está lleno de intolerantes, afortunadamente. Pero incluso los muy tolerantes de la ultraderecha también tienen sus límites: suelen ser partidarios de la denominada Ley Mordaza y no dudan en poner denuncias por ofensa a los sentimientos religiosos. Por lo visto encarcelar a alguien que hace chistes sobre Carrero Blanco no es intransigencia, reaccionar ante un saludo fascista, sí.
El segundo argumento que aparece en la mayor parte de los comentarios es habitual en el discurso de cierta derecha: y tú más. Un gran número de personas consideran necesario recordarme que el comunismo fue mucho peor que el fascismo. Como si por tratar de frustar un acto de exaltación fascista automáticamente le convierte a uno en apologeta de Stalin o Pol Pot. La reacción, en cualquier caso, es interesante por lo que revela del imaginario político de quienes utilizan tales argumentos.
En primer lugar, entiendo por su ira que se identifican de alguna manera con el Caudillo y su régimen. Piensa el ladrón que todos son de su condición: si a mí me molesta que me toquen a Franco, a este tipo le tiene que molestar que le toquen a Mao. Siento defraudarles: si alguien protesta ante un acto de homenaje a Honecker, Hoxha o André Marty yo seré el primero en aplaudir. Nunca se me ocurriría pensar que están atacando mis ideas o mis valores porque se retire de la circulación sus estatuas o mausoleos.
En segundo lugar, la sutil lógica del "y tú más" da por hecho que solo hay dos posibilidades. Si no eres de derechas es que eres de ultraizquierda. El concepto de ultraizquierda incluye cualquier posición comprendida entre Pedro Sánchez y Kim Il-sung, ambos incluidos. Susana Díaz se salva por los pelos. Esta posición es coincidente con la del franquismo, para el cual todo el que estuviera enfrentado a la dictadura automáticamente quedaba situado en la anti-España judeo-masónica y bolchevique. En esa categoría política entraba desde Julián Besteiro a Trotsky. Desde esta perspectiva, cuando uno es de (ultra)izquierda aplaude necesariamente cualquier acto llevado a cabo por cualquier partido o individuo de izquierdas. Así que por necesidad yo tengo que estar a favor de la Constituyente de Maduro y el plan quinquenal rumano de 1971.
En tercer lugar, los partidarios del "y tú más" dan por hecho que quienes protestamos ante el franquismo ignoramos o minusvaloramos los crímenes del socialismo real. Nuevamente, como esa suele ser una actitud habitual entre los conservadores ante las dictaduras de derechas (sea la de Franco o la de Pinochet), entienden que los que nos situamos a la izquierda del espectro político nos dedicamos a defender que en Ucrania nadie se murió de hambre en 1932 o que la revolución cultural de Mao no estuvo tan mal. Y nuevamente, como ellos mismos hacen, suponen que solo leemos el Libro Rojo de Mao y obras de historia que nos dan la razón todo el rato para sentirnos bien. En realidad los manuales de reafirmación ideológica los consumen fundamentalmente los ciudadanos más conservadores, como demuestran, por un lado, las ventas astronómicas de libros históricos de más que dudosa calidad científica o con una agenda política descarada y, por otro, los comentarios que dejan sus lectores en las tiendas online. El mundo académico, en cambio, resulta que no funciona como las tertulias de la tele (normalmente), y los que trabajamos en ese ámbito solemos informarnos y leer de todo. Quien esto escribe ha leído con atención a Stanley Payne, Julius Ruiz y Michael Seidman, con cuyas interpretaciones discrepa considerablemente. No estoy muy seguro de que quienes me atacan hayan hecho lo propio con Paul Preston, Michael Richards o Helen Graham.
Lo que en última instancia proponen los comentaristas es lo siguiente: dejanos en paz a nuestro Franco y nosotros dejamos en paz a vuestro Stalin. Desgraciadamente a mí ese pacto no me vale -y creo que tampoco le vale a la mayoría de los ciudadanos. Porque ni quiero a Franco ni quiero a Stalin (ni a Khruschev ni a Tito). Parece que insistir en Franco es un capricho ideológico, como si no hubiera sido el dictador que gobernó España implacablemente durante cuarenta años. Lo que quiero es una democracia en la que se respeten los derechos humanos y en la que se construya una historia común en la que honrar a los dictadores -sean del signo que sean- resulte inaceptable.
Será que soy un antisistema.
___________
[Nota: soy científico titular en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC. NO soy profesor en la Universidad Complutense ni tengo ninguna vinculación oficial con esta universidad desde el año 2009. Los ataques a la Complutense a raíz del suceso en el Valle de los Caídos carecen de justificación].
martes, 1 de agosto de 2017
Hallazgos de fin de campaña
No falla. Al final de la excavación aparecen las cosas más interesantes. Hace unos días comenzó a salir a la luz una estructura de ladrillo hueco entre la cantina y el lavadero del Asilo. No le dimos mayor importancia: parece una obra chapucera del período bélico, quizá para conectar ambos edificios. El problema es que hoy el muro de ladrillo ha continuado bajando y bajando. Llevamos ya más de un metro y medio de profundidad y no parece que vayamos a llegar al fondo pronto.
