Excavando el campo de concentración de Castuera. Agosto de 2012.
O más concretamente ¿para que servimos los arqueólogos que trabajamos con los restos de la Guerra Civil? A veces uno tiene la sensación que nuestro papel es el de desenterrador -puro y duro. Desenterramos trincheras o huesos. Generalmente lo hacemos bien, es decir, registramos todo detalladamente y generamos una enorme cantidad de documentación (planos, fotos, datos topográficos) que permitirán a generaciones futuras entender nuestro trabajo y seguir aprovechándolo científica y socialmente. Una vez acabada la excavación, divulgamos los hallazgos de las trincheras o de los campos de concentración mediante conferencias, artículos y blogs. Los restos humanos de represaliados se devuelven a sus familiares para que les puedan dar una sepultura digna, la que se les ha negado durante décadas. No está mal ¿pero es suficiente?
Lo que no hacemos los arqueólogos, según parece, es contribuir a los grandes debates sociales, políticos y científicos. Es extraño porque ¿es concebible la revolución de la memoria histórica de los últimos años sin la labor de cientos de arqueólogos? Naturalmente, las exhumaciones podrían haberse realizado de todos modos por parte de familiares y voluntarios, como se hicieron en los años 70. Pero habríamos perdido una información valiolísima: todos esos detalles sobre la vida y la muerte de las víctimas que solo es posible recuperar mediante una excavación arqueológica cuidadosa.
Esta reflexión viene al caso por un interesante simposio que se celebrará el próximo otoño en Madrid y que se ha anunciado recientemente: Memorias del pasado, acciones del presente: los pasados violentos hoy. En la convocatoria se puede leer:
A lo largo de las últimas décadas, en diversas regiones del mundo, han tenido lugar enconados debates en la esfera pública en torno a cómo los regímenes democráticos (en ocasiones nacientes) debían hacer frente a los acontecimientos violentos ocurridos en el pasado (...) La complejidad de esos fenómenos pone de manifiesto la necesidad de afianzar el diálogo entre la Historia Contemporánea y otras disciplinas (Sociología, Antropología, Filosofía, Estudios Culturales, etc.) preocupadas por los usos que hacemos de las violencias del pasado en la actualidad (vinculadas con guerras, dictaduras, pasados coloniales, atentados, genocidios, etc.).La arqueología quedaría aquí globada en ese etcétera tan elocuente ¿Servimos los arqueólogos solo para cavar? ¿es nuestro trabajo irrelevante para "los usos que hacemos de las violencias del pasado en la actualidad"? Yo creo que no. Pero es evidente que para nuestros colegas de la academia continuamos ocupando el lugar del subalterno. Las culpas están repartidas: muchos profesionales de la arqueología no se han preocupado de justificar su trabajo como una tarea intelectual. Un tarea que no se acaba en la mera documentación del registro arqueológico. Y a nuestros colegas les falta la curiosidad por descubrir qué puede ofrecer un arqueólogo, además de huesos y casquillos.
Después de tantos años en una relación tan estrecha con los espectros del pasado, algo deberíamos poder aportar a la reflexión histórica ¿o no?
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