En este mundo globalizado todo se mide, se negocia, se intercambia y se conquista a partir de una nueva medida que ya no se parece al sistema métrico decimal, a aquel metro que se guardaba en París y estudiábamos en el colegio. Nos referimos al contenedor, medio de transporte que en ocasiones se convierte en vivienda en obras supermodernas como puertos y aeropuertos en el Tercer Mundo. La industria cultural y el llamado mercado del arte no se iban a quedar atrás. Por eso a los tecnócratas, galeristas y gestores del patrimonio (no necesariamente histórico-artístico) les gusta hablar de contenedores culturales.
La feria de Madrid se ha convertido este fin de semana en un inmenso contenedor cultural, en un escenario mastodóntico tipo U2, en un contenedor-espectáculo para acoger obra, con sus salas VIPS, sus actividades patrocinadas por bancos, cajas y empresas de seguros. En IFEMA, la feria ARCO comparte espacio con otra megaferia centrada en el mundo de la Seguridad. Imposiciones de los tiempos que corren.
Este fin de semana nos ha dado por llevar a cabo una prospección arqueológica intensiva-selectiva por los stands de ARCO, haciendo gala, eso sí, de nuestra ignorancia artística. En todo caso, los años que llevamos en la mochila nos permiten reconocer que el vídeo-art, tan novedoso en los 80, ya es algo un poco viejuno en estos tiempos, o que hacer un collàge con cachos de periódico quizás es pertinente en un taller de un centro cívico pero no en una feria de arte internacional a la que vas para que te compren tu arte, tu originalidad o algo. En todo caso, para gustos, contenedores.
Milan Kundera se empeñó en remarcar la diferencia entre el peso y la levedad. Vivimos en una eterna interfaz, embebidos en un mundo gráfico, icónico-visual, somos un emoticono permanente. Nos pasamos horas echando mano de lo intangible (¡qué paradoja!), lo inmaterial. La levedad se impone al peso de las cosas, al contacto físico, a la materialidad. Quizás por ello, algo lleva a alguna gente a acercarse a este tipo de de recintos para experimentar lo excepcional, es decir, lo tangible, la cultura material. Los y las que trabajamos en Arqueología pública sabemos que no hay nada que pueda sustitutir al placer y el morbo del contacto físico con el pasado, ya sea manipular un casquillo de la batalla del Ebro o una urna de la Edad del Hierro.
¿Qué tiene que ver esto con la Arqueología del pasado contemporáneo? Algo, si nos fijamos en el interés que el conflicto, las dictaduras y el totalitarismo siguen generando en artistas de distintas nacionalidades, tradiciones y gustos. Nada más entrar en ARCO vemos en un stand un pico clavado en la pared, ilustrado con una banda luminosa en la que discurren mensajes sobre las armas revolucionarias. Como aquel lema del comunista Ortega en el frente de Euzkadi: un fusil no vale de nada sino hay un pico junto a él. El artista portugués Nuno Nunes Ferreira nos brinda una composición en la que nos muestra la caída, muerte o asesinato de dictadores de todo pelaje del siglo XX. El título de la obra: A nosotros nos queda la última frase. El artista se ríe de la insoportable levedad del ser del dictador que piensa que será eterno (y aquí da igual que sea fascista o estalinista). No todo queda atado y bien atado.
En los tiempos que corren ser artista o activista en el Reino de España no es fácil. Han pasado por delante de un juez, titiriteros, dibujantes de cómic, artistas que denuncian la pederastia con una instalación de hostias consagradas. Meterse con un dictador te costará seguro un juicio. Mientras tanto, la impunidad del franquismo se encuentra en plena forma.
Pero el arte ya se sabe que no atiende (o al menos no debería atender) a razones geopolíticas. En ARCO podemos visualizar reflexiones sobre la gestualidad del Poder, de aquellos que exterminan, conquistan y bombardean.
O proyectos como autopsia en el que un grupo de artistas desentierra un coche a modo de excavación arqueológica. Con detector de metales, por supuesto... No es una pipa, es una pala, estúpido.
Mientras los artistas asumen una mirada arqueológica y se adentran por los procelosos caminos de la memoria histórica, el gobierno en funciones del Reino de España hace gala de una extrema coherencia ideológica en cuanto a la ausencia de una política publica de memoria. En ARCO esto no nos sorprende, porque ya hace tiempo que sabemos que el presidente (en funciones) del Reino de España, Mariano Rajoy, es dadaísta.
Por algo el dadaísmo surgió en Suiza.