jueves, 30 de enero de 2014

Estar callados en tres o cuatro ideologías

En estos momentos estamos empezando un nuevo proyecto financiado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) del gobierno de Uruguay, dentro del Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF) de la Universidad de la República, para comparar "la arqueología de la represión y la resistencia" a ambos lados del charco. Pretendemos comparar los proyectos españoles de arqueología de la guerra civil y el franquismo con los de terrorismo de Estado realizados en Uruguay, Argentina y Chile. Queremos estudiar desde un punto de vista historiográfico cómo y por qué se configuran estos proyectos, cómo se engarzan con las demandas sociales de reparación y de justicia (familiares, asociaciones de memoria histórica...), cómo se configuran las luchas por la memoria a partir de la intervención en estos espacios o, si por el contrario, los lugares de memoria no tienen que ver con estos particulares "yacimientos arqueológicos".

Pese a las coyunturas históricas particulares de cada contexto, y pese al salto cronológico entre algunos de los contextos intervenidos, existen numerosos elementos que permiten la comparativa. En la novela Andamios de Mario Benedetti leemos un diálogo entre dos represaliados de la dictadura uruguaya que se reencuentran. El que regresa de España después de diez años de exilio y su viejo amigo que, por haberse quedado, ha sufrido diez años de cárcel y torturas. El desexiliado le dice a su camarada de luchas: 
        
No sé si es bueno que no hablemos del pasado entre nosotros, porque, de lo contrario, ¿con quién vamos a hablar? Tengo la impresión de que para los chicos de ahora somos cliptodontes, seres antediluvianos. En España, por ejemplo, ya casi no se habla del franquismo. Ni a favor (salvo uno que otro taxista) ni en contra. La derecha no habla a favor, porque ha aprendido de apuro un dialecto más o menos democrático y, en un momento que tiene la obsesión de ser centro y de privatizarlo todo, hasta Jesucristo, no quiere que le recuerden su querido apocalipsis. En cuanto a la izquierda, cierta parte no habla en contra para que no la tilden de rencorosa o vengativa, pero otra porción se calla porque también se ha encandilado con el centro. Hay tantos marxistas que reniegan de Marx como cristianos que abominan de Cristo. John Updike cuenta en su autobiografía que a su abuelo, todo un erudito, la familia le tomaba el pelo diciendo que "sabía estar callado en doce idiomas". Pues bien, ahora ha proliferado otro tipo de silenciosos, que saben estar callados en tres o cuatro ideologías.

Reivindicamos para los arqueólogos ese papel antediluviano de romper el silencio mediante un trabajo científico que desenmascare las trazas materiales de estas formas extremas de violencia que han caracterizado al s. XX. Creemos que no hay mejor modo de poner de nuevo estos hechos en boca de todos que rescatando las pruebas materiales de la represión y convirtiendo estos lugares en anclajes para la memoria. Por ello, una de nuestras principales labores será la marcación y contramarcación de estos espacios. Y cuando hablamos de materialidad nos referimos tanto al propio resto físico del detenido - desaparecido como a los lugares de represión y resistencia.

Plano del túnel de los anarquistas de la fuga del penal de Punta Carretas (Montevideo), a partir de López Mazz, J.M. (2006) "Una mirada arqueológica a la represión política en Uruguay (1971-1985)", en P. P. A. Funari & A. Zarankin (Eds.), Arqueología de la Represión y la resistencia en América Latina 1960-1980, Encuentro Grupo Editor, Córdoba: 147-158.

Precisamente el penal de Punta Carretas, en Montevideo, es uno de estos espacios represivos que arranca de mucho antes de la dictadura. Pero para muchos habitantes de la ciudad es también un sitio de resistencia, ya que ha sido protagonista de alguna de las fugas más sonadas de la historia penitenciaria uruguaya, como bien tiene estudiado el profesor José López Mazz. Una primera fuga de anarquistas en 1931 puso de relieve la importancia del conocimiento de la red de cloacas como mecanismo de resistencia, ya que el túnel trazado para la fuga fue a conectar con la red de saneamiento. La segunda gran fuga se desarrolló 40 años después, y protagonizada por guerrilleros tupamaros fue tan masiva (111 presos) que ha pasado a la historia como "el abuso". Sin lugar a dudas el penal de Punta Carretas es uno de esos puntos o lugares significativos de Montevideo a partir del cual la resistencia a la dictadura se territorializa. Pero, al igual que en el caso español, se trata de memorias subalternas que no tienen ningún correlato, ningún marcaje, en el espacio arquitectónico actual. Una visita hoy día al penal de Punta Carretas nos mostrará un desmesurado centro comercial (o shopping como le dicen por aquí) sin ninguna referencia a la historia reciente de este lugar.

