domingo, 25 de mayo de 2014

Las torres de Hitler

Flakturm modelo G (primera generación) en Hamburgo. El original no tenía ventanas
 
Según el antropólogo Pierre Lemonnier, toda tecnología tiene una faceta que no puede explicarse exclusivamente desde el punto de vista de la operatividad técnica. Las cercas de los huertos baruya en Nueva Guinea, por ejemplo, se construyen para evitar que los cerdos destruyan la cosecha. Pero para eso no hacen falta estacas aguzadas de dos metros de alto: los cerdos no son conocidos por su capacidad de salto (ni siquiera en Nueva Guinea). Estas cercas excesivas en realidad nos revelan la preocupación de los baruya por la identidad masculina (son los hombres los que las costruyen) y la enorme importancia del trabajo colectivo (nadie puede construir una valla en solitario). Masculinidad y cooperación son dos valores fundamentales en la sociedad baruya y las cercas de los huertos permiten materializarlos, hacerlos visibles y por lo tanto más efectivos. 

Esta faceta de la tecnología no es privativa de sociedades tradicionales. Lemonnier ha demostrado como en el diseño de las ingenierías más punteras, como la aeronáutica, intervienen continuamente factores sociales. Todo objeto es, simultáneamente, el resultado de una necesidad práctica y una representación social. Y si un objeto no se adecúa a la imagen que tenemos de él, es probable que no tenga mucho éxito o que no llegue a utilizarse: eso es lo que ha pasado con algunos modelos de avión fantásticos, pero de aspecto "raro", que acabaron fracasando.

La tecnología militar moderna tendemos a considerarla como exclusivamente orientada a fines prácticos (matar, herir o destruir al enemigo, defenderse de la muerte, las heridas o la destrucción que el enemigo nos quiere causar). No se trata de poner esto en duda, pero es evidente que incluso aquí intervienen la representación que nos hacemos de lo que es la guerra, el poder o la nación. 

Un buen ejemplo de ello son los búnkeres: una arquitectura práctica por definición. No obstante, si solo fueran un producto de la necesidad técnica no contaríamos con la enorme variedad existente. Serían todos más o menos igual.

Un caso de fortificación excepcional es el de las Flakturm nazis (torres antiáreas). Se trata de colosales edificios de hormigón de varios pisos y con paredes de 3,5 metros de ancho. En su interior podían refugiarse miles, incluso decenas de miles, de personas y se los consideraba inmunes a las bombas de aviación. En la azotea de estas torres se colocaban varias baterías antiaéreas que podían disparar hasta 8.000 proyectiles por minuto. Que estas construcciones eran útiles está fuera de toda duda: los bombarderos las evitaban a toda costa y todos ellas sobrevivieron a la guerra, mientras los edificios y otros búnkeres a su alrededor se hundían bajo el explosivo aliado. 

Detalle de la azotea de la Flakturm de Hamburgo donde se sitúaban las ametralladoras antiáreras

Pero también es evidente que las Flaktürme son la materialización de la ideología nazi. No en vano algunas de ellas las diseñó Hitler en persona. Estas moles de hormigón estaban pensadas, como el propio Reich, para que duraran mil años -y al contrario que el Tercer Reich, es probable que lo consigan.

Materializan también la voluntad de poder y resistencia del pueblo alemán y la guerra total que preconizaba Goebels, que convertía las ciudades en campos de batalla y escenarios apocalípticos. Frente a lo que hicieron todos los demás países (esconderse bajo tierra), la Alemania nazi construyó sus defensas en altura, bien visibles. La lógica política es evidente: en unas ciudades arrasadas hasta sus cimientos (imagen que por lo visto erotizaba a los jerarcas nazis, amigos del sadomaso) solo las torres de hormigón sobresaldrían entre los escombros. 

Y esas torres, como las cercas baruya, actuarían como elementos para aglutinar a la sociedad. En su interior, bajo las bombas, se reforzarían las solidaridades nacionales-raciales. Así fue en Berlín: los últimos en resistir lo hicieron desde las Flaktürme.

También son testimonio involuntario de la grisura monolítica que define a todos los regímenes totalitarios. Normal, pues, que tanto Stalin como Hitler fueran amigos del cemento; a Franco le dio por el granito, igual de gris, pero más imperial. 

En España hubo búnkeres de todos los tipos. Si nos tenemos que quedar con uno que defina a la sociedad española de la época, rural y campesina, elegimos este que excavamos en Abánades. Un fortín de pastores, a piedra seca. Como un zahurda o una paridera. Más humilde que una Flakturm y sin pretensiones totalitarias.













 

2 comentarios:

Juan Boris Ruiz dijo...

Según nos contó la guía de "Berliner Unterwelten" durante la visita guiada a los restos del Flakturm que queda en Berlín, parece que los primeros tipos de estas construcciones fueron diseñados por Hitler para que parecieran castillos medievales. Los modelos posteriores tienen distintas formas porque el arquitecto pudo realizarlos de una forma más autónoma y eficiente, por lo que recuerdan más a una torre (caso del de Viena).

Enhorabuena por el artículo

Gonzalez-Ruibal dijo...

Gracias por el comentario. Efectivamente, los modelos más antiguos, como el de Hamburgo, recuerdan castillos medievales. Otro aspecto que encaja con la ideología nazi, que idealizaba el pasado medieval (en particular el Sacro Imperio Romano Germánico).