En Mediana, las líneas republicanas y las franquistas son muy claras. Tan claras como las fronteras en un atlas.
Durante tres días hemos saltado el parapeto de las trincheras y hemos seguido los pasos de los soldados en su marcha por tierra de nadie. Caminamos literalmente pisando sus huellas, registrando cuidadosamente cada casquillo que dispararon, cada cartucho que perdieron, cada tiro que recibieron del enemigo. Caminar es, de este modo, como leer un libro. Y cada metro cuadrado de terreno es una historia que ningún documento del mundo nos va a contar. Nos la cuentan las trazas que han quedado sobre este suelo de yeso donde hace tiempo que ya no pasan ni las ovejas.
La tierra es un libro sin fechas, pero tampoco hacen mucha falta. No parece tan importante saber si este golpe de mano se dio el 4 de junio o el 8 de octubre (quizá es mi formación como prehistoriador). Lo que impresiona es la posibilidad de recuperar estos pocos minutos de Guerra Civil que supone el asalto a una posición fortificada: el caos imaginable en los casquillos de pistola, las anillas de granada polaca, los fragmentos de Universal, los botes de Lafitte reventados a lo largo del parapeto.
Aquí una hilera de casquillos de Mosin nos dicen que un soldado republicano llegó con éxito hasta el borde de la trinchera enemiga y vació un cargador a quemarropa sobre los defensores. Allá, una orla de cráteres de mortero en torno a un pozo de tirador avanzado nos habla de un soldado diestro con el rifle, al que sus enemigos quisieron eliminar a cualquier precio. En este otro lado varios proyectiles impactados de 12,7 milímetros dan testimonio de un caza republicano ametrallando las líneas contrarias. Cada objeto pasa a ser un punto en nuestro mapa y el mapa se convierte en una historia.
A veces nos dicen que la arqueología no cuenta nada nuevo de la Guerra Civil. Puede ser. Pero esta historia que se hace caminando no recuerdo haberla leído en ningún sitio.
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