A veces los silencios en tres o cuatro ideologías tiene ropajes de arquitectura neoclásica. 




martes, 28 de enero de 2014

¿Para qué sirve un arqueólogo?

Excavando el campo de concentración de Castuera. Agosto de 2012.

O más concretamente ¿para que servimos los arqueólogos que trabajamos con los restos de la Guerra Civil? A veces uno tiene la sensación que nuestro papel es el de desenterrador -puro y duro. Desenterramos trincheras o huesos. Generalmente lo hacemos bien, es decir, registramos todo detalladamente y generamos una enorme cantidad de documentación (planos, fotos, datos topográficos) que permitirán a generaciones futuras entender nuestro trabajo y seguir aprovechándolo científica y socialmente. Una vez acabada la excavación, divulgamos los hallazgos de las trincheras o de los campos de concentración mediante conferencias, artículos y blogs. Los restos humanos de represaliados se devuelven a sus familiares para que les puedan dar una sepultura digna, la que se les ha negado durante décadas. No está mal ¿pero es suficiente?

Lo que no hacemos los arqueólogos, según parece, es contribuir a los grandes debates sociales, políticos y científicos. Es extraño porque ¿es concebible la revolución de la memoria histórica de los últimos años sin la labor de cientos de arqueólogos? Naturalmente, las exhumaciones podrían haberse realizado de todos modos por parte de familiares y voluntarios, como se hicieron en los años 70. Pero habríamos perdido una información valiolísima: todos esos detalles sobre la vida y la muerte de las víctimas que solo es posible recuperar mediante una excavación arqueológica cuidadosa.

Esta reflexión viene al caso por un interesante simposio que se celebrará el próximo otoño en Madrid y que se ha anunciado recientemente: Memorias del pasado, acciones del presente: los pasados violentos hoy. En la convocatoria se puede leer:

A lo largo de las últimas décadas, en diversas regiones del mundo, han tenido lugar enconados debates en la esfera pública en torno a cómo los regímenes democráticos (en ocasiones nacientes) debían hacer frente a los acontecimientos violentos ocurridos en el pasado (...) La complejidad de esos fenómenos pone de manifiesto la necesidad de afianzar el diálogo entre la Historia Contemporánea y otras disciplinas (Sociología, Antropología, Filosofía, Estudios Culturales, etc.) preocupadas por los usos que hacemos de las violencias del pasado en la actualidad (vinculadas con guerras, dictaduras, pasados coloniales, atentados, genocidios, etc.).
La arqueología quedaría aquí globada en ese etcétera tan elocuente ¿Servimos los arqueólogos solo para cavar? ¿es nuestro trabajo irrelevante para "los usos que hacemos de las violencias del pasado en la actualidad"? Yo creo que no. Pero es evidente que para nuestros colegas de la academia continuamos ocupando el lugar del subalterno. Las culpas están repartidas: muchos profesionales de la arqueología no se han preocupado de justificar su trabajo como una tarea intelectual. Un tarea que no se acaba en la mera documentación del registro arqueológico. Y a nuestros colegas les falta la curiosidad por descubrir qué puede ofrecer un arqueólogo, además de huesos y casquillos.

Después de tantos años en una relación tan estrecha con los espectros del pasado, algo deberíamos poder aportar a la reflexión histórica ¿o no?

domingo, 26 de enero de 2014

El número 4.628

Trinchera musealizada en el escenario de la batalla de las Intxortas (1937).


Llegué hoy a la estación de tren de Gasteiz deslizando los dedos por la última página del nuevo libro-cómic de Paco Roca: Los surcos del azar. Con su maestría habitual, el autor se hace eco en esta ocasión de la historia rocambolesca de los combatientes republicanos antifascistas españoles de La Nueve de Leclerc. El protagonista es un anciano nonagenario residente en Francia que ocultó toda su vida su pasado de combatiente.

