martes, 11 de diciembre de 2018

Fascismos

 Unos señores enseñan el sobaco en la Rumanía de los años 30. 

La reciente entrada en el parlamento de Andalucía de un partido político de extrema derecha, apoyado por 400.000 votantes, ha provocado un alud de comentarios por parte de políticos y comentaristas de toda índole. Una de las grandes cuestiones tiene que ver sobre si dicho partido se puede denominar fascista o no y si la etiqueta es útil para movilizar al electorado de izquierdas, al de derechas o a nadie.

Parece que se va imponiendo la idea de que usar el término fascista para calificar o descalificar no es acertado desde un punto de vista político y los argumentos propuestos resultan convincentes: para empezar, muchos votantes que no son en principio "fascistas" pueden sentirse tentados a abrazar el concepto simplemente porque si los "rojos" lo consideran un insulto, entonces es que tiene que ser bueno. Conviene recordar que algo parecido ya sucedió en Francia e Italia durante y después de la Segunda Guerra Mundial: los régimenes fascistas atribuían cualquier acto de la resistencia al comunismo. Lejos de restarle popularidad a los partidos comunistas, considerablemente minoritarios, los proyectó por los nubes: en la posguerra obtuvieron excelentes resultados electorales, paradójicamente gracias a la propaganda del Eje. Lo mismo puede suceder ahora, pero a la inversa.

No obstante, una cuestión es que sea útil y correcto utilizar una determinada etiqueta desde un punto de vista de estrategia política y otro muy distinta que sea correcto y heurísticamente útil (es decir, que ayude a resolver una cuestión histórica) desde un punto de vista científico, que es el que le compete a quien esto escribe. 
Más gente enseñando el sobaco. En este caso en Austria.

Cuando pensamos en fascismo nos imaginamos a gente uniformada desfilando ante la mirada de un caudillo totalitario y dispuesta a exterminar a quien se le ponga por delante. Este es el modelo típicamente nazi (y de nazismo de guerra, más concretamente), que es el que acabó ocupando todo el imaginario político del fascismo. Desde nuestra perspectiva resulta totalmente extraño y ajeno a la realidad actual. Pero el fascismo es una ideología heterogénea que fue mutando a lo largo de los años 20, 30 y 40. Algunos elementos básicos permanecieron inalterables y se encuentran presentes en distintos países, mientras que otros son muy característicos de determinados contextos o épocas: el antisemitismo biológico, por ejemplo, es muy alemán y muy poco italiano. En la Marcha sobre Roma de 1922 participaron numerosos judíos y las políticas raciales nazis solo se impusieron en Italia seriamente durante la Segunda Guerra Mundial. Hubo fascismo y movimientos fascistas en  casi todos los países europeos: España, Portugal, Rumanía, Bulgaria, Letonia, Lituania, Austria, Reino Unido, Noruega, Dinamarca, etc. etc. En varios de ellos triunfó: España, Portugal, Rumanía, Lituania y Austria fueron gobernados, al menos durante unos años, por régimenes que adoptaron una ideología fascista. 

Portugueses amantes de las banderas.

Entre los elementos que caracterizaron al fascismo de entreguerras se encuentran los siguientes:

-Militarismo y glorificación de las fuerzas armadas.
-Nacionalismo exacerbado.
-Imperialismo.
-Centralismo.
-Defensa de la homogeneización étnica y cultural del territorio estatal.
-Machismo, defensa de la virilidad.
-Rechazo de la homosexualidad.
-Desconfianza de los políticos.
-Idealización de un pasado supuestamente glorioso.
-Idealización de los valores supuestamente tradicionales de una nación (los cuales incluyen con frencuencia la religión católica: caso de España, Rumanía, Bélgica y Austria).
-Corporativismo (negación de la división de clases: lo que importa es la identidad nacional).
-Anticomunismo.
Banderas típicamente danesas.

Dos elementos que no se encuentran en el discurso político ultraderechista actual y que fueron importantes en el período de entreguerras son la defensa de la dictadura y el caudillismo. Es comprensible: en el momento presente, sería muy díficil que pudiera triunfar políticamente un régimen que abogase directamente por la destrucción de la democracia. No obstante, también conviene recordar que los partidos fascistas que llegaron al poder en los años 20 y 30 tampoco lo hicieron diciendo que iban a acabar con la democracia y a imponer una dictadura caudillista ¡Ni siquiera en España! El golpe a la República de julio del 36 se hizo en nombre de la República. Todos los partidos y movimientos fascistas se fueron radicalizando y desmontando la democracia una vez que llegaron al poder.

