En julio de este año volvemos a Madrid, donde iniciamos nuestras andanzas por las trincheras de la Guerra Civil. Regresamos a un escenario conocido, la Ciudad Universitaria, y empezaremos en otro nuevo: la Casa de Campo. Se trata de un campo de batalla legendario de los primeros meses del conflicto. Fue un espacio épico, en el que lucharon legionarios, moros, milicianos y brigadistas internacionales. Fue también un lugar de infamia, donde los revolucionarios asesinaron a cientos de personas durante las primeras semanas de la contienda.
Nuestro proyecto pretende indagar en este pasado traumático y ambiguo. Uno de los lugares en los que trabajaremos durante la próxima campaña será el mítico Cerro Garabitas.
Las tropas sublevadas al mando de Varela alcanzaron las tapias de la Casa de Campo el día 7 de noviembre de 1936. Al día siguiente, la columna de Castejón-Bartomeu se dirige hacia el norte y consige ocupar Garabitas, a pesar de la fuerte oposición de la Brigada nº3 Republicana, que ataca desde Húmera y causa numerosas bajas a los asaltantes.
Soldados marroquies en las tapias de la Casa de Campo.
El día 9, milicianos anarquistas a las órdenes de Cipriano Mera reconquistan el cerro, pero lo abandonan inmediatamente después por la presión del fuego enemigo. En la operación perdieron un tercio de sus efectivos. Ese mismo día, la XI Brigada Internacional entra en la Casa de Campo y lucha encarnizadamente para detener a los sublevados en el Puente de los Franceses. Hasta el 14 de noviembre, el parque es escenario de varios contraataques republicanos que tienen escaso éxito. La mayor parte de la Casa de Campo ha quedado en manos rebeldes y así permanecerá hasta el final de la guerra.
Brigadistas en la Casa de Campo.
La zona volvió a convertirse en objetivo bélico prioritario en abril de 1937. La República organizó entonces la Operación Garabitas, que tenía como meta estrangular la cuña franquista en la Ciudad Universitaria, apartar al enemigo de Madrid y evitar que este continuara bombardeando la ciudad. La toma del cerro (el punto más elevado del parque y por lo tanto observatorio privilegiado) era fundamental para ello. El ataque comenzó el 10 de abril, pero cuatro días más tarde había fracasado estrepitosamente, dejando no menos de 3.000 bajas republicanas.
Ya no se volvería a emprender otra operación de semejante envergadura, pero el sector continuó siendo testigo de golpes de mano, bombardeos y ataques de menor intensidad.
Por lo que el Cerro Garabitas ha quedado en la memoria colectiva, sin embargo, no es tanto por ser escenario de batallas, sino por su papel como puesto de vigilancia artillero. Las baterías, situadas en la ladera, castigaron Madrid inmisericordemente hasta el final de la contienda, causando cientos de bajas civiles. Lo que no lograron fue destruir la moral de los sitiados: la capital no se sublevó contra las autoridades republicanas y permaneció en manos leales hasta el 28 de marzo de 1939.
Casas bombardeadas en Madrid en 1937.
En la actualidad, el Cerro Garabitas conserva numerosas trazas de su pasado violento: trincheras de resistencia y evacuación, fortines, abrigos, puestos de tirador. Son testigos de batallas tan brutales como inútiles, saldadas con miles de bajas. Y de algo más que no deberíamos olvidar: de crímenes de guerra.
Trinchera perimetral en el Cerro Garabitas.
Hasta el mes de abril de 1937 el bombardeo combinado de aviones y artillería provocó en el centro de Madrid la destrucción de cerca de un millar de edificios, 1.277 muertos y casi 2.500 heridos, además de 430 desaparecidos. La inmensa mayoría civiles. A partir de enero de 1937, la artillería comenzó a adquirir un papel más importante en los ataques, frente a la aviación que se desplegó a frentes más activos.
Víctimas de un bombardeo en Madrid.
El artículo XXV de la Convención de La Haya de 1907 prohibía "El ataque o bombardeo por cualquier medio de ciudades, pueblos, residencias o edificios que no están defendidos". La convención de 1923 especificaba como ilegítimo, en su artículo XXII, "el bombardeo aéreo con el propósito de aterrorizar a la población civil, de destruir o dañar propiedad privada con carácter no militar o de herir a no combatientes".
Los vestigios bélicos de Garabitas representan una prueba material de la contravención de las leyes internacionales de la guerra por parte del ejército franquista. Suponen, además, un precedente de lo que sucedería años más tarde en Leningrado o Sarajevo, ciudades que fueron sometidas a bombardeos artilleros sistemáticos con el único objetivo de aterrorizar a la población civil.
Al excavar la batalla de Madrid investigamos el inicio de un nuevo régimen de violencia militar, en la cual la frontera entre civiles y combatientes desaparece para siempre. Aun hoy vivimos en ese régimen que tiene pocos visos de llegar a su fin.
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