Trincheras en la Casa de Campo
En la novela autobiográfica El Imperio del Sol, J.G. Ballard narra el doble encuentro de su protagonista, un niño llamado Jim, con un campo de batalla abandonado en las afueras de Shanghai.
La primera visita tiene lugar en 1937, poco después de los combates entre los soldados chinos que defendían la ciudad y los invasores japoneses. Jim visita el campo de batalla con sus padres. No están solos: los vecinos del barrio internacional de Shanghai acuden al lugar como turistas bélicos avant la lettre. Americanos y europeos "aparcan sus limusinas en los caminos rurales cubiertos de casquillos (...) A Jim el campo de batalla le pareció más bien un basurero peligroso: cajas de munición y granadas dispersas junto a la carretera; fusiles abandonados como leña y piezas de artillería todavía enganchadas a carcasas de caballos. Los cinturones de munición de ametralladora parecían la piel de una serpiente venenosa. Por todas partes había cadáveres de soldados chinos".
Soldados chinos en la Batalla de Shanghai, 1937.
A finales de 1941, cuando se produce la segunda visita, Jim se encuentra el campo de batalla como un yacimiento arqueológico, cubierto de hierba y con trincheras arruinadas. Sin embargo, las fortificaciones pasan por una nueva vida: "Una compañía entera de infantería japonesa descansaba en este viejo campo de batalla, como si se estuvieran reequipando con los muertos de una guerra anterior -los fantasmas de sus antiguos camaradas surgidos de la tumba y dotados de nuevos uniformes y raciones. Fumaban cigarrillos, parpadeando bajo la extraña luz solar, con el rostro vuelto hacia los rascacielos del centro de Shanghai, cuyos carteles de neón brillaban a través de los arrozales vacíos".
Visitando las trincheras republicanas de la Casa de Campo me vino a la memoria esta imagen de las fortificaciones en ruinas de Shanghai. También las del parque madrileño son el testimonio de una defensa sangrienta y fallida. Como aquellas, las fortificaciones de la Casa de Campo contrastan de forma incongruente con los rascacielos de la ciudad al fondo, que parece no haberse enterado de que a sus afueras ha habido una guerra.
Combatientes republicanos en las cercanías de Madrid en 1936. Foto de Guillermo Zúñiga.
En un extremo de la Casa de Campo, al norte del arroyo Antequina, las tropas republicanas aguantaron algún día más el embate del ejército sublevado. Las tropas de Varela habían entrado en el recinto el día 8 de noviembre de 1936. La resistencia duró poco, quizá hasta el 10 u 11.
Fragmento de granada de 75 mm recogida en superficie en el límite norte de la Casa de Campo.
Los sublevados avanzaron entonces sobre el Cerro del Águila y allí establecieron su primera línea. Esa línea permanecerá casi inmutable hasta el final de la contienda, pese a los esfuerzos republicanos por modificar la situación. La trinchera que interpretamos como republicana, orientada hacia el sudoeste y por lo tanto inútil en el nuevo escenario bélico, debió de convertirse pronto en un yacimiento arqueológico, como las fortificaciones chinas en 1937.
Trincheras y abrigos republicanos en la Casa de Campo.
Madrid y Shanghai tuvieron en los años 30 vidas en cierta manera paralelas: ambas tuvieron el dudoso privilegio de convertirse en las primeras metrópolis sitiadas por ejércitos modernos y ambas fueron abandonadas por la comunidad internacional. En los dos casos, la vida ciudadana continuó, rodeada de fortificaciones. También hay diferencias. El grado de devastación y el número de atrocidades que sufrió Shanghai a mano de los japoneses no lo experimentó Madrid, pese a que la primera cayó en tres meses y la segunda resistió dos años y medio a las fuerzas sitiadoras.
No sé cuál es la situación actual del campo de batalla que se encontró Jim dos veces en su infancia, pero probablemente haya desaparecido bajo el frenético desarrollismo chino. En Madrid, en cambio las trincheras se han conservado milagrosamente: el mes de julio tendremos la oportunidad de excavarlas y evocar su ejército de fantasmas.