Presentamos la tercera entrega de la serie Materialidades Represivas, y la última dedicada a la cárcel política de hombres de Libertad (Establecimiento Militar de Reclusión Nº 1).
Recientemente se acaba de estrenar en Uruguay la producción hispano-uruguaya "Migas de pan", protagonizada por Cecilia Roth y Justina Bustos, e inspirada en hechos reales. En este largometraje se puede apreciar cómo fue la vida de las presas políticas uruguayas en el penal de Punta Rieles (Establecimiento Militar de Reclusión Nº 2), durante la última dictadura cívico-militar (1973-1985).
A partir de las diferentes entrevistas que hemos realizado tanto a ex presos como ex presas políticas, podría asegurarse que la experiencia de la cárcel política en Uruguay fue bien diferente en función del género. Y en esto tuvo bastante que ver la arquitectura represiva utilizada en cada caso. En el de las mujeres se reutilizó un antiguo seminario de la compañía de Jesús, lo que obligó a reconvertir los cuartos colectivos de los seminaristas en celdas, que por el tamaño tuvieron que ser colectivas, de hasta 12 presas. Esta convivencia permitió establecer fuertes lazos de solidaridad entre estos grupos de mujeres, tupamaras y comunistas, principalmente. Y también les permitió desarrollar, a pesar de las tremendas carestías que soportaban, todo tipo de trabajos manuales y actividades lúdicas (obras de teatro, canciones, lecturas compartidas, etc.). Toda una serie de dispositivos de resistencia ante las penalidades sufridas y la dureza del encierro y las vejaciones.
Sin embargo el caso de los hombres fue bien diferente. El penal de Libertad fue diseñado como tal, con celdas pensadas para dos reclusos. Tras 37 años en obras, y fue apresuradamente terminado en 1972. Una materialidad de la dictadura que se adelantó a la misma dictadura. Rápidamente se quedó pequeño, pero la dictadura no respondió con hacinamiento, sino que según fue creciendo el número de reclusos se le fueron añadiendo pabellones con habitaciones colectivas, donde se dieron formas de organización entre los reclusos similares a las de las mujeres de Punta Rieles.
Pero la mayor parte de la población presa se repartía entre los cinco pisos del edificio principal. La mayoría de las celdas eran para dos reclusos, algunas en los pisos 4 y 5 eran para cuatro (en el espacio resultante de unir dos celdas), pero las de la mitad del piso 2 tenían un régimen especial. Allí los presos políticos estaban aislados. Este sector estaba destinado a aquellos considerados cabecillas de las organizaciones guerrilleras o políticas enemigas de la dictadura. Tupamaros y comunistas, principalmente. Estos presos "peligrosos" tuvieron que enfrentarse, además, a la soledad de la celda. Los mandos militares consideraron necesario, a finales de la dictadura, que los reclusos conocieran las características de la cárcel, circulando un texto, como si la mera descripción burocratizada de la arquitectura tuviera la fuerza para reforzarla en sus funciones represivas:
"Ubicación:
El Establecimiento se encuentra a 53 kilómetros de Montevideo, ocupando una superficie de 120 has.- Dentro de esa área se destaca una "zona de seguridad" donde se encuentra alojada la población reclusa, con capacidad para albergar a aproximadamente 1335 individuos.-"
"Alojamiento:
En un edificio central con capacidad para alojar 935 reclusos en celdas para 2 personas con un buen sistema de iluminación y ventilación.-
En barracas se pueden alojar 400 reclusos (80 en cada una, en 2 sectores independientes de 40 reclusos cada uno).
En barracas tienen un sistema de vida mas en "comunidad" ya que conforman un grupo de 40 hombres sin compartimentación entre ellos .-
Los reclusos de mayor peligrosidad (asesinos - ideólogos - dirigentes a nivel de ejecutivo central - jefes de columna - reclusos fuertemente concientizados hacia la violencia) son alojados en el piso 2 del Celdario."
