Cuenta Carlos
Carnicero en su libro sobre los hechos del 3 de marzo que al ser informado de
lo que estaba pasando, el enviado del Gobierno dijo que era imposible que
aquello que le contaban estuviera teniendo lugar en una ciudad “donde nunca
pasa nada”. Por desgracia, algo pasó en Vitoria ese 3 de marzo y en este 40
aniversario de aquellos hechos es más que necesario revivirlos y analizarlos,
como pudimos hacer colectivamente en el cierre del curso de Arqueología del
Franquismo coordinado por Sonia García y Xurxo Ayán.
El franquismo no
murió con Franco. Es un grave error creer que un régimen totalitario como el
que se instauró en 1939 y que como tal régimen perduró cerca de cuatro décadas pueda
desaparecer instantáneamente en una cama del Hospital de la Paz. Esa trampa fue
utilizada hábilmente durante finales de los años 70 y los años 80 para hacer
creer que el franquismo sin Franco era realmente una democracia. Sin embargo,
ante esta visión oficial y oficialista, una arqueología de hechos como el 3 de
marzo, un análisis de la materialidad asociada al conflicto, nos recuerda que
el franquismo perduró y perdura más allá de la muerte del personaje que le dio
nombre. El 3 de marzo de 1976, la ejecución de Puig Antich en 1974 o los
asesinatos de los abogados de Atocha en 1977 fueron parte de la violencia de un
régimen acorralado, como un lobo amenazado que ataca irreflexivamente. Una
arqueología del 3 de marzo nos ayuda a entender esas profundas raíces violentas
que forjaron no solo el franquismo, sino también los primeros años de una larga
transición de la cual vivimos todavía sus coletazos.
Iglesia de San Francisco de Asís y monumento al 3 de marzo.
Más aún, las
políticas de memoria del 3 de marzo, más cercanas temporal y anímicamente, son
un interesante elemento en los que se cruzan muchos procesos de nuestra
historia contemporánea. Permite resaltar el tremendo valor y esfuerzo de los
familiares de las víctimas en su petición de memoria, verdad y justicia. Pero
también permite visibilizar los procesos de creación de la identidad vasca de
las últimas décadas, reelaborando una memoria en función de los acontecimientos
políticos de la actualidad, que resignifican y revalorizan espacios, edificios
y monumentos. También, una arqueología del 3 de marzo nos ayuda a comprender
cómo nos construimos como sociedad en el presente. En este primer relato, se
hará un repaso por los principales paisajes del conflicto, dejando para un
segundo las políticas de memoria y su repercusión en la actualidad.
El empuje del
desarrollismo franquista en Vitoria-Gasteiz durante las décadas de los 60 y 70
produjo una entrada masiva de población en la capital vasca. Miles de personas
llegadas tanto del campo alavés como de muchas otras provincias y regiones
fueron el germen de los primeros barrios obreros como Errekaleor, Coronación,
El Pilar o Zaramaga, escenario este último de los hechos del 3 de marzo. La
ciudad sufrió una transformación completa: donde antes solo había huertas y
campo se convirtió en un típico paisaje industrial del norte peninsular donde Forjas
Alavesas, Mevosa o Michelin absorbieron el excedente de mano de obra procedente
del campo. En muy pocos años, Vitoria-Gasteiz se convirtió en una olla a
presión en la que las luchas obreras, la represión del tardofranquismo y la
violencia sistémica eran un vapor a punto de hacerla estallar.
Iglesia de Santa María de los Ángeles.
