Hoy (1 de marzo)
nos hemos levantado en Vitoria-Gasteiz con la noticia de que con nocturnidad y alevosía los
monumentos del 3 de marzo situados en el barrio de Zaramaga y el recién
inaugurado en Alegría-Dulantzi habían sido atacados. Los agresores pintaron la
bandera del Reino de España en cada uno de ellos, invisibilizando parcialmente las
placas conmemorativas y los relieves de los monumentos. Andoni Txasko, miembro
de la asociación 3 de marzo, denunció los hechos en la sesión de la mañana de
las jornadas internacionales por el 3 de marzo celebradas en el Centro de arte contemporáneo Artium dentro
de una agenda de actividades por el 40 aniversario de los acontecimientos de
1976. Estos hechos nos demuestran tres cosas: que la materialidad es un campo
de batalla en el que la memoria, la ideología y la violencia se resignifican
constantemente; que la memoria concreta de los hechos de marzo de 1976 genera
aún a día de hoy confrontaciones sociales; y que, por desgracia, los descendientes
ideológicos de los culpables de que aquellos terribles hechos ocurrieran siguen
ejerciendo la violencia física (sobre los monumentos) y simbólica (sobre las
víctimas del 3 de marzo y las luchas que ellos y ellas representaron). Como
afirmó Carlos Martín Beristain durante las jornadas celebradas en el museo
Artium, nos hicieron creer que vivimos un postfranquismo, pero realmente se
trata de un neofranquismo.
Monumento inaugurado en 2013.
La memoria y las
políticas de la memoria del 3 de marzo, como adelantamos en el anterior post,
son especialmente interesantes para el análisis no solo de la historia
contemporánea del Estado español, sino también del devenir político de la
sociedad vasca. El espacio que en 1976 fue de terror y violencia paulatinamente
se convirtió en espacio de reivindicación y memoria. En términos cuantitativos
y geográficos se trata de un caso único. Solamente en los alrededores de la
iglesia de San Francisco se encuentran no uno ni dos, sino cinco monumentos al
3 de marzo, el último inaugurado esta misma semana durante el 40 aniversario y
que recuerda la encomiable lucha que, como las madres de la Plaza de Mayo
argentina, realizaron las mujeres trabajadoras y esposas de los trabajadores en
huelga. Un espacio repleto de memoria en el que ha sido fundamental la labor
llevada a cabo por la propia asociación 3 de marzo, que, como un auténtico
txirimiri vasco, ha ejercido una lucha constante hasta que sus voces han sido
escuchadas. Y es que, como constantemente parece repetirse en la historia
contemporánea de los países que han sufrido un pasado traumático, únicamente la
pelea constante de la sociedad civil por reclamar verdad, justicia y reparación
ha logrado presionar a los poderes públicos para posicionarse y, paradójicamente,
“tomar partido”.
Mural del 3 de marzo. Inaugurado en 2013.
El ejemplo de la
lucha por la memoria de la asociación 3 de marzo y de la sociedad civil
gasteiztarra es más que una victoria simbólica. No solo ha logrado, más tarde
que pronto, que criminales como Martín Villa, Ministro de Relaciones Sindicales
durante los hechos y responsable directo de los mismos, estén actualmente en
busca y captura internacional (si bien el estado neofranquista ha decidido no
aplicar esta sentencia), sino también que los descendientes políticos de los
culpables de los sucesos hayan acabado por apoyar simbólicamente, que no
jurídicamente a tenor del caso de Martín Villa, a las víctimas de los sucesos.
Así, dos de los monumentos al 3 de marzo, un monolito de metal antropomorfo y
un impresionante mural pintado dentro del programa de muralismo de la ciudad de
Vitoria-Gasteiz, fueron inaugurados por el gobierno municipal de Javier Maroto
(PP) quien, mientras apoyaba a las víctimas del 3 de marzo, pugnaba por retirar
las ayudas a la población inmigrante. Paradojas de la memoria o “memorias
sujetadas”, como reza el título del magnífico libro coordinado por Gonzalo
Compañy y Soledad Biasatti.
Inauguración del monumento del 3 de marzo en Alegría-Dulantzi.