Es un refugio de tropa. Entero, muy bien conservado. Solo le falta la techumbre, que era de uralita cubierta de tierra y escombro. Los soldados lo excavaron en el espacio entre edificios y revistieron las paredes de tierra con ladrillo. El muro es de una cutrez increíble. Cualquier albañil se echaría las manos a la cabeza. En cualquier caso, salvo que se produzca un milagro, no llegaremos a ver el suelo durante esta campaña, porque nos quedan muchos metros cúbicos de tierra que retirar y solo un día de trabajo.
Es una pena, porque los hallazgos efectuados hasta ahora en el relleno son de lo más interesante: una mezcla de restos de la guerra y de la época del asilo.
Al Asilo de Santa Cristina pertenece sin duda esta tacita con motivos infantiles: unos niños sonrosados y bien vestidos que debían de diferir considerablemente de los huérfanos y "golfos" (según término de la época) que estaban aquí internados. También a esta época pertenecen numerosos restos de vajilla fina (platos, tazas) y cristalería, seguramente donados por las familias ricas que patrocinaban la institución.
Algunos materiales parecen relativamente recientes dentro de la vida del asilo, como la taza de café de la imagen superior. Pero también aparecen platos con motivos estampados de estilo inglés característicos de mediados del siglo XIX. Es posible que las buenas familias aprovechasen las obras de caridad para desembarazarse de la vajilla del abuela. Algo parecido a lo que hicieron los soviéticos con sus arsenales en 1936. Es curioso pensar en las muchas vidas de esta vajilla: después de haber sido usada por familias burguesas a fines del siglo XIX y niños desamparados a principios del XX, acabó sirviendo rancho legionario durante la Guerra Civil. Y en breve estará en un museo.
Los restos de la guerra comprenden elementos de munición, alambre de espino, miles de fragmentos de botellas de bebidas alcohólicas, botones, restos de trinchas y calzado. El elemento más peculiar es un casquillo de 7 mm envuelto en un trozo de papel de periódico en el que todavía se pueden leer algunas palabras: "...asiste a todos...".
Mañana todavía seguiremos excavando y llevándonos alguna sorpresa, pero para saber como acaba esta historia tendréis que esperar al año que viene...
Es un refugio de tropa. Entero, muy bien conservado. Solo le falta la techumbre, que era de uralita cubierta de tierra y escombro. Los soldados lo excavaron en el espacio entre edificios y revistieron las paredes de tierra con ladrillo. El muro es de una cutrez increíble. Cualquier albañil se echaría las manos a la cabeza. En cualquier caso, salvo que se produzca un milagro, no llegaremos a ver el suelo durante esta campaña, porque nos quedan muchos metros cúbicos de tierra que retirar y solo un día de trabajo.
Es una pena, porque los hallazgos efectuados hasta ahora en el relleno son de lo más interesante: una mezcla de restos de la guerra y de la época del asilo.
Al Asilo de Santa Cristina pertenece sin duda esta tacita con motivos infantiles: unos niños sonrosados y bien vestidos que debían de diferir considerablemente de los huérfanos y "golfos" (según término de la época) que estaban aquí internados. También a esta época pertenecen numerosos restos de vajilla fina (platos, tazas) y cristalería, seguramente donados por las familias ricas que patrocinaban la institución.
Algunos materiales parecen relativamente recientes dentro de la vida del asilo, como la taza de café de la imagen superior. Pero también aparecen platos con motivos estampados de estilo inglés característicos de mediados del siglo XIX. Es posible que las buenas familias aprovechasen las obras de caridad para desembarazarse de la vajilla del abuela. Algo parecido a lo que hicieron los soviéticos con sus arsenales en 1936. Es curioso pensar en las muchas vidas de esta vajilla: después de haber sido usada por familias burguesas a fines del siglo XIX y niños desamparados a principios del XX, acabó sirviendo rancho legionario durante la Guerra Civil. Y en breve estará en un museo.
Los restos de la guerra comprenden elementos de munición, alambre de espino, miles de fragmentos de botellas de bebidas alcohólicas, botones, restos de trinchas y calzado. El elemento más peculiar es un casquillo de 7 mm envuelto en un trozo de papel de periódico en el que todavía se pueden leer algunas palabras: "...asiste a todos...".
Mañana todavía seguiremos excavando y llevándonos alguna sorpresa, pero para saber como acaba esta historia tendréis que esperar al año que viene...
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