Llevamos dos días excavando en Abánades: un equipo trabaja en las trincheras del Castillo y otro en la Enebrá, cerca de la paridera en la que el año pasado recuperamos los cuerpos de cinco soldados del ejército franquista. Casi en superficie aparecen los restos de un sexto combatiente, otra víctima olvidada de la Batalla Olvidada. Es más que probable que sea un compañero de los muertos en la paridera. Algunos datos permiten inferirlo: llevaba cartucheras Mills, peines de Máuser alemán, un cubrecañón y zapatos con ojales metálicos. Todo coincide con el equipamiento que apareció junto a los cadáveres de la Enebrá.
Los huesos están desarticulados y los objetos mezclados. Realizamos una prospección con ayuda del detector para localizar más restos. Encontramos un fragmento de cráneo, varios peines de Máuser, latas y el objeto más emocionante: una medalla de plata de San José. Está muy cerca del cadáver así que debió pertenecer al soldado caído. En algún momento la cadena de la que colgaba la medalla se rompió y su dueño se la sujetó con un imperdible. Seguramente fue el regalo de una madre, que pensaría que el santo velaría por su hijo. Igual que lo pensó el hijo, que se aferró a la medalla, talismán de guerra, amuleto protector. Como en tantos otros casos, las balas y la metralla fueron más poderosas que los santos y las oraciones de una madre.
Cerca del cadáver encontramos balas de Mosin disparadas por los republicanos y lo que parece un parapeto improvisado, con latas de atún y sardinas, cartuchos y casquillos percutidos. Compañeros de los últimos momentos de vida del soldado olvidado.
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