Gente de centro saludando en la España de los años 40.
Si dejamos aparte esos dos elementos, el resto de los pilares ideológicos del fascismo señalados arriba son reconocibles hoy en día, Y en buena medida el elemento vertebrador de todos ellos es el mismo: el antimodernismo.

El fascismo, como ya reconoció el historiador de derechas Ernest Nolte, es ante todo un movimiento antimoderno. De ahí que las propuestas del fascismo parezcan siempre más destructivas que propositivas: anti-semitismo, anti-comunismo, anti-liberalismo, anti-parlamentarismo.

 Votantes enfadados en la Inglaterra de entreguerras.

¿Por qué el fascismo es antimoderno? Porque la modernidad representa cambios que buena parte de la población no está dispuesta a digerir. El fascismo surge en momentos en que una parte de la ciudadanía se siente amenazada y frágil por motivos reales (crisis económica, nacionalismos centrífugos) o ficticios (invasión de otros pueblos, pérdida de prestigio de la nación). Frente a ello, el fascismo ofrece orgullos y certezas eternos. Estos orgullos tienen la ventaja de ser intangibles y no requerir de mayor esfuerzo (ser alemán, católico, blanco, europeo, etc.). Como tienen que ver con la identidad, el pasado desempeña un papel prepoderante. Pero no un pasado cualquiera: un pasado de expansión territorial y de violencia. Los nazis podrían haber puesto el énfasis en Gutenberg, Kant o Lucas Cranach y los portugueses en Gil Vicente. Pero no es la historia de los triunfos culturales la que interesa al fascista, sino la historia de la imposición sobre otros: la dominación. Por dos motivos: por pura ignorancia (todos los portugueses conocen el Imperio portugés pero muy pocos han leído a Gil Vicente) y por que es típico de quien se siente inseguro admirar la dominación. 

Un señor de ideología conservadora en Bélgica, concretamente el fundador del Rexismo.

Los años 20, que es cuando comienza a crecer el fascismo, son también los años en que avanzan los derechos de las mujeres, crece la secularización de la sociedad y el laicismo, el pacifismo, los derechos sociales. Muchos de los valores que hoy rigen en nuestras sociedades se desarrollaron en esos años. Y muchas personas, claro está, se sintieron amenazadas. Que las mujeres pudieran votar o los judíos ir a la universidad solo podían llevar a la destrucción del país. Hoy en día asustan los gays y los inmigrantes. También ponen en riesgo la esencia de la nación.
Que levanten la mano los de centro-derecha (Países Bajos).

¿Es la ultraderecha actual fascista? Desde un punto de vista histórico, las coincidencias entre la ideología antimoderna del presente y la de entreguerras son muy llamativas. Para un historiador que estudie los siglos XX y XXI en perspectiva, le resultará bastante complicado diferenciarlas ¿Debemos pues utilizar el término fascista o neofascista, desde un punto de vista histórico, para referirnos a la ultraderecha actual? Posiblemente no, por una cuestión puramente práctica. El término se ha manoseado tanto, especialmente por parte de una izquierda para la cual fascista incluía a cualquiera que se desviara ligeramente del dogma, que probablemente haya perdido su capacidad explicativa. El término, en cualquier caso, es lo de menos. Lo importante es que el contenido ideológico y las razones detrás del surgimiento de la ideología no difieren sustancialmente.
 
Otro señor de ideología conservadora (Suecia).

Se repite mucho estos días que en Andalucía no hay 400.000 fascistas. Si con ello se pretende decir que no hay 400.000 personas dispuestas a construir campos de concentración con sus propias manos y a fusilar gente por las calles, es muy posible que tengan razón. Pero desde este punto de vista, tampoco había 17 millones de fascistas en la Alemania de 1933, que es el número de personas que votaron a Hitler, ni 4,6 millones en Italia, que fueron los votantes de Mussolini en 1924. Lo que pasa es que los fascistas no son solo los psicópatas dispuestos a masacrar al chivo expiatorio de turno (una minoría ínfima incluso en la Alemania nazi). Fascistas son los que odian, los inseguros, los que se sienten amenazados y todos aquellos que dejarán hacer cuando los fascistas de uniforme y brazo en alto comiencen a actuar en serio.