Algunos, como Jorge Tiscornia, sufrieron esa soledad de los de "mayor peligrosidad", durante 13 años de encierro. 23 horas dentro de la celda, que en muchos casos se convertía en el día completo, ya que cualquier cosa podía constituir una falta y perder el derecho a la hora de patio. Las faltas graves se solventaban en la Isla, el sector de celdas de castigo, de tamaño muy reducido, sin luz natural, y en el que se estaba por unidades de tiempo medidas en quincenas. Gracias a Jorge Tiscornia se dispone, además, de las únicas fotografías de las celdas en uso durante la dictadura, o, al menos, de las únicas conocidas. En concreto de algunas del quinto piso, realizadas con bastante riesgo las últimas semanas de estancia en el penal, cuando dispuso de un mínimo de libertad de movimientos:
Al salir de la cárcel pudo sintetizar todos sus recuerdos en el libro Vivir en Libertad (2003, Ediciones de la Banda Oriental), donde su sensibilidad arquitectónica le permitió plasmar hasta el más mínimo detalle arquitectónico. Detalles, cuya leve manipulación podría llegar a ser el acto más grande rebeldía, sustentando la capacidad de resistencia del preso:
"Las celdas.
Las celdas tenían dos metros de ancho, tres con sesenta de largo y dos metros ochenta de alto. Tenían una ventana y una puerta en los extremos del eje mayor. Las paredes tenían estucado hasta el metro ochenta y por encima de este revoque grueso hasta el techo. Este estucado, en momentos de humedad y temperatura altas, hacía que la humedad se condensara y chorreara por las paredes. Los pisos eran de baldosa monolítica de veinte centímetros de lado. Del mismo tamaño era también la ventanilla que tenía cada una de las puertas. Abisagradas en la parte inferior, estas ventanillas abrían hacia afuera y se cerraban con un pestillo de bronce.
Durante un tiempo los presos fueron sustituyendo los pestillos que se "perdían" por unos cueritos que se adosaban a un costado de la ventanilla, que permitían abrirla desde adentro con un golpe. Era, de algún modo, una forma de pasar el comando de la ventanilla hacia adentro, pudiendo trancarla y abrirla a voluntad. Este sistema duró hasta mayo de 1982, cuando repusieron todos los pestillos, pero es un ejemplo claro del eterno "tira y afloje" de la cárcel: los presos tratando siempre de fisurar el sistema de control aunque fuera en detalles muy pequeños, los carceleros tratando de suturarlo.
Al abrirse la ventanilla se transformaba en una suerte de mesita extendida hacia afuera. Era, básicamente, el canal de contacto del preso con lo que sucedía en las planchadas.
Por ella recibía los alimentos y las cartas, las herramientas permitidas, los cubiertos y, por supuesto, las sanciones. Por ella sacaba las manualidades y los residuos, por ella entraba o sacaba baldes con agua, libros, medicamentos.
Cuando alguien abría la ventanilla desde afuera, lo primero que se veía desde adentro era un abdomen, que podía ser, básicamente, gris o verde. Esta variación de tono ya pautaba las posibilidades de diálogo, el estilo de comunicación posible y hasta el estado de ánimo del preso, su postura emocional y el sistema defensivo que debía, o no, utilizar.
Las ventanas que de las celdas eran diferentes en los distintos pisos. Como dice la circular, eran "un buen sistema de iluminación y ventilación".-
En el 1º y 2º había ventanas de 50 cm x 65cm, de proyección y deslizamiento, con un vidrio fijo de 25 por 50 centímetros en la parte superior. En los pisos de arriba ese vidrio fijo se transforma en otra ventana batiente, que facilitaba dosificar la entrada de aire.
La luz artificial se suministraba, en los pisos 1º y 2º, desde afuera de la celda por medio de un artefacto de aluminio, colocado unos 40 centímetros por encima de la puerta, separado del interior por medio de una reja cuadriculada y unos vidrios en persiana.
En los pisos de arriba la luz se encontraba adentro. Había un portalámparas sobre la puerta, con el interruptor afuera, lejos del alcance de los reclusos.
Los presos de los pisos superiores desarrollaron un sistema sencillo de hilos que permitía aflojar o apretar la bombilla, para poder apagar la luz desde adentro. No era un gran beneficio el que se obtenía en la práctica, pero se inscribía en la misma línea de los "cueritos" de las ventanillas, es decir, importaba más el contenido simbólico de transgredir el orden castrense, aunque fuera en cosas mínimas, que los beneficios reales. Eran, en el fondo, formas sencillas de sentirse vivo, de no doblegarse, de no dejarse abrumar por el sistema carcelario".
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