miércoles, 3 de febrero de 2016

Este Rey es una ruina

Busto de Carlos V en el monasterio de Yuste.

Camino del monasterio de Yuste, invierno de 1557. El hombre más poderoso de la Tierra, avejentado, gotoso y desdentado, ocupa un apolillado arcón de madera habilitado como improvisada calesa. Cuatro harapientos mozos campesinos de la comarca cacereña de La Vera lo conducen a hombros hacia su último retiro. Un ingeniero, maestro relojero y astrónomo italiano, Giannello Turriani, será el elegido por el emperador para habilitar las nuevas dependencias reales. Como ingeniero especializado en mecánica e hidráulica, diseña los estanques de los jardines. En sus aguas se cría el asesino del emperador. La malaria acaba con la vida de Carlos V, como si de un vulgar labriego de la Vera se tratase.

Cementerio militar alemán en Yuste.


Cuatro siglos después volvieron al Norte de Cáceres los ingenieros hidráulicos y los arquitectos para diseñar y construir embalses, canales y poblados al servicio del Instituto Nacional de Colonización. Su objetivo: llevar a cabo una reforma agraria inteligente en contraposición a la reforma agraria promovida durante la Segunda República y al proceso de colectivizaciones durante la guerra. A parte de la transformación en regadío de miles de hectáreas y redistribución de lotes entre los nuevos colonos, se pretendía, como fin último, redimir al campesinado ya que la ruralidad fue presentada como la reserva moral de la España Genuina. Los nuevos pueblos de colonización, cuyo cometido inicial era dar soporte material a las gentes que irían a labrar el campo transformado en regadío por el franquismo, fueron revestidos con el manto ideológico con el que el régimen recuperó la labor intervencionista del Estado en el mundo rural.

Plaza de Fernando el Católico en Madrigalejo

El Imperio hacia Dios en el que creían firmemente los ideólogos falangistas domesticados por el franquismo encontró campo abonado en la colonización agraria. El valle del Alagón en Cáceres es un ejemplo extraordinario de la materialidad generada por esta vuelta al pasado glorioso de la Nación. Del mismo modo que el yugo y las flechas, tanto monta, monta tanto, fueron heredados como icono por el fascismo español, los Reyes Católicos, los Austrias mayores y los conquistadores extremeños de América sirvieron para bautizar poblados de colonos creados ex novo en la década de 1950. Ahí tenemos para ver los ejemplos de Alonso de Ojeda, Pizarro o Fernando V.
Recientemente la serie de televisión Isabel ha puesto de moda a los Reyes Católicos (siempre pasan cosas así cuando gobierna la derecha en el Reino de España). Reafirmados en su éxito, los ideólogos televisivos lo intentaron de nuevo con la figura del nieto de aquéllos, Carlos V, pero la serie acabó en fiasco. Da igual. Ahora se estrena película sobre los RR.CC. y se conmemora el fallecimiento del Rey Católico. Hasta el hispanista Henry Kamen se ha unido a la moda y ha publicado una monografía de circunstancias sobre la pareja de Isabel (no nos referimos a Vargas Llosa).

Madrigalejo se vuelca con Fernando el Católico.

Fernando el Católico se adelantó cinco siglos a la Viagra y, según parece, le daba a los afrodisíacos revitalizantes de lo lindo. El caso es que falleció precisamente en estas tierras cacereñas, en el pueblo de Madrigalejo, en donde ahora intentan sacar partido de la efeméride. Cosas del desarrollo sostenible del rural. La modesta dependencia en la que murió el monarca ya fue debidamente musealizada en su día por el franquismo.

 La pequeña colonia de Fernando V.

Como decíamos, a las autoridades de la Nueva España lo de la Corona de Aragón no les hacía mucha gracia, por lo que Fernando o era el Católico o Fernando V (de Castilla, se supone). Y con este último nombre se bautizó un poblado de colonización, un auténtico no lugar, que hemos estudiado en el marco del proyecto Una Arqueología postcolonial en España: materialidades y memorias de la colonización agraria e industrial del franquismo. El poblado emerge sobre un mar clorofílico, cruzado por los caminos de la concentración parcelaria, los canales de irrigación y los pequeños acueductos levantados por el INC. Las casas destellean sobre el verde, por la cal blanca de sus paredes, tan típica de estos asentamientos de colonos en Extremadura. Fernando V es todo un parque temático de los Reyes Católicos, con calles dedicadas a ellos mismos, a los acuerdos de Santa Fe que dieron fin a la guerra de Granada... 



La articulación de la población recuerda a un enclave medieval, cerrado sobre sí mismo, si bien la forma de almendra aquí es sustituida por un rectángulo en el que las paredes exteriores de las viviendas actúan como una muralla protectora. En el interior, una explanada preserva las ruinas de un parque infantil al lado del epicentro simbólico de lugar: la iglesia con la escuela adosada, como ordena el nacionalcatolicismo. Actualmente abandonada, el pavimento de la nave central está cubierto de boñigas, el antiguo coro es un cementerio de palomas momificadas, las vidrieras de vanguardia (que tanto gustan a los historiadores del arte contemporaneístas) están reventadas... Desde el rosetón de la fachada se  obtiene una maravillosa vista del canal elevado que convirtió este yermo en un vergel... en el que apenas vive ya nadie. Las viviendas fueron diseñadas con un regusto popular, emulando la arquitectura tradicional. La inmensa mayoría o están abandonadas o en venta.



Un coro de intelectuales palmeros contribuyeron a definir toda esa ritualística falangista en la que fueron educados robóticamente generaciones de españoles, desde la Academia de Mandos José Antonio, pasando por las escuelas o por los campamentos del Frente de Juventudes. Los Pemán, Laín, Tovar, Alonso del Real, Ridruejo y otros dibujaron un paraíso en la tierra, intentaron revivir un pasado imperial en la España de la miseria, el terror y el hambre. Más de medio siglo después, de aquellos sueños fascistas delirantes, de aquel Imperio hacia Dios materializado en estos pueblos del agua, del nacionalcatolicismo en el el pueblo de Rey Católico sólo quedan columpios oxidados, escuelas cerradas, mierda de oveja al pie de un altar y ruinas, muchas ruinas.


P.S. El ingeniero Turriani acompañó en sus ultimos días en Yuste a Carlos V, quien disfrutaba con autómatas de madera, relojes e ingenios de lo más variopinto. El tiempo le pudo al emperador. Franco no iba a ser menos.

Posted by Xurxo Ayán y José Mª. Señorán.


1 comentario:

Unknown dijo...

Xurxo,esperamos verte pronto por Ponteceso.