miércoles, 26 de septiembre de 2018

Teatro de operaciones

El refugio número 6.

Esta ciudad invisible no deja de crecer. El eje del vallejo en el que se asienta el campamento republicano es un arroyo, totalmente seco en verano. Un pontón de madera, huérfano, sin agua, permite cruzar a los senderistas a la margen izquierda del cauce. Aquí también hay restos de refugios. Laura, Carlos, Rodrigo y Pablo son los encargados de exhumar una más de estas chabolas olvidadas, el refugio nº 6. Tras la retirada de los matorrales y una primera limpieza reaparece lo que parece la boca de un túnel. En este caso estamos delante de un cobijo individual, excavado a pico en el yeso, con una pequeña repisa en la entrada.


Nuestros compañeros inician su particular viaje en el tiempo con un hallazgo macabro. Una gran bolsa del Corte Inglés esconde un enterramiento. Envueltos en una manta, aparecen los restos momificados de dos perros. La arquitectura de la guerra civil ha servido y sirve para los usos más variopintos: fortines de hormigón habilitados como vivienda por personas sin techo o por temporeros, refugios antiaéreos reconvertidos en criaderos de champiñones, nidos de ametralladoras que sirven de basurero incontrolado. A alguien en la década de 1990, esta zona del Campillo, periférica, rodeada en su día de basura, le pareció bien para enterrar a sus mascotas. No sabemos si esa persona lo hizo con todo el cariño del mundo (enterrando sus animales, a lo mejor, en el paraje en el que los sacaba a pasear) o si los depositó allí como quien tira una bolsa de basura.


Con este tipo de hallazgos podemos datar el proceso de colmatación de la cueva republicana. A una cota inferior, aparecen, en bastante buen estado de conservación, dos fragmentos de periódico. Con la tipografía característica de décadas atrás, podemos leer parte de la cartelera, de las obras de teatro que se representaban en Madrid en algún momento de la década de 1970. En el Teatro Alcázar, la compañía Guzmán representaba Habitación para cinco, después de varios años de Cine y Televisión, con más de 80 películas entre españolas, extranjeras y coproducciones y de 250 programas de Televisión entre América y España.


Jesús Guzmán nació en una familia de actores e hizo sus primeros pinitos en el teatro siendo un  niño, en los años de la IIª República. En la postguerra, tras girar por América con varias compañías, recala en España e inicia una prolífica carrera que llega hasta hoy. Fue una cara conocida de las españoladas y vivió toda su evolución, desde las comedias de los 60, el spaguetti western, el destape, las series de los 90, etc... Se convirtió en una figura popular, precisamente en la primera mitad de la década de 1970, cuando interpretaba el papel del cartero Braulio en la teleserie Crónicas de un pueblo (1971-1974). Es ahí cuando aprovecha el tirón y relanza su compañía de teatro. El estreno al que hace referencia el fragmento de periódico tuvo lugar en junio de 1974. Ya véis, Habitación para cinco (de Antonio Peñalara) nos permite datar un estrato de esta habitación para uno, y de paso conocer algo más de este personaje icónico de la escena española. Desde luego Jesús Guzmán se sentiría cómodo en este paisaje de los cantiles erosionados de El Campillo. Estuvo a las órdenes de Sergio Leone en La muerte tenía un precio (1965) y en El Bueno, El Feo y el Malo (1966). Dos clásicos. Ahí es nada. El colofón: su participación, codo con codo con Bud Spencer, en la comedia-western Dos Granujas en el Oeste (1981).


Compartía cartelera ese 1974, tal como aparece en el fragmento de periódico, otra obra, representada en el teatro Fígaro: Balada de los tres inocentes. Esta comedia, escrita por Pedro Mario Herrero, se ambienta en 1971 en un pueblo rural castellano: un Jueves Santo, la fogosa hermana de un cura mata de placer a un joven guardia civil. El párroco espera la visita del obispo, mientras el cadáver del amante de la hermana yace en la cama... La censura fue implacable: la localización se trasladó a Italia y el guardia civil se convirtió en... un carabinieri. El autor de esta obra, Pedro Mario Herrero, fue corresponsal de guerra en Biafra, la Guerra de los Seis Días y en Vietnam. De su paso por este último conflicto nos queda su libro Crónicas desde el Vietnam (1968) en donde describe pormenorizadamente las terribles condiciones de vida de los soldados y guerrilleros del Vietcong, en sus campamentos en medio de la selva y en su mundo subterráneo.
Lamentablemente, en nuestra ciudad invisible, no contamos con testimonios de ese estilo, por lo que debemos seguir excavando. A ver qué película nos encontramos hoy.




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