El peligroso comando de portugueses que, según la inteligencia franquista,
estarían preparando atentados contra Salazar y Franco en 1937.
La dimensión sonora de una guerra es de
las primeras en desaparecer, una vez terminado el conflicto. Se apagan los
fusiles y se deja de escuchar el silbido de las balas cortando el aire, los
gritos de los oficiales y el gemido final del herido. Para los que no la
vivieron, la guerra civil española será siempre muda por más que se cuente, se
recree o se simule. Nuestros ojos y nuestras manos no se olvidan tan fácilmente
de los combates. La ruinas del conflicto son perennes, y también lo son los
restos de metralla, lo casquillos y los pedazos de personas. Es por eso que esas
dimensiones sensoriales –la visión y el tacto- son centrales en el trabajo de
los arqueólogos.
Los arqueólogos que se dedican al estudio
de los paisajes sonoros del pasado intentan, por un lado, analizar cómo el
sonido se produce y se transmite en
determinados espacios y, por otro lado, deducir cómo serían esos sonidos en el pasado en idénticas
circunstancias. A veces buscan reconstituir la producción de esos sonidos con
medios que no han cambiado mucho a través del tiempo. Para quien tenga curiosidad
en saber cómo sonaba un fusil Mosin, puede hacerse con uno de los que todavía
circulan por ahí y pegar unos tiros. Nadie tiene dudas de que sonará de manera
semejante a los de la década de 1930.
La reconstrucción de un paisaje sonoro
antiguo va mucho más allá de la curiosidad por sus sonidos. Para muchos
investigadores, la dimensión sonora es esencial para entender un determinado
contexto histórico o, por lo menos, para tener una noción de sus muchos tonos
cenicientos. El historiador Mark M. Smith partió de ese presupuesto en la
escritura de Listening to Nineteenth-Century
America. Para él, lo que se escuchaba y cómo se escuchaba definía las
vivencias del mundo rural sureño y de las ciudades industriales del Norte en
las vísperas de la guerra civil americana (1861-1865). No se trataba sólo de
escuchar el ruido de las fábricas o los cantos de los esclavos en las
plantaciones de algodón; acostumbrarse a esos sonidos era parte de la
integración sensorial en un orden social distinto.
La mayor parte de
la información rescatada por Smith se encuentra escrita. Irónicamente es a través
de los ojos y de las manos –manoseando y leyendo papeles guardados en archivos-
cómo podemos intentar reconstruir un poco de la sonoridad de la guerra. Esos objetos
eran producidos y circulaban en trincheras y otros espacios bélicos, pero
raramente se conservan debajo de la tierra después de terminada la guerra. Gracias
a los archivos y a los libros, nuestro equipo va encontrando detalles de cómo
sonaba la guerra.
En un post
anterior escribimos cómo el habla del portuñol ayudó a definir la comunidad de
exiliados portugueses en Madrid al inicio de la guerra. El portuñol era una
mezcla de protugués y castellano, fruto de la rápida integración de los
portugueses en la vida urbana.
Pero esa
flexibilidad lingüística debió corresponderse con una cierta ambivalencia
social, y fue el acicate de muchas sospechas. En una guerra civil, el ser
extranjero no te define necesariamente como enemigo, saber escuchar es un
talento vital. Pero eso, evidentemente, llevó a un gran nivel de desconfianza y
paranoia tanto entre civiles como entre militares.
Por la novela memorialística de Álvaro
Cunhal A Casa de Eulália, que retrata
la vida de un grupo de comunistas portugueses en Madrid antes de la llegada de
las Brigadas Internacionales, sabemos que los portugueses podían ser confundidos con fascistas italianos. O podían ser tomados simplemente por espías, como un
pobre chico que estuvo a punto de ser fusilado en Somosierra. Las desconfianzas
eran parecidas a las que se encontraban en el bando franquista. Alfredo Contreiras,
el realizador que marchó al frente en noviembre de 1936 para tomar imágenes
para su película A Caminho de Madrid,
escapó por poco de la muerte. Estaba encerrado en un armario para cambiar el
filme de la cámara y fue sorprendido por un grupo de soldados marroquíes que lo
tomaron por espía leal.
Estas sospechas sobre los portugueses estaban
lejos de ser circunstanciales. A principios de 1938, por ejemplo, los servicios
de información militar franquista pidieron a la policía de Vigo una lista con todo
los portugyeses residentes en aquella ciudad. Entre ellos se encontraban dos
sindicalistas (AGMAV, C. 1970, Cp. 18). En el verano anterior, poco después de la
caída de Bilbao, se evadieron dos prisioneros de guerra hacia el lado
republicano. Eran dos anarquistas miñotos que habían conseguido escapar
durante la noche y pudieron así transmitir informaciones sobre las líneas
enemigas (AGMAV, C. 1084, Cp. 10).
El caso más significativo fue el de la
sospecha sobre un comando de portugueses que se pasaron a las líneas de
retaguardia del frente Norte en el verano de 1937. Eran cuatro individuos con
preparación militar que supuestamente estarían preparando atentados contra Franco
y Salazar. El jefe de la 1ª Brigada de Navarra recibió órdenes para “que con la necesaria discreción
ordene se indague en todas las Unidades de su mando dependientes de 1ª ó 2ª
Línea quienes son los individuos de acento portugués.” (AGMAV, C. 1356, Cp.
22).
No sabemos lo que ocurrió con los
hombres del supuesto comando, si es que tal organización existió alguna vez. En
todo caso, la materialdiad de estos papeles nos abre una ventana para la ambivalencia
sonora de la guerra y de sus riesgos. Hablar una cosa parecida, pero que no lo
era; ser uno de los nuestros pero no serlo exactamente: las ambiguidades de la
voz podrían costarte la vida.
Post by Rui Gomes.
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