Monumento a los combatientes republicanos en la batalla de Las Intxortas.

Hoy los periódicos vascos se hacen eco de la muerte de otro de estos héroes republicanos, el vizcaíno Marcelino Bilbao (Alonsotegui, 1920-Poitiers, 2014). Con apenas diecisés años se integró en un batallón de la CNT con el que participó en la batalla de Villarreal en la ofensiva republicana que intentaba recuperar la ciudad de Vitoria, en manos de los sublevados. Durante el conflicto alcanzó el grado de teniente y a diferencia de otros gudaris siguió batallando por la República, en Teruel y el Ebro, en donde le condecoraron con la Medalla al Valor. El 9 de febrero cruzó la frontera a Francia por La Jonquera, y comezó un nuevo calvario para él. Tras pasar por varios centros de internamiento fue capturado por los nazis que lo enviaron a Mauthausen, donde fue inscrito con el numero 4.628. Allí sufrió los experimentos médicos del Doctor Muerte. Aribert Heim le inoculó durante seis semanas benceno cerca del corazón. Sobrevivió, lo mismo que sobrevivió su lealtad a la República y al Athletic de Bilbao.

Cuando estos testigos y héroes fallecen (últimos testimonios de la barbarie fascista), la Arqueología del Pasado Reciente se presenta como un arma científica de primera magnitud para suplir ese vacío y combatir los discursos revisionistas. Porque gente como Marcelino, además de combatir por la República y la democracia, combatió por la Historia.

En los próximos meses nos adentraremos en el frente de guerra en Euskadi, para conocer las memorias y materialidades generadas por gente como Marcelino Bilbao.

Cartel al pie del monumento en homenaje a los combatientes; anarquistas, comunistas, nacionalistas vascos y republicanos,

lunes, 20 de enero de 2014

Guerra en la Universidad 3.0: Arqueología de las Brigadas Internacionales


Después de bajar el ritmo en 2013, este año retomamos la arqueología de la Guerra Civil con fuerza. Empezamos un nuevo proyecto que pretende abordar uno de los temas que tenemos pendientes: las Brigadas Internacionales. Para ello, estamos organizando una campaña arqueológica en uno de los grandes iconos de la guerra: Belchite. La investigación consistirá en varias intervenciones en distintos puntos del entorno de esta localidad, que quedó destruida a raíz de los combates que allí se desarrollaron en agosto y septiembre de 1937. En esta batalla desempeñó un papel clave la XV Brigada Internacional, formada por británicos, estadounidenses y canadienses. A ellos les tocó lanzar el asalto final contra Belchite.

El proyecto inaugura también un nuevo formato. La primera fase de nuestra investigación, en la Ciudad Universitaria de Madrid (2008), se realizó con estudiantes. La segunda fase (2010-2013) la resolvimos, ya desde el CSIC, con un equipo técnico profesional, aunque sin perder del todo la faceta formativa gracias a las becas JAE-Intro (desaparecidas con los recortes). En esta tercera fase (2014-?) queremos combinar el formato anterior con una modalidad cada vez más popular: voluntarios que contribuyen económicamente y con su trabajo a la realización del proyecto. Esto nos permitirá plantear una campaña más amplia y más abierta al público -especialmente el internacional, dado el tema que tratamos. 

Más información en: http://sites.google.com/site/internationalbrigadesproject/

martes, 14 de enero de 2014

Una trinchera acribillada

En noviembre de 2008 excavamos una trinchera republicana en la Ciudad Universitaria de Madrid. Pese a estar al lado de la capital, la fortificación se había conservado considerablemente intacta y nos proporcionó un buen número de hallazgos. Durante la intervención presentamos en este blog un plano preliminar de la dispersión de materiales. Reconocemos haber tardado un poco, pero aquí está la versión definitiva, con todos los elementos bélicos identificados en la excavación y prospección con detector de metales. 

Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos lo hacíamos todo a mano: se triangulaba cada hallazgo con cintas métricas, se situaba en altura con un nivel óptico y se trasladaban los datos a papel milimetrado usando escalímetro y compás. Ahora la estación total y el ordenador se encargan de hacer la mayor parte del trabajo (y permiten que ofrezcamos los datos procesados casi inmediatamente).