La explosión
llegaría el 3 de marzo de 1976. A inicios de ese año se inició una lucha obrera
en Forjas Alavesas en la que los obreros pedían mejoras salariales básicas,
derechos de reunión o media hora para disfrutar de el bocata. La organización
de estas luchas se desarrolló fundamentalmente en las iglesias de los distintos
barrios, dado que el franquismo prohibía expresamente las reuniones políticas y
gracias al Concilio Vaticano II se podían utilizar estos espacios como lugares
asamblearios. Hay que recordar que estas iglesias fueron construidas en su
mayoría en los años 50 y 60, precisamente en este momento de creación masiva de
nuevos barrios como un intento del sistema de normalizar los conflictos
sociales, así como de la Iglesia Católica para imponer una ideología
nacionalcatólica adepta al régimen a poblaciones recién llegadas a la ciudad. Por
ejemplo, la Iglesia de Santa María de los Ángeles, construida entre 1958 y 1960
por Javier Carvajal (arquitecto fundamental del tardofranquismo) y José María
García de Paredes fue uno de estos espacios donde los huelguistas se reunieron
durante las luchas de 1975-1976. Como forma de resistencia, los trabajadores y
trabajadoras se reapropiaron simbólicamente de las iglesias de sus barrios, uno
de los emblemas de la represión ideológica franquista.
La iglesia de San
Francisco de Asís fue uno de los espacios centrales en los acontecimientos que
se narran, dado que el comité de coordinación de la huelga se reunía allí. Es
interesante que utilizaran precisamente este espacio como lugar central de
reivindicación y de lucha, dado que es una de las pocas iglesias construidas
por un arquitecto anti-franquista, el oñatiarra Luis Peña Gantxegi, colaborador
de Chillida en la construcción del peine del viento y detenido en varias
ocasiones por pertenencia a la Asociación Socialista Universitaria. El propio
espacio de San Francisco evoca una especie de ágora asamblearia que fue
aprovechada por los obreros reunidos en una asamblea general el día 3 de marzo,
cuando se convocó una de las tres huelgas generales de aquella lucha.
Sería en esta
iglesia donde se escenificaron los terribles sucesos del 3 de marzo que acabó
con la vida de 5 personas. De aquel día quedan algunos posibles impactos de
bala en la propia iglesia así como impactantes imágenes de los cerca de 2000
tiros que se cuenta que dispararon las fuerzas de seguridad. Impactos e
imágenes que vendrían a contradecir una versión de los hechos, que asegura que
la policía se vio obligada a defenderse de una masa violenta de huelguistas que
quería acabar con su vida. Como se puede oír en las grabaciones de la policía,
en verdad se contribuyó “a la paliza más grande de la historia. Aquí ha
habido una masacre”.
El horror y la
violencia de aquel día se extendieron por toda Vitoria-Gasteiz, alcanzando
espacios tan alejados geográfica y simbólicamente de la violencia como un
hospital, en este caso el hospital de Santiago, un edificio construido a
inicios del siglo XIX utilizado como cuartel de tropas durante la Guerra de la
Independencia. De cuartel de tropas a zona de prácticas de tiro donde la
policía disparó contra los que allí se refugiaban, según varios testimonios de
la época. Por desgracia, este tipo de materialidades del horror, que nos ponen
en contacto directo con la violencia del sistema, son borradas rápidamente por
ese mismo sistema y ya no quedan huellas materiales. La calle es mía que
diría Manuel Fraga ante estos hechos y parodiando toda una forma de ver el
mundo desde los ojos del sistema.
Posibles impactos de bala en la iglesia de San Francisco de Asís.
El funeral de los
obreros asesinados se celebró en la catedral de María Inmaculada (llamada la
catedral nueva) el 5 de marzo. Junto al funeral celebrado en enero de 1977 por
los abogados de Atocha, este evento demostró a un franquismo sin Franco que la
sociedad estaba más que madura para afrontar el fin de un sistema represivo sin
utilizar sus medios violentos. En una catedral cuya primera piedra fue puesta
por Alfonso XIII y la reina madre María Cristina e inaugurada por el propio
Francisco Franco en 1969 junto a su Gobierno casi al pleno, la sociedad civil
logró reapropiarse simbólica y trágicamente de los espacios de la represión. La
voz de los familiares de las víctimas resonó en las altas paredes de la
iglesia, como un grito de resistencia ante la violencia y la represión. El
sistema escucharía, pero solo a medias. Esa voz y ese grito seguirían resonando
los años venideros en un intento de reclamar una necesaria memoria que no abre
heridas, sino que las cerrará definitivamente.
Post by Carlos Tejerizo García.
Post by Carlos Tejerizo García.
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