En muchas ocasiones, al acabar entrevistas a veteranos de la guerra civil española, nos vamos con la sensación de que el señor que tenemos delante disparaba al aire. Testigo del horror, el interpelado a veces idealiza su paso por las trincheras (era joven), otras veces prefiere no hablar de la violencia en el frente y las más de las veces reconoce no haber sido consciente de haber matado a un enemigo. Estrategias de la memoria para sobrevivir, efectos del shock postraumático... no lo sabemos muy bien, pero en muchos casos estos enfoques nada tienen que ver con la brutalidad que nos muestran las evidencias arqueológicas que una y otra vez divulgamos en este blog. El tratamiento vejatorio a cadáveres de represaliados, documentado en fosas de Extremadura, por ejemplo, es una muestra de la vesania y la violencia bestial que se desataron en este conflicto.
Pensaba en todo esto cuando me di de bruces con el testimonio de un soldado gallego-estadounidense que participó en la guerra de Vietnam. Se llama Joe Casal (Sada, 1947), hijo de republicanos que se crió en Long Island, New York. La entrevista es recogida por el periodista Santiago Romero en un excelente reportaje (Viaxe ao corazón roto do soño americano) para la recién creada revista Luzes, con Xosé Lois Pereiro y Manuel Rivas al frente. Por supuesto el testimonio recoge anecdotario muy galaico, como la relación mantenida con otro gallego de los USA, un oficial de comunicaciones oriundo de Pontevedra, llamado Fernando: cuando hablaban por radio entre ellos, y Fernando le pedía ayuda aérea o artillería para una unidad en combate, lo hacían en gallego, para que no les entendiese el vietcong.
Pero no traemos a Joe Casal aquí por esta vertiente tragicómica, sino por lo espeluznante y lo sincero de su testimonio (la traducción al castellano es nuestra):
Yo sentí latir el corazón de un vietcong sobre mi mano. Un compañero mío se lo acababa de arrancar del pecho a un guerrillero. Y nos fotografiamos con él, como si se tratase de un souvenir. Ese soldado murió reventado a escasos metros de mi poco después. Yo mismo aparezco en una foto sosteniendo la mitad del cuerpo de un vietcong despedazado con una ametralladora pesada. Nos dijeron que estábamos allí para proteger a los civiles, pero los niños se te acercaban con granadas escondidas y volabas por los aires con ellos. Matábamos mujeres, niños y ancianos antes de que llegasen a nuestro lado. Sin saber si eran inocentes. El odio y el miedo eran tales que llegabas a un punto sin retorno. Se habla del horror a la ligera, sin sospechar a qué extremos puede llegar... Recuerdo un combate, después de una emboscada, acabábamos de matar a un montón de gente y alguien, de broma, cogió un cacho de espalda de uno de los fallecidos, por encima del brazo. Encendimos una hoguera y nos pusimos a asar hamburguesas que nos mandaban en grandes latas. Alguien mezcló con las hamburguesas un cacho picado del vietcong. Y se lo dieron a comer a un novato, hasta que se tropezó con un cacho de carne con pelo y se dio cuenta. Todos se rieron, era una broma que se hacía a menudo. Al recordarlo, me estremezco, ¿cómo puede uno llegar a esto? Yo sólo tenía 20 años cuando me enviaron a esa maldita guerra. Allí dejé enterrada una parte de mi humanidad que nadie me devolverá nunca.
Fotografía: Joe Casal sostiene los despojos de un vietcong. Batalla de La Drang. Este combate es retratado en el filme We were soldiers por Mel Gibson, que invitó a Casal al estreno en 2003. A su vez, Oliver Stone estuvo en Vietnam a las órdenes de Joe Casal, a quien reclamó como asesor para grabar Platoon.
La metralla y el agente naranja que los estadounidenses lanzaban a la jungla dejaron su secuela en Joe, invalidez y cáncer de exófago incluidos. Lleva años sometido a tratamiento psiquiátrico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario