lunes, 9 de septiembre de 2013

"El derecho a la ciudad" sin símbolos fascistas

El filósofo francés Henry Lefebvre escribió a finales de los años sesenta "El derecho a la ciudad" y a comienzos de los setenta "La revolución urbana". En ellos contemplaba, por un lado, cómo en su materialidad los elementos urbanos no son neutros y cómo el urbanismo debe ser visto no meramente como un estudio de la ciudad y de sus posibilidades de desarrollo, sino como ideología e institución, representación y voluntad, presión y represión, establecimiento de un espacio represivo representado como objetivo, científico, neutro. Es decir, que el espacio urbano en el que se desarrolla nuestra práctica cotidiana está socialmente producido y, en concreto, modelado principalmente por el poder político.

Frente a ello los ciudadanos tenemos, según Lefebvre, "el derecho a la ciudad", que sería una de las formas superiores de los derechos. Ese "derecho a la ciudad" es una exigencia de belleza urbana, de confort urbano, de bienestar medioambiental, articulada con una fuerte demanda de democracia participativa, de autogestión local. En nuestra mano está otorgarle sentido político a este derecho, como puede ser luchar por el espacio público -Don Mitchell (2003) The right to the City: social justice and the fight for public space-, generar redes de democracia participativa y directa en cada barrio, o desarticular, en el caso concreto de las ciudades españolas, los paisajes, escenografías y simbolismos fascistas en los que se desarrolla nuestra vida cotidiana y que hemos heredado directamente de la dictadura, sin que medie ninguna ruptura ni relectura crítica.

Insistimos en que, como historiadores y arqueólogos, tenemos un papel privilegiado para desnaturalizar semejantes espacios, caso de toda la escenografía fascista de la plaza de Moncloa, o del Valle de los Caídos, un monumento visible desde buena parte de la Comunidad de Madrid. Y esto es precisamente lo que recientemente ha realizado el historiador Antonio Ortiz, con su estudio crítico del callejero de Madrid y que podéis leer en esta noticia del diario Público (en donde os podéis bajar el pdf con el plano y el listado de calles).

Según su estudio la ciudad de Madrid cuenta actualmente con al menos 184 calles dedicadas a personas, lugares o hechos relacionados con el régimen dictatorial de Francisco Franco. Por poner sólo un ejemplo de la indignidad que esto supone, el General Yagüe, el carnicero de Badajoz, sigue contando con una calle en el barrio de Tetuán.


 Plano y listado de calles franquistas en Madrid. 

Otra de las posibilidades de desarrollar nuestro "derecho a la ciudad" es actuar y reconvertir esos paisajes, lugares y monumentos, en espacios de la contra-memoria. Desgraciadamente, casi 40 años después de la muerte del dictador, este es un proceso apenas incipiente. Recordemos todo el reciente debate sobre la reconversión o no del Valle de los Caídos en un Museo de la Memoria, y cómo se ha abandonado el proyecto, por lo que este monumento sigue aún con toda su carga fascista intacta. Y, sobre todo, podemos recuperar, gracias a las excavaciones arqueológicas, paisajes que actúen como focos de una memoria que ha sido marginada por regímenes políticos e historiográficos. Así como levantar nuestros propios monumentos, como es el dedicado a las Brigadas Internacionales en la Ciudad Universitaria de Madrid, que sigue aguantando, pese a que un juzgado madrileño dictara hace tres meses su "ilegalidad".


 Un brigadista escocés, durante la inauguración en octubre de 2011 en la Universidad Complutense de un monumento a las Brigadas Internacionales.

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