El plano es elocuente. Se observa muy bien la zona más batida por el fuego franquista (la delimitada con raya de puntos en la imagen de abajo) y las posiciones desde las que los republicanos hacían fuego (círculos azules). El enemigo apuntaba claramente hacia el abrigo de mayores dimensiones, quizá porque era el que era el que tenía más movimiento de soldados. Si seguimos las franja que delimitan las balas hasta su punto de origen, llegamos a la zona de la Cuesta de las Perdices, en la Carretera de La Coruña. Aquí las posiciones franquistas se encontraban a una distancia de entre 1,5 y 2 km de nuestra trinchera, que se ubicaba casi en frente de la Puerta de Hierro.


Imagen de satélite de la zona comprendida entre nuestra trinchera y la Cuesta de las Perdices, donde hoy todavía se conserva un fortín de la Guerra Civil. En rojo, la línea de tiro que indican las balas impactadas recuperadas durante la intervención.

La gran mayoría de los restos se corresponden con una fase avanzada de la guerra. La propia trinchera se construyó a fines de 1938. Mucho tiempo después de la Batalla de Madrid (noviembre de 1936), en la Ciudad Universitaria se seguía luchando y muriendo.

sábado, 11 de enero de 2014

Cómic y memoria histórica

 Página de El Médico Novato, de Sento

El auge de la memoria histórica se relaciona fundamentalmente con las exhumaciones llevadas a cabo desde el año 2000. También con la creación de asociaciones que tienen por misión documentar la represión de la guerra y el franquismo, con la realización de actividades conmemorativas (inauguración de placas, monumentos, rutas por los paisajes de la violencia) y fenómenos similares.

Una forma de memoria histórica peculiar es la reflejada en cómics que tienen por tema el pasado traumático de España. Ejemplo de ellos son las excelentes novelas gráficas de Vittorio Giardino (¡No Pasarán!, 2002-2007), Altarriba y Kim (El Arte de Volar, 2009), Sento (Un Médico Novato, 2013) y Paco Roca (Los Surcos del Azar, 2013), entre otros. La mayor parte siguen la línea documental inaugurada por Art Spiegelman con Maus (1991), un cómic sobre el Holocausto basado en las memorias de su padre. El cómic como forma de memoria histórica ha tenido un enorme éxito desde entonces. Ejemplos recientes son los estupendos Jerusalén, un Retrato de Familia de Yakin y Bertozzi, en la que se narran los violentos orígenes del estado de Israel, o los espeluznantes Cuadernos Ucranianos de Igort, sobre el genocidio estalinista de los años 30 en los campos de Ucrania.  

Los cómics no son solo una forma efectiva de contar hechos terribles. Debido a su carácter documental transmiten también importante información histórica. Muchos se basan en entrevistas con supervivientes y veteranos y archivos familiares. Ese es el caso de Un Médico Novato de Sento. En el apéndice que aparece al final del libro se recogen varios documentos con los que se ha tejido la historia (cartas, fotografías). Esta trata de las penalidades por las que pasa Leonardo, un joven médico pariente del autor del cómic, cuyo inicio en la profesión coincide con el estallido de la guerra. 

El hermano mayor de Leonardo, Antonio, fue asesinados por falangistas en 1936. En el apéndice documental se muestran dos fotografías en la que se ve la exhumación en la que se recuperó el cuerpo de Antonio: en 1971. 

Es bien conocido que con la muerte de Franco se comenzaron a realizar numerosas exhumaciones de represaliados, que se vieron interrumpidas con el golpe de Estado de 1981 y el retorno del miedo. Sin embargo, la recuperación de restos de familiares asesinados, muchas veces de forma clandestina, fue una realidad también durante la dictadura (aunque no muy común). La fotografía que publica Sento es de gran interés porque documenta estas exhumaciones anteriores a la democracia. 

La fotografía, sin embargo, es interesante por otros motivos: porque permite constatar el retroceso actual en España en materia de derechos humanos. En cierta manera, estamos como en 1971: entonces exhumar a los represaliados por la dictadura era una tarea que recaía sobre los familiares y se consideraba una cuestión puramente privada. Hoy, 43 años después y con la desaparición de las subvenciones públicas, exhumar vuelve a ser una actividad familiar y privada, no un asunto de Estado. 