Pero las políticas
de memoria de los hechos del 3 de marzo son todavía más sorprendentes. Un
pequeño ejercicio de arqueología nos permite vislumbrar un impresionante
proceso de lo que se ha denominado “vampirización de la memoria”, esto es, la
resignificación en términos políticos y simbólicos de una memoria que en origen
no correspondía con su nuevo significado. Uno de los símbolos más visuales del
3 de marzo es un pequeño monolito de cinco tubos de hierro situado en medio de
la plaza homónima y que simula un puño cerrado. Un monolito, cuya fecha debe
situarse en torno al décimo aniversario de la matanza (1986) y que fue forjado
por los compañeros de los obreros asesinados de Forjas Alavesas. Monolito,
además, que tuvo que ser colocado con nocturnidad y alevosía para poder evitar
que las fuerzas de seguridad impidieran su colocación. De ahí la estética,
digamos, “new age” de la base de cemento. En su centro, una placa en la que se
ven dos lauburus, símbolo inequívoco de la actual identidad vasca, y unas palabras
escritas en euskera: “1976ko martxoaren 3; Gogoan Zaituztegu” (traducido: “3 de
marzo de 1976; nos acordamos de vosotros”).
Exterior de la iglesia de San Francisco.
En uno de los muchos paseos que damos por el
barrio de Zaramaga nos dimos cuenta un día de la presencia de una pequeña placa
situada en la base del actual monumento y que había sido prácticamente arrasada
por la colocación del cemento. En esta placa se podía leer lo siguiente:
[compa]ñeros
asesinados
…ne a una
lucha obre[ra]
…da y
solidaria
…hoy más que
nunca
…[neces]itamos
seguir
…Gasteiz
Placa bajo el monolito del 3 de marzo.
A lo largo de los
años 80 y 90 se produjo un curioso proceso por el cual la izquierda abertzale
se fue apropiando simbólicamente de la memoria del 3 de marzo. Apropiación
porque, recordemos, los hechos del 3 de marzo se generaron por una
reivindicación obrera, no nacionalista. De hecho, prácticamente todos los
obreros asesinados o no eran vascos o eran descendientes directos de
inmigrantes, fundamentalmente extremeños (como Romualdo Barroso). Es decir, lo
que en inicio fue una reivindicación obrera se fue transmutando con los años en
una reivindicación nacionalista. Este proceso tuvo su representación física y
simbólica en las manifestaciones que cada año conmemoran los hechos del 3 de
marzo. En inicio, el sindicato Comisiones Obreras y los partidos políticos comunistas
fueron los que organizaban las manifestaciones. Con el tiempo, la izquierda
abertzale fue consolidándose y desarrollándose en Euskadi, de manera que
finalmente su mayoría política y social se trasladó a las propias
manifestaciones del 3 de marzo. Finalmente, Comisiones Obreras y UGT
abandonaron la convocatoria de esta manifestación. Actualmente, la
manifestación del 3 de marzo suele acabar en una pequeña batalla campal en el
centro de la ciudad en el que la juventud, abertzale y no abertzale, se enfrenta
a las fuerzas policiales. Una re-presentación de marzo de 1976 en la
actualidad.
La resignificación
política del 3 de marzo no acaba aquí. En 2014, un grupo de universitarios
decidieron, precisamente en la iglesia de san Francisco donde fueron asesinados
los 5 obreros en 1976, la okupación del barrio de Errekaleor, donde iniciaron
un proyecto autogestionario que, frente a las dificultades y las presiones de
la administración, continúa a día de hoy. En su particular creación de una
renovada identidad para un barrio prácticamente olvidado, los okupas y vecinos
del barrio han decidido tomar el 3 de marzo y en particular la figura de
Romualdo Barroso (antiguo vecino del barrio) como metáfora de su propia lucha.
Una resignificación activa de la memoria de una generación que no vivió
directamente los hechos del 3 de marzo, pero que se sienten partícipes en sus
consecuencias políticas y simbólicas.
Romualdo Barroso en Errekaelor.
Esa pequeña placa,
actualmente desaparecida, simboliza todo un proceso de resignificación política
de la memoria y es una metáfora perfecta del devenir de una sociedad con
grandes ansias de verdad, justicia y reparación. Esperemos que la destrucción
de esa placa y los ataques a los monumentos únicamente sean el chirriar de una
puerta que, finalmente, acabará abriéndose, dejando que nuestra casa pueda, por
fin, airearse.
La memoria olvidada.
Post by Carlos Tejerizo García
1 comentario:
Sólo por matizar, decir que la pintada en Errekaleor es la imagen de Salvador Puig Antich y no a Romualdo Barroso como dice el pie de foto. Recordemos que Puig Antich fue ejecutado a garrote vil el 2 de marzo de 1974, con lo que el recuerdo de su asesinato se produce un día antes del recuerdos de los Sucesos de Vitoria, el 3 de marzo.
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