Esto nos coloca en una posición anómala en el mundo. En la mayor parte de los países democráticos, los crímenes de Estado se consideran, con toda lógica, un asunto de Estado.

En España, abandonados por el Estado, los familiares de víctimas de la violencia política pueden encontrar apoyo en antropólogos, forenses, arqueólogos... y dibujantes de cómic.

viernes, 3 de enero de 2014

We were soldiers


En muchas ocasiones, al acabar entrevistas a veteranos de la guerra civil española, nos vamos con la sensación de que el señor que tenemos delante disparaba al aire. Testigo del horror, el interpelado a veces idealiza su paso por las trincheras (era joven), otras veces prefiere no hablar de la violencia en el frente y las más de las veces reconoce no haber sido consciente de haber matado a un enemigo. Estrategias de la memoria para sobrevivir, efectos del shock postraumático... no lo sabemos muy bien, pero en muchos casos estos enfoques nada tienen que ver con la brutalidad que nos muestran las evidencias arqueológicas que una y otra vez divulgamos en este blog. El tratamiento vejatorio a cadáveres de represaliados, documentado en fosas de Extremadura, por ejemplo, es una muestra de la vesania y la violencia bestial que se desataron en este conflicto.

Pensaba en todo esto cuando me di de bruces con el testimonio de un soldado gallego-estadounidense que participó en la guerra de Vietnam. Se llama Joe Casal (Sada, 1947), hijo de republicanos que se crió en Long Island, New York. La entrevista es recogida por el periodista Santiago Romero en un excelente reportaje (Viaxe ao corazón roto do soño americano) para la recién creada revista Luzes, con Xosé Lois Pereiro y Manuel Rivas al frente. Por supuesto el testimonio recoge anecdotario muy galaico, como la relación mantenida con otro gallego de los USA, un oficial de comunicaciones oriundo de Pontevedra, llamado Fernando: cuando hablaban por radio entre ellos, y Fernando le pedía ayuda aérea o artillería para una unidad en combate, lo hacían en gallego, para que no les entendiese el vietcong.

Pero no traemos a Joe Casal aquí por esta vertiente tragicómica, sino por lo espeluznante y lo sincero de su testimonio (la traducción al castellano es nuestra):

Yo sentí latir el corazón de un vietcong sobre mi mano. Un compañero mío se lo acababa de arrancar del pecho a un guerrillero. Y nos fotografiamos con él, como si se tratase de un souvenir. Ese soldado murió reventado a escasos metros de mi poco después. Yo mismo aparezco en una foto sosteniendo la mitad del cuerpo de un vietcong despedazado con una ametralladora pesada. Nos dijeron que estábamos allí para proteger a los civiles, pero los niños se te acercaban con granadas escondidas y volabas por los aires con ellos. Matábamos mujeres, niños y ancianos antes de que llegasen a nuestro lado. Sin saber si eran inocentes. El odio y el miedo eran tales que llegabas a un punto sin retorno. Se habla del horror a la ligera, sin sospechar a qué extremos puede llegar... Recuerdo un combate, después de una emboscada, acabábamos de matar a un montón de gente y alguien, de broma, cogió un cacho de espalda de uno de los fallecidos, por encima del brazo. Encendimos una hoguera y nos pusimos a asar hamburguesas que nos mandaban en grandes latas. Alguien mezcló con las hamburguesas un cacho picado del vietcong. Y se lo dieron a comer a un novato, hasta que se tropezó con un cacho de carne con pelo y se dio cuenta. Todos se rieron, era una broma que se hacía a menudo. Al recordarlo, me estremezco, ¿cómo puede uno llegar a esto? Yo sólo tenía 20 años cuando me enviaron a esa maldita guerra. Allí dejé enterrada una parte de mi humanidad que nadie me devolverá nunca.

Fotografía: Joe Casal sostiene los despojos de un vietcong. Batalla de La Drang. Este combate es retratado en el filme We were soldiers por Mel Gibson, que invitó a Casal al estreno en 2003. A su vez, Oliver Stone estuvo en Vietnam a las órdenes de Joe Casal, a quien reclamó como asesor para grabar Platoon.

La metralla y el agente naranja que los estadounidenses lanzaban a la jungla dejaron su secuela en Joe, invalidez y cáncer de exófago incluidos. Lleva años sometido a tratamiento psiquiátrico.